Artículos

La contribución de san Francisco al diálogo sobre la felicidad
En los últimos tiempos ha crecido el interés por la felicidad. La clase más popular —en los tres siglos de historia de la Universidad de Yale— es la que imparte Laurie Santos, profesora de la materia Psicología y Buena Vida. Con más de 1.200 alumnos inscritos, su clase enseña cómo ser feliz[1]. Periódicamente, en los medios de comunicación social se dan a conocer los países o ciudades del mundo más felices. Continuamente se hacen estudios sobre la felicidad. Francisco de Asís tiene una palabra importante en este afán por ser feliz. Es un maestro incomparable de la alegría. Cuando el teólogo jesuita Ladislao Boros busca un interlocutor que le ayude a entender la alegría, selecciona a Francisco: "También sobre este problema hay un santo, cuya vida, de inaudita intensidad, ilumina al mundo entero, que nos ofrece un buen consejo: Francisco de Asís"[2].
Uno de los escritos más conocidos de Francisco es la "Verdadera y perfecta alegría". Existen dos versiones del texto, una en los Escritos, conservado por el Hermano Leonardo de Asís, y otra en las Florecillas. La primera versión es más corta y precisa, más desnuda. La segunda es más larga, más adornada, más elaborada. Recogemos la versión de los Escritos:
El mismo fray Leonardo refirió allí mismo que cierto día el bienaventurado Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo: «Hermano León, escribe». El cual respondió: «Heme aquí preparado». «Escribe –dijo– cuál es la verdadera alegría. Viene un mensajero y dice que todos los maestros de París han ingresado en la Orden. Escribe: No es la verdadera alegría. Y que también, todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y que también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera alegría. También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a la fe; también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría. Pero ¿cuál es la verdadera alegría? Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llegó acá, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extremidades de la túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre de tales heridas. Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco. Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás. E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos. Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios recogedme esta noche. Y él responde: No lo haré. Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí. Te digo que, si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma.»
Cuando abordamos el tema de la alegría nos situamos en el corazón del cristianismo. La alegría no es para el cristiano algo accidental, accesorio. Es esencial. Determina toda la realidad cristiana, todo el ser cristiano, como el sol determina al día, como la esencia determina al perfume. Sobre esta cuestión hay mucho que decir y aprender.
1. La limitada capacidad para el goce
Cuando hablamos de felicidad, lo primero que constatamos es lo difícil que es para un ser humano vivir en la alegría. Es significativo que un humorista de la talla de Germán Dehesa escribiera: "Por muchos siglos ha sido tema de la reflexión del hombre averiguar el porqué es tan limitada nuestra capacidad para el goce y por qué el sufrimiento, ése sí, se puede adueñar íntegramente de nosotros por semanas y semanas. No tengo yo la respuesta para este enigma, lo que sí tengo es la prueba de que encarna una verdad irrebatible"[3].
L. Boros expresa la misma experiencia: "Me hallaba reflexionando, no hace aún mucho tiempo, sobre el misterio de la alegría cristiana, cuando me asaltó la idea de cuán rápidamente se le agota al hombre su provisión de palabras, para referirse a la alegría (…) ¡De cuánta elocuencia, en cambio, está dotado el hombre cuando se trata de describir el sufrimiento, el dolor y la desdicha! (…) Parece como si en los abismos del sufrimiento el hombre se sintiera mucho más en su propio terreno que cuando camina por las regiones de la alegría. El sufrimiento y la angustia parecen brotar inmediatamente de nuestro ser. Cuanto más elevado y delicado desarrollo alcanza una criatura, tanto más sensible y sensitiva es para el dolor. El hombre tiene que aprender a tener alegría, más aún, debe 'ejercitarla' como si fuera una virtud"[4].
Por lo visto, la alegría, la capacidad festiva, lúdica (juguetona) que brota espontáneamente y sin grandes dificultades en la infancia, se va encogiendo con el tiempo a tal punto que luego se hace necesario "aprender" a ser festivos, a "ejercitarse" en la alegría.
2. Fundada en la Biblia
La experiencia de Francisco tiene su fundamento en la Biblia. Señalemos algunos textos significativos. En el Antiguo Testamento el profeta Habacuc, en el horizonte de una cultura agrícola y ganadera, crea un hermoso Cántico: "Aunque la higuera no echa yemas, las viñas no tienen frutos, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios mi Salvador. El Señor soberano es mi fuerza, él me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas" (Ha 3,15-18). La situación puede ser desfavorable, pero el profeta se alegra en su Dios.
Para Jesús de Nazaret, ser cristiano es dar testimonio de alegría en todas las situaciones de la vida, incluso en las más adversas: "Felices los que lloran, porque serán consolados… Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y salten de contento, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo" (Mt 5,3-12).
La alegría de Francisco no es sólo la alegría de Habacuc y las bienaventuranzas que proclaman que un creyente puede ser feliz en la adversidad, el llanto, el insulto, la difamación y la persecución. Es también la alegría de Santiago y de Pablo. El apóstol Santiago escribe: "Consideren como un gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados por toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de su fe produce la paciencia en el sufrimiento; pero la paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas para que seáis perfectos e íntegros sin que dejen nada que desear" (Santiago, 1,2-4). Santiago desconcierta. Lo lógico es que, cuando estamos rodeados por toda clase de pruebas, en vez de estar felices estemos preocupados. Y no es para menos. Pero Santiago lo ve desde otra perspectiva. Experimenta que en las adversidades se prueba la fe y, cuando se viven con ánimo cristiano, se produce la paciencia. Esto lo llena de gozo. La paciencia no es cualquier cosa. Es algo más valioso de lo que a veces pensamos. Santa Teresa de Jesús dice, en una de sus poesías, "la paciencia todo lo alcanza", y un dicho francés afirma: "Con la paciencia se consigue todo".
San Pablo va en la misma línea de Santiago: "Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Romanos, 5,3-5). Pablo puede gloriarse y alegrarse hasta en las tribulaciones. Al igual que Santiago, experimenta que la tribulación, cuando se vive con ánimo cristiano, engendra la paciencia. Pero no sólo la paciencia. La paciencia engendra otras cosas buenas: virtud probada, esperanza y, el culmen, el amor de Dios. El amor de Dios es una gracia del Espíritu Santo. Esto produce gozo.
En su escrito, Francisco también concluye que la verdadera alegría está asociada a la paciencia y a la paz: "Te digo que, si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma". Profundicemos en la perfecta alegría desde varias perspectivas.
3. La alegría de Ser
El hecho de que Francisco diga que la perfecta alegría se experimenta en la adversidad, no significa que hay que esperar a que las cosas salgan mal para experimentar la perfecta alegría. En el fondo, está enseñando que la alegría se experimenta cuando aparentemente no hay ningún motivo para alegrase. Es la alegría de Ser.
La alegría está relacionada con el ser. Cuando somos conscientes de lo que somos, experimentamos alegría. Así de sencillo. Hay una relación entre el Ser, la consciencia del Ser y la perfecta alegría. Cuando somos conscientes de ser, podemos llegar a un "Estado" o una "Presencia" en la que permitimos que las cosas sean como son. Entonces experimentamos que ahí vive el Gozo permanente, gratuito, no condicionado por nada. El Ser es gozo. Ser es equivalente a alegría.
Esto tiene un fundamento teológico. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Y Dios es alegría. Nuestro ser fue creado por un Dios alegre y festivo. Está horneado con la masa de la alegría y en la alegría, tejido en la fiesta, impregnado de gozo. Dios nos hizo para/en la felicidad. Experimentar nuestro ser es experimentar la alegría, como diría Francisco de Asís, la "verdadera y perfecta alegría". Además, Dios es parte de nuestro ser, la parte más importante. Jesucristo vivo, resucitado, vive en nosotros como Espíritu de Vida y Gozo.
Cuando Tony de Mello describe la iluminación dice: "Es como la salida del Sol sobre la noche, de la luz sobre la oscuridad. Es la alegría que se descubre a sí misma, desnuda de toda forma"[5]. Nuestro ser es alegría. Cuando nos hacemos conscientes de nuestro ser y llegamos ahí, alcanzamos la dicha plena. No soy feliz porque sea guapo, joven, inteligente, educado, rico, exitoso, porque me ha ido bien. Soy feliz simplemente porque soy. El gozo es connatural al Ser.
El poeta español Jorge Guillén dice en su poesía "Más allá": "Destino: quiero ser. Ser, nada más; y basta. Es la absoluta dicha"[6]. Un filósofo y místico búlgaro, Omraam Mikhäel Aïvanhov, lo expresó de esta manera: "Alguien dice: 'Soy feliz porque...'. Pues bien, el solo hecho de que atribuya una causa a su felicidad, demuestra que no posee la verdadera felicidad. Porque la verdadera felicidad es una felicidad sin causa. Sí, ustedes son felices y no saben por qué. Encontraran que es maravilloso vivir, respirar, comer, hablar, y no saben por qué. No han recibido regalos, ni herencias, ni tienen bonitas mujeres... Son felices porque algo ha venido de arriba a incorporarse en ustedes, un elemento espiritual que ni siquiera depende de ustedes..., como un agua que mana del cielo. Para la mayoría de los humanos la felicidad está ligada a las posesiones: casas, dinero, decoraciones, gloria..., o bien mujeres o hijos. No, la verdadera felicidad no depende de ningún objeto, de ninguna posesión, de ningún ser; viene de arriba, y se asombran al descubrir en ustedes mismos, sin cesar, este estado de conciencia superior. Se alegran y ni siquiera saben por qué. Esta es la verdadera felicidad"[7].
4. Ser y pensamiento
Para entender mejor la alegría de ser, comparemos el ser y el pensamiento.
Si nuestro ser fuera un iceberg, el pensamiento sería como la punta del iceberg. Usando otra imagen, el pensamiento es como la orilla del mar, en movimiento constante, con las olas que van y vienen, inestable. Con frecuencia, nos distrae de nuestro ser más profundo. Hace que estemos en otros lugares y en otros tiempos diferentes al presente. Si ustedes observan, cuando estamos en el pensamiento estamos en los recuerdos, proyectos, preocupaciones, en un diálogo continuo con nosotros mismos. Hay que ir mar adentro para encontrar la calma.
Además, el pensamiento tiende a etiquetar cada hecho, acontecimiento, circunstancia, objeto, persona como "agradable" o "desagradable". Cuando sucede algo que calificamos de "agradable", aparecerá el bienestar; cuando, por el contrario, suceda algo etiquetado como "desagradable", surgirá el malestar. Muchas veces no sufrimos tanto por los hechos que ocurren, sino por la interpretación que hacemos de ellos. Por ejemplo, ver a una persona que detestamos nos causa enfado. Pero el amigo de esa persona lo ve y se alegra. Escuchar determinada canción a una persona puede ponerle los nervios de punta y a otra alegrarlo. ¿Qué hacer? Dejar de etiquetar. ¿Cómo?
Podemos dejar de etiquetar si tomamos distancia de nuestros pensamientos. No significa que el pensamiento no sea importante y no debamos usarlo. Lo que pasa es que somos más que el pensamiento. Lo mejor de nosotros mismos está más allá del pensamiento. Además, como lo hemos dicho, el pensamiento está interpretando continuamente, automáticamente lo que sucede, está juzgando, etiquetando. Al ir más allá del pensamiento y su obsesión de etiquetar, accedemos a un Presente, a un Espacio, a una Presencia atemporal e infinita, que es plenitud. Es un espacio sin forma. En el pensamiento hay formas, aquí no. Mientras que el pensamiento es estrecho este espacio es amplio, parece ilimitado. El pensamiento puede ser tan angosto que estar ahí puede crear angustia. Estar en este espacio nos da la sensación de libertad.
Ejercicio. Cuando observamos nuestros pensamientos o somos conscientes de que estamos pensando, empieza a abrirse un espacio amplio alrededor de los pensamientos. Ese espacio es consciencia, pero una consciencia sin pensamiento, sin juicios, sin forma. Estar en este espacio nos descansa, nos hace estar simplemente con nosotros mismos, en esa parte de nosotros mismos que no es pensamiento. Como es espiritual, no hay materia ni forma. Esta experiencia tiene sabor de plenitud. Hacia esa experiencia Jesús quiere llevar a sus discípulos.
5. Nuestros nombres escritos en el cielo
San Lucas narra que Jesús envió a sus discípulos a anunciar el reino de Dios. Y describe el regreso. El regreso está marcado por la alegría:
Los setenta y dos volvieron llenos de alegría, diciendo: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Jesús les dijo: He visto a Satanás cayendo del cielo como un rayo. Les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para dominar toda potencia enemiga, y nada los podrá dañar. Sin embargo, no se alegren de que los espíritus se les sometan, alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo. En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos (Lucas 10,17-24).
Lo típico es asociar la alegría con resultados satisfactorios. Pero es una alegría condicionada y amenazada por la posibilidad de no alcanzar los resultados esperados. Jesús les dice: "No se alegren de que los espíritus se les sometan, alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo". El motivo del gozo no son los logros obtenidos, sino algo mucho más fundamental y gratuito, a salvo de cualquier amenaza: la certeza de que "sus nombres están inscritos en el cielo". ¿Qué significa esto?
En el Antiguo Oriente se inscribían los nombres en los registros reales. El profeta Malaquías toma esa imagen para hablar de los salvados: "En la presencia del Señor se ha escrito un libro en el que figuran todos los que son fieles al Señor y honran su nombre" (3,16). Los fieles han sido inscritos en el libro de la Vida. Y esto de modo irrevocable. La palabra de Jesús puede leerse en el sentido de que estamos "resguardados" en Dios y no hay nada ni nadie que pueda separarnos de Él. Estamos salvados. Esta es la razón de la confianza inquebrantable de san Francisco. A ella se remite en su vida cotidiana, de ella bebe. Es la certeza de estar siempre y para siempre en Dios. Por eso, adoptó como firma la tau, una letra del alfabeto griego. Según el Apocalipsis los salvados eran marcado con una tau "No causen daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios" (Ez 9,4; Apocalipsis, 7.2).
Que "nuestros nombres están inscritos en el cielo" revela nuestra identidad. ¿Qué somos? Somos-en-Dios, sin costuras ni separación alguna; o, mejor, Él-es-en-nosotros. San Juan evangelista dice. "Tú en mí y yo en Ti" (Jn 17,23). Al tomar conciencia de nuestra identidad, emerge el gozo. Y es gratuito. Sin mérito alguno, nuestros nombres están escritos en el cielo. Tampoco es el resultado de algún esfuerzo. Es, sencillamente, la naturaleza misma del Ser. Situados ahí, sabemos, como Jesús, que "Satanás ha caído del cielo como un rayo", es decir, que el mal no tiene ningún poder real sobre la obra de sus Manos. Entonces podemos experimentar la promesa de Jesús: "Volveré a verlos y se alegraran con una alegría que nadie les podrá quitar" (Jn 16,22). Esta es la verdadera y perfecta alegría: nada ni nadie la puede quitar.
Que el mal no afecta sustancialmente al Ser lo han enseñado diversos pensadores cristianos. Para Diádoco de Foticé, uno de los Padres del desierto[8], el mal no es algo sustancial. Es sólo la "negación del bien". Escribe: "El mal no está en la naturaleza, y nadie es malo por naturaleza pues Dios no hizo nada malvado. Cuando alguien, por ambición, lleva al estado de forma aquello que carece de sustancia, esto comienza a ser lo que su voluntad le hace ser. Es importante, entonces, en una preocupación constante por el recuerdo de Dios, despreciar el hábito del mal, ya que la naturaleza del bien es mucho más fuerte que el hábito del mal, puesto que una es, mientras que la otra sólo tiene existencia en el acto"[9]. El mal existe, pero no pertenece a la naturaleza de lo creado. Es un accidente en el cual el ser humano es particularmente responsable. No llega a dañar el núcleo del Ser. Solamente afecta la periferia. Y esto no es simple teoría. Si vamos al núcleo de nuestro ser, a lo que san Juan de la Cruz llama el "más profundo centro", comprobamos que ahí no hay ni sombra de maldad. En último término, el centro del universo es Dios mismo.
Teilhard de Chardin, un gran intelectual y místico católico, escribe en El Medio Divino su experiencia frente al mal del mundo. "Señor, ayuda mi incredulidad. Tú mismo lo sabes, Señor, porque humanamente has sentido angustia. El Mundo, en ciertos días, se nos aparece como una cosa espantosa: inmenso, ciego, brutal. Nos zarandea, nos arrastra, nos mata, sin prestarnos atención (…) En todo instante, por todos los resquicios, hace irrupción en ella la gran Cosa horrible, esta que nos esforzamos por olvidar, por no pensar que está siempre ahí, del otro lado del tabique: fuego, peste, tempestad, terremoto, desencadenamiento de oscuras fuerzas morales, se llevan en un instante, y sin consideraciones, lo que habíamos construido y ornado penosamente con toda nuestra inteligencia y nuestro corazón.
Dios mío, ya que por mi dignidad humana me está vedado cerrar los ojos como una bestia o como un niño —para que no sucumba a la tentación de maldecir al Universo y a quien lo hizo—, haz que lo adore, viéndote escondido en él. Señor, repíteme la gran palabra liberadora, la palabra que a un mismo tiempo revela y opera. Señor: Esto es mi cuerpo. En realidad, la Cosa enorme y sombría, el fantasma, la tempestad, si queremos, eres Tú. Yo soy, no teman. Todo cuanto en nuestras vidas nos espanta, lo que a Ti mismo te consternó en el Huerto, Señor, en el fondo no son más que Especies o Apariencias, la materia de un mismo Sacramento.
Creamos solamente. Creamos con mayor fuerza y más desesperadamente cuanto la Realidad parece más amenazadora y más irreductible. Y entonces, poco a poco, veremos al Horror universal distenderse para sonreírnos primero y tomarnos en sus brazos más que humanos luego.
No, no son los rígidos determinismos de la Materia y de los grandes números los que confieren al Universo su consistencia: son las ágiles combinaciones del Espíritu. El azar inmenso y la inmensa ceguera del Mundo sólo son una ilusión para el que cree. La fe es la sustancia de las cosas"27.
¿Por qué permite Dios el mal? San Agustín responde: "Dios no puede permitir el mal sino por la posibilidad que tiene de transformarlo en bien". Para el que cree, el mal se transforma en bien por el poder de Dios. Probablemente San Agustín pensaba en Rm 8,28: "En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman". Teilhard de Chardin sigue esta línea de pensamiento. Escribe: "Dios, con tal que nos entreguemos a Él amorosamente, sin alejar de nosotros las muertes parciales (los problemas), ni la muerte final, que esencialmente forman parte de nuestra vida, las transfigura al integrarlas en un plano mejor. Y a esta transformación están no sólo admitidos nuestros males inevitables sino también nuestras faltas, incluso las más voluntarias, con tal de que las lloremos. Para quienes buscan a Dios, no todo es inmediatamente bueno, pero sí es susceptible todo de llegar a serlo: Omnia convertuntur in bonum[10].
Saber que nuestros nombres están escritos en el cielo indica no sólo que el mal puede sobrecogernos, pero no destruirnos, sino también que ahora podemos saborear ya el cielo. Cuando entramos en "el más profundo centro" de nuestro ser entramos en "nuestro cielo" (Santa Teresa de Jesús), entramos en la eternidad. Esto nos llena de alegría. Experimentar el cielo es experimentar la verdadera y perfecta alegría.
El biblista Gerhard Lohfink publicó un libro, ¿Es esto todo lo que hay? (Is This All There Is?), sobre la resurrección y la vida eterna[11]. En este libro afirma que la forma más alta de oración es la adoración. Pero, ¿qué significa "adorar" a Dios? Lohfink responde: "En la adoración no buscamos nada más de Dios. Cuando me lamento ante Dios, es normalmente mi propio sufrimiento el punto de partida. También cuando hago una petición, la ocasión es frecuentemente mi propio problema. Necesito algo de Dios. E incluso cuando doy gracias a Dios, por desgracia estoy normalmente agradecido por algo que he recibido. Pero cuando adoro, me dejo ir de mí y miro sólo a Dios".
Jesús nos invita a pedir a Dios cualquier cosa que haya en nuestro corazón: "Pidan y recibirán". Petición y acción de gracias son buenas formas de oración; pero, al rezarlas, estamos siempre enfocándonos de alguna manera a nosotros mismos, nuestras necesidades o nuestras alegrías. En cambio, en la adoración, contemplamos a Dios o algún atributo de Dios (belleza, bondad, amor, armonía, paz) de tal manera que todo lo demás desaparece de la consciencia. La persona de Dios, su Belleza, su Bondad, su Paz apartan nuestras mentes de nosotros mismos y nos sitúan fuera de nosotros. Es lo que se llama éxtasis (del griego ek/stasis: estar fuera de uno mismo). Estar en adoración es estar en éxtasis.
Un ejemplo de adoración es la oración de san Francisco titulada Alabanzas al Dios Altísimo. Las escribió de su puño y letra luego de recibir las heridas de Cristo en el Monte de La Verna. "Tú eres amor, caridad; tú eres sabiduría, tú eres humildad, tú eres paciencia, tú eres belleza, tú eres mansedumbre, tú eres seguridad, tú eres quietud, tú eres gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres justicia, tú eres templanza, tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción. Tú eres belleza, tú eres mansedumbre; tú eres protector, tú eres custodio y defensor nuestro; tú eres fortaleza, tú eres refrigerio. Tú eres esperanza nuestra, tú eres fe nuestra, tú eres caridad nuestra, tú eres toda dulzura nuestra, tú eres vida eterna nuestra: Grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador". De tal manera lo ha atrapado Dios que "ha rebañado su ser, sacándolo de si en el 'tú' repetido y sostenido de esta alabaza, expresión tanto de su admiración y adoración cuanto de su convicción —que encontramos también en otros lugares— de que con Dios no se acaba nunca"[12].
Además, para Lohfink, la adoración es también una manera de estar en el cielo ya ahora y de experimentar el tiempo como será en el cielo, es decir, experimentar la eternidad: "En el milagro de la adoración, ya estamos con Dios, enteramente con Dios, y se remueve la frontera entre el tiempo y la eternidad (…) En ella yo ofrezco mi propia vida a Dios, en silencio; y con ella, el mundo entero, reconociendo a Dios como Creador, como Señor, como el único al que pertenece todo honor y alabanza. La adoración es la oblación de la vida de uno a Dios. La adoración es abandono. La adoración significa entregarse enteramente a Dios. En cuanto nos ponemos en adoración, empieza la eternidad, una eternidad que no separa del mundo, sino que nos abre a él enteramente". En el momento de la adoración, estamos saboreando el cielo por anticipado. La eternidad será como dice la Segunda Carta de Pedro "ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día" (2 Ped 3,8).
6. La verdadera y perfecta alegría es pura Gracia
En su escrito, san Francisco no habla de cualquier alegría, como por ejemplo la alegría que viene por algún éxito obtenido o por una buena noticia, sino de la "perfecta", la "verdadera" alegría. ¿Puede haber algo humano perfecto y plenamente verdadero? Aunque pueda haber perfección humana, en realidad, todo lo terreno es imperfecto. Solamente Dios es plenamente verdadero y perfecto sin tiempo, sin límite ni fisuras. Por eso, cuando Francisco habla de verdadera y perfecta alegría está hablando de la alegría de Dios. Todo lo de Dios es perfecto. La perfecta alegría es la alegría de Dios en nuestro cuerpo y nuestra mente, nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro deseo, nuestra inteligencia y voluntad. Su Presencia enciende la alegría.
Dios es el motivo de la alegría de Francisco. Y es pura gracia. Por eso, puede tener alegría donde muchos han llegado al límite de su sabiduría. ¿Qué es lo que nos quiere decir san Francisco con su alegría y buen humor a toda prueba? "Cuando realmente las cosas te van mal, cuando no tienes ningún motivo para reír, entonces es el momento de sentir la alegría cristiana"[13].
Si la alegría es pura gracia, ¿podemos hacer algo nosotros? Claro que sí. Tenemos que poner algo de nuestra parte. ¿Qué podemos hacer nosotros? Básicamente dos cosas, que van relacionadas: El desprendimiento de nosotros mismos y la entrega confiada a Dios. Es una condición previa para que podamos sentir alegría en cualquier situación de la vida, incluso cuando según las medidas humanas deberíamos estar tristes. Hay algo que nos puede hacer felices cuando todos nos oprime. J. A. Guerra escribe, en su pequeño comentario al texto de la verdadera alegría de san Francisco: "La alegría verdadera no consiste en éxitos humanos, sino en la paciencia y la paz frente a la dureza de los demás, pues sólo así se revela si el blanco a que apunta y da nuestra fe es Dios en Cristo o nuestro propio yo; si realmente queremos dar o sólo recibir. Y vivir —lo había descubierto Francisco— es dar gloria a Dios"[14].
Busquemos dar gloria a Dios, entreguémonos a Él para conocer la verdadera alegría y la verdadera paz. "En la entrega a Dios puede el hombre ser feliz incluso en las situaciones de miseria casi insoportable, dando por supuesto que no se busque la propia felicidad… la entrega a Dios es la más indestructible e imperecedera alegría. Si nos aferramos a nosotros mismos, nos oprimirá todo cuanto de alguna manera ataca a ese sí mismo: enfermedad, sufrimiento, pobreza, deshonor, fracaso y muerte. Pero si uno se abandona a Dios, todo esto es de alguna forma el 'escenario del regocijo'. Los aconteceres concretos son, en el fondo, insignificantes. Estamos redimidos, salvados para siempre, hemos entrado para siempre en la alegría de Cristo"[15]. La alegría de san Francisco es un testimonio, una prueba, de lo que Dios puede hacer cuando una persona se entrega a Él confiadamente. Entonces, Dios tiene poder sobre el corazón de esa persona.
Francisco contempla desde Dios lo terreno y lo humano con sus límites, deficiencias, fragilidades, pecados. Por eso, lo hace con buen humor. Sabe que lo terreno y lo humano es imperfecto. Pero tiene la certeza de que todo lo imperfecto está rodeado por la gracia de Dios. Por eso ama el mundo a pesar de su imperfección, insuficiencia y su necesidad. O, mejor, ama el mundo precisamente en sus imperfecciones. Y da gracias a Dios por poder vivir en este mundo imperfecto.
La perfecta alegría lo lleva a la paz. En su relato de la perfecta alegría, Francisco desmonta los mecanismos que generan la cultura de la violencia. La verdadera alegría no está en la autoestima, ni en el reconocimiento ajeno, ni en hacer milagros o hablar en lenguas, sino en el amor, el perdón, la reconciliación. Sólo entonces –cuando brota el amor y el perdón- "irrumpe la perfecta alegría, que es una paz interior inalterable, capaz de convivir jovialmente con las más duras contradicciones; una paz que es fruto de la completa abnegación"[16].
Conclusión
La perfecta alegría es para todos. Es estable. Es profunda. No depende de una buena noticia. No necesita de diversiones, espectáculos o alcohol. Está más allá de nuestros estados de ánimo. Tiene más de estado espiritual que de bienestar biológico. La verdadera y perfecta alegría la llevamos permanentemente porque está en nuestro ser, pero no siempre conectamos con ella. San Francisco también estuvo triste. Cristo en el Huerto de los Olivos experimentó una tristeza mortal. ¿Qué hizo? Se retiro para encontrase a sola con su Padre. Entonces encontró la paz, signo de que había encontrado la verdadera y perfecta alegría. Es lo mismo que tenemos que hacer nosotros.
[1] Ejercicios para ser más feliz según Laurie Santos, la profesora que da el curso más popular en la historia de la Universidad de Yale, página Webb de la BBC de Londres, en https://www.bbc.com/mundo/noticias-42927052 (Consulta 11/05/2018).
[2] L. Boros, Experimentar a Dios en la vida, Herder, Barcelona 1982, p. 36-37.
[3] Germán Dehesa, Periódico El Norte (16 agosto 2010), Caminos vecinales.
[4] L. Boros, Experimentar a Dios en la vida, 36.
[5] A. de Mello, Autoliberación interior, Edición electrónica, p. 1. El subrayado es mío.
[6] El contexto del texto citado: Todo está concentrado/ Por siglos de raíz/ Dentro de este minuto,
Eterno y para mí./ Y sobre los instantes/ Que pasan de continuo/ Voy salvando el presente/ Eternidad en vilo./ Corre la sangre, corre/ Con fatal avidez./ A ciegas acumulo/ Destino: quiero ser./ Ser, nada más. Y basta./ Es la absoluta dicha./ ¡Con la esencia en silencio/ Tanto se identifica!
[7] Citado por Enrique Martínez Lozano, La perfecta alegría, en https://www.feadulta.com/anterior/Ev-EML_67-lc-10-1-20.htm (Consulta 02/05/2018).
[8] Vivió a mediados del siglo V. Fue obispo de Foticé (un rincón de Grecia). Su influencia ha perdurado, a través de los siglos, en los grandes autores espirituales bizantinos y rusos, como en los famosos Relatos del peregrino ruso, y en santos occidentales como Ignacio de Loyola y Teresa de Jesús. Su obra principal es: Cien capítulos sobre la perfección espiritual.
[9] AA. VV., La filocalia de la oración de Jesús, Lumen, Buenos Aires 1979, p. 65.
[10] P. Teilhard de Chardin, El medio divino, 44. Edición electrónica.
[11] Ron Rolheiser, Cuando el tiempo se para, en https://www.ciudadredonda.org/articulo/cuando-el-tiempo-se-para (Consulta 04/05/2018).
[12] J. A. Guerra, San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época, BAC, Madrid 1978, p. 25.
[13] L. Boros, Experimentar a Dios en la vida, 38.
[14] Jose Antonio Guerra, San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época, 85.
[15] Boros Experimentar a Dios en la vida, 38-39.
[16] L Boff, La oración de san Francisco. Un mensaje de paz para el mundo de hoy, Sal Terrae, Santander 2000, p. 75.
Recuperar lo que no brilla, lo humilde y sencillo
El poeta español del siglo XVI, Fray Luis de León, inicia su poema Vida Retirada con esta estrofa:
"Que descansada vida
la del que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida senda,
por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido"
Nuestra sociedad no sospecha de la riqueza contenida en esta "escondida senda". Vivimos en lo que Mario Vargas Llosa ha calificado como "la civilización del espectáculo"[1]. La avidez de aparecer y de brillar, el culto al poder y a la imagen lo invaden todo: el periodismo, la cultura, los deportes, la política, incluso la religión. Los medios de comunicación social nos han hecho creer que lo que no aparece en la televisión, la radio, los medios impresos... no existe, no es real.
Paradójicamente, en este mundo sofisticado, en donde el afán de lucir se ha vuelto tan relevante, se ha estado redescubriendo el valor de lo escondido, lo sencillo, lo humilde. Envueltos por el ruido y el estrés, esclavizados por la ambición de tener y poder, asfixiados por una sociedad que da culto al dinero y la ambición, que busca, por encima de todo, la fama y el éxito, son ya muchos y muchas los que están ávidos de serenidad y armonía. Se empieza a añorar la paz, la soledad querida y perseguida, la austeridad, el gozo de una vida sencilla, el contacto directo con la naturaleza, la meditación y el silencio para aproximarse a las raíces más hondas y escondidas de nuestro ser en donde reposa nuestra verdadera identidad.
1. El retorno a la sencillez
No es fácil apreciar lo sencillo. Teresa de Lisieux cuenta en su Autobiografía que Jesús mismo le reveló el secreto de la verdadera sabiduría: "Comprendí en que consistía la verdadera gloria. Aquel cuyo Reino no es de este mundo me reveló que la verdadera sabiduría consiste en 'querer ser ignorada y tenida en nada'..."[2]. En último término, se necesita la revelación de Jesús para comprender el valor de lo escondido.
Ahora bien, esta "revelación" no se da, generalmente, de manera espectacular o dramática, ni tiene que acontecer en un templo, ni el contendido debe ser exclusivamente religioso. Sucede, generalmente, en la cotidianidad.
Desde hace varias décadas, existe el minimalismo. Originalmente era una tendencia de la arquitectura caracterizada por la extrema simplicidad de sus formas. Cuando alcanzó su madurez influyó en el diseño, la pintura, la moda, la música, la teología.
Lo característico del minimalismo es centrar la atención en las formas puras y simples, decir lo máximo con lo mínimo, simplificar todo. Se usa para referirse a cualquier cosa que se haya desnudado a lo más esencial, despojado de elementos sobrantes o que proporcione sólo un esbozo de su estructura Se aplica también a grupos o individuos que reducen sus pertenencias y necesidades al mínimo.
Elaine St. James, una alta ejecutiva norteamericana, cuenta en su libro Simplifica tu vida que un día tomó la decisión de simplificar su vida altamente complicada. Su atención estaba enfocada en los últimos avances tecnológicos, en una lucha desenfrenada por poseer el mayor número de bienes materiales posible, en escalar puestos sociales cada vez más elevados. Pero un día, ella y su esposo abrieron los ojos: "Finalmente tuvimos que enfrentarnos al hecho de que lo único que habíamos conseguido, en nuestro atracón de poder, era una indigestión"[3]. Entre los muchos consejos que ofrece están los siguientes: trasládese a una casa más pequeña, adquiera un coche sencillo, simplifique su vestuario, deshágase de todo lo innecesario.
Lo más sorprendente es que la sencillez ha llegado también al mundo de los negocios. Jack Trout, especialista en eficacia y competitividad, se dio cuenta que el progreso tecnológico y económico había complicado mucho el mundo de los negocios. Entonces escribió su libro El poder de la simplicidad en los negocios[4]. La idea común era que, frente a la complejidad creciente, hay que crear estructuras cada vez más complejas. Esta actitud ha provocado una evolución tan acelerada que cuando se están implementando las técnicas administrativas más recientes ya están obsoletas y se hace necesario pasar a la siguiente generación, creando así una situación de ansiedad y de inestabilidad que afecta a la organización y la hace menos productiva. Por eso, Trout propone cambiar de estrategia, hacer más simple la organización. Es algo que han hecho empresas exitosas. Por ejemplo, empresas que antes manejaban muchos productos o servicios los han ido reduciendo y se han concentrando en los esenciales. Esto les ha ayudado a crecer.
Trout propone desarrollar una mente sencilla y ordenada puesto que puede pensar con mayor claridad y tomar las decisiones correctas. Sin embargo, no hay que confundirnos. Llegar a la sencillez puede ser una ardua tarea: "lo más simple no es, necesariamente, lo más fácil, pero tal vez sí lo más conveniente"[5].
2. El "brillo" de lo que no brilla
La memoria colectiva está poblada de hombres y mujeres sencillos que cambiaron la historia. Muchos han alcanzado gran notoriedad. Detengámonos en algunos de ellos.
Un fraile bien dotado, apuesto y simpático, de finos modales y conversación elegante, le lanzó esta pregunta a Francisco de Asís: "¿Por qué todo el mundo va detrás de ti, y no parece sino que todos pugnan por verte, oírte y obedecerte? Tú no eres hermoso de cuerpo, no sobresales por la ciencia, no eres noble. Y, entonces, ¿por qué todo el mundo va en pos de ti?"
La pregunta sigue en pié, ¿cómo es posible que un hombre que vivió en plena Edad Media, que se definía a si mismo como "pequeño", "simple", "menor" continúe siendo tan actual, admirado por propios y extraños, y ejerciendo un influjo nada despreciable en tantos hombres y mujeres? ¿A qué se debe que este hombrecillo sea haya convertido en un ícono de sabiduría? La respuesta es simple: se hizo pequeño. En Francisco advertimos el valor, la magia, la fascinación de lo sencillo, lo escondido, lo humilde, lo que no cuenta.
Y es que Dios tiene predilección por lo pequeño. La Biblia nos habla de esta predilección de Dios. Él se manifiesta en la brisa suave, los vientres estériles, la zarza ardiendo, los pobres, la debilidad del niño de Belén, el fracaso de la cruz. Las cosas y personas sencillas tienen la particularidad de revelar la grandeza divina.
El prototipo del hombre sencillo y humilde es Jesús de Nazaret. Desde su nacimiento hasta su muerte ocupó el último lugar. No fue un brillante profesor de religión, sino un aldeano que portaba el misterio de Dios. Él dijo que Dios se revela a los sencillos: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños"[6].
A pesar de que dividió el tiempo en un antes y un después, Jesús vivió la mayor parte de su vida -alrededor de 30 años- "escondido" en una ladea insignificante de un país pobre, sojuzgado por el imperio de aquel tiempo. Frente a la tendencia humana de buscar aplausos y honores, él recomendaba buscar lo "secreto", lo "escondido" porque es el lugar favorito del Padre, donde Él habita y pone sus ojos: "... para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará"[7].
Este hombre sencillo amaba de manera particular las cosas simples. La mirada de Jesús descubría la presencia discreta de Dios en las cosas más sencillas y ordinarias: la lluvia, el sol, las flores silvestres, los pájaros del cielo, la historia cotidiana de los seres humanos.
Así como en los hombres y mujeres sencillos existe un brillo particular, así también existe en las cosas. El cero es el número que no tiene valor. Sin embargo, sin este número aparentemente insignificante muchas ciencias complejas como la física, la química o las matemáticas no estarían completas. Para referirnos a alguien que carece de valor decimos: "Es un cero a la izquierda". Pero cuando ese cero se cambia de posición, se vuelve valioso. Unos cuantos ceros pueden incrementar notablemente el valor de las cosas. El número no cambia su naturaleza, sigue siendo cero, pero al ponerlo en otro lugar adquiere valor. Eso mismo sucede cuando cambiamos de perspectiva: las cosas sencillas y humildes, aparentemente insignificante, cobran valor.
Tendemos a dar poca importancia a los detalles y a las cosas pequeñas. Nos dejamos encandilar por las cosas complejas y espectaculares, corremos tras de ellas frenéticamente y terminamos agotados, incapaces de disfrutar lo que tenemos. Benjamin Franklin decía: "La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días".
Estamos rodeados por cosas sencillas que se esconden a nuestra mirada distraída. No tenemos tiempo para mirar las estrellas. Sería bueno que un día de estos contemplemos un amanecer: los rayos del sol que acarician lo que tocan, el canto de los pájaros que saludan el nuevo día, la multitud de pequeños animales que hacen sentir que en la tierra estalla la vida por doquier. Pongamos atención a este ritual que generalmente nos pasa inadvertido y observemos lo que sucede en nuestro ánimo.
Las cosas sencillas de la vida nos hacen sentir vivos. Si cada día pudiéramos detenernos en esas pequeñas cosas que nos rodean, tal vez nuestro día se llenaría de armonía y paz interior. La contemplación de las cosas pequeñas y humildes nos lleva a descubrirnos a nosotros mismos desde lo sencillo. Si nos detenemos unos minutos en nuestro propio ser, descubrimos la grandeza de la vida que nos envuelve, nos acoge, nos invita a vivirla y sentirla. Entonces nos percatamos de la fuerza escondida en nuestro interior y nos sentimos grandes en nuestra pequeñez, seguros en nuestra debilidad. Entonces nos amamos con nuestras virtudes y defectos, nuestra grandeza y fragilidad.
No esperemos el día en que extrañaremos las cosas simples que no supimos y no quisimos valorar.
3. El valor de lo sencillo
Quizá hemos asociado humildad y sencillez con mediocridad y apocamiento. Pensamos que una persona simple es una persona tonta. Jack Trout, escribe: "A lo largo de los años, ser llamado 'simple' nunca ha sido un halago. Y ser llamado 'simplista' o 'simplón' de plano ha sido ofensivo, ya que significa ser estúpido, bobo o débil mental. No es de extrañar que las personas teman ser simples"[8]. Estamos ante una apreciación equivocada de la simplicidad.
Parece ser que en nuestra cultura científico-técnica no hay lugar para la sencillez. Pero no es así. El filósofo franciscano Guillermo de Ockam (1280/88-1349), uno de los fundadores del método científico, formuló el principio de economía de pensamiento o "navaja de Ockam". Aplicando la sencillez franciscana, establece que "los entes no deben multiplicarse sin necesidad"[9]. Traducido al campo científico, el principio quedaría así: hay que evitar una explicación compleja cuando es suficiente una explicación más simple, dicho de otro modo, es soberbia hacer con más lo que se puede hacer con menos.
La idea de asociar la sencillez con la verdad no era nada nuevo en el siglo XIV. Se encuentra ya en la Física de Aristóteles. El principio formulado por Ockam muestra que ¡nos acercamos más a la realidad objetiva en la medida en que nos hacemos sencillos!
La "navaja de Ockam" sigue siendo un elemento central del llamado método científico y la herramienta responsable de los espectaculares logros de la ciencia actual. A pesar de que se puede hacer un uso indebido de ella, ha demostrado a lo largo de la historia su poder metodológico. Resulta útil para la ciencia en el análisis de las observaciones y en la presentación de los resultados.
Albert Einstein, una de las mentes más brillantes y creativas de los últimos tiempos, decía: "Posesiones, éxito exterior, publicidad, lujos; para mí, todo eso siempre fue desdeñable. Creo que una vida sencilla y sin pretensiones es lo mejor para todos, mejor para el cuerpo y la mente"[10]. De hecho, su famosa fórmula matemática de la relatividad -considerada la fórmula del siglo XX- que nos introdujo en la era atómica, es de una simplicidad asombrosa: E=MC².Los genios prefieren la simplicidad.
Cuando perdemos la sencillez, la "ingenuidad", no solamente nos alejamos de la realidad objetiva, sino también perdemos el secreto de la alegría profunda. Eloi Leclerc analiza al hombre típico de nuestra civilización científica y técnica: "Toda su ciencia y todas sus técnicas le dejan inquieto y solo. Solo ante la muerte. Solo ante sus infidelidades y las de los otros, en medio del gran rebaño humano. Solo en sus encuentros con sus demonios, que no le han desertado. En algunas horas de lucidez el hombre comprende que nada, absolutamente nada, podrá darle una alegría y profunda confianza en la vida, a menos que recurra a una fuente que sea al mismo tiempo una vuelta al espíritu de infancia. La palabra del Evangelio no ha aparecido jamás tan cargada de verdad humana: 'Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos´"[11]. He aquí otra verdad: la sencillez está asociada al espíritu de infancia.
La sabiduría de la naturaleza nos muestra que los seres más humildes y despreciados son más valiosos de lo que imaginamos. Pensemos en las lombrices de tierra. ¿Quién puede interesarse por ellas? Los niños que todavía están abiertos a la novedad de la vida, los científicos que las estudian y los pescadores que las usan de carnada.
Aparentemente, estos pequeños animalitos son los seres más atrasados e inferiores del reino animal. No tienen ojos, ni patas, ni manos, ni huesos, ni cerebro. Pero son una bendición para los jardines y los prados. Con su incesante comer y digerir tierra, van cavando túneles subterráneos por donde circula el aire y penetra el calor del sol que fecunda la tierra.
Mientras excavan para hacer sus túneles, ingieren partículas de suelo y digieren los restos orgánicos transformándolo en abono. En épocas húmedas, arrastran hojas al interior de la tierra para alimentarse. Al hacer todo esto, remueven, airean y enriquecen el suelo, contribuyendo a que se mantenga fértil. Así, van transformando los suelos de pobres en ricos.
Miremos a nuestro alrededor. Existen muchos seres humanos que son despreciados: los pobres, los iletrados, los discapacitados, los "vulgares"... No tienen fuerza económica ni política. Pensemos en las empleadas domésticas, en los indígenas, en los campesinos y pescadores pobres, en los obreros...
Esas personas tan humildes tienen un gran valor. Aunque a muchos les parezca que no sirven, son como las "lombrices" de la sociedad que la enriquecen y transforman. Desde el punto de vista espiritual, son moradas de Dios, templos del Espíritu. Su dignidad es grande.
La sencillez no solamente nos acerca más a la realidad objetiva, también nos acerca más a Dios. Albert Einstein estaba de acuerdo con un principio teológico. Decía: "Dios es simple. Todo lo demás es complejo. No busques valores absolutos en el mundo relativo de la naturaleza". Dios es simple. La pequeñez es la puerta de entrada a la grandeza del Absoluto. En último término, aquí radica el atractivo y la grandeza de lo sencillo, lo humilde, lo escondido. Dios nos espera en lo sencillo de la vida.
Albert Camus, en su obra Los justos, pone en boca de uno de los personajes, Yanek Kaliayew, la leyenda de San Dimitri: "Tenía una cita con Dios en la soledad; pero de camino se detuvo en ayudar a un campesino; cuando llegó al lugar de la cita, Dios ya no estaba allí". Yanek comenta: "Hoy son muchos los que llegarían tarde a la cita con Dios, porque hay muchas miserias en el mundo".
La primera vez que escuche está leyenda sufrí un shock. Pensé que Dios era impaciente, exigente, insensible, injusto. Ahora entiendo que la cita con Dios se realiza en el encuentro con el hombre sencillo. Dios no esperaba a Dimitri -por ahora- en la soledad, sino en el campesino necesitado. Ahí nos sigue esperando.
Conclusión
Urge regresar a un estilo de vida sencillo. Lo pide la ecología humana y la ecología ambiental. Nuestro estilo de vida sofisticado amenaza con extinguirnos como especie. En un mundo donde hemos perdido sensibilidad para lo sencillo, Mahatma Gandhi nos recuerda: "Necesitamos vivir simplemente para que otros puedan simplemente vivir".
[1] Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, en Letras Libres, febrero 2009, pp.14-22.
[2] Teresa de Lisieux, Historia de un alma, cap. VII.
[3] Elaine St. James, Simplifica tu vida. Pistas para moderar la marcha y disfrutar de las cosas importantes, Integral, Barcelona 1997, 18.
[4] Jack Trout, El poder de la simplicidad en los negocios, Mc Graw Hill, México 1999. Otro libro que tiene un temática semejante es: Carlos Llano, Humildad y liderazgo. ¿Necesita el empresario ser humilde?, Ruz) México 2004.
[5] En el Prólogo del libro de J. Trout, escrito por Carlos Llano Cifuentes, XIII.
[6] Mt 11, 25.
[7] Mt 6, 18.
[8] J. Trout, o.c., 5.
[9] Tito Ureta, En el filo de la navaja de Occam, Editorial Universitaria, Santiago - Chile 2004.
[10] J. Trout, o.c., 180.
[11] Eloi Leclerc, Sabiduría de un pobre, Marova, Madrid 1992, p. 20.
Francisco de Asís y la ecología
Al situarme frente a la creación y contemplarla largamente, quedo asombrado. Pienso, por ejemplo, en el misterio del ser y de la vida -sobre todo de mi propio ser y de mi propia vida-, del bien y del mal, del tiempo y del espacio. Experimento su grandeza, su belleza y su aparente indiferencia ante la historia atribulada del ser humano. A pesar de su enorme belleza y bondad, tiene un poder destructivo sobrecogedor: tornados, huracanes, terremotos, erupción de volcanes, tsunamis, incendios forestales, sequías, inundaciones, plagas... Reflexiono sobre el calentamiento global y los pronósticos de un posible colapso ecológico. Entonces siento mi pequeñez, mi fragilidad y mi impotencia. La creación es el lugar de la fiesta y de los cantos gozosos, pero también de los "dolores de parto" y de los "gemidos"[1].
San Francisco de Asís ha sido proclamado Patrono de la ecología y de los movimientos ecologistas por el Papa Juan Pablo II (29 noviembre 1979)[2]. Este hecho pone de manifiesto la importancia de la aportación franciscana a la ecología. No es raro encontrar en autores no franciscanos -incluso, no católicos ni cristianos- la referencia a San Francisco[3]. ¿Cuál es la actitud franciscana ante la creación? Digamos algunas palabras[4].
El hombre ha manipulado y violentado la naturaleza por diversos motivos. Primero fue por miedo y por defensa propia. Ahora lo hace por codicia, por afán desmedido de lucro. En contraste con esta actitud de miedo o codicia está la actitud de Francisco de Asís. En él ha desaparecido el miedo y la codicia, dando lugar a una "total reconciliación paradisíaca del hombre con su universo"[5]. En Francisco se ha hecho realidad la utopía del Paraíso, en donde "serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos" (Is 11,6). Los testigos de su vida quedaron fascinados por su manera de relacionarse con todo lo creado. Tomás de Celano escribió:
¿Quién podrá explicar la alegría que provocaba en su espíritu la belleza de las flores, al contemplar la galanura de sus formas y al aspirar la fragancia de sus aromas? ... En fin, a todas las criaturas las llamaba hermanas, como quien había llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios, y con la agudeza de su corazón penetraba, de modo eminente y desconocido a los demás, los secretos de las criaturas (1Cel 81)
No sólo sentía un gozo inefable por las creaturas bellas como santa Clara, el "hermano sol" o la "hermana agua" (Cánt). Ha sido afable y cordial incluso con el temible lobo de Gubio (Florecillas 20) y los ladrones de Borgo San Sepolcro (EP 66), con la hierba mala (2Cel 165), con los enfermos (LM 8,5) y los apocados (neuróticos) a quienes consideraba como frágiles criaturas (2Cel 177), con sus propias penas a las que veía no como enemigas sino como hermanas (2Cel 212). Su ternura se volcaba sobre las cosas más insignificantes: recogía los gusanos del camino para que no fueran aplastados (1Cel 80), andaba con reverencia sobre las piedras en atención a aquel que es la piedra angular (2Cel 165). El universo de Francisco estaba cristificado (LM 8,6). No quería apagar el fuego que ardía en su propia túnica; en invierno daba miel y vino a las abejas para que no perecieran (2Cel 165); prohibía a sus hermanos cortar los árboles de raíz con la esperanza de que pudieran brotar de nuevo (2Cel 165), mandaba a los jardineros que dejaran siempre un rincón en el jardín para que creciera libremente todo tipo de hierbas (2Cel 165), incluso las hierbas malas. Al final de sus días recibe a la muerte como hermana y pide ser colocado desnudo sobre la tierra madre.
En Francisco, el hombre ha recuperado la inocencia original. Su simpatía con todo lo creado es la del primer hombre y la primera mujer antes de salir del Paraíso. En él está la transparencia, la pureza, el asombro de los niños (Cf. Mt 18,3). Tomás de Celano le aplica el texto de Rm 8,19-23: "a todas las criaturas las llamaba hermanas, como quien había llegado a lo gloriosa libertad de los hijos de Dios" (1Cel 81). Viviendo la gloriosa libertad de los hijos de Dios, san Francisco podía participarla a una creación que espera ser liberada de la esclavitud de la corrupción.
Con su ternura y cordialidad hacia lo creado, Francisco ha posibilitado una nueva creación. En efecto, con su actitud de simpatía ha provocado que los ladrones de Borgo San Sepolcro se hicieran frailes y que el temido lobo de Gubio se volviera hermano. Por eso podemos decir que el universo de Francisco está lleno de magia: los lobos se convierten en hermanos y los ladrones en frailes. He aquí como Francisco recrea las criaturas. Los demás veían con temor al lobo, lo trataban como lobo: era un lobo. Francisco sigue otro camino. No ve un lobo sino un hermano. Te veo como hermano, te trato como hermano: eres un hermano. Con estas actitudes posibilita una nueva creación. Esta es una de las enseñanzas fundamentales del Hermano de Asís. La nueva creación en torno a mí surge cuando cambio mis actitudes viejas y mi vieja percepción del mundo que me rodea. Cuando trato a los demás con amabilidad y cortesía, el mundo que me rodea comienza a ser amable y cortés; cuando mis actitudes son neuróticas creo un universo neurótico en torno a mí.
El Pobrecillo de Asís ha hecho del universo un lugar fascinante y maravilloso. Lo creado se ha convertido en un camino abierto para llegar a la bondad, a la sabiduría, al poder de Dios[6]. San Buenaventura escribió: "A impulsos de su indecible devoción, percibía la bondad infinita de Dios en cada una de las criaturas como en otros tantos arroyuelos que manan de aquella fuente inagotable" (LM IX,1; cf. EP 113). La actitud del santo de Asís no es la del científico ni la del filósofo, sino la del místico: "Para Francisco no se trata ya de entender el sentido de las cosas, sino de comprenderlas en su verdad, acogiéndolas en su amor puro y consagrante" [7]. Con toda razón ha sido nombrado patrono de los ecologistas.
En su Cántico de las Criaturas Francisco se dibuja a sí mismo y dibuja una creación reconciliada en Jesucristo. Fue compuesto al final de su largo y áspero itinerario espiritual. Su contexto inmediato es una noche de sufrimientos y de ratas que desembocó, paradójicamente, en la certeza de que Cristo le participaría de su Reino (LP 43; 2Cel 213). Por eso, es el canto gozoso del hombre que se sabe y se siente salvado[8].
El Cántico expresa dos movimientos aparentemente opuestos, pero plenamente integrados en la experiencia franciscana: 1) el impulso de comunión con todas las criaturas, con los elementos cósmicos más humildes, 2) el impulso de comunión con el Dios Altísimo que está por encima de toda criatura. Estos dos movimientos dan vida al Cántico. En el poema, la creación está llena de magia, esplendor e inocencia. Las creaturas son "hermanas" y "hermanos. L. Profili, en su obra El libro de la creación leído con san Francisco,escribe también desde su propia experiencia: "La primera relectura del Cántico la he hecho personalmente en san Damián, en Asís, cuando yo era un joven estudiante de teología, mientras subía las pequeñas escaleras entre las desnudas piedras de las paredes, y sobre la pequeña terraza debajo de la cual Francisco lo había compuesto. La conmoción fue profunda: en mi conciencia se grabaron de manera imborrable aquellos sentimientos de alabanza amorosa a Dios y de afecto a todos los seres, hijos suyos, donados a nosotros como hermanos y hermanas" [9]. Si san Francisco llama "hermanos" y "hermanas" a los elementos cósmicos, materiales, no es para hacer una poesía artificial, fría y falsamente ingenua. Son palabras nacidas al calor de la vida y de las emociones: "esta declaración de hermandad es la confesión de una intimidad y hasta cierta consanguinidad vivida, sentida, probada... Es el lenguaje de un hombre que vive cerca de las cosas y las siente existir con él misteriosamente ligadas emparentadas con su destino, de un hombre al que las cosas inspiran sentimientos verdaderamente fraternos"[10].
Leamos el Cántico sin prisas, contemplativamente y dejémonos conmover por la emoción y el sentimiento religioso que lo inspiran:
Alabado seas mi Señor con toda criatura,
y en especial alabado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticias de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son
y brillan en los cielos: ¡alabado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡alabado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡alabado, mi Señor!
Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
la hierba y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡alabado, mi Señor!
Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y soportan enfermedad y tribulación;
dichosos aquellos que las sufren en paz,
pues por ti, Altísimo, coronados serán.
Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar,
¡ay de aquellos que mueren en pecado mortal!
¡dichosos aquellos a quienes encontrará en tu santísima voluntad,
pues la muerte segunda no les hará mal!
Alaben y bendigan a mi Señor,
y denle gracias y sírvanlo con gran humildad.
El Cántico termina con una doxología: "Alaben y bendigan a mi Señor...". Después de recoger las voces de todas las creaturas para alabar y bendecir al Señor, Francisco se vuelve a ellas para invitarlas a alabar al Señor.
El Cántico revela a una persona en comunión profunda con todo lo creado. En Francisco la unidad del cosmos no es teoría, sino experiencia vivida. Si la percepción burda de los sentidos y de la mente nos hace creer que estamos separados de las cosas y de las personas, la percepción espiritual de Francisco nos muestra la unidad de todas las creaturas en el Creador, por muy lejanas que nos parezcan. A través de su Cántico y de su vida, el Santo de Asís nos ayuda a entrar en la experiencia gozosa de unidad con todo el universo, recuperado y degustado en Cristo.
[1] Cf. Rm 8,22.
[2] Cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Incter Sanctos", in: AAS 71, 1979, pp. 1509-1510.
[3] Así: A Gesché', ¿Recuperar una teología de la creación?, en: Selecciones de Teología 95(1985)165; el teólogo protestante I, Bradley, o.c.; H. Urs von Balthasar, Gloria. Una estética teológica (Vol. 4), pp. 340-342. Es significativo que, por ejemplo, el presidente de la Conferencia Episcopal Chilena publicara una carta pastoral Espiritualidad para una Ecología Cristiana Integral justamente el 4 de octubre de 1989, fiesta de san Francisco de Asís.
[4] La bibliografía sobre el tema es amplia. Entre otros: U. Köpf, Notas para la concepción franciscana de la creación, en: Selecciones de Franciscanismo 65(1993)274-286; V. Redondo, Reconciliación con la naturaleza, Verdad y Vida 219-222(1986); T. Matura, Meditación sobre el "Cántico del hermano sol", en: Selecciones de Franciscanismo, 62(1992).
[5] L. Boff, San Francisco de Asís. Ternura y Vigor, (Sal Terrae), Santander 1983, 66.
[6] Cf. C. Del Zotto, Creato, natura, imago Dei, ecologia, en Dizionario Francescano, Ed. Messaggero Padova, Padova 1984, p. 279-299
[7] C. Del Zotto, en el Prefacio de la obra de L. Profili, Il libro della Creazione letto con San Francesco, (De. Porziuncola), S. Maria degli Angeli-Assisi 1997, p. 7.
[8] E. Leclerc, El Cántico de las Criaturas, Ed Franciscana Aranzazu, Oñate 1988, p. 235.
[9] L. Profili, o.c., 19.
[10] E. Leclerc, o.c., 35-36
LA IGLESIA QUE JUEGA
La Iglesia lucha, ora, ayuda a los necesitados, celebra los sacramentos... pero también juega. Poco hablamos de la Iglesia que juega, de la Iglesia lúdica.
Conocí la imagen de la Iglesia lúdica leyendo el libro de Hugo Rahner, El hombre lúdico[1]. Fue una sorpresa. Al principio no digerí bien esta imagen. No pertenecía a las nociones de Iglesia que me habían enseñado. Generalmente, uno tiende a cerrarse a los conceptos que no entran en su esquema mental. Es una reacción espontánea, pero puede estar equivocada. Justamente porque escribas y fariseos, sumos sacerdote y ancianos de Israel, se aferraron a lo de siempre rechazaron la novedad del Reino de Dios predicado por Jesús. Tuve que hacer una crítica a los preconceptos que brotaron espontáneamente para poder abrir la mente a la comprensión de la Iglesia lúdica.
No es fácil entender y apreciar la eclesiología lúdica. Es un tema que sólo puede ser expresado con "los conceptos dialécticos de una teología negativa"[2], es decir de la teología mística. A la teología positiva -la teología racional y conceptual- se le escapa de las manos. Al parecer, tenemos que echar mano de nuestra sensibilidad mística para gustarla. Según J. Huizinga, los santos y los místicos son lúdicos, festivos, juguetones: "El campo de juego en que juegan santos y místicos está por encima de la esfera de la razón razonante y es inaccesible a la especulación vinculada a conceptos lógicos"[3]. Este filósofo e historiador holandés, autor de una obra clásica sobre la teoría del juego, menciona expresamente a san Francisco de Asís. "Toda la vida del santo está llena de factores y figuras lúdicas, y esto constituye su aspecto más bello"[4]. Francisco jugaba, por ejemplo, con la figura de la dama pobreza, a la que hizo su novia y la veneró con entusiasmo. Jugaba con dos troncos: imaginaba que "tocaba" el violín.
En 1949, Hugo Rahner buscó recuperar para la teología la dimensión lúdica, lo que él llamaba "tesoros olvidados por la teología actual (que tiene el riesgo de ser demasiado académica)"[5]. Pero no tuvo mucho éxito. Al parecer el racionalismo y el academicismo siguen dominando en el juego teológico. Una teología conceptual y académica, sobrada de seriedad, da muy poco espacio a la dimensión lúdica. Cuando la teología se hace mística, comienza a jugar.
Si no es fácil entender y gustar la teología lúdica de la Iglesia, tampoco es fácil hacela. El material sobre este tema es más bien escaso. Antes de presentar la Iglesia que juega, tenemos que hablar del Dios que juega y del hombre que juega. Pero antes de hacer esto, tenemos que intentar precisar qué entendemos por "juego".
1. El juego
Para H. Rahner el sentido lúdico se expresa "en el equilibrio espiritual, en el instintivo y seguro dominio del cuerpo, en la elegancia del saber y del poder definido por nosotros como 'juego'"[6]. Lejos de ser una actividad caótica, en el juego se expresa el equilibrio y el dominio del cuerpo y del espíritu. Pensemos, por ejemplo, en la elegancia y el equilibrio de una gimnasta. Además, para jugar se necesita tener poder y saber. Un futbolista, por ejemplo, conoce (saber) la técnica del futbol y mientras más dominio (poder) tenga de la cancha, del balón, del juego en equipo... será mejor jugador. El novelista alemán Hermann Hesse se propuso demostrar a una cultura que había caído en la obstinada seriedad de la funcionalidad "que hombre en sentido verdadero y pleno es solamente aquel que sabe gozar del juego sereno, libre, espiritualizado y por eso mismo serio"[7].
En el juego convergen dos componentes que parecen opuestos, pero que, en realidad, son complementarios: el orden y la improvisación, la seriedad y la broma, las reglas y la espontaneidad, la jovialidad y la gravedad, la sensatez y la locura, la formalidad y la informalidad. El juego conjuga una seriedad divertida y una diversión seria. Son dos aspectos inseparables. Jugar no significa hacer lo que uno quiera, pura espontaneidad. Exige seriedad y orden. Por eso se habla de las reglas del juego. "¿No habéis advertido alguna vez la seriedad con que los niños dictan y establecen las reglas de sus propios juegos, de sus saltos y corros, de sus movimientos y posiciones de las manos, y de la significación que entre ellos tiene, por ejemplo, un árbol o una varita?"[8]. Un jugador de fútbol no puede meter el gol con las manos. Ahora bien, las reglas del juego no se sienten como una imposición, sino más bien como medios que hacen posible la diversión. "Todo juego, si se juega correctamente, exige seriedad; excluye, sin embargo, todo legalismo, porque se han puesto las reglas para hacer posible la diversión. El jugador no siente las reglas del juego como una limitación impuesta a sus posibilidades, sino como condiciones que le hacen posible la autorrealización a través del juego"[9].
Cuando se practica el juego divino de la gracia se puede gustar la libertad y la alegría aun en situaciones muy adversas. El hombre lúdico sabe que "hasta la opresión más brutal acaba de algún modo en la libertad, y el abandono más oscuro es una puerta hacia el encuentro, el acto más indiferente e insensato es un puente que nos sostiene, y la suerte más horrible es un velo que oculta la belleza"[10]. La sabiduría del hombre lúdico descubre y degusta el valor redentor del juego[11].
Parece que en el juego hay sólo placer, pero no es así. En el juego de la vida hay ganancias y pérdidas, placer y dolor. Pensemos en esos programas de televisión en donde se juega para ganar un premio de hasta cien mil dólares. Puede haber dolor, lágrimas, tensiones, angustias en los jugadores y en los espectadores.
El místico jesuita, san Alonso Rodríguez, presenta en un escrito titulado Juegos de Dios y el alma, los beneficios de la tribulación[12]. Es un opúsculo (escrito breve) en el cual su autor muestra las ganancias que obtiene el creyente en la tribulación. Lo hace, paradójicamente, recurriendo a la imagen del juego: "Y el juego es de esta manera: que juega Dios con el alma, su regalada y querida, y el alma con su Dios, al cual ama con amor verdadero, y juega con Él a la ganapierde". Dios y el alma juegan. Es el juego del amor. El hombre no es un juguete cualquiera. Es un juguete sumamente amado. Dios ama su juguete y el juguete ama a Dios. El juego se llama "ganapierde". ¿Por qué? "Y es que, perdiendo en esta vida, según el uso del mundo, gana ella; y es que permitiendo Dios que sea maltratada, perdiendo, gana, callando y sufriendo el mal tratamiento, no se vengando, como se venga el mundo... y así, perdiendo, gana, porque, si ganase según el mundo y la carne le enseña, quedaría perdida". Notemos que es Dios quien enseña el juego al hombre y, por tanto, vale la pena jugarlo. San Alonso exclama: "¡Oh juego enseñado por Dios al alma, cuan digno sois de ser ejercitado!".
Juan de Dios Peza expresa el binomio placer/dolor propio del juego en su poesía Juegos del alma:
2. El juego de Dios y del hombre
Aunque pueda desconcertarnos la imagen, Dios juega. H. Rahner ha elevado el juego a categoría teológica. Escribe: "El Dios creador, cuya obra nos atrevemos a definir como 'juego' (...)"[13]. Desde la perspectiva lúdica, ¡la creación es fruto del juego de Dios![14].
En el libro de los Proverbios, la Sabiduría divina aparece como una jovencita que juega. Juega en el universo y hace las delicias del Creador: "Yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres" (Pro 8, 30-31). La sabiduría bíblica no se presenta solamente con tonos severos y dramáticos. Tiene también un carácter lúdico. El exégeta franciscano M. Nobile escribe "Cierto, el viaje existencial de el sabio es también prueba, sufrimientos, perplejidad. Y lo es porque así es la vida. ¡Pero la vida es también estupor, imprevisibilidad, juego!"[15]. H. Rahner comenta el versículo de los Proverbios antes citado: "Todo el juego, que el Logos realiza sobre el globo terráqueo para éxtasis del Padre, su danza cósmica sobre el mundo, no es sino una alusión alegre de aquello que desde el inicio estuvo en los arquetipos divinos de la eterna sabiduría y que se revelará cuando la danza de la tierra acabe"[16]. Los Niños Jesús del arte medieval aparecen en ocasiones con un globo terráqueo en la mano, como jugando con él. Son "sucesores de esta visión del divino juego cósmico"[17]. Desde esta perspectiva, no resulta difícil entender que la creación lleve en sus entrañas el juego. El Creador ha dejado la impronta de su ser lúdico en sus obras.
Algunos Santos Padres decían que Cristo, el Logos cósmico, juega y danza sobre el globo terráqueo desde el principio de la creación hasta al fin del tiempo, cuando comience la danza festiva y eterna del reino de Dios. Por ejemplo, san Gregorio Nacianceno escribe: "El Logos sublime... juega. Él adorna, con las imágenes más coloridas, a su gusto y en todas las formas, el cosmos"[18]. La creación que ha sido llamada a la existencia a través de un inmenso juego está destinada al "juego eterno de la visión divina"[19]. H. Rahner imagina las calles del cielo llenas de niños jugando: "Las calles de la celeste ciudad de Dios (civitas Dei) estarán llenas de miles de niños que juegan siempre y el Eterno del rostro joven dirá a los hombres: 'Vayan y jueguen'"[20]. El profeta Isaías subraya la dimensión lúdica del tiempo futuro: "El niño de pecho jugará sobre el nido de la víbora, y en la cueva de la culebra el pequeñuelo meterá su mano" (Is 11,8).
Los Santos Padres también hablaron del hombre como "juguete de Dios". La imagen la tomaron de Platón. Conocían el pensamiento platónico y se valieron de él para expresar su fe. Platón define al hombre como "un 'juguete de Dios' y ve en esta imagen la suprema perfección de la creatura"[21]. Para Platón la meta suprema del hombre es recuperar la unidad original con el Uno y Bueno. Esta meta se alcanza a través del juego. Jugando, el hombre y la mujer se hacen uno con Dios Uno y Bueno. Máximo el Confesor dirá, a propósito del hombre como juguete de Dios, "concebidos y engendrados como todos los otros animales terrenos, después convertidos en niños, finalmente pasamos de la juventud a las arrugas de la vejez, parecidos a una flor que dura un solo instante, después moribundos y llevados a la otra vida... verdaderamente merecemos ser llamados juguetes de Dios"[22]. La vida del hombre y del cosmos, con sus distintas fases y movimientos, en su constante fluir y devenir, es semejante a una gigantesca danza cósmica.
Santa Teresa de Lisieux es un ejemplo de espiritualidad lúdica. Usó la imagen del juego en su relación con Cristo. En su autobiografía narra que, antes de ingresar al Carmelo, las monjas le presentaron a un Niño Jesús que tenía en la mano una pelota en la que estaba escrito su nombre (de Teresa). Al parecer, fue la ocasión para que Teresita se concibiera a sí misma como un juguete -la pelotita- de Jesús: "Desde hacía algún tiempo, me había ofrecido al Niño Jesús para ser su juguetito. Le había dicho que no me tratase como a uno de esos juguetes caros que los niños se contentan con mirar sin atreverse a tocarlos, sino como a una pelotita sin valor que pudiera tirar al suelo, o golpear con el pie, o agujerear, o dejarla en un rincón, o bien, si le apetecía, estrecharla contra su corazón. En una palabra, quería divertir al Niño Jesús, agradarle, entregarme a sus caprichos infantiles... Y él había escuchado mi oración..."[23]. El juego al que se refiere Teresita es el juego del Amor. En efecto, entre los recuerdos de su hermana Celina está el siguiente: "Yo, decía ella (Teresita), juego a la banca del Amor...; lo hago a juego alto. Si pierdo, lo veré. No me preocupo de las especulaciones de la bolsa; es Jesús quien lo hace por mí. No sé si soy rica o pobre, más tarde lo veré"[24].
No faltan personas a quienes esta espiritualidad lúdica de Teresita les fastidia. Incluso no faltan quienes la rechazan. Les parecen niñerías. Quizá una de las razones del rechazo es que a estas personas les falta desarrollar el espíritu infantil, claramente lúdico. Son demasiado serias, formales, acartonadas, rígidas y solemnes. Pero Jesús es claro: "Si no se hacen como los niños no entrarán en el reino de Dios" (Mt 18,3). Y en el reino de Dios se juega. La espiritualidad lúdica es, en último término, la espiritualidad de Jesús de Nazaret.
3. La Iglesia juega
Podemos concretizar y visualizar el juego de Dios y el hombre, y el juego de la creación, en la vida de la Iglesia. "A imitación de su Fundador, la Iglesia tiene que estar al corriente en el arte de hacer fiesta, tiene que ser una verdadera Ecclesia ludens"[25]. ¿Cómo entender el ser lúdico de la Iglesia? La Iglesia brota de la encarnación del Verbo de Dios, del costado herido de Jesús de Nazaret, de la efusión de su Espíritu. Y, como hemos dicho, el Logos/Verbo juega. Dios ha querido participar en el juego de la creación "desde dentro". Se ha hecho creatura, hombre, en Jesucristo.
Los Santos Padres hablaron de la Iglesia que juega. Por ejemplo, cuando comentan el texto de Zacarías: "Las plazas de la ciudad se llenarán de muchachos y muchachas en sus plazas jugando" (Zac 8,5), hacen notar que la ciudad lúdica de la cual habla el texto es Jerusalén. Y Jerusalén es símbolo de la Iglesia. Concretamente, san Jerónimo comenta esté texto: "Las calles estarán llenas de muchachos y muchachas que juegan. Esto será posible cuando las ciudades gocen de seguridad y profunda paz. Entonces también la juventud libre de deberes festeja la alegría de esta situación feliz con el juego y la danza. Pero es lícito aplicar todo esto a la Iglesia, de la cual está escrito: 'Se dicen cosas gloriosas de ti, ciudad de Dios' (Sal 86,3). En ella, el gozo del espíritu se expresa en la actitud del cuerpo, y sus hijos en el triple paso de danza dirán con David: 'Quiero danzar y jugar delante del rostro del Señor"[26]. ¿En dónde se advierte que la Iglesia juega? Pongamos atención al espectáculo litúrgico.
Al finalizar la primera guerra mundial, Romano Guardini publicó un libro programático, El espíritu de la liturgia, destinado a ejercer un gran influjo[27]. Surge como reacción ante un estilo de vivir la fe cristiana. La fe se identificaba con la moral y la ascética, y se había reducido a una devoción subjetiva. La tesis central del libro de Guardini era desafiante para aquel tiempo, y creo que sigue siendo desafiante para nuestro tiempo: la liturgia es "juego". Dedica el capítulo quinto de su libro a analizar el sentido lúdico de la liturgia[28]. El rasgo fundamental del juego es, según Guardini, la "in/utilidad". Las celebraciones -en la liturgia la Iglesia celebra- están caracterizadas por el despilfarro, la exuberancia, el gozarse en la simple expresión de la vida. Cuando el creyente celebra se asemeja al artista que, al producir una obra de arte, quiere liberar, exteriorizar su verdad interior, su ser, su sueño. La liturgia es el medio a través del cual el cristiano manifiesta la verdad más profunda de su corazón y del corazón de la creación: el misterio de Dios Trino y Uno. Y el Dios trinitario es festivo, juega, danza, tiene muy buen humor.
Desde el Dios lúdico, la liturgia es un arte y un juego. Ésta es su esencia: "No crear, sino ser ella misma una obra de arte, he ahí la íntima esencia de la liturgia"[29]. Cuando los creyentes celebran la liturgia son como los artistas que crean una obra de arte y como los niños que juegan. En la liturgia no se trabaja, sino se juega: se juega ante Dios. Cada uno de los que participan en la acción litúrgica es una obra de arte. "No es un trabajo, sino un juego ante Dios; no crear, sino ser uno mismo la obra de arte, he ahí la esencia de la liturgia. De ahí proviene esa mezcla dichosa de profunda gravedad y de divina alegría"[30].
Varios años después, H. Rahner, situado en la línea de Guardini, escribirá: "el católico que todavía no se ha perdido en un pesado intelectualismo, conciliando admirablemente la transfiguración obrada por la gracia con su propia naturaleza humana, responde al juego de la gracia en el juego de sus sacramentos y de su liturgia"[31]. Las reflexiones de R. Guardini y H. Rahner nos desafían. Cuando participamos en los sacramentos, por ejemplo en la eucaristía, ¿somos como los niños y los artistas? ¿Expresamos la verdad más profunda del corazón? Tanto intelectualismo, tanto apego a la norma litúrgica, tanto verbalismo, tanta seriedad y formalidad -que a veces caracterizan nuestras celebraciones litúrgicas- debe ser equilibrado con un sano espíritu lúdico. La liturgia debe ayudar a conectarnos no solamente con la razón, sino también con el corazón. Sobre esto queda todavía mucho por hacer.
Conclusión.
Quien hace eclesiología lúdica, recorre un camino poco transitado. Sin embargo, el juego festivo está profundamente enraizado en la psique humana y es una parte integrante de toda cultura y de casi todas las religiones. Es también un elemento esencial en la Biblia y en el Credo cristiano. Cuando no se toma suficientemente en cuenta se corre el riesgo de que la Iglesia no manifieste como debiera la felicidad escatológica, característica esencial del cristianismo. Como ha dicho Pablo VI, es urgente recuperar el cristianismo alegre y festivo, impulsar los aspectos lúdicos de la fe. Situémonos en la Iglesia no solamente como en un lugar donde se trabaja, sino también donde se juega y se hace fiesta.
[1] H. Rahner, L'homo ludens, Paideia, Brescia, 1969.
[2] H. Rahner, L'homo ludens, p. 48.
[3] J. Huizinga, Homo ludens, Alianza/Emecé, Madrid, 1972, p. 178.
[4] J. Huizinga, Homo ludens, 178.
[5] H. Rahner, L'homo ludens, 48.
[6] H. Rahner, L'homo ludens, 17.
[7] H. Rahner, L'homo ludens, 9.
[8] R. Guardini, El espíritu de la liturgia, Centre de Pastoral Liturgica, Barcelona 1999 (reimpr. 2006), p. 70.
[9] H. Weder, Metafore del Regno. Le parabole di Gesù: riconstuzione e interpretazione, Paideia, Brescia, 1991, p. 112.
[10] H. Rahner, L'homo ludens, 182.
[11] H. Rahner, L'homo ludens, 9.
[12] Internet 19.11.2012: https://hemeroteca.sevilla.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/sevilla/abc.sevilla/1960/10/30/043.html
[13] H. Rahner, L'homo ludens, 47. El autor presentó por primera vez su trabajo en un Congreso celebrado en 1948, en Ascona.
[14] La idea de que la creación es fruto de la actividad lúdica de Dios está en religiones no cristianas. Por ejemplo, "la referencia a la figura india de Lila permite presentar la actividad creadora de Dios como un 'desbordamiento espontáneo de la plenitud de su alegría y de su perfección'" (F. Euvé, Inventar el mundo, en Selecciones de Teología 165 [2003] p. 25).
[15] M. Nobile, Teologia dell'Antico Testamento, Elle Di Ci, Torino, 1998, p. 162.
[16] H. Rahner, L'homo ludens, 28.
[17] H. Rahner, L'homo ludens, 23.
[18] Citado por H. Rahner, L'homo ludens, 27.
[19] H. Rahner, L'homo ludens, 15.
[20] H. Rahner, L'homo ludens, 61. El original dice: Ite et laudite.
[21] H. Rahner, L'homo ludens, 17.
[22] H. Rahner, L'homo ludens, 29.
[23] Santa Teresa de Lisieux, Historia de un alma, Cap VI.
[24] Viene en Consejos y recuerdos. Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz (Celina), hermana y novicia de Santa Teresa del Niño Jesús. Jugando el calidoscopio entendía el misterio de la Trinidad: "Esto fue para mí la imagen de un gran misterio. Mientras nuestras acciones, aun las más pequeñas, no se salgan del foco del amor, la Santísima Trinidad, figurada por los cristales convergentes, les da un reflejo y una belleza admirables. Sí, mientras el amor esté en nuestro corazón, mientras no nos alejemos de su centro, todo va bien (Isaías 3, 10) y, como dice san Juan de la Cruz: «El amor sabe sacar provecho de todo, del bien y del mal que hay en mí y tras forma todas las cosas en sí" (Internet 12.09.2010: https://www.abandono.com/Abandono/Teresita/Consejos/Consejos03.htm 20).
[25] G. Pimentel, Signos y símbolos litúrgicos, Paulinas, México 2003, p. 78.
[26] Citado por H. Rahner, L'homo ludens, 51.
[27] R. Guardini, El espíritu de la liturgia. Entre otros, ha ejercido un influjo sobre J. Ratzinger. En su libro La fiesta de la fe. Ensayo de teología litúrgica, DDB, Bilbao, 1999, hace varias alusiones a la obra de Guardini y en la premisa de su libro El espíritu de la liturgia: una introducción, escribe: "Una de mis primeras lecturas luego del inicio de mis estudios teológicos, al comienzo de 1946, fue la ópera prima de Romano Guardini, 'El espíritu de la liturgia'... Con justa razón, esta obra puede ser considerada como el inicio del movimiento litúrgico, ya que contribuyó de manera decisiva a hacer que la liturgia, con su belleza, su riqueza oculta y su grandeza que trasciende al tiempo, fuese redescubierta como centro vital de la Iglesia y de la vida cristiana" (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia: una introducción, Cristiandad, Madrid, 2007 p. 33).
[28] De hecho, el capítulo V del libro tiene como título "La liturgia como juego" (p. 59-72). Cf. L. Maldonado, La teología festiva. Evaluación y actualidad, en Salmanticensis, 32 (1985) p. 73-105; R. A. Krieg, La liturgia como un juego ante Dios. Romano Guardini y la renovación litúrgica. Internet (03.04.2010): https://www.mercaba.org/Guardini/la_liturgia_como_un_juego_ante_d.htm.
[29] A. Krieg, La liturgia como un juego ante Dios. Romano Guardini y la renovación litúrgica.
[30] R. Guardini, El espíritu de la liturgia, 70.
[31] H. Rahner, L'homo ludens, 15.
La vergüenza de no ser santos
Contemplemos todos los hermanos al buen pastor, que por salvar a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en la vergüenza y el hambre, en la enfermedad y la tentación, y en las demás cosas; y por esto recibieron del Señor la vida sempiterna. De donde es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor. (Sexta exhortación de san Francisco)
Pasamos gran parte de la vida imitando a alguien. Observemos a los jóvenes: cómo se peinan, cómo visten, cómo se comportan. Detrás de sus peinados, de sus ropas, de su comportamiento hay una persona que admiran. Podemos observarnos a nosotros mismos y nos daremos cuenta que, consciente o inconscientemente, repetimos ciertos modelos de comportamiento que hemos visto. Desafortunadamente, los modelos a imitar no son siempre los mejores. Nos dejamos seducir e influenciar por personas sin valores, sumidas en el caos moral e incluso estético. Gran parte de la crisis moral de nuestro tiempo se debe a la imitación de personas sin escrúpulos.
En la sexta exhortación, Francisco nos invita a poner la mirada en el modelo por excelencia: Jesús el buen pastor. Mirarlo largamente hasta que lleguemos a pensar, sentir y actuar como él. Contemplarlo hasta identificarnos con el amado. Nuestra vida puede cambiar si en lugar de observar asiduamente a una estrella de cine o del deporte sin escrúpulos observamos asiduamente a Jesús.
Si seguimos apasionadamente el consejo de Francisco terminaremos pareciéndonos a él. En efecto, esta exhortación contiene uno de los secretos esenciales que hicieron de Francisco el santo que todos admiramos. Nos cuenta La leyenda de los tres compañeros que desde que encontró a Cristo y se enamoró de él, no dejó de meditar todos los días la Pasión y la Cruz hasta el día culminante en el que Cristo mismo le participó sus propias llagas (T.C. 14; cfr. 2Cel 10). La exhortación refleja puntualmente una de las joyas de la sabiduría franciscana: "Vive lo que enseñas y enseña lo que vives". Francisco enseña lo que él mismo vive. Esta exhortación lo pinta de pies a cabeza.
1. Narrar para vivir.
Para empezar, recojo las últimas palabras de esta breve exhortación: "Es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor". Empiezo con estas palabras porque son una advertencia para mí ahora que me dispongo a comentar la enseñanza de Francisco. Es la advertencia que debemos meditar siempre que hablemos de él.
La advertencia no necesita muchos comentarios. Verifiquemos cómo se realiza en la práctica. Si somos sinceros, debemos admitir que la olvidamos con frecuencia. El olvido se manifiesta de diversas maneras. Por ejemplo, los frailes nos damos cuenta de que el hábito o el mismo nombre de "franciscano" contienen un hechizo especial. La magia y la grandeza de san Francisco van pegadas a todo lo franciscano. Y entonces abusamos de él. En lugar de que el hábito franciscano sea un estímulo y un desafío para imitar el comportamiento de Francisco, lo hacemos un refugio para esconder nuestra mediocridad personal y hasta lucramos con él. Puede ser también que hablemos con mucha elocuencia sobre la fascinante personalidad de Francisco, pero nos bajamos del púlpito y revelamos una personalidad totalmente alejada del modelo franciscano. Cuando esto suceda dejemos, como dice Francisco, que brote la vergüenza. No una pequeña y ligera vergüenza, sino una "gran vergüenza". Y que no sea paralizante, sino que nos impulsa a rectificar el camino. Cuando escondemos o perdemos la vergüenza nos volvemos sinvergüenzas.
Y no es que la exhortación nos paralice para contar las hazañas de los santos, concretamente las de Francisco. Al contrario, hay que llenar el mundo con el perfume de personas que, como él, pueden hacer este mundo un mundo más amable, tierno, fraterno, libre. No podemos ocultar este tesoro. El mundo sería mejor si las columnas de los periódicos y los titulares de los noticieros estuvieran llenas de las hazañas de los santos. Pero estas hazañas tienen que comprometernos. No son simple información o puro conocimiento intelectual. El que se limita a narrar se instala en la comodidad y la facilidad. Es muy halagador recibir el aplauso por decir las obras de otro. Hay que dar un paso más. Al narrar las buenas obras de Francisco nuestra persona y nuestras actitudes deben quedar tan envueltas y penetradas por ellas que nos convirtamos en un espejo. Por eso, la manera más preciosa de narrar la vida de Francisco es a través de nuestra propia vida.
2. Seguir cuando el mundo se viene encima.
Cuando contamos las hazañas de Francisco con nuestra propia vida descubriremos que, tarde o temprano, nos topamos con la tribulación. Seguir a Cristo al estilo de Francisco es una ardua tarea. Está llena de contradicciones, persecuciones, martirios. Es fácil desalentarse y desertar. La historia está llena de desertores. Estos desertores no son simplemente aquellos que han abandonado la Orden franciscana. Pienso en aquellos que nos quedamos, pero llevamos una existencia cansada y sin ilusiones. Entonces, en el corazón se instala la amargura y la empezamos a destilar a nuestro alrededor. Es evidente que este nos es el camino franciscano. Aunque estemos en una institución franciscana, hemos perdido el rumbo. Ya no revelamos las hazañas de Francisco, las ocultamos. Lo sabemos de sobra: es fácil seguir a Jesús cuando sube al monte Tabor para manifestar su radiante belleza, pero no es fácil seguirlo cuando sube al monte Calvario para ser crucificado.
Cuando sintamos la dureza del seguimiento recordemos la exhortación de Francisco: "Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en la vergüenza y el hambre, en la enfermedad y la tentación, y en las demás cosas; y por esto recibieron del Señor la vida sempiterna". Contemplar a Jesús desde nuestra cruz, nos anima. Recuperamos la energía y el aliento. Al contemplar a Jesús desde nuestras heridas nos damos cuenta de que el Sanador está herido y cura desde sus heridas. Por eso, nuestras propias heridas pueden ser fuente de salvación. Pero también nos animamos porque la tribulación no es la última palabra. No es ni la meta ni el fin. A través de ella se llega a una realidad deslumbrante: la vida eterna, es decir, la vida de Dios. El sufrimiento asumido por Dios y por su causa es solamente el medio para acceder a un bien infinitamente mayor.
3. Contemplar y seguir.
El fondo de esta exhortación es muy simple: Francisco llama a ser cristianos. El cristiano es, fundamentalmente, el que sigue a Cristo. Aunque a la exhortación le dieron por título "De la imitación del Señor", Francisco habla de "seguimiento". La imitación puede quedarse en algo externo, en la repetición de gestos exteriores. El seguimiento pide una actitud profunda. Brota del corazón.
Es claro que para Francisco primero está la contemplación de Cristo. "Contemplemos todos al buen pastor". Contemplar es admirar, extasiarse, fijar intensamente la atención. Es un don que debemos pedir y recibir con agradecimiento, pero también un arte que debemos aprender con esfuerzo y paciencia. El que contempla conoce. El conocimiento contemplativo es un "saber con sabor", un degustar a Cristo con el paladar del corazón. No es un conocimiento estático, lleva al seguimiento. El que contempla a Cristo como Francisco, termina siguiendo a Cristo. No podemos contemplar al Señor sin ir detrás de él.
Conclusión.
Al finalizar este comentario me doy cuenta que he recitado las palabras de un santo. Al cobrar conciencia de esto, vuelven a mi memoria las palabras de Francisco: "es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor". Confieso que no dejo de sentir vergüenza. La siento no tanto porque espero recibir gloria y honor por haber contado las palabras de Francisco. La siento más bien porque, habiendo contando obras tan hermosas, no acierto a vivirlas con la radicalidad que piden. Es la vergüenza de no ser santo. Espero que Francisco me ayude a contemplar al Buen Pastor de tal manera que tenga el valor de seguirlo a donde vaya, especialmente en donde más duele -en la tribulación. De esta manera me prepararé a "recibir" -de ninguna manera puedo compararla con mis buenas obras- la vida eterna, la vida de Dios, ya ahora en este presente y alcanzarla en plenitud cuando pueda contemplar cara a cara el mediodía del rostro de Dios.
El Cántico de las Creaturas
El Cántico de las creaturas, también conocido como Cantico del Hermano Sol, de san Francisco de Asís.es quizá la oración más bella y más conocida compuesta por el Hermano Francisco. Muchos la consideran como "el más bello trozo de poesía religiosa después de los Evangelios" y "la expresión más completa y lírica del alma y de la espiritualidad de Francisco".
Además del vigoroso espíritu religioso que lo anima, tiene valor como pieza literaria. Los italianos lo consideran como uno de los textos más antiguos de su literatura, concretamente el primer poema escrito en la incipiente lengua italiana. Fue compuesto en el dialecto umbro (la región donde nació san Francisco es la Umbría) que podía entender la gente sencilla.
Según los biógrafos de su época fue escrito en tres etapas. Francisco comenzó a escribir su Cántico en el otoño de 1225, posiblemente en el pequeño convento de San Damián, donde vivía la Hermana Clara. La estrofa sobre el perdón la redactó posteriormente, con ocasión de un altercado entre el Podestá de Asís, primera autoridad civil de la ciudad, y el Obispo, la autoridad religiosa, logrando que ambos se reconciliaran. La última estrofa, sobre la hermana muerte, la compuso en octubre de 1226, poco antes de morir.
Las circunstancias físicas en que se hallaba el Pobrecito cuando inició su Cántico no podía ser más adversas. Durante el invierno de 1224-1225, contrajo en Egipto una grave infección en los ojos que se volvió crónica. Más tarde se trasladó a San Damián donde le prepararon un cuartito oscuro para evitarle el contacto directo con la luz. La infección ocular se añadía a sus enfermedades del estómago, el hígado y el bazo, causadas principalmente por la mala nutrición y la malaria. Una noche, en medio de la fiebre y grandes dolores que no le permitían dormir ni descansar, el Señor le concedió la gracia de vivir "como si estuviera en su reino". Si su salud física estaba muy deteriorada y el entorno le era adverso, su vida interior estaba en un punto culminante, llena de vida y salud. Es la paradoja de la cruz: sólo desde la cruz se preludia la alegría de la Pascua, la hora gozosa del canto del "Aleluya".
A la mañana siguiente, Francisco decidió componer una nueva alabanza al Señor por sus criaturas. Se incorporó, se concentró un momento y empezó a dictar el Cántico de las Creaturas, inspirado en el Cántico de los tres jóvenes, que en medio de las llamas invitaban a toda la creación a bendecid al Señor (Daniel 3, 52-90). Compuso también la melodía y la enseñó a sus compañeros para que la cantaran.
El Cántico está lleno de intensidad y vigor. Es en un himno a la vida, una alabanza a Dios que se manifiesta y actúa en las obras de sus manos. Es la explosión del sentimiento de un ser humano que experimenta la hermandad entre los hombres y toda la creación. Contiene una visión positiva de la naturaleza: lo creado refleja la imagen del Creador. En el Cántico, Francisco se aleja de la visión pesimista de otras tendencias religiosas de la Edad Medía que promovían el alejamiento y desprecio del mundo terrenal lleno de pecado y sufrimiento.
En su poesía, Francisco se vuelve portavoz del canto que la creación le dirige a Dios y de la discreta melodía que Dios canta en la creación. Lo compuso y lo cantó por todos, por los hombres y los astros, por el agua y por el fuego, por las criaturas y las plantas, por el universo entero que Cristo reconcilió y pacificó en su cruz. Logró esta hazaña porque, experimentando hondamente su pequeñez, pudo comprender la grandeza de su Señor.

La actualidad de la espiritualidad franciscana
Cuando el cardenal protodiácono, Jean Louis Tauran, anunció que el cardenal Bergolgio, el nuevo obispo de Roma, había elegido el nombre de Francisco, surgió una duda: de qué santo se trataba. Poco después, el nuevo Papa disipó la duda: se trataba de san Francisco de Asís. El ahora obispo de Roma señalaba así que uno de los ejes centrales de su pontificado y, por tanto, de la Iglesia, sería el proyecto franciscano. Francisco de Roma puso de manifiesto, una vez más, que Francisco de Asís no es propiedad de los franciscanos, sino patrimonio de la Iglesia y de la Humanidad.
Aún cuando no han faltado críticas, incluso dentro del clero, el nuevo Papa se ha ganado el reconocimiento y la estima de propios y extraños. Teólogos que habían criticado con dureza a los dos últimos Papas, Leonardo Boff y Hans Kung -para citar solamente un latinoamericano y un europeo- recibieron con beneplácito la elección del cardenal Bergoglio y han vuelto a vislumbrar el futuro de la Iglesia con esperanza. Fue tal el impacto que el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, asistió a la misa de inicio de su pontificado: era la primera vez que un patriarca de Constantinopla asistía a un evento de tal naturaleza desde 1054, año en el cual la Iglesia Ortodoxa se separó de la católica.
Es claro que el estilo del Papa Francisco es evangélico y está impregnado de la espiritualidad del Santo de Asís. Si la espiritualidad franciscana -en cuanto centrada en el Evangelio de Jesús- tiene relevancia siempre que el Evangelio se pone en el centro del pensamiento y de la existencia, el deseo expreso de Francisco de Roma de asumir el proyecto de Francisco de Asís, la hace de una actualidad palpitante. Bastaría este hecho para señalar la relevancia del proyecto franciscano. Pero vale la pena poner de relieve algunas de las principales características de la espiritualidad franciscana que la hacen tan querida y tan actual. Volver sobre ellas ayuda a comprender las actitudes del Papa Francisco y, de paso, mostrar lo que desea para toda la Iglesia.
1. Una Iglesia al borde de la ruina
En el año 1205, mientras Francisco oraba en la pequeña y ruinosa iglesia de san Damián, con los ojos fijos en el Cristo bizantino, escucha la voz de Jesús: "Francisco, repara mi casa (Iglesia) que, como ves, amenaza ruina". Jesús lo sacó de las profundidades de la contemplación y lo condujo a reparar una Iglesia en profunda crisis. ¿Por qué Cristo le dijo a Francisco que la Iglesia estaba a punto de colapsarse? Digamos algunas palabras.
En los primeros tres siglos de existencia, la Iglesia fue una comunidad pequeña y perseguida. En estas circunstancias, se acentuaba fuertemente el sentido de la presencia de Dios en medio de ella. Esta Presencia era la que le daba fuerza y unidad. Con el giro constantiniano, la autocomprensión de la Iglesia cambió. Sin que se perdiera la conciencia de los aspectos mistéricos, se fue perfilando otra concepción que, con el paso del tiempo, se volvió dominante: la Iglesia imperio. El cristianismo pasó a ser la religión oficial del Imperio Romano. Los límites de la Iglesia serán ahora los límites del imperio. Con esta nueva situación, se tiende a identificar el Imperio con Iglesia. De hecho, la Iglesia asumió los templos paganos y les dio un nuevo destino. La liturgia cristiana sustituyó a la pagana y asimiló algunos elementos de ella.
La nueva situación fue favorable tanto para la Iglesia como para el Imperio. Por ejemplo, la Iglesia podía ahora crecer y madurar en un clima de aceptación y de paz. El Imperio también se vio favorecido. Encontró en la Iglesia el soporte para no hundirse en el caos. Pero la identificación de la Iglesia con el Imperio también trajo consecuencias negativas. Parte de la profunda decadencia de la Iglesia se debió a esta identificación. Basta leer la historia de la Iglesia medieval para enterarse del estado decadente en el que se encontraba.
En el apogeo de la Iglesia-imperio hace su aparición Francisco de Asís. Con él se produjo un cambio decisivo en la imagen de la Iglesia. Aunque siempre se orientó hacia la obediencia a la Iglesia, especialmente a la jerarquía, su forma concreta de ser Iglesia constituyó una crítica mayúscula al sistema eclesiástico. Conjugando el sueño del Papa Inocencio III (según el cual la Basílica de San Juan de Letrán, sede papal, estaba a punto de derrumbarse cuando aparece un hombrecillo que la sostiene) con la misión de Cristo a Francisco ("repara mi casa que está amenazando ruina"), tenemos una Iglesia que no se caracterizará por el poder, la riqueza y el predominio, sino por la renuncia a esos bienes y por la vida de austeridad, minoridad, pobreza y servicio, con la independencia y libertad que de ello se deriva.
No descubro el hilo negro cuando digo que la Iglesia de hoy atraviesa por una aguda crisis. Basta recordar las luchas por el poder en la curia romana, la filtración de documentos pontificios a la opinión pública, el escándalo de los sacerdotes pederastas, los feroces ataques de los medios de comunicación, el significativo número de católicos que abandonan la Iglesia. Benedicto XVI, cuando era cardenal, escribió el viacrucis del viernes santo (2005). Entre otras cosas decía: "¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!". A esta Iglesia, agobiada por la crisis y todavía con polvo imperial sobre sus hombros, el Espíritu de Dios envía al Papa Francisco.
2. El valor de la sencillez
San Francisco se define a sí mismo como simple. Escribe en su Testamento: "Y aunque sea simple...". Pío XII dijo una vez a los frailes: "La sencillez ha sido nota permanente de los hijos de san Francisco y la razón principal de su popularidad. Es distintivo vuestro la sencillez, la bondad candorosa y la alegría santa". La simplicidad es una de las razones más profundas que explican la extraordinaria influencia ejercida en su tiempo por el Pobre de Asís y que, aún ahora, se expande más allá de los límites de la Iglesia y de la misma cristiandad.
El hombre sencillo, simple (simplex significa 'sin pliegues'), es lo contrario del hombre lleno de dobleces, cuyo corazón engreído está lleno de "repliegues" en donde se ocultan sus intereses egoístas. Uno de los biógrafos de san Francisco, Tomás de Celano, describe a nuestro santo de esta manera: "Procedía siempre con santa sencillez... Siempre él mismo e igual a sí mismo en obras y palabras: él mismo por dentro y por fuera...". Ser uno mismo por dentro y por fuera. El simple no tiene por qué disimular ni aparentar. Una persona sencilla no esconde, no finge; es sincera y transparente. Para asegurarse de no engañar a nadie sobre la realidad de su vida, Francisco podía hacer gestos que se antojan "teatrales". Por ejemplo, cuando su guardián quiso que le cocieran una piel de zorra por dentro de la túnica para protegerle del frío su estómago enfermo. Francisco aceptó con la condición de que se le pusiera un retazo igual por fuera para que los demás supieran lo que se escondía por dentro. Quería que su alma estuviera a la vista de todo.
La sencillez franciscana es el resultado de un proceso de simplificación en el cual Dios es el principal protagonista. Cuando el Señor toma posesión de Francisco "elimina toda complicación espiritual, sentimental, existencial reduciendo todo a su misma simplicidad". La simplicidad es desnudez espiritual. El Santo de Asís la simbolizó en la desnudez corporal. Un momento crucial en la vida de Francisco fue cuando se desnudo en la plaza delante del obispo y dijo: "Y me iré desnudo al Señor".
Tomás de Celano asocia la simplicidad de Francisco con la libertad ante los poderos y con la amplitud de corazón: "Se resistía en absoluto a adular a reyes y príncipes. Vivía en el continuo ejercicio de la santa simplicidad y no dejaba que lo angosto del lugar estrechara la holgura de su corazón".
La simplicidad no es cosa del pasado. Existe nostalgia de simplicidad. Se la desea y considera rentable. Me asombré cuando supe que empresarios millonarios y ejecutivos de los niveles más altos la elogiaban. Ha sido descubierta por el mundo de los negocios. No deja de sorprender el éxito del libro de J. Trout El poder de la simplicidad en los negocios. Y antes del libro de Trout ya circulaba otro libro sobre el valor de la simplicidad: E. St. James, Simplifica tu vida. Pistas para moderar la marcha y disfrutar de las cosas importantes. La autora, cuenta que un buen día tomó la decisión de simplifica su vida altamente complicada. Su atención estaba enfocada en los últimos avances tecnológicos, en una lucha desenfrenada para poseer el mayor número de bines materiales posible, en escalar puestos sociales cada vez más elevados. Pero un día, ella y su esposo abrieron los ojos: "... finalmente tuvimos que enfrentarnos al hecho de que lo único que habíamos conseguido, en nuestro atracón de poder, era una indigestión".
3. El privilegio de la pobreza
A san Francisco se le atribuye la frase: "Necesito poco y lo poco que necesito, lo necesito poco". Hablar de san Francisco de Asís es hablar del Pobrecito. Francisco siguió a Jesús, quien siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Quizá admiramos y nos sentimos impactados por su pobreza, pero somos incapaces de integrarla en la propia vida. Con todo, es uno de sus grandes "secretos".
No resulta fácil entender -y por tanto amar y seguir-la pobreza franciscana. Pero hay de pobreza a pobreza. La mayoría de las veces, la pobreza se percibe como una humillación, una vergüenza, una maldición, una mala suerte, una pesadilla. En cambio, la pobreza de Francisco es otra cosa. Tiene otro rostro. No es impuesta, sino elegida libremente. El Pobrecito la amó apasionadamente, la consideró un "privilegio" y tuvo que defender este privilegio incluso ante el Papa. Y es que la pobreza franciscana está llena de belleza. Francisco la imagina como una hermosa mujer, "la dama pobreza", y se desposa con ella. La deseó como el codicioso anhela el dinero, como el dictador desea el poder, como la tierra reseca anhela el agua, como el amante desea a su amada. La pobreza para Francisco es como un jardín multicolor, un bosque de pinos, una bella melodía, un día de sol.
¿Cuál es el atractivo de "la dama pobreza" que no alcanzamos a percibir? La pobreza de Francisco es como un puente. Los puentes conectan dos riberas. Si queremos vislumbrar la fascinante belleza de la pobreza franciscana no podemos quedarnos en una de las orillas: hay que cruzar el puente. Entonces podemos entender por qué Francisco buscó a los pobres y la pobreza con tanto anhelo y fue tan fiel.
La pobreza es, fundamentalmente, el espacio del encuentro con Dios. Al hacerse pobre, Francisco está dejando espacio para que Dios lo llene, para que se incline sobre él y cubra su desnudez. Este es el misterio de la pobreza franciscana: la belleza radiante de Dios en un ser humano totalmente abierto a Él. No se puede recibir a Dios mientras se está lleno de uno mismo. Al hacerse pobre, Francisco hace el "negocio" de su vida. Santa Clara, su íntima amiga y seguidora fiel escribe: "Negocio grande y laudable es dejar los bienes temporales por los eternos, merecer los bienes celestes a cambio de los terrenos, recibir el ciento por uno, y asegurarse por siempre la vida bienaventurada" La vida de Francisco y Clara es un testimonio de la verdad del Evangelio.
En el periódico español El País leí un artículo de Juan Arias (30.03.2013) en el cual comentaba que la Iglesia había encontrado en el Papa Francisco un líder y se preguntaba cuándo lo haría el mundo político. J. Arias escribe: "Si al mundo de hoy le falta un gran líder, capaz de devolver esperanza y abrir nuevos horizontes a una sociedad desencantada y en ruinas, la Iglesia parece haberlo encontrado". En una entrevista aparecida en este mismo diario, el que fuera secretario general de la ONU durante casi una década, Kofi Annan, afirmaba: "Hoy tenemos un problema: la confianza entre los líderes y la gente está rota" (11.04.2003). El papa Francisco ha mostrado que el testimonio de austeridad y su cercanía a los pobres es rentable. La desconfianza del pueblo hacia sus líderes podría ser restablecida si se ejerciera un liderazgo al estilo del obispo de Roma, que no es otro que el estilo de Jesús de Nazaret.
4. El cuidado de la creación
La espiritualidad franciscana tiene una dimensión cósmica. Trasciende las fronteras de la humanidad y se sitúa en el cosmos, en compañía del hermano sol y la hermana luna, los bosques y animales. Francisco tuvo en gran aprecio por todas las obras del Creador. Se sentía unido a ellas. En su bellísimo Cántico de las Criaturas aparece como un ser humano abierto a todas las creaturas, incluso a la hermana muerte corporal, y reconciliado con ellas. En este poema canta la alabanza, la gloria, el honor y toda bendición del Omnipotente y buen Señor por/con sus creaturas.
El Cántico no es sólo un bello poema sobre la creación. Narra la experiencia de la unión mística de un hombre con las creaturas. Francisco no es un simple ecologista. En él existe algo más trascedente. Invita a recuperar la creación desde la experiencia de Dios. Desde la experiencia de Dios como Padre las creaturas se perciben como "hermanas".
Las ciencias modernas han confirmado la verdad de la experiencia de Francisco. Han descubierto la comunión que existe en el cosmos. La ecología no funciona con esquemas individualistas y excluyentes: toma en cuenta el conjunto de las relaciones que los seres humanos establecen entre ellos mismos y con su medio vital. Este hecho nos desafía a una nueva solidaridad en todos los órdenes (social, económico, religioso, espiritual...) frente a la crisis ecológica. Como lo dijo Juan Pablo II: "La crisis ecológica pone en evidencia la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad, especialmente en las relaciones entre los países en vías de desarrollo y los países altamente industrializados. Pero esto no se dará, a menos que los responsables de los países se convenzan de la absoluta necesidad de esta nueva solidaridad que la crisis ecológica requiere y que es esencial para la paz. Este equilibrio ecológico no se logrará si no se afrontan directamente los problemas de pobreza existente en el mundo".
El cuidado de la creación es hoy una de las preocupaciones dominantes de la Humanidad. Sobre esta tarea, san Francisco de Asís tienen mucho que decir a la Iglesia y al mundo. Es muy significativo que el Papa Juan Pablo II lo haya proclamado Patrono de los cultivadores de la ecología (29.11.1979). No es raro encontrar en escritores no católicos ni cristianos la referencia a San Francisco cuando hablan de este tema.
En la homilía de la Misa de inició del ministerio petrino, el nuevo obispo de Roma habló expresamente de la salvaguardia de la creación y asoció esta tarea con san Francisco. Decía el Papa: "Custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos". Al final de su homilía, cuando implora la intercesión la Virgen María, san José y los Apóstoles san Pedro y san Pablo, invoca a san Francisco junto con ellos.
5. El testimonio de vida
En la Redemptoris missio, Juan Pablo II escribe: "El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías". El testimonio de vida es una característica esencial de la espiritualidad franciscana. Se cuenta que, en una ocasión, san Francisco envió a sus hermanos a evangelizar y les dijo: "Prediquen el Evangelio, y, si es necesario, usen palabras". Las acciones hablan más que las palabras. El ejemplo de una vida cristiana fiel y devoto convence a más gente sobre la verdad del Evangelio que muchas bellas homilías y elocuentes discursos. El conocimiento religioso se muestra verdadero en la medida en que el creyente transparenta y realiza el dominio de Dios en el mundo. En último término, el creyente prueba y hace creíble la verdad de lo que cree con el testimonio, concretamente con el testimonio del amor.
Al igual que Francisco de Asís, en las pocas semanas de pontificado Francisco de Roma ha predicado más con los gestos que con las palabras. Sus gestos han fascinado y conmovido al mundo: su serenidad desprovista de toda teatralidad cuando se asomó al balcón de la Basílica de san Pedro, sus ropajes papales reducidos al mínimo, su inclinarse ante el pueblo para pedirle la bendición, el nombre que escogió, el regresar a la casa donde se hospedaba en el autobús que llevaba a los cardenales, pagar personalmente lo que debía al hotel donde se había hospedado, su estilo espontáneo, alejado del protocolo asfixiante, la ostentación, el lujo.... Se ha revelado como un maestro del lenguaje no verbal.
Recuerda a Francisco de Asís. Un día invitó al Hermano León a predicar. Salieron del convento, recorrieron la plaza del pueblo y luego regresaron al convento. Entonces el Hermano León le preguntó a Francisco: "¿A qué hora vamos a predicar? Aún no hemos hablado". Francisco le respondió: "Ya lo hicimos; ya hemos predicado". "Pero si no hemos dicho nada!", repuso el Hermano León. Entonces Francisco le aclaró: "Si nos parecemos a Cristo, quienes nos vieron ya se quedaron pensando en El. Ya les predicamos con nuestro ejemplo, pues un hombre que está lleno de Dios, lo comunica a todos". El Papa Bergoglio comunica a Dios porque está lleno de Dios. Como Francisco de Asís, ha puesto en el centro el Evangelio. Se parece a Cristo y anima a parecernos a Cristo. Podemos esperar que en su pontificado siga proyectado las actitudes y enseñanzas de Jesús de Nazaret.
Conclusión.
Podríamos señalar otras notas fundamentales de la espiritualidad franciscana, como por ejemplo la minoridad, la integración de la mujer en la fraternidad y la contemplación. En efecto, en un mundo donde había mayores y menores, san Francisco optó por los menores; su amistad con santa Clara permanece como un modelo excepcional de amistad entre un hombre y una mujer unidos por/en el amor a Cristo; su manera de orar ha sido fuente de inspiración para muchas personas[1]. Pero es hora de pone punto final a este artículo. Confió en que estas líneas hayan mostrado al lector la actualidad de la espiritualidad francisana y la tome como inspiración para su propia vida. Una vez más, recuerdo que san Francisco es patrimonio común de la Iglesia y de la Humanidad.
Fr Benjamín Monroy Ballesteros ofm
[1] Si el lector está interesado en conocer más la mística franciscana puede ver mi libro recientemente publicado por la editorial Desclée: B. Monroy, Contempla y quedarás radiante. Los místicos franciscanos hoy, DDB, Bilbao 2013.

"No tengan
potestad entre ustedes"
EL SERVICIO DE AUTORIDAD SEGÚN FRANCISCO DE ASÍS
No soy especialista en franciscanismo. Eso sí, me he interesado por estudiar el carisma franciscano. Me parece muy actual y de enorme riqueza. También me parece poco vivido y difundido por nosotros los franciscanos.
El tema que quiero desarrollar es el servicio de autoridad según san Francisco. Aunque él no usó nunca en su Forma de Vida el término "autoridad", los especialistas en franciscanismo han escrito bastante sobre este tema.
1. La originalidad de Francisco.
El concepto y el estilo de autoridad concebido por Francisco hay que buscarlo en el Evangelio y no en las estructuras de la sociedad civil, ni del poder de este mundo, ni siquiera de la sociedad eclesiástica. En Francisco hay una novedad, algo que lo hace radicalmente diferente: "Francisco, siguiendo el Evangelio y el ejemplo de Cristo, ha redimensionado la autoridad, definiéndola como servicio en el vínculo de la caridad; él descubre a los hombres el significado genuino de la autoridad, como servicio fraterno, porque uno solo es el Padre de todos y 'todos ustedes son hermanos'" [1]. Los Hermanos Menores tenemos el compromiso de estructurar nuestras fraternidades sobre esta novedad evangélica y no sobre la vejez del mundo.
Un claretiano, que hizo un estudio sobre la manera como concebían la autoridad/obediencia algunos de los grandes fundadores de Órdenes Religiosas, ha descubierto la pureza evangélica de Francisco de Asís. Comparado, por ejemplo, con san Ignacio, para Francisco la obediencia absoluta está "referida a la Regla en cuanto que ésta es una aplicación práctica de la obediencia al Evangelio", mientras que para san Ignacio la obediencia absoluta "se refiere directamente a la obediencia debida al superior para asegurar la eficacia de la misión apostólica de la Compañía" [2].
Nosotros, franciscanos del tercer milenio, tenemos el compromiso de recoger el carisma, el don que Dios ha otorgado a Francisco, organizar nuestras fraternidades según este carisma y entregarlo a las nuevas generaciones. Francisco es portador de una novedad que interesa al mundo y a la misma Iglesia. He tenido la oportunidad de exponer a diversos públicos el estilo franciscano y he comprobado el gran interés que despierta en los oyentes.
2. El marco de referencia.
Antes de hablar de la relación autoridad/obediencia en la fraternidad franciscana, es necesario establecer el marco de referencia para vivirla y entenderla. Aquí trazo solamente unas cuantas líneas.
a) La obediencia a Dios.
En primer lugar, Francisco y el franciscano obedecen al Señor. Venimos a la Orden para obedecer al Señor. Jesús es aquel que ha hecho de su vida una entrega al Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre". Como Francisco quiere seguir a Cristo, su alimento será también obedecer al Señor.
b) La obediencia a Dios a través de múltiples mediaciones.
Francisco ha vivido la obediencia al Padre a través de muchas mediaciones. En efecto, para el Hermano de Asís "la existencia se resume y se consuma en obediencia, en consenso y sujeción, en el dejarse gobernar y dirigir por la multiforme acción de Dios en Cristo, de su Espíritu que todo lo abraza y en todo actúa" [3]. Francisco encuentra y obedece al Creador en toda la creación:
La santa obediencia confunde toda voluntad corporal y carnal y hace que se tenga el cuerpo entregado a la obediencia del espíritu y a la obediencia del hermano, y se esté sometido y sujeto a todos los hombres que hay en el mundo, y no sólo a los hombres, sino a todas las bestias y fieras, de modo que puedan hacer de él lo que quieran, cuanto Dios les permitiere desde lo alto (cf. Jn 19,11) (SalVir 14-18).
A esta cita se debe agregar otra igualmente importante: la obediencia a la Iglesia [4]. La obediencia a Dios se vive, pues, en múltiples mediaciones: el espíritu, todos los hombres, la Iglesia, el hermano, todas las bestias y fieras.
3. La autoridad/obediencia dentro de la fraternidad franciscana.
Luego de establecer el marco de referencia donde se vive la obediencia franciscana, entremos a la fraternidad.
a) Francisco quiere obedecer a sus ministros.
En su Testamento, Francisco dice:
Yo quiero firmemente obedecer al ministro general de esta fraternidad y a otro guardián que tenga a bien darme. Y de tal manera quiero estar entregado en sus manos, que no pueda moverme ni obrar sin su obediencia y voluntad porque es mi señor (Test. 27-28).
Sin duda alguna, Francisco ha dado ejemplo de sumisión a los ministros. Ahora bien, la obediencia a los ministros se da dentro de un estilo propio. Señalamos las principales características.
b) Todos menores.
En una sociedad civil, e incluso en una sociedad eclesial, donde las relaciones entre los hombres se estructuraban desde la desigualdad, desde el poder, desde el dominio de unos sobre otros, Francisco quiso para su fraternidad un estilo diferente: "Francisco es el hombre humilde y sencillo que, frente a una Iglesia poderosa y rica, no hace más que ofrecer el testimonio de su minoridad humilde y pequeña, si vale la redundancia. Frente a los ricos y poderosos de su tiempo, Francisco y sus frailes serán los menores, los pequeños, los sin derecho ni privilegios. Y todo esto hay que trasladarlo previamente a las relaciones dentro de la propia fraternidad, a fin de que después pueda ser testimonio legible para aquellos hombres y aquellos eclesiásticos infatuados con su poder, con sus privilegios y con sus derechos" [5].
Dentro de la fraternidad franciscana no existen mayores ni menores. Hay una renuncia a las categorías de superior-inferior. Frente a un superior hay siempre unos inferiores. En la fraternidad de Francisco hay una igualdad fundamental. "Las estructuras de gobierno ideadas por Francisco para su Orden responden plenamente al concepto de igualdad que debe reinar entre los hermanos, dado que todas son concebidas en función del servicio. Los mismos nombres escogidos por el santo para designar a aquellos que ejercitan la autoridad dentro de la fraternidad son una demostración de cuanto precede" [6]. Los que estarán al frente de la fraternidad serán "madres", "servidores" (ministros), "guardianes" (cuidan a los hermanos, no ejercen un poder sobre ellos). La fraternidad no tiene superiores:
"Y ninguno sea llamado prior, sino que todos ha de llamarse igualmente hermanos menores (IR 6,3). Y también: "los hermanos no tengan absolutamente potestad y señorío alguno, sobre todo entre ellos" (IR 5,9)
Los hijos de Francisco permanecen, pues, "unidos, sujetos y súbditos unos de otros. Por eso, todos son menores. Todos sujetos y súbditos entre ellos, ninguno queda excluido ni siquiera los 'superiores'... Todos dependen de todos, porque todos son responsables, custodios y guardianes del propio hermano... Es impensable, por consecuencia, el poder y la autoridad entre ellos... Por eso se puede decir -y esto es lo que dice realmente Francisco- que en la Fraternidad Menor hay tantos patrones como hermanos y súbditos, y tantos hermanos y súbditos como patrones"[7]
El fundamento de la igualdad en la fraternidad franciscana está en Dios: "La idea fundamental de su paternidad parte del convencimiento de que la soberanía paternal es exclusiva de Dios, 'el Altísimo y omnipotente Señor' (Cant). Consiguientemente, entre los hombres no puede existir más que relaciones fraternales. Ningún hombre puede dominar sobre otro hombre. Todos son hermanos, hijos del mismo Padre" [8].
c) El primado de la fraternidad.
Contrariamente a san Ignacio de Loyola, que ponía el eje de la obediencia en la persona del superior, Francisco concede la primacía a la fraternidad: "En la fraternidad menor no hay nadie que preceda o sobrepase la Fraternidad. En ella existe unidad e igualdad de todos bajo el dominio de Cristo Jesús y su Evangelio. Para subrayar esto Francisco ha hecho que el nombre de hermano acompañe al oficio que cada uno ocupa en la Fraternidad: 'hermano ministro', 'hermanos custodios'" [9]. Antes de cualquier oficio, los frailes tienen el oficio de ser hermanos, de "lavarse los pies unos a otros", de "ser madres" unos de otros. La estructura de gobierno franciscana está basada en la igualdad y en el servicio: "Las estructuras de gobierno ideadas por Francisco para su Orden responden plenamente al concepto de igualdad que debe reinar entre los hermanos, dado que todas son concebidas en función del servicio. Los mismos nombres escogidos por el santo para designar a aquellos que ejercitan la autoridad dentro de la fraternidad son una demostración de cuanto precede". [10]
Pero no se trata de una fraternidad autónoma y cerrada en sí misma, sino una fraternidad que recibe su inspiración de lo alto: "En la fraternidad menor no hay nada que preceda o supere al Señor Jesucristo (1R 1,1), a su Evangelio (1R 1,2), a su acción, su inspiración y su voluntad... No hay, por tanto, mayor poder y autoridad que la vida del Evangelio, que la Regla y vida de los Hermanos Menores. El texto de la Regla no conoce el término 'autoridad'" [11].
Solamente después de estos postulados podemos hablar y comprender el oficio de ministro en la fraternidad franciscana.
d) Los ministros son los siervos.
Ya hemos dicho que en la fraternidad franciscana todos son igualmente menores, todos siervos y señores. En algunos textos, Francisco esboza la figura del ministro servidor de sus hermanos [12], los "señores":
Los ministros, por su parte, acójanlos con caridad y bondad, y usen con ellos de una familiaridad tan grande que los hermanos les puedas hablar y tratar como los señores a sus servidores, porque así debe ser, que los ministros sean servidores de todos los hermanos (2R 10,5-6).
Los ministros, pide san Francisco, deben ver en los hermanos a sus "señores". Quizá ya no nos sorprenda de tanto escuchar estos textos fundamentales, pero la verdad es que Francisco pone de cabeza, invierte, el esquema de la sociedad: los "superiores" son, en realidad, los "inferiores" y los "súbditos" son los "señores". El oficio de ministro "no constituye un ascenso, sino un descenso a nivel extremo de servicio"[13]. Podemos decir con ironía: "¿Te hicieron guardián o ministro? Te bajaron de categoría". Si bien en la fraternidad franciscana todos son, a la vez, "señores" y "súbditos" -todos son igualmente menores- lo que distingue al ministro es que está comprometido con mayor rigor a "lavar los pies a los otros", a "ser madre" de sus hermanos.
Si san Francisco ha insistido tanto en la espiritualidad del ministro como siervo de sus hermanos es porque, me parece, conocía a fondo la sicología de las personas. Sabía que muy fácilmente aquellos que eran puestos al frente de la fraternidad se iban a sentir "superiores", se les iban a subir los humos, con el consiguiente daño para su propia alma y para la fraternidad franciscana. Por eso, reacciona con energía: no eres superior, sino igual a los demás ‑y si acaso usamos categorías de superior e inferior‑ eres más inferior que los otros.
Al hacer esto, Francisco quiere sacarnos del engaño. Los seres humanos creemos que valemos por el cargo o los títulos que tenemos. Para salir de esta ilusión, Francisco pide a sus hermanos valorarse no por los cargos que tengan (algo extrínseco), sino por lo que son: hermanos menores. Vales en la medida en que eres un hermano menor. A lo largo de mi vida franciscana he podido observar el daño que se causa a sí mismo y a la fraternidad un hermano que busca su realización y su valor en la acumulación y ostentación de puestos. Son hermanos que tratan de suplir el vacío espiritual con títulos y más títulos, con oficios y cargos. Si el corazón está lleno de Dios, los títulos y cargos salen sobrando.
e) Un lenguaje errático: "superior".
San Francisco no sólo no usó el término "superior" o sus sinónimos, sino que, como ya lo hemos visto, prohibió expresamente que se usaran en su fraternidad. El uso frecuente de llamar a ministros y guardianes como "superiores" es algo que se aleja definitivamente del proyecto de Francisco [14]. Es un término y, sobre todo, una mentalidad (el lenguaje revela una mentalidad) que nos llega de una Iglesia estructurada jerárquicamente y no de una Iglesia de hermanos tal como la pensó Jesús de Nazaret (Mt 20,25s; Lc 22,26) y la vivió Francisco de Asís. Las Constituciones Generales volvieron al lenguaje y a la mentalidad de Francisco y desterraron de la legislación las relaciones superior-inferior entre los hermanos menores, cosa que no siempre sucede en el lenguaje y la vida ordinaria de las fraternidades.
4. Las tareas principales de los ministros.
Al final, me ha parecido conveniente descender a la práctica. Desde el punto de vista de la espiritualidad franciscana ¿cuáles son las tareas principales de los guardianes? ¿Contar el dinero? ¿Hacer la lista de las misas y confesiones? ¿Citar para el capítulo local? En realidad, son más esenciales:
- Observar el Evangelio, precediendo a los hermanos con el ejemplo (1R 4,6). Si el guardián observa el Evangelio, ayudará a los hermanos a conducirse según el mismo Evangelio. Un franciscanólogo escribe: "La obediencia en la fraternidad menor no es precisamente someterse a la ley o a las órdenes del guardián, sino anteponer 'a cualquier norma el Evangelio'" [15].
- Ayudar y amonestar a los Hermanos a descubrir la voluntad del Señor (2R 10,2; 1Cel 104). La Carta al Hermano León expresa "el concepto de obediencia querido por Francisco" [16]. Comentando esta Carta, K. Esser escribe: "La referida Carta, al igual que los ejemplos tomados de las reglas franciscanas, muestran la actitud de Francisco de no enfrentar nunca a sus hermanos con la letra de la ley, sino de situarlos frente a la voluntad divina con la obligación de que se definan en cada caso concreto, según conozcan la rectitud de la voluntad divina" [17].
- Desear tener, por encima de cualquier otra cosa, "el Espíritu del Señor y su santa operación" (2R 10,9), "caminar según el Espíritu" (1R 5,5), estar atento y disponible a la voluntad e inspiración del Espíritu Santo tanto en sí mismo como en los otros hermanos (2R 2.9c).
- Ser el hermano más hermano. Lo que distingue al guardián es su capacidad de ser hermano: ser un hermano menor que lava los pies a sus hermanos (1R 6,3), ser signo e instrumento de familiaridad (2R 10,5-7),
- Ser misionero. El guardián es aquel hermano que tiene una conciencia viva de haber sido enviado (misión) a predicar más con el ejemplo que con las palabras (1R 17,3). Si se sabe un misionero podrá alentar y discernir responsablemente la inspiración que mueve a los hermanos a ir entre infieles (1R 12,2-3)
- Mandar aquello que pueda ser útil para la salvación del alma y conforme a la Regla (1R 4,2).
- No apropiarse "el servicio a los hermanos" (1R 17,4), no "pretender que (los hermanos) sean mejores cristianos para ti" (CarMin 7).
En resumen, el ministro es el garante del estilo de vida franciscana: "no es por tanto, fundamentalmente el garante de la ley o de la observancia, sino aquel a quien compete exponer no sólo con las palabras, sino con la vida, el estilo de nuestra vida (1R2,3)" [18]. En pocas palabras, es la personificación de la Regla [19]
Conclusión.
El papa Juan Pablo II, cuando recibió al gobierno de la OFM les recordó: "Atentos a los signos de los tiempos, queréis aprovechar toda ocasión para intensificar el entusiasmo y la generosidad de vuestro servicio a la Iglesia con gran e inmutable fidelidad al espíritu de los orígenes". El papa nos ha recordado, una vez más, que al servir tengamos los ojos bien abiertos: uno observando nuestros orígenes y otro observando los signos de los tiempos. En esta charla he querido volver a los orígenes.
El oficio de Guardián en la fraternidad franciscana es, ciertamente, el más difícil. Su compromiso es mantener viva la utopía franciscana: "El espíritu de Francisco permanecerá como un bello ideal, casi como una utopía. Una utopía en la que cada uno obedecerá al otro, a fin de cimentarse mutuamente en el único querer de Dios Padre. Una utopía que estará siempre ahí, tirando no sólo de los frailes menores, sino de toda la Iglesia" [20]. Cada uno de nosotros, especialmente los ministros que animan la fraternidad, tenemos el compromiso de hacer de esta utopía (en ningún lugar) una topía (en un lugar).
Fr Benjamín Monroy ofm
[1] F. Olgiati, autorità, en Dizionario Francescano, p. 2063.
[2] J Álvarez Gómez, Autoridad y obediencia en san Francisco, en SelFran 37(1984)147-149.
[3] S. López, Obbedienza, comando, autorità, en Dizionario Francescano, 1114-1115.
[4] K. Esser, Autoridad y obediencia en la primitiva familia franciscana, en SelFran 3(1972) 25.
[5] J. Álvarez Gómez, o.c., 148.
[6] F. Uribe, La fraternità nella forma di vita poposta da Francesco d´Assisi, en Vita Minorum 5(2000)368.
[7] S. López, o.c., 1122
[8] J. Álvarez Gómez, o.c., 148.
[9] S. López, o.c., 1123.
[10] F. Uribe, La fraternità nella forma di vita poposta da Francesco d´Assisi, en Vita Minorum 5(2000)368.
[11] S. López, o.c., 1122
[12] Con frecuencia, san Francisco agrega a la palabra "ministro" la de "siervo": "ministro y siervo" (1R 5,13-14;19; 2R 10,7).
[13] S. López, o.c., 1123
[14] Todos los institutos religiosos (ordenes, congregaciones clericales,, sociedades de vida común sin votos, congregaciones laicales), para designar a sus autoridades usan términos como: prior, superior, maestro, gran maestro, rectores, directores, etc. Solamente la Orden Franciscana ha usado títulos tomados del Evangelio: ministros, custodios, guardianes (Ver: G. Odoardi, o.c.,967.
[15] S. López, o.c., 1127.
[16] K. Esser, o.c., 23.
[17] K. Esser, o.c., 23.
[18] S. López, o.c., 1127.
[19] A. Rotzetter. 76.
[20] J. Álvarex Gómez, o.c., 149.
La propuesta ecológica de Francisco de Asís
"Degustaba la bondad originaria de Dios en cada una de las criaturas, y su afectuosa bondad lo lanzaba a estrechar en dulce abrazo a todos los seres. Es que la ternura de su corazón lo había hecho sentirse hermano de todas las criaturas" (LM 9,1.4).
La conciencia ecológica de nuestro tiempo ha nacido y se ha desarrollado frente a una creación peligrosamente violentada y dañada por el ser humano[1]. Por eso, cuando hablamos de ecología corremos el riesgo de caer en el alarmismo o ser tachados de alarmistas. Para conservar el equilibrio me limito a reportar, dada la brevedad del tiempo de la exposición, algunas palabras del papa Juan Pablo II. En su mensaje El compromiso para evitar la catástrofe ecológica el papa llama a una "conversión ecológica" delante de una posible "catástrofe ecológica"[2]. Dice el papa: "Sobre todo en nuestro tiempo, el hombre ha devastado sin vacilación llanuras y valles boscosos, ha contaminado las aguas, ha deformado el hábitat de la tierra, ha hecho irrespirable el aire, ha alterado los sistemas hidro-geológicos y atmosféricos, ha desertizado espacios verdes, ha realizado formas de industrialización salvaje, humillando -con una imagen de Dante Alighieri (Paraíso, XXII, 151)- el 'jardín' que es la tierra, nuestra morada". La situación ecológica es, pues, grave. Si no reaccionamos y cambiamos el estilo de vida que está destruyendo los ecosistemas, nos encaminamos a un desastre ecológico.
En otro de sus documentos, Juan Pablo II invitaba a "formar una conciencia ecológica"[3] y en varias ocasiones propuso la vida y el mensaje de san Francisco de Asís como inspiración para formar esa conciencia ecológica. En 1979 lo había nombrado Patrono de los ecologistas. Juan Pablo II no ha sido el único de los grandes pensadores que ha propuesto el estilo de vida franciscano para afrontar la crisis ecológica. Tanto dentro del catolicismo como fuera de él, la figura del Santo de Asís sigue fascinando. Su vida y mensaje siguen teniendo una actualidad palpitante. ¿Cuál es la aportación de san Francisco a la ecología? La propuesta franciscana no es de tipo intelectual, sino práctico. Es también de una gran simplicidad[4].
Para estar en sintonía con el tema del congreso[5], diremos que la crisis ecológica es una crisis del hombre y de la sociedad. El desequilibrio ecológico ha sido producido por el comportamiento errático de la persona humana. Por eso, la respuesta no está en la ecología misma, sino en el hombre: "El desequilibrio ecológico no es una realidad originaria, es decir, el problema de la ecología no está en la ecología, y la solución no está en la creación de una legislación más restrictiva, en la invención de instrumentos limitadores de la contaminación, etc. Está en una dimensión más profunda; es resultado y consecuencia de un modo de ser del hombre moderno y de un sentido que éste ha dado a su relación con la naturaleza"[6]. La solución a la crisis ecológica se dará en la medida en que el ser humano cambie su relación con la naturaleza. Y para cambiar su relación con la naturaleza, tiene que cambiar él mismo desde dentro (su ecología interior). Una tierra enferma revela a un ser humano enfermo. Desde la perspectiva franciscana, ¿hacía dónde apunta la conversión ecológica?
1. La creación como lugar teológico
Se puede hablar de ecología y de respeto de la creación a partir del hombre y a partir de Dios. La primera tiene en el centro al hombre. En este caso, la preocupación se centra no tanto en las cosas por sí mismas, sino en función del hombre: si se arruina la creación, nosotros nos arruinamos con ella. Es un ecologismo que se puede resumir en el lema: «Salvemos la naturaleza y la naturaleza nos salvará a nosotros». Este ecologismo es bueno, pero insuficiente. Necesita un fundamento más sólido. Y es aquí donde aparece la visión franciscana. El ecologismo franciscano tiene su centro en Dios. Nos enseña que debemos respetar la creación no por intereses egoístas -para no dañarnos a nosotros mismos- sino porque la creación es un lugar teológico. Francisco de Asís, arrebatado por el esplendor de la creación, prorrumpe en un canto de alabanza: "... Alabado seas, mi Señor, con todas tus creaturas, especialmente el señor hermano Sol, por quien nos das el día y nos alumbras, y es bello y radiante con grande esplendor: de Ti, Altísimo, lleva significación ..." (Cántico de las Creaturas). Las creaturas significan a Dios, son signos de su gracia.
Si se me piden señalar dónde está el corazón de la propuesta franciscana diré que está aquí: en la experiencia de Dios. Francisco experimentó la unión mística con todas las cosas[7]. Nos invita a recuperar la creación desde la experiencia de Dios. Y desde la experiencia de Dios como Padre la creación se percibe y se recibe con otro ánimo.
2 La creación como Hermana
El libro del Génesis nos cuenta que Caín renunció a ser hermano y atacó a Abel. Así como Caín se levantó contra su hermano y lo mató, así también los seres humanos nos hemos levantado contra la creación, la hemos manipulado y violentado por diversos motivos. Primero fue por miedo y por defensa propia. Ahora se hace por codicia, por afán desmedido de lucro. En contraste con esta actitud de miedo o codicia está la actitud de Francisco de Asís. Su visión de la creación está expresada, en gran parte, en su Cántico de las Creaturas. En este Cántico las creaturas no son objeto de codicia o de temor, sino hermanas y hermanos. En él ha desaparecido el miedo y la codicia, dando lugar a una "total reconciliación paradisíaca del hombre con su universo"[8]. En Francisco se ha hecho realidad la utopía del Paraíso, en donde "serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos" (Is 11,6).
3. La solidaria en la creación y con la creación
Cuando se acogen las creaturas como hermanas y hermanos se experimenta la solidaridad universal. Francisco ha experimentado la armonía y la solidaridad del cosmos. El Cántico revela a un hombre en comunión filial con todas las creaturas. En él la unidad del cosmos no es sólo poesía, deseo o teoría, sino realidad, experiencia vivida y degustada en Cristo.
Las ciencias modernas han confirmado la comunión que existe en el cosmos. La ecología no funciona con esquemas individualistas y excluyentes: toma en cuenta el conjunto de las relaciones que los seres humanos establecen entre ellos mismos y con su medio vital [9]. Este hecho pone en evidencia la necesidad de una nueva solidaridad, en todos los órdenes (social, económico, espiritual...), frente a la crisis ecológica. Como lo dijo Juan Pablo II: "La crisis ecológica pone en evidencia la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad, especialmente en las relaciones entre los países en vías de desarrollo y los países altamente industrializados. Pero esto no se dará, a menos que los responsables de los países se convenzan de la absoluta necesidad de esta nueva solidaridad que la crisis ecológica requiere y que es esencial para la paz. Este equilibrio ecológico no se lograra si no se afrontan directamente los problemas de pobreza existente en el mundo"[10].
¿Cómo ha recuperado Francisco la visión paradisíaca de la creación? Pongamos atención a tres actitudes típicas del Santo de Asís.
1. La Minoridad. La relación del hombre moderno y posmoderno con las cosas, con la creación e incluso con los hombres, es de dominio y de posesión. Quiere estar sobre las personas y las cosas, manipularlas como simples objetos. Francisco quiere dejarse guiar por el evangelio de Jesús: El que quiera ser el mayor que se haga el menor. (Mt 20, 25-28). Por eso el hermano Francisco no está sobre las creaturas con una actitud de señorío y dominio, sino convive junto a ellas en pobreza y minoridad. Lleva la minoridad no solamente a su relación con toda humana creaturas, sino también a la relación con las creaturas no humanas. Es sorprendente lo que dice en el Saludos a las Virtudes. "La santa obediencia... hace que... se esté sometido y sujeto a todos los hombres que hay en el mundo, y no sólo a los hombres, sino a todas las bestias y fieras, de modo que puedan hacer de él lo que quieran, cuanto Dios les permitiere desde lo alto (cf. Jn 19,11)" (SalVir 14-18). Por eso, no quería apagar el fuego que ardía en su propia túnica, prohibía a sus hermanos cortar los árboles de raíz con la esperanza de que pudieran brotar de nuevo (2Cel 165), mandaba a los jardineros que dejaran siempre un rincón en el jardín para que creciera libremente todo tipo de hierbas, incluso las hierbas malas (2Cel 165).
2. Su sentido estético. El respeto de Francisco por la creación nace también de su fino sentido estético unido siempre a lo ético. Francisco es un poeta, sensible a la belleza. En la poesía de Francisco la creación luce esplendorosa. Una cosa bella se respeta y se cuida.Cuando los ojos no son capaces de percibir la belleza de la creación el resultado es la depredación. Y se ha dicho que el ser humano es el depredador número uno.
3. Su ascesis. Es notable la ascesis a la cual se sometió Francisco. Sus penitencias físicas fueron tan severas que al final tuvo que pedir perdón al hermano cuerpo. ¿Qué tiene que ver la ascesis con la ecología? Como humanidad -particularmente las clases sociales más favorecidas- nos hemos metido en un tren de vida que ha deteriorado el medio ambiente y está agotando los recursos de la madre tierra. Debemos darnos cuenta que es necesario disminuir este tren de vida[11]. No se trata de imitar la ascesis de Francisco, de volver al cilicio y pasar hambre, pero sí de valorar más la austeridad, la templanza, la autodisciplina y el espíritu de sacrificio, la mortificación. Hablar de esto puede resultar anacrónico, pero es urgente recuperar estos valores si queremos respetar la madre tierra y revertir el daño que puede ser irreversible.
Conclusión
El Cántico termina con una doxología: "Alaben y bendigan a mi Señor y denle gracias y sírvanle con gran humildad". Después de alabar al Señor por las creaturas, Francisco las invita a alabar al Señor. El Santo de Asís nos invita a la alabanza. Si nuestra alabanza brota del estupor ante la belleza de la creación, entramos en el proceso de salvación y quien entra en este proceso contribuye a salvar la creación.
Fr Benjamín Monroy ofm
[1] Son muy actuales las palabras de san Pablo: "La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto" (Rm 8,20-22).
[2], Juan Pablo II. Audiencia General (17 de enero de 2001).
[3] Mensaje de S.S. Juan Pablo II para la Jornada Mundial por la Paz "PAZ CON DIOS CREADOR, PAZ CON TODA LA CREACIÓN" La paz social debe construirse conjuntamente con la paz ambiental (1 de enero de 1990).
[4] Frente a ciertas posturas de nuestro tiempo dominadas por la política partidista -los partidos ecologistas están más interesados por el poder y el dinero que por la defensa del medio ambiente-, por las ideologías, por corrientes emotivas que contraponen una naturaleza buena y un ser humano malo que todo lo arruina, se alza la visión de Francisco caracterizada por la simplicidad de los planteamientos y por el testimonio de vida.
[5] El tema del congreso es "Humanismo para hoy".
[6] L. Boff, La espiritualidad franciscana frente al desafío ecológico, en Selecciones de Franciscanismo 27 (1980) p. 316.
[7] "Por la cual él se siente en una unión mística con las cosas, conviviendo con la naturaleza en un gran hogar, como hermanos y hermanas. En este horizonte, él podrá reencontrar el adecuado equilibrio ecológico y su propia identidad más profunda" (L. Boff, o.c., 316).
[8] L. Boff, San Francisco de Asís. Ternura y Vigor, Sal Terrae, Santander 1983, p. 66.
[9] No es que la ecología halla inventado estos sistemas. Los ha descubierto en las leyes de la naturaleza. El estudio de los ecosistemas pone al descubierto que los elementos de la naturaleza están profundamente entrelazados, se influyen mutuamente. Un científico usaba esta comparación: haces cosquillas a un átomo y el universo entero se ríe.
[11] M. Gandhi formulaba una solución con unas cuantas palabras: "Necesitamos vivir simplemente para que otros puedan simplemente vivir".
Francisco de Asís: el poder sanador y liberador de la bondad
Fr Benjamín Monroy ofm
Los medios de comunicación nos traen puntualmente, todos los días, las mil caras del mal. Vivir de cara al mal puede esclavizar y enfermar. Ciertamente que necesitamos diagnosticar la enfermedad. Sin embargo, constatar simplemente la existencia del mal y su fuerza destructora no libera. Al contrario, nos hunde más en él. Es un error de perspectiva. Lo primero no es el mal, sino el bien, la bondad. Lo último tampoco es el mal. Al final sólo queda la bondad que hemos dado y recibido. Ser consciente de esto es ya el principio de la liberación. Lo supo el Hermano León cuando, con la ayuda de san Francisco, dejó de centrarse en sus propios pecados y empezó a girar en torno a la bondad y la gracia de Dios.
En este mundo tan duramente golpeado por la maldad necesitamos encontrar caminos de liberación y sanación. Francisco de Asís nos muestra uno de ellos: liberar la bondad que hay en nosotros.
1· Francisco creyó, disfrutó y transmitió la Bondad de Dios.
Cuando el joven rico se acerca a Jesús para preguntarle: "Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?", Jesús le responde: "¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno" (Mt 19,16-17). Solo Dios es bueno. Esta convicción de Jesús está presente también cuando habla de la oración de petición: "Si ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos..." (Mt 7, 11; cf. Lc 11,13). Jesús es realista: la bondad no es cosa humana, es cosa de Dios. La bondad que sana y libera es la Bondad de Dios. Si hablamos del poder liberador y sanador de la bondad empecemos en su Fuente.
San Francisco entendió y vivió hondamente esta verdad. Pide que nadie sea llamado bueno fuera de Dios. Pero más allá de esta petición, la Bondad divina explica muchas actitudes de Francisco, por ejemplo su extrema pobreza y sus severas penitencias, que tanto trabajo cuesta entender a la sociedad del bienestar. En efecto, su pobreza y su penitencia le permitieron abrirse, con la mayor amplitud posible, a la abundancia de los bienes de Aquel a quien experimentó como el Sumo Bien. Francisco ha querido vaciarse de todo -incluso de sí mismo- para que la Bondad divina lo penetrara y lo desbordara.
La Bondad de Dios es una de las claves fundamentales para interpretar la vida de Francisco[1]: su pobreza de bienes materiales y su riqueza de virtudes, sus terribles mortificaciones y su impresionante alegría, su pequeñez y su grandeza, su deseo de ocupar los últimos lugares y la trascendencia que ha tenido en la historia; su simpatía, su manera amorosa de ser, su ternura, su fortaleza espiritual, su simplicidad... su bondad. Francisco estaba habitado por la Bondad divina y la comunicaba.
Y no es que Francisco haya pasado por este mundo en una nube color de rosa. Ha experimentado duramente en su propia carne y a su alrededor la fuerza del mal. Sabía que en su interior había no solamente "ángeles", sino también "demonios"; no solamente el poder de la bondad, sino también la fuerza del mal. Desde aquí se entienden sus duras penitencias. Asimismo había conocido y sufrido las mil caras del mal presente en la sociedad -por ejemplo, la burla de los demás cuando inicia con radicalidad el seguimiento de Cristo, el rechazo de sus propios hermanos, el odio que dividía a la sociedad. Por eso, tuvo que entablar una dura batalla contra "las tinieblas de su corazón" (OrSD) y contra las tinieblas exteriores. Su devoción a san Miguel Arcángel revela esta dura batalla: "San Miguel Arcángel, defiéndenos en el combate" (ExhAD 17).
Pero Francisco está lejos de percibir el mundo simplemente como el lugar donde se lucha contra el mal. El mundo es para él, sobre todo, el espejo donde brilla la belleza y la bondad divina. Y esto es lo determinante. Porque supo descubrir y acoger un mundo impregnado de la bondad divina pudo obtener la victoria sobre el mal.
Reconocer que solamente Dios es Bueno y que "ustedes siendo malos saben dar cosas buenas" no significa que el hombre sea malo por naturaleza. El libro del Génesis habló de la bondad innata del ser humano. "Y vio Dios que era bueno" (Gn 1,31). El hombre y la mujer, en cuanto obra maestra del Creador, son buenos. Cuando Jesús dice que solamente Dios es bueno quiere decir, básicamente, dos cosas. En primer lugar, que la Bondad de Dios es "totalmente diversa de cualquier otra bondad"[2]. En segundo lugar, que toda bondad viene de Dios. En la bondad humana se refleja la Bondad divina.
2· La estrategia liberadora de Francisco.
Todos los historiadores están de acuerdo en que San Francisco contribuyó a transformar la sociedad de su tiempo, a las personas y sus estructuras. En el proceso de liberación emprendido por Francisco juega un rol importante no sólo la bondad que había en él, sino también la bondad que había en los demás. Su secreto ha sido tocar y despertar la bondad del otro. Los que descubrieron su propia bondad al contacto con la bondad de Francisco, se transformaron. Existen muchos relatos que hablan de esta capacidad liberadora de Francisco por medio de la bondad. Pongamos atención en dos de ellos.
Una vez, Francisco predicó en la plaza pública de Bolonia donde la nobleza estaba enfrentada por odios y rivalidades ancestrales. Sus palabras y su porte estaban tan llenos de bondad y de paz que logró reconciliar a aquellos hombres enfrentados a muerte. Un estudiante de teología, testigo ocular, relata: "El sermón no tenía nada de oratorio... El predicador vestía pobremente, su semblante era tosco y carente de toda belleza. Y, sin embargo, logró reconciliar con sus palabras a los nobles de Bolonia, enfrentados a muerte durante siglos"[3]. Francisco cree en la bondad de las personas y hace que se manifieste. En toda persona, por muy mala que parezca, existe un fondo de bondad.
Si hacemos un análisis de la estrategia liberadora de Francisco descubriremos la centralidad de la bondad para destrabar los conflictos sociales. En lugar de recurrir a la acusación y a la condena, da "prioridad a la bondad, a la cordialidad, a la paciencia y a la confianza en la sana energía que habita dentro de cada cual y que puede ser activada mediante la solicitud y la comprensión"[4].
Fue el método que empleó con los ladrones del Borgo San Sepolcro[5]. Estos criminales, impulsados por el hambre, acuden a los frailes en busca de comida. Los hermanos les ayudan, pero les entra el remordimiento: ¿no estaremos fomentando el crimen al ayudar a estos ladrones? Consultan a Francisco. El Santo de Asís les propone un sencillo plan en tres pasos para transformar aquellos criminales: 1º Buscar a los ladrones en el bosque y llevarles pan y vino de la mejor calidad. 2º Hablarles de Dios, pero sin pedirles que abandonen su vida de ladrones. La única petición que les harán es que al robar no lastimen ni hagan mal a nadie. Si piden todo a la vez, no harán caso. Poco a poco se les irá ablandando el corazón. 3º. Al día siguiente vuelven a buscarlos y les llevan comida, esta vez añadirán queso y huevo a la comida. Después de comer, los hacen reflexionar: ¿qué beneficio sacan de estar alejados de la sociedad, hambrientos y haciendo el mal? Si se acercan a Dios, el les dará lo necesario para el cuerpo y salvará sus almas.
El plan dio resultados. Los ladrones se convirtieron y algunos se hicieron frailes. En esta leyenda queda de manifiesto una vez más que "el procedimiento de Francisco no consiste en exacerbar las contradicciones ni en moverse en el terreno de las sombras de la existencia, donde se esconden los odios, las venganzas y el espíritu de dominación. Francisco otorga un voto a la confianza a la capacidad liberadora de la bondad, la ternura, la paciencia y la compresión"[6].
¿Por qué la bondad franciscana tiene ese poder liberador? La respuesta es simple: porque manifiesta la bondad divina. El poder librador y sanador de la bondad es el poder de Dios.
Si Francisco encarna en sus actos la bondad divina, digamos algunas palabras sobre ella.
3· La bondad de Dios.
La Sagrada Escritura revela que Dios es esencialmente bueno. Nunca es malo. Por eso, Jesús dice que el Padre del cielo "es bueno con los ingratos y los perversos (Lc 6,35) y "hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45).
La bondad liberadora y sanadora de Dios se conoce y se manifiesta en sus obras. Israel no podía ver el rosto de Yahvé; pero en sus obras lo "veía", lo "sentía", lo "tocaba"[7]. El libro del Éxodo cuenta que Moisés buscaba conocer a Dios, contemplar su gloria. Pero Dios le dijo: "Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahveh [...] Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo" (Ex 33,19-20).
Hay que estar atentos al "paso" de la bondad divina. Quien percibe la bondad puede contemplar la gloria de Dios. Pero lo cierto es que podemos pasar la vida distraídos, sin poner atención al "paso" de la bondad divina. Francisco la advierte, la goza y la canta: "Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición... Alabado seas, mi Señor, con todas tus creaturas" (Cántico de las creaturas).
Los salmos contemplan y cantan la bondad liberadora de Yavé. Detengámonos en uno de ellos. El salmo 144 (145) luego de afirmar la bondad de Dios ("Bueno es el Señor para con todos"), señala las acciones a través de las cuales se manifiesta esa bondad. Primeramente, escuchando el grito de auxilio del que le invoca[8] y sosteniéndolo con su poder ("El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que ya se doblan"). Pero la bondad del Señor se manifiesta no sólo en las situaciones de emergencia, sino en la normalidad de la vida. El salmo dice: "Abres tu mano y colmas de favores a todos los vivientes". El creyente experimenta la generosidad abundante del Señor y su inquebrantable fidelidad todos los días[9].
¿Cómo tener acceso a esta bondad exuberante de Dios? El salmista recomienda lo siguiente: mantener los ojos fijos en Él y esperar pacientemente (v. 15), invocarlo y no de cualquier manera, sino con verdad (v. 18) y temerle (v. 19) y amarle (v. 20).
La bondad de Dios se revela nítidamente en Jesús de Nazaret. Su vida puede resumir en una frase: "Pasó haciendo el bien y liberando a todos los oprimidos por el mal" (Hch 10,38). Jesús es el Buen Pastor (Jn 10,11) que proclamó buenas noticias e hizo muchas buenas obras. Sembró la buena semilla, sirvió el mejor vino e hizo muchas promesas buenas. Él es el Buen Samaritano que sale al encuentro del que está herido en su cuerpo y en su alma para salvarlo[10]. En Jesús, el Padre misericordioso espera pacientemente a que el hijo perdido regrese para mostrarle su amor y hacerle una esplendida fiesta. En un acto de pura bondad, entregó su vida y murió en una cruz.
El poder y la fuerza salvadora de Jesús se encarnó en gestos de bondad muy sencillos: bendecir el pan, imponer las manos y tocar a los enfermos, liberar a los oprimidos por espíritus inmundos, enseñar a los humildes el misterio del reino de Dios con parábolas. A través de todas sus obras -desde la encarnación hasta la ascensión- Cristo manifiesta la bondad de Dios.
La bondad de Dios no es para elaborar bellas teorías, sino para gustarla, disfrutarla y darla a los demás. El salmo 34 invita: "Prueben y vean que el Señor es bueno" (Sal 34,8).
4· Bondad y salud mental.
En la medida en que me han escuchado quizá les han nacido algunas dudas sobre la veracidad práctica de la fuerza transformadora de la bondad. ¿Realmente funciona? ¿La estrategia de san Francisco no es un idealismo ingenuo?
El valor de la estrategia libradora y sanadora de san Francisco ha sido confirmado en nuestro tiempo por filósofos, psicólogos, médicos y creyentes de religiones no cristianos. Ellos también han comprobado el poder terapéutico que tiene la bondad, para uno mismo y para los demás. Las acciones bondadosas repercuten en la salud mental de las personas y de la sociedad. Me limito a dar algunos ejemplos.
Entre otros, el psicoterapeuta Piero Ferrucci ha comprobado, en su amplia experiencia clínica, el poder salvador y librador de la bondad. Escribe: "La bondad nos salva la vida"[11], "la bondad es un medio para liberarnos de los problemas y obstáculos que nos oprimen"[12]. Este psicoterapeuta la recomienda como una poderosa herramienta para "revolucionar nuestra psique y modificar nuestra vida de modo radical"[13]. Su conclusión es alentadora: "la bondad es sinónimo de salud mental"[14].
5. ¿Cuál es la bondad que trae salud mental y transforma a las personas?
El oncólogo sueco Stefan Einhorn escribe -en su libro El arte de la bondad-que en algunas culturas el concepto de bueno "se relaciona a menudo con un comportamiento que se experimenta como infantil o inmaduro. También parece como si la gente buena tuviese que ser al mismo tiempo un poco 'tonta'"[15]. Una señora me contó que su padre le decía: "Recuerda, hija, que buena y bruta se escriben con "b" grande". Algo así como si "buena" fuera sinónimo de "bruta". Sin embargo, este médico está convencido que hacer el bien es rentable. Es la clave para la felicidad y el éxito, este último entendido como "sensación de vivir de una forma que nos aporte sentido a la vida"[16].
El filósofo Félix García Moriyón, -en su obra Sobre la bondad humana- hace notarque algunos piensan que la bondad no merece la pena y que las malas personas son las que terminan disfrutando de la vida[17]. Pero él apuesta por el punto de vista contrario: ser bueno merece la pena y es algo que la gente aprecia e intenta ser, aun sabiendo que no es fácil conseguirlo, pero es el mejor camino para ser feliz.
Samuel Pérez Millos, biblista, pide no confundir la bondad de Dios con permisividad o con debilidad[18]. La debilidad es una forma engañosa de bondad. Decir sí cuando queremos decir no, acatar la decisión de otro porque queremos caerle bien, doblegarnos porque tenemos miedo no es bondad, sino debilidad. Una persona demasiado "buena" y sumisa es, a la postre, una perdedora.
Piero Ferrucci enumera algunos sucedáneos de la bondad: bondad interesada, generosidad calculada, cortesía superficial, bondad de mala gana.
Frente a las formas engañosas de bondad es importante preguntarnos ¿Cuál es la bondad auténtica?
La bondad auténtica puede ser entendida como "inclinación natural a hacer el bien"[19].
San Francisco la concibe como una interacción de virtudes. Así la concibe también Piero Ferrucci, como "la interacción de varias cualidades"[20]. Describe la bondad a partir de 18 cualidades, entre las cuales están la honestidad, la confianza, la paciencia, el perdón, la humildad, la gratitud. Y, como pensaba Francisco de Asís -por cierto, italiano como Ferrucci- "El que tiene una y no ofende a las otras, las tiene todas" (SalVir). Por supuesto que si se cultivan todas, el resultado es más eficaz.
Pero si vamos más a fondo, podemos definir la bondad como una forma de ser. Cuando contemplamos la bondad como una forma de ser y nos situamos en nuestro ser más profundo comprobamos que, aunque hacia el exterior tiene muchas facetas, "su esencia es muy simple" [21]. Es como el rayo del sol que al atravesar el prisma se desdobla en un conjunto de bellos colores. Desde su esencia, la bondad es una actitud que, al eliminar lo superfluo, nos permite gozar simplemente de ser"[22]. Nos permite ahorrar la energía que desperdiciamos con sospechas, preocupaciones, resentimientos o una actitud innecesariamente a la defensiva.
Ahora bien, nuestro ser más profundo está generalmente oscurecido y bloqueado por una intricada maraña de miedos, ambiciones, experiencias negativas; sed de prestigio y poder, de posesiones, de logros. Los autores espirituales llaman a esto "el ego", es decir, el yo superficial, la imagen social que hemos ido construyendo a lo largo de los años y que si bien tiene su razón de ser, cuando nos identificamos con ella perdemos lo mejor de nosotros mismos[23]. Para practicar la bondad auténtica necesitamos situarnos en nuestro ser más profundo y dejar que fluya la bondad que existe en él.
Desafortunadamente, la cultura en que nos movemos nos estimula a vivir en la superficie, a identificarnos con ese ego que causa tantas divisiones entre las personas y provoca tanto mal. El gran problema de nuestra sociedad es la superficialidad, la des-interiorización. Vivimos fuera, desterrados de nuestra identidad más profunda y al arbitrio de nuestros desórdenes internos. "Si nos falla el misterio interior sólo nos queda lo superficial y esta es la gran tragedia de la vida"[24].
San Francisco exhorta: "No miren la vida de fuera, porque la del espíritu es mejor" (ExhCl). El Santo de Asís invita a volver a "casa", a ir a ese fondo donde está la bondad, liberarla y dejar que fluya libremente.
Si bien ya somos bondadosos, practicando la bondad es como nos hacemos bondadosos y conocemos al Dios bondadoso. No es suficiente con ser. El ser lleva al quehacer y el quehacer configura el ser. La práctica de la bondad no solamente muestra la bondad que hay en nosotros, sino también no hace conocer al Dios bueno y misericordioso
Conclusión.
Un grupo de psicólogos ha constado que la bondad se aprende y que frente a la violencia no hay que oponer más violencia, sino bondad. Si la bondad se aprende, hay que poner atención especialmente a los niños y a los jóvenes. Formar en la bondad y para la bondad es un reto enorme para educadores y padres de familia en este mundo altamente competitivo y violento en que vivimos. Se impone encontrar claves, pautas, estrategias para producir la bondad, organizarla y hacerla operativa.
San Pablo nos urge: "Que la bondad de ustedes sea conocida por todos" (Fil 4,5) y el salmo 34 aconseja: "Apártate del mal y haz el bien" (Sal. 34,14). San Francisco de Asís nos muestra que este consejo sigue siendo tan bueno como cuando lo escribió el rey David hace alrededor de 3,000 años.
[1] Cf. Alfonso Pompei, Dio, en Dizionario Francescano, (Edizioni Messaggero Padova), Padova 1983, 387.
[2] Alfonso Pompei, 387
[3] N. G. Van Doornik, Francisco de Asís. Profeta de nuestro tiempo, (CEFEPAL), Santiago de Chile, 1978, 155.
[4] Leonardo Boff, o.c., 143
[5] El relato se encuentra en las Florecillas, 26, Leyenda Perusina, 90; Espejo de Perfección, 66.
[6] Leonardo Boff, o.c., 145.
[7] Cf. Salvador Vergues - José María Dalmau, Dios revelado por Cristo (BAC) Madrid 1976, 79.
[8] "El cumple el deseo de los que le temen, escucha su clamor y los libera" (v 19)
[9] Versículo 13.
[10] La expresión viene en el Prefacio Común VIII del Misal Romano en español (México).
[11] Piero Ferrucci, El poder de la bondad, (Urano), Barcelona 2005, 13
[12] Piero Ferrucci, o.c., 253
[13] Piero Ferrucci, o.c., 17.
[14] Piero Ferrucci, o.c., 17.
[15] Stefan Einhorn, El arte de la bondad, (Random House Mondadori). México 2007, 17.
[16] Stefan Einhorn, o.c., 160.
[17] Félix García Moriyón, Sobre la bondad humana, (Editorial Biblioteca Nueva), Madrid 2008.
[18] Samuel Pérez Millos, La Biblia y su mensaje. Romanos, (Clie), Barcelona 1998, p. 27
[19] Guillermo Lancaster, La bondad: dimensión social del amor, en Espíritu y vida, 21 (2009) 83.
[20] Piero Ferrucci, 16.
[21] Piero Ferrucci, 17.
[22] Piero Ferrucci, 17.
[23] Cf. José Fernández Moratiel 17-20; Nicolás Caballero, : Tollet
[24] José Fernández Moratiel, o.c., 127.
La prueba del amor: Admonición. IX: Del amor
Dice el Señor: Amen a sus enemigos,
hagan el bien a los que los odian y oren por los que los persiguen y calumnian (Mt
5,44). En efecto, ama de verdad a su enemigo aquel que no se duele
de la injuria que le hace, sino que, por amor de Dios, se consume
por el pecado del alma de su enemigo. Y muéstrele su amor con
obras.
En un primer momento, me pareció incorrecto el título dado a esta exhortación: Del amor. Me parecía que el título no concordaba con el contenido. Estuve tentado de hacer un cambio. En lugar de llamarla "Del amor", titularla: "El amor a los enemigos". Pero luego me di cuenta que, en realidad, Francisco se sitúa en el centro del amor. Es un hombre esencial. No se anda por las ramas. Jesús había dicho que no tiene ninguna dificultad amar a los que nos hacen el bien y nos resultan simpáticos. Lo difícil es amar a los que nos hacen el mal. Aquí es donde se prueba el amor. Solamente cundo llegamos a amar a los enemigos podemos decir que hemos alcanzado la madurez en el amor. Es la altura del amor de Dios que ama a los buenos y los malos y hace salir su sol sobre justos e injustos. Por eso, no cambié el título de la exhortación.
La exhortación de Francisco contiene tres puntos sencillos que nos ayudan a examinar la madurez de nuestro amor. Son tres puntos para el discernimiento. Verifiquemos si nuestro amor se parece al amor de Dios. Como podrá apreciar el lector, esta pequeña exhortación es un verdadero examen del estado que guarda nuestro amor. Vale la pena hacerlo.
1. No dolerse por la injuria.
Pongamos atención a la palabra "dolerse". El dolor es como una alarma. Si me duele el estómago es señal de que algo no anda bien. Es solamente el síntoma de una enfermedad, de un golpe, de un trastorno biológico. Por ejemplo, me duele un diente. El dolor me está avisando que traigo una caries, una fractura en el diente o algún otro tipo de problema.
Francisco habla del dolor del alma. Generalmente, las ofensas nos duelen. Son como golpes secos en el alma. Y los golpes duelen. Pero pongamos atención a la expresión que usa Francisco. No dice: "no le duele", sino "no se duele". Parecen sutilezas, pero en realidad expresan dos ideas diferentes. "Le duele" es pasivo, "se duele" es activo. El golpe duele, pero si reaccionamos como nos pide Francisco, soltamos el dolor. De lo contrario nos aferramos a él. "Se duele" sería como un acto reflejo. Soy consciente del dolor. Tengo dos opciones: me vuelvo esclavo del dolor o lo suelto. Cuando, consciente o inconscientemente, decido apegarme al dolor, se está poniendo de manifiesto un apego. Mientras me apegue al dolor, estoy cargando con el pecado del otro. Mientras esté apegado al dolor no estaré en condiciones de perdonar como Jesús que perdonó a sus propios verdugos.
Por tanto, verifiquemos si ante una ofensa reaccionamos con dolor. Lo más probable es que así sea. Pero hay que soltar el dolor. Si nos sigue doliendo es que hay una enfermedad. El dolor indica que ha tocado un apego. Lo más probables es que estemos apegados a nuestra propia imagen. Y esto es lo que nos duele: el golpe a nuestra adorada imagen. Detrás de la enseñanza de Francisco hay un llamado al desapego, a la libertad frente al ego.
2. Consumirse por el pecado que hay en el alma del enemigo.
Si la reacción ante una ofensa no es dolerse, ¿cómo reaccionar? La reacción es consumirse (quemarse) por el pecado que hay en el agresor. Entender esto no me fue nada fácil. ¿Qué sentido tiene "consumirse (quemarse o requemarse) por el pecado del otro"? Pongamos atención, primero, a la expresión "por el pecado del otro". Al decir se quema por el pecado del otro, Francisco reconoce que el otro me ha querido hacer un daño. Pero al reaccionar soltando el dolor, desapegándome de mi imagen maltratada, evito cargar con el pecado del otro. Sigue siendo pecado "del otro". La maldad del otro no ha sido capaz de apagar el amor que hay en mí. El verdadero daño se produce cuando la ofensa del otro mata en mí el amor. Entonces estoy perdido. Me ha sacado de la sintonía con Dios que es siempre amor, independientemente de la justicia o la injusticia del mundo, del bien o del mal de los seres humanos.
¿Esto quiere decir que el pecado (la ofensa) del otro no me afecta? Puede ser que se llegue a tal desapego de la propia imagen que no haga ningún daño. Esto lo han logrado santos como santa Teresa de Jesús y el mismo Francisco. Pero lo normal es que sí llega a afectarnos. Algunos psicólogos dicen que no es bueno para la salud psicológica tragarse la ofensa recibida. La agresión reprimida se vuelve contra uno mismo. Hay que sacarla de alguna manera, por ejemplo, llevándola a la palabra. Para san Francisco, la energía de la agresión se canaliza a través de una acción: consumirse. La palabra latina uritur, usada en el original,se traduce al español como "consumirse", "requemarse". Entre los sinónimos de consumirse están gastarse acabarse, agotarse, extinguirse, afligirse. Un hombre se consume por la enfermedad, su cuerpo se deteriora gradualmente y termina perdiendo la vida. ¿Es esto lo que quiso decir Francisco? ¿De alguna manera el pecado ajeno me acaba, me agota, me consume? Lo más probable es que así sea. Francisco da una motivación muy alta para "consumirse". Dice: "por amor a Dios". Así pues, el pecado del otro, la ofensa hecha, no llega a dolerme, pero sí termina por gastarme. El pecado ajeno me afecta. Somos solidarios en el pecado y en la gracia. San Francisco conoció en carne propia la ponzoña del odio contra él.
3. Mostrar el amor con obras.
Este punto no tiene dificultad para ser comprendido. Nos muestra que Francisco es eminentemente un hombre práctico. Está lejos de ser ese tipo de personas que elaboran teorías que quizá son muy profundas, pero que son sólo eso, teorías. La profundidad de Francisco no está en sus pensamientos sino en sus obras.
Ahora bien, mostrar el amor con obras no quiere decir simplemente dar una palabra de perdón. Ciertamente es muy válida y necesaria. Pero no basta. Hay que hacer algo más. El amor se muestra con obras.
Conclusión.
Soy conciente que la enseñanza de Francisco contiene un alto grado de dificultad. Una y otra vez somos testigos de cómo las ofensas son devueltas o endurecen el corazón del ofendido o lo llenan de resentimientos. Son actitudes contrarias a la exhortación de Francisco. Muy rara vez he visto que alguien la ponga en práctica. Una de esas excepciones es Juan Pablo II. Visitó en la cárcel y perdonó a su agresor. Quizá muchos de los lectores me dirán que es sumamente difícil -si no imposible- poner en práctica lo que pide Francisco. Pero yo les digo: es todavía más difícil la vida cuando se lleva el corazón cargado de resentimientos, amarguras y violencias. Esto sí que hace la vida pesada y difícil. Paradójicamente, cuando se pone en práctica la exhortación de Francisco, el corazón se aligera, la vida es más luminosa, se saborea la libertad. Por tanto, si nos parece que es prácticamente imposible cumplir el mandamiento del amor al agresor hagamos el intento de ponerla en práctica. Quizá descubramos entonces que, efectivamente, la vida es más amable y sonriente cuando decidimos mantener el corazón anclado en el amor de Dios y tenemos la sabiduría para no caer en el juego del agresor. Solamente cuando se hacen las cosas, como dice Francisco, "por amor de Dios", y se permanece en él, se puede cumplir la exhortación.
Fr Benjamín Monroy ofm

Francisco de Asís. Una propuesta de paz
Francisco vivió en un mundo peligroso, donde la guerra y la violencia eran el pan de cada día [1]. Él mismo participó, antes de su conversión, en varias guerras y fue prisionero de guerra. En aquel tiempo los caminos eran peligrosos. Se cruzaban las montañas en caravanas. La gente andaba armada. En este contexto Francisco y sus hermanos tomaron una decisión descabellada. "En el capítulo de 1217 se tomó una resolución verdaderamente original para aquel tiempo: los hermanos recorrerían el mundo desarmados y sin otro avío que el pan mendigado" [2]. Parecía un idealismo torpe e ingenuo. Sin embargo, funcionó: "Uno se llena de admiración al ver el éxito de una empresa que, técnicamente, es un disparate" [3].
En una sociedad en donde se había hecho profesión de violencia era muy arriesgado hablar de paz. Sin embargo, Francisco entró en aquel hervidero de pasiones, rivalidades y odios con una sorprendente simplicidad para vivir y anunciar la paz. ¿Cuál fue el plan de paz diseñado por Francisco? En realidad, no diseñó ningún programa. No tenía la capacidad analítica para hacerlo. Imaginemos que san Francisco es invitado hoy a una conferencia mundial sobre la paz ¿qué hubiera dicho? ¿qué hubiera propuesto? "En una Conferencia para la paz, en nuestros días, Francisco no podría tomar la palabra, suponiendo que la pidiera. No era hombre de ideas, en el sentido en que no tenía la estructura mental como para elaborar un proyecto de paz" [4]. Y sin embargo este hombre contribuyó y ha contribuido a la paz de manera admirable. Digamos algunas palabras sobre la paz franciscana.
En sus biografías vienen muchos relatos en donde se narra la manera como Francisco contribuyó a la paz en varias ciudades dividas por odios y enemistades ancestrales. Un testigo cuenta lo que vio un día en la plaza de Bolonia. "Yo estudiaba en aquella ciudad, cuando tuve la ocasión de escuchar un sermón de Francisco en la Piazza del Palazzeto. Estaban presentes casi todos los habitantes de la ciudad... El sermón no tenía nada de oratorio. Sólo era un llamado a desarmar los espíritus y restaurar la paz. El predicador vestía pobremente, su semblante era tosco y carente de toda belleza. Y, sin embargo, logró reconciliar con sus palabras a los nobles de Bolonia, enfrentados a muerte durante siglos. El entusiasmo de los oyentes fue tan arrollador que hombres y mujeres se abalanzaron sobre él, le desgarraron los vestidos y se llevaron los trozos como reliquias" [5].
Lo sucedido en Bolonia y en otros lugares sólo se explica por una fuerza trascendente que emanaba de aquel hombre sin atractivos físicos. Digámoslo en clave cristiana: los oyentes se vieron envueltos, de pronto, en la paz de Cristo resucitado. La simplicidad de Francisco trasparentaba la paz y la belleza del Resucitado. "Sus palabras tienen que haber abierto a su auditorio a un mundo de amor tan irresistible que el odio era desenmascarado como algo imposible de justificar. El oyente se veía frente a alguien que había descubierto la paz en lo profundo del ser mismo de Dios, y que testimoniaba esa experiencia con emocionante simplicidad. Alguien tan ajeno a todo espíritu de apropiación que podía ser aceptado por todas las facciones" [6] .
El idealismo "torpe e ingenuo" (la simplicidad) de Francisco funcionó por una simple razón: la paz de Francisco venía de lo alto, le había sido revelada:
El Señor me revelo que dijésemos este saludo: "El Señor te de la paz" (Test. 23).
Ese era el secreto de Francisco: llevar la paz de Dios en el corazón. Daba lo que tenía. Lo que convencía no era el discurso, sino la experiencia de la paz descubierta en "lo profundo del ser mismo de Dios".
Para Francisco la paz no es, primeramente. una conquista, sino un don. Francisco la recibe, la lleva y la irradia. La paz franciscana se realiza cuando se despliega el don recibido. En la Admonición 15 comenta la bienaventuranza "felices los pacíficos":
Son verdaderamente pacíficos aquellos que, en medio de todas las cosas que padecen en este siglo, conservan por el amor de nuestro Señor Jesucristo, la paz de alma y cuerpo. (Adm 15).
Uno llega ser pacífico cuando se da cuenta de que es portador de la paz. Lo que hay que desarrollar es la habilidad para conservarla en cualquier circunstancia e irradiarla. Francisco tenía esa habilidad de dejarse condicionar por el don que llevaba y permanecer libre frente a las circunstancias externas.
Ser pacífico implica una cierta mentalidad que conduce a un estilo de vida. Podemos confrontar la mentalidad de Francisco con la mentalidad de los Cruzados. Cuando Francisco vio partir a una multitud de cristianos hacia Jerusalén para la guerra santa, él también partió pero no para participar en la guerra santa sino para un proyecto totalmente diferente: anunciar la paz. Los cruzados llegaron a Tierra Santa para matar o a ser asesinados; Francisco llega para predicar el evangelio de la paz. A los Hermanos que van entre los infieles les dice:
No promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios (1Pe 2,13) y confiesen que son cristianos (1R 16,7)
Una vez más, estamos ante la paradoja franciscana. Francisco "no busca argumentos, sino fraternidad: no discute, sino que ama. Tal vez pueda parece ingenuo, pero acaba desarmando" [7]. Un método ingenuo pero efectivo.
Conclusión.
Como pudimos comprobar a lo largo de esta charla, Francisco es portador de un paradigma radicalmente diferente al que nuestra cultura nos ha endilgado. Decimos que es una "utopía", para no decir que es una "locura" [8]. Aunque parezca una locura, vale la pena intentar entender el paradigma franciscano y ponerlo en práctica. Estoy seguro que funciona y, por cierto, funciona muy bien. Cierto que, desafortunadamente, es un privilegio de algunos cuantos "locos". Pero ¿qué les parece si ensayamos un poco esta locura franciscana y descubrimos sus bondades? Vale la pena aceptar este desafío. La utopía franciscana sigue orientando y despertando deseos, haciendo volar a los que se dejan seducir por ella.
[1] R. Rusconi, o.c., 62.
[2] N.G. van Doornik, Francisco de Asís. Profeta de nuestro tiempo, (cefepal), Santiago de Chile 1978, 153
[3] N.G. van Doornik, o.c., 154.
[4] N.G. van Doornik, o.c., 154
[5] Citado por N.G. van Doornik, o.c., 155.
[6] N.G. van Doornik, o.c., 150
[7] N.G. van Doornik, o.c., 155.
[8] San Francisco la llama "locura". "Y me dijo el Señor que quería que fuera yo un nuevo loco en este mundo; y no quiso conducirnos por otro camino que el de esta ciencia" (EP 68). Cf. AA.VV, Francesco, un "pazzo" da slegare, (Cittadella Editrice), Assisi 1983.
El acompañamiento espiritual franciscano
El artículo se centra en lo peculiar de la tradición franciscana. Deberá ser leído como parte de un conjunto: la visión sistemática de la dirección espiritual, la perspectiva del Magisterio de la Iglesia, las diferentes espiritualidades de la Iglesia. Como se trata del acompañamiento espiritual al estilo franciscano, hay muy pocas citas del Magisterio. Creo que este sería un tema aparte: la dirección espiritual en el Magisterio de la Iglesia.
1. Acompañamiento o amistad espiritual
Lo primero que hay que hacer notar es que, en la tradición franciscana, no se habla de "dirección espiritual", sino de acompañamiento o amistad espiritual. La línea jesuita popularizó la expresión "dirección espiritual". El franciscano sabe que va como un hermano buscando la ayuda espiritual de otro hermano. El acompañamiento espiritual es un encuentro fraterno o un encuentro entre dos amigos espirituales.
2. El Espíritu Santo es el director espiritual
El principio fontal y primordial es el siguiente: El director es el Espíritu Santo. "Por encima de todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación" (2R 10). De este principio fontal brotan diversas características del acompañamiento espiritual al estilo franciscano. Si el director espiritual es el Espíritu, el acompañamiento espiritual está orientado a discernir lo que el Espíritu quiere. La finalidad del acompañamiento espiritual consiste, fundamentalmente, en buscar la voluntad de Dios para cada persona
3. Una tarea: aprender a escuchar al Espíritu
El discernimiento espiritual lo tiene que hacer, en primer lugar, cada persona. El Espíritu "revela" su voluntad de manera directa e inmediata a Francisco. En sus Escritos, expresa varias veces esta certeza: "Nadie me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio" (Testamento 14). "El Señor me reveló que dijésemos el saludo: El Señor te dé la paz" (Testamento 23). Por eso, no quiere saber cómo es la forma de vida de san Benito, san Bernardo o san Agustín: "Hermanos míos, hermanos míos: Dios me ha llamado por el camino de sencillez y de humildad y me ha manifestado que éste es el verdadero camino para mí y para cuantos quieren creer en mi palabra e imitarme. Por eso, no quiero que me mencionéis regla alguna, ni de San Benito, ni de San Agustín, ni de San Bernardo, ni otro camino o forma de vida fuera de aquella que el Señor misericordiosamente me mostró y me dio" (Espejo de Perfección 68).
Por eso, un místico franciscano, Alonso de Madrid, dice: "Tú mismo has de ser discípulo y maestro, con la ayuda del Divino Maestro" (El arte de servir a Dios). El acompañamiento espiritual debe conducir a la madurez, de tal manera que, sin dejar de ser discípulos, el creyente se convierta en maestro con la ayuda del Divino Maestro. San Juan de la Cruz descubre lo que sucede cuando se ha llegado a la cima del Monte Carmelo: "Ya por aquí no hay camino porque para el justo no hay ley; él para sí se es ley (cf. 1 Tim. 1, 9 y Rom. 2, 14)".
Para san Francisco y la tradición franciscana la tarea primordial es aprender a escuchar al Espíritu que "habla" a través de diversas maneras: mociones interiores, la escucha atenta de la Sagrada Escritura, las voces de la creación, los acontecimientos históricos, los Hermanos, la jerarquía de la Iglesia... Francisco es capaz de conocer la voluntad de Dios, incluso, a través de los sueños y de un juego de niños. En efecto, cuentan las Florecillas, lo que sucedió cuando el Pobre de Asís se encontró ante una encrucijada: puso al Hermano Maseo a dar vueltas sobre sí mismo, como hacen los niños cuando juegan, y, en un momento determinado, le pidió que se detuviera. Le preguntó: "¿Hacia qué parte tienes vuelta la cara? Hacia Siena -respondió el hermano Maseo. Ese es el camino que Dios quiere que sigamos -dijo San Francisco" (Florecillas XI). En otra ocasión, cuando san Francisco se dirigía a la guerra, Cristo le habló en sueños y le descubrió la superficialidad de esta empresa: "¿Quién puede favorecer más, el siervo o el señor?" "El señor", respondió Francisco. Y el otro: "¿Por qué buscas entonces al siervo en lugar del señor?" (2Cel 6). Y Francisco cambia de ruta.
4. La importancia de consultar a los demás: la fraternidad
Pero en la tarea de conocer cuál es la voluntad de Dios, no todo se reduce a la relación personal del creyente con su Dios. También es necesita recurrir a los demás. Cuando Francisco no es capaz de escuchar de manera directa e inmediata lo que Dios quiere de él, pide ayuda a sus Hermanos y Hermanas. En una ocasión, en la que tenía que tomar una decisión particularmente trascendental para su vida, consultó a Santa Clara y al hermano Silvestre. Necesitaba saber si Dios quería que se dedicara totalmente a la contemplación o que predicara a la gente (Florecillas XVI). La respuesta de Clara y del Hermano Silvestre fue que el Señor lo quería no solamente dedicado al silencio gozoso de la contemplación, sino también que estuviera entre la gente, haciendo el bien. Y san Francisco obedeció.
Dentro del acompañamiento de la fraternidad, los presbíteros y obispos desempeñan un rol importante. Francisco pidió al sacerdote, luego de una misa, que le explicara lo que escuchó en la lectura del evangelio y cumplió con gozo lo que había descubierto en la explicación del sacerdote (1Cel 22). Se pone bajo la tutela del obispo de Asís (1Cel 32). Cuando se ve rodeado de compañeros, va a Roma para que el Papa apruebe su Forma de Vida (1Cel 32).
En el acompañamiento espiritual al estilo franciscano no es solamente una persona, sino la fraternidad quien ayuda a discernir lo que el Espíritu Santo quiere. Si el director espiritual es el Espíritu Santo, una sola persona no agota la posibilidad de discernir lo que el Espíritu quiere. La fraternidad tiene un papel muy importante en el acompañamiento espiritual. Por eso, san Francisco dice en la Regla: "Y si (un hermano) cayera en un pecado venial, confiéselo a un hermano suyo sacerdote. Y si no hubiera allí sacerdote, confiéselo a un hermano suyo, hasta que tenga un sacerdote que lo absuelva canónicamente, como se ha dicho" (Carta a un Ministro 18-19).
El concilio Vaticano II redescubrió la dimensión comunitaria de la "dirección" espiritual: "Dios quiere santificar y salvar a los hombres no individualmente y sin alguna relación entre ellos, sino quiere hacer de ellos un pueblo que lo reconoce en la verdad y fielmente lo sirve" (LG 9). Así como crecemos en una comunidad familiar, así también crecemos espiritualmente en una comunidad eclesial.
5. Tolerancia y paciencia inagotables
Me da alegría escuchar que algunos sacerdotes se quejan de que los franciscanos son muy tolerantes y misericordiosos en la confesión y el acompañamiento espiritual. Me duele escuchar ciertos comentarios de los fieles que han tenido la desgracia de encontrarse con algún confesor o acompañante espiritual que se dice franciscano simplemente porque porta el hábito: "ya no quiso darme asesoría espiritual porque dice que no cambio", "es duro y regañón para confesar", "no me quiso dar la absolución", "da absoluciones condicionadas", "me dijo que si seguía cometiendo el mismo pecado ya no me iba a perdonar".
La acogida del pecador es incondicional. Basta recordar y meditar largamente las palabras de Francisco a un ministro.
Y no pretendas de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. Y ámalos precisamente en esto, y tú no exijas que sean cristianos mejores. Y que te valga esto más que vivir en un eremitorio.
Y en esto quiero conocer que amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y, si no busca misericordia, pregúntale tú si la quiere. Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor; y compadécete siempre de los tales (CtaMin).
Este es otro de los textos fundamentales sobre los cuales se articula el acompañamiento espiritual franciscano. Lo comento brevemente.
Las palabras de san Francisco están impregnadas de Evangelio. Si alguna actitud de Jesús de Nazaret es incontestablemente histórica es su compasión y ternura hacia los pecadores, especialmente los pecadores arrepentidos. Tal actitud está presente en sus parábolas (el hijo pródigo, la oveja perdida...), en sus palabras ("No he venido a buscar a los sanos sino a los enfermos" ...), en sus actitudes (hacia Zaqueo, la adúltera...). Cuando somos duros en el confesonario o en el acompañamiento espiritual olvidamos que actuamos en la Persona de Aquel que nos dijo cómo es Dios a través de la parábola del Hijo pródigo y nos ha dicho que debemos perdonar hasta setenta veces siete.
Las palabras de Francisco contienen una gran verdad: no somos nosotros quienes cambiamos a las personas. Es la gracia y la respuesta a la gracia quien puede transformar a los hombres y mujeres. Lo que nosotros podemos hacer es acompañarlos con un corazón misericordioso como el corazón de Cristo.
6. Los tiempos
Si nos preguntamos: ¿cuándo hay que ir con el acompañante espiritual? ¿Cada mes? ¿Cada semana? La respuesta de san Francisco es: cada que tú lo necesites. No establece tempos fijos y fatales, se fija en la persona, en la necesidad de la persona. Un texto que resume lo que es el acompañamiento espiritual según Francisco de Asís es su Carta al Hermano León. Los especialistas la consideran la "carta magna" del acompañamiento espiritual franciscano[1]:
Hermano León, tu hermano Francisco te desea salud y paz. Así te digo, hijo mío, como una madre, que todo lo que hemos hablado en el camino, brevemente lo resumo y aconsejo en estas palabras, y si después tú necesitas venir a mí por consejo, pues así te aconsejo: Cualquiera que sea el modo que mejor te parezca de agradar al Señor Dios y seguir sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor Dios y con mi obediencia. Y si te es necesario en cuanto a tu alma, para mayor consuelo tuyo, y quieres, León, venir a mí, ven.
En la breve carta al Hermano León Francisco vuelve a mostrar su evangelismo. Para Jesús de Nazaret el centro no es la ley, sino la persona. Por eso, defiende a sus discípulos que, impulsado por el hambre, empezaron a desgranar espigas en sus manos el sábado, una actividad prohibida por la ley (Mc 2,23). Como Francisco ha hecho del Evangelio su forma de vida "no insiste en preceptos disciplinares, sino que llama al sentido de responsabilidad personal, la comprensión recíproca, el optimismo y la alegría"[2].
Además de sugerir los tiempos para el acompañamiento espiritual, en esta carta Francisco manifiesta una gran confianza en la persona, en su capacidad de discernir lo que agrada al Señor: "Cualquiera que sea el modo que mejor te parezca de agradar al Señor Dios y seguir sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor Dios y con mi obediencia". Es notable la madurez, el respeto y la libertad con la cual acompaña espiritualmente al Hermano León. Estas son cualidades que deben estar presentes en todo acompañamiento espiritual franciscano.
7. El testimonio de vida
Recojo -lo que parece ser- la última característica esencial del acompañamiento franciscano: el testimonio de vida. No porque lo ponga al final es el menos importante. Al contrario, lo he dejado para el final porque es lo que le da autenticidad a las anteriores. No abundo en él, porque no es para analizarlo y decirlo, sino para vivirlo. Es en la vida donde se le da profundidad y no en la reflexión intelectual. El acompañamiento espiritual de la fraternidad se da, preferencialmente, con el testimonio de vida. De esta manera, aquel que es acompañado se ve en los otros como en un espejo y así descubre lo que es recto y, por lo tanto, cuál es la voluntad de Dios para él.
Conclusión
Como he dicho al inicio, éstas son solamente algunas notas esenciales del acompañamiento espiritual al estilo franciscano. Preguntas como éstas: ¿cómo saber que se desarrolla un acompañamiento espiritual y no una simple charla?, ¿qué compromisos concretos engendra la dirección?, ¿hay unos principios mínimos o reglas para llevarla a cabo?, ¿cómo escoger al director, qué características o cualidades debe reunir para considerarlo como tal? deberán ser contestadas dentro un curso sistemático sobre dirección espiritual.
[1] E. Fortunato, Discernere con Francesco d´Assisi. Le scelte spirituali e vocazionali,Ed. Messaggero. Padova 1997, p. 197.
[2] E. Fortunato, Il pensare formativo francescano, Ed. Messaggero, Padova 1999, p. 262.
[1] E. Fortunato, Discernere con Francesco d´Assisi. Le scelte spirituali e vocazionali,Ed. Messaggero. Padova 1997, p. 197.
[2] E. Fortunato, Il pensare formativo francescano, Ed. Messaggero, Padova 1999, p. 262.