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La prueba del amor: Admonición. IX: Del amor
Dice el Señor: Amen a sus enemigos,
hagan el bien a los que los odian y oren por los que los persiguen y calumnian (Mt
5,44). En efecto, ama de verdad a su enemigo aquel que no se duele
de la injuria que le hace, sino que, por amor de Dios, se consume
por el pecado del alma de su enemigo. Y muéstrele su amor con
obras.
En un primer momento, me pareció incorrecto el título dado a esta exhortación: Del amor. Me parecía que el título no concordaba con el contenido. Estuve tentado de hacer un cambio. En lugar de llamarla "Del amor", titularla: "El amor a los enemigos". Pero luego me di cuenta que, en realidad, Francisco se sitúa en el centro del amor. Es un hombre esencial. No se anda por las ramas. Jesús había dicho que no tiene ninguna dificultad amar a los que nos hacen el bien y nos resultan simpáticos. Lo difícil es amar a los que nos hacen el mal. Aquí es donde se prueba el amor. Solamente cundo llegamos a amar a los enemigos podemos decir que hemos alcanzado la madurez en el amor. Es la altura del amor de Dios que ama a los buenos y los malos y hace salir su sol sobre justos e injustos. Por eso, no cambié el título de la exhortación.
La exhortación de Francisco contiene tres puntos sencillos que nos ayudan a examinar la madurez de nuestro amor. Son tres puntos para el discernimiento. Verifiquemos si nuestro amor se parece al amor de Dios. Como podrá apreciar el lector, esta pequeña exhortación es un verdadero examen del estado que guarda nuestro amor. Vale la pena hacerlo.
1. No dolerse por la injuria.
Pongamos atención a la palabra "dolerse". El dolor es como una alarma. Si me duele el estómago es señal de que algo no anda bien. Es solamente el síntoma de una enfermedad, de un golpe, de un trastorno biológico. Por ejemplo, me duele un diente. El dolor me está avisando que traigo una caries, una fractura en el diente o algún otro tipo de problema.
Francisco habla del dolor del alma. Generalmente, las ofensas nos duelen. Son como golpes secos en el alma. Y los golpes duelen. Pero pongamos atención a la expresión que usa Francisco. No dice: "no le duele", sino "no se duele". Parecen sutilezas, pero en realidad expresan dos ideas diferentes. "Le duele" es pasivo, "se duele" es activo. El golpe duele, pero si reaccionamos como nos pide Francisco, soltamos el dolor. De lo contrario nos aferramos a él. "Se duele" sería como un acto reflejo. Soy consciente del dolor. Tengo dos opciones: me vuelvo esclavo del dolor o lo suelto. Cuando, consciente o inconscientemente, decido apegarme al dolor, se está poniendo de manifiesto un apego. Mientras me apegue al dolor, estoy cargando con el pecado del otro. Mientras esté apegado al dolor no estaré en condiciones de perdonar como Jesús que perdonó a sus propios verdugos.
Por tanto, verifiquemos si ante una ofensa reaccionamos con dolor. Lo más probable es que así sea. Pero hay que soltar el dolor. Si nos sigue doliendo es que hay una enfermedad. El dolor indica que ha tocado un apego. Lo más probables es que estemos apegados a nuestra propia imagen. Y esto es lo que nos duele: el golpe a nuestra adorada imagen. Detrás de la enseñanza de Francisco hay un llamado al desapego, a la libertad frente al ego.
2. Consumirse por el pecado que hay en el alma del enemigo.
Si la reacción ante una ofensa no es dolerse, ¿cómo reaccionar? La reacción es consumirse (quemarse) por el pecado que hay en el agresor. Entender esto no me fue nada fácil. ¿Qué sentido tiene "consumirse (quemarse o requemarse) por el pecado del otro"? Pongamos atención, primero, a la expresión "por el pecado del otro". Al decir se quema por el pecado del otro, Francisco reconoce que el otro me ha querido hacer un daño. Pero al reaccionar soltando el dolor, desapegándome de mi imagen maltratada, evito cargar con el pecado del otro. Sigue siendo pecado "del otro". La maldad del otro no ha sido capaz de apagar el amor que hay en mí. El verdadero daño se produce cuando la ofensa del otro mata en mí el amor. Entonces estoy perdido. Me ha sacado de la sintonía con Dios que es siempre amor, independientemente de la justicia o la injusticia del mundo, del bien o del mal de los seres humanos.
¿Esto quiere decir que el pecado (la ofensa) del otro no me afecta? Puede ser que se llegue a tal desapego de la propia imagen que no haga ningún daño. Esto lo han logrado santos como santa Teresa de Jesús y el mismo Francisco. Pero lo normal es que sí llega a afectarnos. Algunos psicólogos dicen que no es bueno para la salud psicológica tragarse la ofensa recibida. La agresión reprimida se vuelve contra uno mismo. Hay que sacarla de alguna manera, por ejemplo, llevándola a la palabra. Para san Francisco, la energía de la agresión se canaliza a través de una acción: consumirse. La palabra latina uritur, usada en el original,se traduce al español como "consumirse", "requemarse". Entre los sinónimos de consumirse están gastarse acabarse, agotarse, extinguirse, afligirse. Un hombre se consume por la enfermedad, su cuerpo se deteriora gradualmente y termina perdiendo la vida. ¿Es esto lo que quiso decir Francisco? ¿De alguna manera el pecado ajeno me acaba, me agota, me consume? Lo más probable es que así sea. Francisco da una motivación muy alta para "consumirse". Dice: "por amor a Dios". Así pues, el pecado del otro, la ofensa hecha, no llega a dolerme, pero sí termina por gastarme. El pecado ajeno me afecta. Somos solidarios en el pecado y en la gracia. San Francisco conoció en carne propia la ponzoña del odio contra él.
3. Mostrar el amor con obras.
Este punto no tiene dificultad para ser comprendido. Nos muestra que Francisco es eminentemente un hombre práctico. Está lejos de ser ese tipo de personas que elaboran teorías que quizá son muy profundas, pero que son sólo eso, teorías. La profundidad de Francisco no está en sus pensamientos sino en sus obras.
Ahora bien, mostrar el amor con obras no quiere decir simplemente dar una palabra de perdón. Ciertamente es muy válida y necesaria. Pero no basta. Hay que hacer algo más. El amor se muestra con obras.
Conclusión.
Soy conciente que la enseñanza de Francisco contiene un alto grado de dificultad. Una y otra vez somos testigos de cómo las ofensas son devueltas o endurecen el corazón del ofendido o lo llenan de resentimientos. Son actitudes contrarias a la exhortación de Francisco. Muy rara vez he visto que alguien la ponga en práctica. Una de esas excepciones es Juan Pablo II. Visitó en la cárcel y perdonó a su agresor. Quizá muchos de los lectores me dirán que es sumamente difícil -si no imposible- poner en práctica lo que pide Francisco. Pero yo les digo: es todavía más difícil la vida cuando se lleva el corazón cargado de resentimientos, amarguras y violencias. Esto sí que hace la vida pesada y difícil. Paradójicamente, cuando se pone en práctica la exhortación de Francisco, el corazón se aligera, la vida es más luminosa, se saborea la libertad. Por tanto, si nos parece que es prácticamente imposible cumplir el mandamiento del amor al agresor hagamos el intento de ponerla en práctica. Quizá descubramos entonces que, efectivamente, la vida es más amable y sonriente cuando decidimos mantener el corazón anclado en el amor de Dios y tenemos la sabiduría para no caer en el juego del agresor. Solamente cuando se hacen las cosas, como dice Francisco, "por amor de Dios", y se permanece en él, se puede cumplir la exhortación.

Francisco de Asís. Una propuesta de paz
Francisco vivió en un mundo peligroso, donde la guerra y la violencia eran el pan de cada día [1]. Él mismo participó, antes de su conversión, en varias guerras y fue prisionero de guerra. En aquel tiempo los caminos eran peligrosos. Se cruzaban las montañas en caravanas. La gente andaba armada. En este contexto Francisco y sus hermanos tomaron una decisión descabellada. "En el capítulo de 1217 se tomó una resolución verdaderamente original para aquel tiempo: los hermanos recorrerían el mundo desarmados y sin otro avío que el pan mendigado" [2]. Parecía un idealismo torpe e ingenuo. Sin embargo, funcionó: "Uno se llena de admiración al ver el éxito de una empresa que, técnicamente, es un disparate" [3].
En una sociedad en donde se había hecho profesión de violencia era muy arriesgado hablar de paz. Sin embargo, Francisco entró en aquel hervidero de pasiones, rivalidades y odios con una sorprendente simplicidad para vivir y anunciar la paz. ¿Cuál fue el plan de paz diseñado por Francisco? En realidad, no diseñó ningún programa. No tenía la capacidad analítica para hacerlo. Imaginemos que san Francisco es invitado hoy a una conferencia mundial sobre la paz ¿qué hubiera dicho? ¿qué hubiera propuesto? "En una Conferencia para la paz, en nuestros días, Francisco no podría tomar la palabra, suponiendo que la pidiera. No era hombre de ideas, en el sentido en que no tenía la estructura mental como para elaborar un proyecto de paz" [4]. Y sin embargo este hombre contribuyó y ha contribuido a la paz de manera admirable. Digamos algunas palabras sobre la paz franciscana.
En sus biografías vienen muchos relatos en donde se narra la manera como Francisco contribuyó a la paz en varias ciudades dividas por odios y enemistades ancestrales. Un testigo cuenta lo que vio un día en la plaza de Bolonia. "Yo estudiaba en aquella ciudad, cuando tuve la ocasión de escuchar un sermón de Francisco en la Piazza del Palazzeto. Estaban presentes casi todos los habitantes de la ciudad... El sermón no tenía nada de oratorio. Sólo era un llamado a desarmar los espíritus y restaurar la paz. El predicador vestía pobremente, su semblante era tosco y carente de toda belleza. Y, sin embargo, logró reconciliar con sus palabras a los nobles de Bolonia, enfrentados a muerte durante siglos. El entusiasmo de los oyentes fue tan arrollador que hombres y mujeres se abalanzaron sobre él, le desgarraron los vestidos y se llevaron los trozos como reliquias" [5].
Lo sucedido en Bolonia y en otros lugares sólo se explica por una fuerza trascendente que emanaba de aquel hombre sin atractivos físicos. Digámoslo en clave cristiana: los oyentes se vieron envueltos, de pronto, en la paz de Cristo resucitado. La simplicidad de Francisco trasparentaba la paz y la belleza del Resucitado. "Sus palabras tienen que haber abierto a su auditorio a un mundo de amor tan irresistible que el odio era desenmascarado como algo imposible de justificar. El oyente se veía frente a alguien que había descubierto la paz en lo profundo del ser mismo de Dios, y que testimoniaba esa experiencia con emocionante simplicidad. Alguien tan ajeno a todo espíritu de apropiación que podía ser aceptado por todas las facciones" [6] .
El idealismo "torpe e ingenuo" (la simplicidad) de Francisco funcionó por una simple razón: la paz de Francisco venía de lo alto, le había sido revelada:
El Señor me revelo que dijésemos este saludo: "El Señor te de la paz" (Test. 23).
Ese era el secreto de Francisco: llevar la paz de Dios en el corazón. Daba lo que tenía. Lo que convencía no era el discurso, sino la experiencia de la paz descubierta en "lo profundo del ser mismo de Dios".
Para Francisco la paz no es, primeramente. una conquista, sino un don. Francisco la recibe, la lleva y la irradia. La paz franciscana se realiza cuando se despliega el don recibido. En la Admonición 15 comenta la bienaventuranza "felices los pacíficos":
Son verdaderamente pacíficos aquellos que, en medio de todas las cosas que padecen en este siglo, conservan por el amor de nuestro Señor Jesucristo, la paz de alma y cuerpo. (Adm 15).
Uno llega ser pacífico cuando se da cuenta de que es portador de la paz. Lo que hay que desarrollar es la habilidad para conservarla en cualquier circunstancia e irradiarla. Francisco tenía esa habilidad de dejarse condicionar por el don que llevaba y permanecer libre frente a las circunstancias externas.
Ser pacífico implica una cierta mentalidad que conduce a un estilo de vida. Podemos confrontar la mentalidad de Francisco con la mentalidad de los Cruzados. Cuando Francisco vio partir a una multitud de cristianos hacia Jerusalén para la guerra santa, él también partió pero no para participar en la guerra santa sino para un proyecto totalmente diferente: anunciar la paz. Los cruzados llegaron a Tierra Santa para matar o a ser asesinados; Francisco llega para predicar el evangelio de la paz. A los Hermanos que van entre los infieles les dice:
No promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios (1Pe 2,13) y confiesen que son cristianos (1R 16,7)
Una vez más, estamos ante la paradoja franciscana. Francisco "no busca argumentos, sino fraternidad: no discute, sino que ama. Tal vez pueda parece ingenuo, pero acaba desarmando" [7]. Un método ingenuo pero efectivo.
Conclusión.
Como pudimos comprobar a lo largo de esta charla, Francisco es portador de un paradigma radicalmente diferente al que nuestra cultura nos ha endilgado. Decimos que es una "utopía", para no decir que es una "locura" [8]. Aunque parezca una locura, vale la pena intentar entender el paradigma franciscano y ponerlo en práctica. Estoy seguro que funciona y, por cierto, funciona muy bien. Cierto que, desafortunadamente, es un privilegio de algunos cuantos "locos". Pero ¿qué les parece si ensayamos un poco esta locura franciscana y descubrimos sus bondades? Vale la pena aceptar este desafío. La utopía franciscana sigue orientando y despertando deseos, haciendo volar a los que se dejan seducir por ella.
[1] R. Rusconi, o.c., 62.
[2] N.G. van Doornik, Francisco de Asís. Profeta de nuestro tiempo, (cefepal), Santiago de Chile 1978, 153
[3] N.G. van Doornik, o.c., 154.
[4] N.G. van Doornik, o.c., 154
[5] Citado por N.G. van Doornik, o.c., 155.
[6] N.G. van Doornik, o.c., 150
[7] N.G. van Doornik, o.c., 155.
[8] San Francisco la llama "locura". "Y me dijo el Señor que quería que fuera yo un nuevo loco en este mundo; y no quiso conducirnos por otro camino que el de esta ciencia" (EP 68). Cf. AA.VV, Francesco, un "pazzo" da slegare, (Cittadella Editrice), Assisi 1983.
El acompañamiento espiritual franciscano
El artículo se centra en lo peculiar de la tradición franciscana. Las características que señala debe ser leídas como parte de un conjunto: la visión sistemática de la dirección espiritual, la perspectiva del Magisterio de la Iglesia, las diferentes espiritualidades de la Iglesia. Como se trata del acompañamiento espiritual al estilo franciscano, hay muy pocas citas del Magisterio. Creo que este sería un tema aparte: la dirección espiritual en el Magisterio de la Iglesia.
1. Acompañamiento o amistad espiritual
Lo primero que hay que hacer notar es que, en la tradición franciscana, no se habla de "dirección espiritual", sino de acompañamiento o amistad espiritual. La línea jesuita es la que popularizó la expresión "dirección espiritual". El franciscano sabe que va como un hermano buscando la ayuda espiritual de otro hermano o como un amigo que se encuentra con otro amigo. El acompañamiento espiritual es un encuentro fraterno o un encuentro entre dos amigos espirituales.
2. El Espíritu Santo es el director espiritual
El principio fontal y primordial es el siguiente: el director es el Espíritu Santo. "Por encima de todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación" (2R 10). De este principio fontal brotan diversas características del acompañamiento espiritual al estilo franciscano. Si el director espiritual es el Espíritu, el acompañamiento espiritual está orientado a discernir lo que el Espíritu quiere. La finalidad del acompañamiento espiritual consiste, fundamentalmente, en buscar la voluntad de Dios para cada persona.
3. Una tarea: aprender a escuchar al Espíritu
El discernimiento espiritual lo tiene que hacer, en primer lugar, cada persona. El Espíritu "revela" su voluntad de manera directa e inmediata a Francisco. En sus Escritos, expresa varias veces esta certeza: "Nadie me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio" (Testamento 14). "El Señor me reveló que dijésemos el saludo: El Señor te dé la paz" (Testamento 23). Por eso, no quiere saber cómo es la forma de vida de san Benito, san Bernardo o san Agustín: "Hermanos míos, hermanos míos: Dios me ha llamado por el camino de sencillez y de humildad y me ha manifestado que éste es el verdadero camino para mí y para cuantos quieren creer en mi palabra e imitarme. Por eso, no quiero que me mencionéis regla alguna, ni de San Benito, ni de San Agustín, ni de San Bernardo, ni otro camino o forma de vida fuera de aquella que el Señor misericordiosamente me mostró y me dio" (Espejo de Perfección 68).
Por eso, un místico franciscano, Alonso de Madrid, dice: "Tú mismo has de ser discípulo y maestro, con la ayuda del Divino Maestro" (El arte de servir a Dios). El acompañamiento espiritual debe conducir a la madurez, de tal manera que, sin dejar de ser discípulos, el creyente se convierta en maestro con la ayuda del Divino Maestro. San Juan de la Cruz descubre lo que sucede cuando se ha llegado a la cima del Monte Carmelo: "Ya por aquí no hay camino porque para el justo no hay ley; él para sí se es ley (cf. 1 Tim. 1, 9 y Rom. 2, 14)".
Para san Francisco y la tradición franciscana la tarea primordial es aprender a escuchar al Espíritu que "habla" a través de diversas maneras: mociones interiores, la escucha atenta de la Sagrada Escritura, las voces de la creación, los acontecimientos históricos, los Hermanos, la jerarquía de la Iglesia... Francisco es capaz de conocer la voluntad de Dios, incluso, a través de los sueños y de un juego de niños. En efecto, cuentan las Florecillas, lo que sucedió cuando el Pobre de Asís se encontró ante una encrucijada: puso al Hermano Maseo a dar vueltas sobre sí mismo, como hacen los niños cuando juegan, y, en un momento determinado, le pidió que se detuviera. Le preguntó: "¿Hacia qué parte tienes vuelta la cara? Hacia Siena -respondió el hermano Maseo. Ese es el camino que Dios quiere que sigamos -dijo San Francisco" (Florecillas XI). En otra ocasión, cuando san Francisco se dirigía a la guerra, Cristo le habló en sueños y le descubrió la superficialidad de esta empresa: "¿Quién puede favorecer más, el siervo o el señor?" "El señor", respondió Francisco. Y el otro: "¿Por qué buscas entonces al siervo en lugar del señor?" (2Cel 6). Y Francisco cambia de ruta.
4. La importancia de consultar a los demás: la fraternidad
Pero en la tarea de conocer cuál es la voluntad de Dios, no todo se reduce a la relación personal del creyente con su Dios. También es necesita recurrir a los demás. Cuando Francisco no es capaz de escuchar de manera directa e inmediata lo que Dios quiere de él, pide ayuda a sus Hermanos y Hermanas. En una ocasión, en la que tenía que tomar una decisión particularmente trascendental para su vida, consultó a Santa Clara y al hermano Silvestre. Necesitaba saber si Dios quería que se dedicara totalmente a la contemplación o que predicara a la gente (Florecillas XVI). La respuesta de Clara y del Hermano Silvestre fue que el Señor lo quería no solamente dedicado al silencio gozoso de la contemplación, sino también que estuviera entre la gente, haciendo el bien. Y san Francisco obedeció.
Dentro del acompañamiento de la fraternidad, los presbíteros y obispos desempeñan un rol importante. Francisco pidió al sacerdote, luego de una misa, que le explicara lo que escuchó en la lectura del evangelio y cumplió con gozo lo que había descubierto en la explicación del sacerdote (1Cel 22). Se pone bajo la tutela del obispo de Asís (1Cel 32). Cuando se ve rodeado de compañeros, va a Roma para que el Papa apruebe su Forma de Vida (1Cel 32).
En el acompañamiento espiritual al estilo franciscano no es solamente una persona, sino la fraternidad quien ayuda a discernir lo que el Espíritu Santo quiere. Si el director espiritual es el Espíritu Santo, una sola persona no agota la posibilidad de discernir lo que el Espíritu quiere. La fraternidad tiene un papel muy importante en el acompañamiento espiritual. Por eso, san Francisco dice en la Regla: "Y si (un hermano) cayera en un pecado venial, confiéselo a un hermano suyo sacerdote. Y si no hubiera allí sacerdote, confiéselo a un hermano suyo, hasta que tenga un sacerdote que lo absuelva canónicamente, como se ha dicho" (Carta a un Ministro 18-19).
El concilio Vaticano II redescubrió la dimensión comunitaria de la "dirección" espiritual: "Dios quiere santificar y salvar a los hombres no individualmente y sin alguna relación entre ellos, sino quiere hacer de ellos un pueblo que lo reconoce en la verdad y fielmente lo sirve" (LG 9). Así como crecemos en una comunidad familiar, así también crecemos espiritualmente en una comunidad eclesial.
5. Tolerancia y paciencia inagotables
Me da alegría escuchar que algunos sacerdotes se quejan de que los franciscanos son muy tolerantes y misericordiosos en la confesión y el acompañamiento espiritual. Me duele escuchar ciertos comentarios de los fieles que han tenido la desgracia de encontrarse con algún confesor o acompañante espiritual que se dice franciscano simplemente porque porta el hábito: "ya no quiso darme asesoría espiritual porque dice que no cambio", "es duro y regañón para confesar", "no me quiso dar la absolución", "da absoluciones condicionadas", "me dijo que si seguía cometiendo el mismo pecado ya no me iba a perdonar".
La acogida del pecador es incondicional. Basta recordar y meditar largamente las palabras de Francisco a un Ministro:
"Y no pretendas de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. Y ámalos precisamente en esto, y tú no exijas que sean cristianos mejores. Y que te valga esto más que vivir en un eremitorio.
Y en esto quiero conocer que amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y, si no busca misericordia, pregúntale tú si la quiere. Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor; y compadécete siempre de los tales" (CtaMin).
Este es otro de los textos fundamentales sobre los cuales se articula el acompañamiento espiritual franciscano. Lo comento brevemente.
Las palabras de san Francisco están impregnadas de Evangelio. Si alguna actitud de Jesús de Nazaret es incontestablemente histórica es su compasión y ternura hacia los pecadores, especialmente los pecadores arrepentidos. Tal actitud está presente en sus parábolas (el hijo pródigo, la oveja perdida...), en sus palabras ("No he venido a buscar a los sanos sino a los enfermos"...), en sus actitudes (hacia Zaqueo, la adúltera...). Cuando somos duros en el confesonario o en el acompañamiento espiritual olvidamos que actuamos en la Persona de Aquel que nos dijo cómo es Dios a través de la parábola del Hijo pródigo y nos ha dicho que debemos perdonar hasta setenta veces siete.
Las palabras de Francisco contienen una gran verdad: no somos nosotros quienes cambiamos a las personas. Es la gracia y la respuesta a la gracia quien puede transformar a los hombres y mujeres. Lo que nosotros podemos hacer es acompañarlos con un corazón misericordioso como el corazón de Cristo.
6. Los tiempos
Si nos preguntamos: ¿cuándo hay que ir con el acompañante espiritual? ¿Cada mes? ¿Cada semana? La respuesta de san Francisco es: cada que tú lo necesites. No establece tempos fijos y fatales, se fija en la persona, en la necesidad de la persona. Un texto que resume lo que es el acompañamiento espiritual según Francisco de Asís es su Carta al Hermano León. Los especialistas la consideran la "carta magna" del acompañamiento espiritual franciscano[1]:
Hermano León, tu hermano Francisco te desea salud y paz. Así te digo, hijo mío, como una madre, que todo lo que hemos hablado en el camino, brevemente lo resumo y aconsejo en estas palabras, y si después tú necesitas venir a mí por consejo, pues así te aconsejo: Cualquiera que sea el modo que mejor te parezca de agradar al Señor Dios y seguir sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor Dios y con mi obediencia. Y si te es necesario en cuanto a tu alma, para mayor consuelo tuyo, y quieres, León, venir a mí, ven.
En la breve carta al Hermano León Francisco vuelve a mostrar su evangelismo. Para Jesús de Nazaret el centro no es la ley, sino la persona. Por eso, defiende a sus discípulos que, impulsado por el hambre, espiguean el sábado, una actividad prohibida por la ley (Mc 2,23). Por eso pregunta: ¿qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? (Lc 6,9). Es por esto que Francisco "no insiste en preceptos disciplinares, sino que llama al sentido de responsabilidad personal, la comprensión recíproca, el optimismo y la alegría"[2].
Además de sugerir los tiempos para el acompañamiento espiritual, en esta carta Francisco manifiesta una gran confianza en la persona, en su capacidad de discernir lo que agrada al Señor: "Cualquiera que sea el modo que mejor te parezca de agradar al Señor Dios y seguir sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor Dios y con mi obediencia". Es notable la madurez, el respeto y la libertad con la cual acompaña espiritualmente al Hermano León. Estas son cualidades que deben estar presentes en todo acompañamiento espiritual franciscano.
7. El testimonio de vida
Recojo -lo que parece ser- la última característica esencial del acompañamiento franciscano: el testimonio de vida. No porque lo ponga al final es el menos importante. Al contrario, lo he dejado para el final porque es lo que le da autenticidad a las anteriores. No abundo en él, porque no es para analizarlo y decirlo, sino para vivirlo. Es en la vida donde se le da profundidad y no en la reflexión intelectual. El acompañamiento espiritual de la fraternidad se da, preferencialmente, con el testimonio de vida. De esta manera, aquel que es acompañado se ve en los otros como en un espejo y así descubre lo que es recto y, por lo tanto, cuál es la voluntad de Dios para él.
Conclusión
Como he dicho al inicio, éstas son solamente algunas notas esenciales del acompañamiento espiritual al estilo franciscano. Preguntas como éstas: ¿cómo saber que se desarrolla una dirección y no una simple charla?, ¿qué compromisos concretos engendra la dirección?, ¿hay unos principios mínimos o reglas para llevarla a cabo?, ¿cómo escoger al director, qué características o cualidades debe reunir para considerarlo como tal?, deberán ser contestadas dentro un curso sistemático sobre dirección espiritual.
[1] E. Fortunato, Discernere con Francesco d´Assisi. Le scelte spirituali e vocazionali,Ed. Messaggero. Padova 1997, p. 197.
[2] E. Fortunato, Il pensare formativo francescano, Ed. Messaggero, Padova 1999, p. 262.
