HOMILÍAS

Domingo de Pascua
Cristo vive
Todavía era de noche cuando las mujeres se pusieron en camino. La noche también estaba en su alma. Su corazón pesaba más que la piedra del sepulcro. Sin embargo, fueron al sepulcro de Jesús. Un último gesto de amor. Llevaban un frasco con los perfumes que habían preparado para ungir el cadáver de Jesús. Pero cuando llegan, la piedra había sido retirada y la tumba estaba vacía. Por diversas razones, es de noche también para nosotros. El mal está por todas partes.
En la mañana de Pascua, en el primer día de la semana, en la primera hora del día, entre mujeres, perfumes y palabras de "varones con vestidos resplandecientes", se anuncia que Jesús está vivo. El dolor está a la vuelta de la esquina, pero también está el amor, maravillosamente vivo. El mal está por todas partes, pero el Resucitado lo invade todo. Está en las calles y en los corazones. Muchas veces topamos con él y no nos damos cuenta que nos toca, nos habla, nos abraza. Si la muerte había dejado un sentimiento de desconcierto, desorientación y abatimiento, la resurrección muestra, a través de pequeños y grandes signos de vida, el camino de la esperanza que impulsa a continuar con alegría.
El Señor ha resucitado para todos, para quienes quieren encontrarlo y para quienes no lo quieren encontrar, para quien se siente abandonado, para aquellos que no logran tomar su vida en sus manos, para quien después de meses de vacilaciones no ha tomado una decisión importante, para quien vive la Pascua en familia o lejos de ella o ya no tiene familia. Ha resucitado para el que ya no busca a Dios y no se ha dado cuenta que Dios está delante de él, para quien no sabe que Jesús está vivo y nunca se olvida de él. La resurrección es para los muertos que anhelan vivir. Es para los vivos. Es un estilo de vida. Como dice san Pablo: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí".
En el Credo decimos que Jesús "descendió a los infiernos". No se trata del infierno de los diablos. "Infiernos" es el lugar de los muertos. Cristo ha descendido al fondo oscuro de la historia y al fondo de nuestro ser, de nuestras zonas de dureza y esterilidad como fuerza de atracción hacia arriba y hacia el otro. Descendió al infierno de la historia, a las mazmorras de los desesperados y desaparecidos, a los agujeros de los condenados de la tierra. Está aquí, anunciando que los verdugos no tienen la última palabra. Los cielos nuevos y la tierra nueva saben que la Pascua ha penetrado en la trama secreta de la historia y crece inexorablemente. La resurrección de Cristo es como una semilla que entra en lo más profundo de la historia, del universo y del corazón humano.
Los ángeles anuncian a las mujeres que Cristo vive, pero no está en la tumba. No busquemos al Resucitado entre los muertos, no sigamos hurgando entre las cosas caducas, atados al pasado. Levantemos la mirada para ver las cosas eternas, abrámonos a la novedad del futuro. Jesús lo había dicho: la muerte es sólo un paso hacia una vida plena.
Durante el tiempo de Pascua, la liturgia nos ofrecerá los relatos de la resurrección del Señor. Los testigos acogieron el misterio de la Pascua de diversas maneras; sin embargo, todas tienen algo en común: parten del misterio de la cruz, la única puerta a través de la cual la luz pascual puede penetrar en nuestros corazones tristes, cansados, decepcionados.
CRISTO VIVE. FELICES PASCUAS DE RESURRECCION
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas: 24, 1-12
El primer día
después del sábado, muy de mañana, llegaron las mujeres al sepulcro, llevando
los perfumes que habían preparado. Encontraron que la piedra ya había sido
retirada del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Estando ellas todas desconcertadas por esto, se les presentaron dos varones con
vestidos resplandecientes. Como ellas se llenaron de miedo e inclinaron el
rostro a tierra, los varones les dijeron: "¿Por qué buscan entre los
muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado. Recuerden que cuando
estaba todavía en Galilea les dijo: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea
entregado en manos de los pecadores y sea crucificado y al tercer día resucite'
". Y ellas recordaron sus palabras.
Cuando regresaron del sepulcro, las mujeres anunciaron todas estas cosas a los
Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María
Magdalena, Juana, María (la madre de Santiago) y las demás que estaban con
ellas. Pero todas estas palabras les parecían desvaríos y no les creían.
Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se asomó, pero sólo vio los lienzos y se
regresó a su casa, asombrado por lo sucedido.
Viernes Santo, de la Pasión del Señor
Abrazados al Crucificado
La Liturgia de este Viernes Santo comenzó en silencio, con los ministros postrados en el suelo. Silencio y postración son necesarios para acercarnos a la cruz y reconocer en ella no ya el lugar de la derrota, sino el signo de una misteriosa victoria. Silencio y postración son necesarios para reconocer, bajo la apariencia del fracaso, la victoria de un amor que se deja aniquilar sin dejarse vencer. Silencio y postración son necesarios para comprender que la cruz lleva al Paraíso: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso".
Aunque parece una celebración fúnebre, en realidad es una celebración nupcial. La tradición cristiana considera que la Iglesia/esposa de Cristo nació de su costado herido, del cual brotó sangre y agua. La Esposa nace pura porque ha sido purificada por la sangre del Esposo.
Un momento particularmente significativo de la liturgia de este día es el beso a la cruz. Cuando la besamos queremos decir, entre otras cosas, que abrazamos nuestros límites, de los cuales quisiéramos huir. La cruz no es una carga de deberes que Dios impone sobre nuestros hombros, sino el peso de nuestros límites que Dios mismo comparte con nosotros en su Hijo Jesucristo. Lo que marca la diferencia entre la cruz como un patíbulo ignominioso y un trono de amor es el beso a la cruz, que la convierte en árbol de vida.
Karl Rahner, un notable teólogo alemán del siglo XX, escribe: "Para saber quién es Dios sólo tengo que arrodillarme a los pies de la Cruz". La cruz es la imagen más pura que Dios ha dado de sí mismo. La verdadera comprensión de Dios requiere una actitud de humildad y reconocimiento de la propia fragilidad y dependencia de Dios. Cristo no muere abandonado del Padre sino abandonándose en las manos del Padre. Para Jesús Dios es siempre Padre. Morir es saltar hasta ese Padre para quedar envueltos para siempre en su Amor eterno.
La segunda lectura invitaba: "Acerquémonos con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno". Nos acercamos a la cruz como a un trono desde el cual recibimos la misericordia y la gracia para poder responder con el mismo estilo y la misma pasión del Señor.
Los invito a hacer suyos los pensamientos, sentimientos, deseos de la siguiente oración: "Con María tu madre, con las mujeres que han permanecido fieles, con el discípulo amado, estoy al pie de tu cruz. Me esperas a esta cita a la que me has convocado, inmovilizado en la cruz. Puede ser que yo no venga, pero tú estás ahí y te quedas donde te dejaste poner. Tus brazos están extendidos, se abren para llamar a todos. No pueden cerrarse. Los clavos las mantienen en esta posición que invita y recuerda el abrazo. Me dicen en silencio: 'Ven'.
Jesús, ante tu cruz no tengo palabras, y ni siquiera puedo pensar. Te miro, y en cada respiración, en cada latido de mi corazón, quisiera que penetrara en mí profundamente tu imagen. Entra pues en mí, Crucificado radiante. Que yo te lleve siempre conmigo, abrazándote a ti, el Amado".
Jueves Santo de la Cena del Señor
Exceso de amor
Jesús había realizado signos prodigiosos, había hablado, escuchado, exhortado, curado, consolado, alimentado, abrazado, suplicado... Había sacudido los cimientos de la fe rancia y cansada de Israel. Pero, al parecer, no sirvió de nada, no fue suficiente. Los discípulos más cercanos a él, a pesar de los tres años de seguimiento, no habían comprendido quién era realmente su Maestro y el alcance de su misión.
Ahora hace otro intento. En la noche en que fue traicionado se reúne con los suyos para la cena pascual. Sabe lo que le espera, que sus amigos lo abandonarán, que los líderes religiosos terminarán por clavarlo en una cruz. El Señor conoce el valor de los gestos. Con dos gestos sencillos pero poderosos expresa todo lo que ha vivido.
Uno de estos gestos es el pan y el vino. En un trozo de pan y una copa de vino se entrega a sí mismo. El pan y el vino simbolizan toda la vida y el amor de Cristo. El otro gesto es el lavatorio de los pies. Para el evangelista Juan es el centro la Cena del Adiós. En su relato no hay panes partidos ni copas que se pasen de mano en mano.
Estos dos gestos contienen y expresan el amor excesivo de Jesús: "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". Es un amor que va más allá de la prudencia y de la conveniencia. Cuando celebramos la Eucaristía seamos conscientes de que entramos en comunión con el corazón de Cristo y su amor excesivo.
Toda su vida, Jesús había elegido el último lugar, y no por diplomacia. No era teatro. Quitarse el manto, ceñirse una toalla y arrodillarse ante cada uno de sus amigos cuyas expectativas, esperanzas y fragilidades más o menos ocultas conocía, era sólo la enésima ocasión que les ofrecía para que entendieran cómo estar en el mundo, cómo se construyen las relaciones, cómo se construye la comunidad cristiana.
¿Por qué Jesús escoge lavar los pies? Tal vez porque llevan el peso de todo el cuerpo y son la parte del cuerpo que toca la tierra. En la planta de los pies está grabado el camino recorrido. Los pies son el símbolo de todo lo que recorremos en nuestra vida, a dónde fuimos, en qué lodazal caímos, cuánta hierba fresca pisamos, qué caminos difíciles recorrimos.
Lavarlos significa deshacerse de toda la tierra que se nos ha quedado pegada, a menudo impregnada de dolor. Cuando hemos tomado una distancia significativa de nuestra historia, podemos sentarnos a la mesa con Jesús y escucharlo; de otra manera seguiremos teniendo el pensamiento en el fango, en el dolor, en las piedras clavadas en la carne. Viviremos centrados en nuestros propios pies.
Luego de lavarles los pies a sus discípulos, Jesús les pide "lavarse los pies unos a otros". No podemos pasar el tiempo viendo nuestros pies. La vocación cristiana es dejarse lavar los pies y lavar los pies de los demás. Podemos ser como Pedro que no quiere que Jesús le lave los pies. Dejemos que Cristo nos lave los pies con su misericordia infinita, excesiva, para que podamos lavar los pies de los demás.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 13, 1-15
Antes de la
fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este
mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que
estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de
Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que
el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido
de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una
toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los
pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.
Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: "Señor, ¿me vas a lavar tú a mí
los pies?". Jesús le replicó: "Lo que estoy haciendo tú no lo
entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde". Pedro le dijo: "Tú
no me lavarás los pies jamás". Jesús le contestó: "Si no te lavo, no
tendrás parte conmigo". Entonces le dijo Simón Pedro: "En ese caso,
Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús le
dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque
todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos". Como sabía
quién lo iba a entregar, por eso dijo: 'No todos están limpios'.
Cuando acabó de lavarles los pies. se puso otra vez el manto, volvió a la mesa
y les dijo: "¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me
llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el
Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado
ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo
hagan".
Miércoles de la Semana Santa
Judas, un espejo
Ayer, el evangelista Juan nos narró el momento en el que Judas sale del Cenáculo para traicionar a Jesús. Hoy, el evangelista Mateo nos permite seguir al discípulo decepcionado para comprender, a través de sus palabras y sus acciones, el tormento de su corazón.
Es difícil entender las "treinta monedas de plata" que le dieron. En realidad no son el precio para vender a Jesús, sino la cifra irrisoria con la que el traidor se vende a sí mismo. No se contenta con traicionar y entregar a Jesús a los jefes de los sacerdotes, sino que pone una condición: "¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?". Judas ni siquiera pone precio. El precio lo ponen los compradores. Jesús vale muy poco. Y sin embargo, como dice la Primera Carta de Pedro, Cristo "no nos ha comprado con oro ni plata sino con su preciosa sangre".
Decepcionado de Jesús y de sí mismo, Judas quiere ganar al menos algo de dinero. La necesidad de ganar algo indica dónde está el tormento del discípulo: la sensación de que seguir a Jesús fue una pérdida de tiempo, de energías, de perspectivas. Cuando tocamos nuestros límites y traicionamos valores, opciones, promesas o cuando nos cansamos de seguir a Cristo, necesitamos cultivar la ilusión de que no lo hemos perdido todo y de que todavía tenemos algo que ganar, a lo cual tenemos derecho y de lo que no podemos privarnos, para evitar que la decepción y el remordimiento nos hagan sentir completamente derrotados.
¿Dónde está el problema cuando intentamos desertar, echarnos para atrás, traicionar el deseo que inflamó nuestro corazón? Se trata de un problema de escucha. Decía el profeta Isaías en la primera lectura: "Mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído, para que escuche yo, como discípulo. El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás". Quizás Judas, durante todo el tiempo que vivió con Jesús, nunca escuchó realmente su palabra. No se dejó formar y trasformar por ella.
Judas puede ser un espejo. Al verlo sentimos incomodidad por esa parte de nosotros que se parece a él, pero no queremos admitir que tenemos. Cuanto más duros somos con Judas, más escondemos el pequeño Judas que llevamos dentro. Si admitiéramos que también nosotros somos un poco así, entonces recuperaríamos toda esa misericordia que nunca le reservamos a él.
¡Cuántas historias de amor terminan por una traición y siempre es la misma razón! Judas no aprovechó el tiempo en que convivió con Jesús para asimilar la lógica del amor.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 26. 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a
ver a los sumos sacerdotes y les dijo: ¿Cuánto me dan si les entrego a
Jesús?". Ellos quedaron en darle treinta monedas
de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para
entregárselos.
El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a
Jesús y le preguntaron: "¿Dónde quieres que te preparemos la cena de
Pascua?". El respondió: "Vayan a la ciudad, a casa de fulano y
díganle: 'El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con
mis discípulos en tu casa' ". Ellos hicieron lo que Jesús les había
ordenado y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer, se sentó a la mesa con
los Doce y mientras cenaban, les dijo: "Yo les aseguro que uno de ustedes
va a entregarme". Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle
uno por uno: "¿Acaso soy yo, Señor?". El respondió: "El que moja
su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre
va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del
hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido".
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: "¿Acaso soy yo
Maestro?". Jesús le respondió: "Tú lo has dicho".
Martes de la Semana Santa
Una luz en la oscuridad
Ayer era María de Betania la que ungía y acariciaba los pies de Jesús. Ahora es Juan, el discípulo amado, quien se apoya en el pecho de Jesús. Mientas siente palpitar el corazón de Cristo le pregunta, a petición de Pedro: "Señor, ¿quién es?". Juan escucha la preocupación que hay en el corazón de su Maestro. Escucha que uno de los suyos está por traicionarlo.
Una vez más, el misterio de Judas, su traición, atrae nuestra atención no tanto para dejarnos arrastrar por la curiosidad sobre el mal —que con frecuencia nos atrae— sino para, a través de la noche, la oscuridad, de la traición buscar la luz.
En la primera lectura Dios le promete a su Siervo convertirlo en "luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra". Esta promesa se cumple en la intimidad del cenáculo. El Señor responde a la pregunta del discípulo amado con un gesto: da un trozo de pan, un bocado, a Judas. En esa la época, el primer bocado se daba al invitado de honor. Esta deferencia de Jesús revela el abismo de la traición. Cuando Judas sale del Cenáculo, Juan precisa: "Era de noche".
Orígenes, uno de los pensadores cristianos de los primeros siglos, decía que el bocado que Jesús le dio a Judas era un bocado de luz. Judas cae en el abismo de la traición pero llevando un rayo de luz. Y Juan había dicho en el Prólogo de su evangelio que las tinieblas no vencerán la luz. ¿Cuál es el bocado, el rayo de luz, que la Palabra de Dios nos ha entregado y que nos permite no desesperar de la misericordia de Dios aunque descendamos al abismo del mal?
Judas se cierra al amor porque no puede comprender el abismo del amor de Dios. Es el problema de Judas, pero también de los demás discípulos, incluyéndonos a nosotros. En el relato se perfila la negación de Simón Pedro. Pedro está obsesionado en dar la vida por su maestro. Cree que puede y que debe darla. Sin embargo, su presunción tenía pies de barro. Terminará por negar a su Maestro. Jesús quiere salvar a Judas de sus tinieblas y a Pedro de su presunción. La perdición se convierte en el lugar, en el momento en el que Dios sale a buscar la oveja perdida y cargarla sobre sus hombros.
Es consolador saber que la fragilidad de nuestros sentimientos y de nuestra presunción no es el lugar donde las promesas de Dios son desmentidas. Son más bien circunstancias en las que podemos aprender a renunciar a nuestras pretensiones para dejarnos mirar, sostener y guiar por el Señor.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 13, 21-33. 36-38
Cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió
profundamente y declaró: "Yo les aseguro que uno de ustedes me va a
entregar". Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no
sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba
reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: "¿De
quién lo dice?". Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le
preguntó: "Señor, ¿quién es?". Le
contestó Jesús: ''Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a
mojar". Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y
tras el bocado, entró en él Satanás.
Jesús le dijo entonces a Judas: "Lo que tienes que hacer, hazlo
pronto". Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos
supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había
encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas,
después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.
Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: "Ahora ha sido glorificado el Hijo
del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él,
también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a
los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: 'A donde yo voy, ustedes no pueden
ir'''. Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿a dónde vas?". Jesús le
respondió: "A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más
tarde". Pedro replicó: "Señor. ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo
daré mi vida por ti". Jesús le contestó: "¿Conque darás tu vida por
mí? Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres
veces".
Lunes de la Semana Santa
El aroma de la ternura
Seis días antes de la Pascua, Jesús va a la casa de Marta, María y Lázaro para una cena de amigos. María manifiesta su alegría con un gesto escandalosamente hermoso, inmenso, magnífico, brillante, conmovedor. Es el gesto de quien ama. El aroma de ternura llenó toda la casa como para decir que el amor se extiende e involucra a todos.
El evangelista Juan no reporta ningún diálogo entre María de Betania y Jesús. Sólo gestos, quizás para decirnos que el amor es un hecho concreto, no un discurso. El silencio de María y de Jesús invita a la contemplación y al estupor. Pero no todos tienen la sensibilidad para emocionarse y asombrarse. La ternura con la cual María unge los pies de Jesús es un despilfarro a los ojos de Judas. Sí, es un despilfarro: es la anticipación y la prefiguración del "despilfarro" de la muerte de Jesús en la cruz. Cristo es el frasco de perfume exquisito del Amor misericordioso de Dios que, destrozado en la muerte, esparcirá su aroma por todo el mundo y a lo largo de toda la historia.
El relato muestra que la Pascua se expresa y se vive en el horizonte del amor audaz, donde la racionalidad, el cálculo prudente, la conveniencia deben ceder el paso a la lúcida locura del don gratuito.
Cristo sabe que nada podrá detener su pasión y su muerte, ni siquiera el Padre del cielo. Cuando todo esfuerzo es inútil, la ternura de una caricia o la delicadeza de un beso logran curar la desesperación de la impotencia. La caricia y el beso no cambiarán el destino de Jesús, no cambiarán el nuestro; pero cambian el aire, la atmósfera de la casa y del corazón. Es a través de los gestos cotidianos y silenciosos de personas impregnadas del Espíritu de Dios que el perfume de Cristo se difunde y llena los corazones de quienes se dejan amar.
Podemos reconocer en el gesto de María de Betania que se postra a los pies de Jesús una parte de nosotros. Como María, le damos a Cristo el mejor perfume que hay en nuestro corazón para decirle que nos hemos alimentado del amor que nos ha dado y que a nadie amamos tanto como lo amamos a él. Y Cristo recibe este amor.
Pero hay otro lado de nuestro corazón. Es la fe débil y la razón arrogante de Judas. Cuando no creemos lo que el Señor nos promete, cuando olvidamos que siempre nos ha amado, nos volvemos ciegos y sordos, cerramos el corazón.
En nuestro corazón hay luz y tinieblas. Pidámosle a Cristo que bendiga nuestra luz y bendiga también nuestras tinieblas. Que nos acompañe en nuestra tumba. Que cuando nuestro corazón se muera venga a despertarnos.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 12, 1-11
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía
Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una
cena; Martha servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María
tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a
Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con
la fragancia del perfume.
Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús,
exclamó: "¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios
para dárselos a los pobres?". Esto lo dijo, no porque le importaran los
pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que
echaban en ella. Entonces dijo Jesús: "Déjala. Esto lo tenía guardado para
el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes,
pero a mí no siempre me tendrán".
Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí,
acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor
había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para
matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en
Jesús.
Domingo de Ramos, de la Pasión del Señor
"Me amó y se entregó por mí"
Comienza la semana mayor, la más importante del año. Comienza la Semana Santa, una semana llena de asombro y sangre, amor y dolor. El domingo de Ramos nos introduce en un drama donde la alegría y el dolor se mezclan continua y misteriosamente. Es como una sinfonía paradójica y conmovedora.
En el evangelio del Domingo de Ramos, Jesús entra triunfante a Jerusalén en un burrito. Frente al recrudecimiento de la oscuridad, en un tiempo egoísta, crispado, lastimado, atravesado por mil tensiones y violencias, de líderes fascistas, este gesto ingenuo, asombroso e irónico es una profecía de paz. Al final del relato, los fariseos le dicen a Jesús que reprima las alabanzas de sus discípulos. El Señor les contesta: "Si ellos se callan, gritarán las piedras". Las piedras, símbolo de la dureza del corazón y de apatía espiritual, se convierten en el signo de una transformación radical. La contemplación de la Pasión del Señor nos puede tocar profundamente. Acerquémonos al relato de la Pasión no para entender, sino para que afecte nuestra existencia.
En el relato de la Pasión, Jesús se encuentra con muchos personajes. Al contacto con Cristo revelan su interioridad, sus contradicciones. Pilato, después de haber reconocido la inocencia de Jesús, lo entrega a la muerte. La multitud, que lo había aclamado en su entrada triunfal a Jerusalén, ahora grita: "¡crucifícalo!". Barrabás, un criminal convicto, es puesto en libertad. Pedro lo niega. Judas lo traiciona. El oficial romano, un pagano, al ver morir a Jesús exclama: "este hombre era justo". En definitiva, el relato muestra que las palabras de Jesús, sus gestos, sus silencios, su sola presencia, se convierten en una llamada para descubrir nuestra verdad, salir de la doblez, del autoengaño. El camino de la Pasión es un camino para asumir la responsabilidad de la propia vida.
Uno de los malhechores crucificado al lado de Jesús asume su responsabilidad. Reconoce el mal que ha hecho y la inocencia de Jesús. Reconoce su verdad y la verdad de Jesus, la realeza de Cristo. Le suplica que se "acuerde" de él cuando esté en su Reino.
Entrar en la pasión y seguir a Jesús en el camino de la cruz pone al descubierto nuestras contradicciones, nuestras falsas creencias, nuestras mentiras. Sólo viendo nuestra sombra y dando nombre a nuestra mentira, a nuestras opiniones erróneas, a nuestros prejuicios, podremos descubrir la verdad. Fue el camino que recorrió la multitud que, después de haber presenciado la crucifixión, "volvió a su casa dándose golpes de pecho", es decir, reconociendo su culpabilidad. El camino de la Pasión se recorre contemplando al Crucificado. De ahí brota el arrepentimiento.
Nuestra Señora de los Dolores
"Ustedes son dioses"
En este llamado "Viernes de dolores", el evangelio nos trae otro enfrenamiento de Cristo con sus enemigos. La relación de Jesús con el Padre —que es cuestionada por los judíos hasta definirla como una blasfemia— es la revelación y el anuncio de toda la predicación del Señor. Ante una religión que, con sus sacrificios y sus ritos, alimenta el miedo del hombre y la mujer ante su Creador, Cristo anuncia el diseño y el deseo de Dios encerrado en unas cuantas palabras incandescente: "Ustedes son dioses". Estamos en Dios y Dios está en nosotros. Este es nuestro horizonte: la divinización del hombre.
Toda la creación no es otra cosa que la manifestación de este don amoroso que Cristo, como "Hijo de Dios", quiere participarnos. La liberación de toda forma de temor a través de la familiaridad y la intimidad con Dios desestabiliza a cuantos apoyan sus privilegios sobre la inferioridad de los demás, manipulándolos para su propio beneficio.
Ante el don de Dios, el corazón no puede menos que regocijarse: "Muchos creyeron en él". No solo queremos unirnos a esta muchedumbre que se siente reconocida en su dignidad de hijos/as de Dios, sino también queremos testimoniar: "Todo lo que Juan decía de éste, era verdad" porque descubre nuestra verdad: somos dioses. Somo dioses no a la manera de los emperadores romanos o de personas famosas o de políticos, empresarios, intelectuales que se creen dioses. Somos dioses en el Hijo de Dios, en Jesucristo.
Frente a los judíos que recogen de nuevo piedras para apedrearlo, Jesús declara abiertamente su vínculo indestructible con el Padre: "El Padre está en mí y yo en el Padre". Estas palabras tan profundas no pueden improvisarse en el momento del peligro, cuando la angustia crece de manera proporcional a la hostilidad que nos rodea. Son el fruto de un largo y sufrido camino. Son como los últimos versos de un poema madurado en la noche de la persecución y en el silencio de la soledad.
En el momento de la hostilidad y persecución Jesús expresa una confianza que ha cultivado en la relación silenciosa con un Dios nunca plenamente visible, pero siempre presente.
En los momentos de peligro, unámonos a Cristo para que el miedo se trasforma en un canto de esperanza. Decía el salmo responsorial: "En el peligro invoqué al Señor, en mi angustia le grité a mi Dios; desde su templo, él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 10, 31-42
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos
cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: "He realizado ante
ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren
apedrear?".
Le contestaron los judíos: "No te queremos apedrear por ninguna obra
buena, sino por blasfemo, porque tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser
Dios".
Jesús les replicó: "¿No está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se llama dioses
a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no puede
equivocarse), ¿cómo es que a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me
llaman blasfemo porque he dicho: 'Soy Hijo de Dios'? Si no hago las obras de mi
Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las
obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el
Padre". Trataron entonces de apoderarse de él, pero se les escapó de las
manos.
Luego regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado
en un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: "Juan no
hizo ningún signo; pero todo lo que Juan decía de éste, era verdad". Y
muchos creyeron en él allí.
V Jueves de Cuaresma
Un amor que vence la muerte
Abraham es uno de los personajes notables de la historia. Tres de las grandes religiones del mundo lo reconocen como "padre en la fe", el judaísmo, el cristianismo y el islam. Su itinerario es el camino del hombre que acepta llevar hasta el fondo la propuesta de Dios. El Señor le había prometido hacerlo padre de un gran pueblo. Abraham tendrá que recorrer un largo camino para que se realice la promesa. Las noches de Abraham son acompañadas y confortadas por la discreta presencia de Dios.
La primera lectura cuenta que el Señor visita a Abraham para renovar su esperanza. Abraham se postra: "Abram se postró con el rostro en el suelo y Dios le dijo: 'Aquí estoy. Esta es la alianza que hago contigo: Serás padre de una multitud de pueblos. Ya no te llamarás Abram, sino Abraham, porque te he constituido como padre de muchas naciones'". Nuestro padre en la fe acepta ser engendrado por la Palabra de Dios. Deja atrás las pretensiones a las que estaba fuertemente ligado.
Los ojos de Abraham no están ahora dirigidos hacia el cielo para ver las estrellas —como en la primera ocasión en la cual Dios le hizo la promesa de hacerlo padre de un gran pueblo— sino hacia el suelo. Ahí es alcanzado por la Palabra de Dios. En ese momento de postración el Señor le llama "padre de muchas naciones", le revela su identidad y su misión. No fue en un pedestal, sino cuando estaba con la cara en el suelo, con la conciencia de ser como polvo de la tierra. Así sucede siempre. No podemos acoger a Dios si estamos en nuestros pedestales.
Jesús les dice a sus interlocutores, orgullosos de tener a Abraham como padre: "El que es fiel a mis palabras no morirá para siempre". Curiosamente, la propuesta de Jesús es rechazada por aquellos que son —al menos formalmente— descendientes de Abraham. Su vínculo de sangre no les garantiza la capacidad de entrar en relación con el enviado de Dios con una actitud de apertura. No son capaces de aceptar el mensaje de un amor tan grande que vence la muerte.
Jesús afirma, en medio de un clima de incomprensión y violencia, su identidad profunda: es el revelador del Padre. Revela las cosas de Dios, revela una vida que contrasta con las tinieblas y la muerte. Por eso es sano y liberador, muy consolador, acoger sus palabras, escucharlas, guardarlas, meditarlas.
El relato dice al final que los judíos "recogieron piedras para arrojárselas". Podemos sofocar bajo un montón de piedras el deseo de una vida inmortal que Dios depositó en nosotros cuando nos creó a su imagen y semejanza.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 8,51-59
Jesús dijo a los judíos: "Yo les aseguro: el que es fiel a mis palabras no morirá para siempre".
Los judíos le dijeron: ''Ahora ya no nos cabe duda de que estás endemoniado.
Porque Abraham murió y los profetas también murieron, y tú dices: 'El que es
fiel a mis palabras no morirá para siempre'. ¿Acaso eres tú más que nuestro
padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes
ser tú?".
Contestó Jesús: "Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría
nada. El que me glorifica es mi Padre, aquel de quien ustedes dicen: 'Es
nuestro Dios', aunque no lo conocen. Yo, en cambio, sí lo conozco; y si dijera
que no lo conozco, sería tan mentiroso como ustedes.
Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra. Abraham, el padre de ustedes, se
regocijaba con el pensamiento de verme; me vio y se alegró por ello".
Los judíos le replicaron: "No tienes ni cincuenta años. ¿y has visto a
Abraham?". Les respondió Jesús: "Yo les aseguro que desde antes que
naciera Abraham, Yo Soy". Entonces recogieron piedras
para arrojárselas, pero Jesús se ocultó y salió del templo.
V Miércoles de Cuaresma
La verdad nos hace libres
En una cultura de la mentira, la llamada "era de la posverdad", resuenan hoy estás palabras: "Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderamente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres". La verdad nos hace libres. La mentira nos esclaviza y nos deforma. La verdad y la libertad son fruto de un camino a veces agotador que estamos llamados a recorrer con paciencia y escuchando con atención la palabra de Dios. La fe no es el lugar donde la vida se transforma en un instante. Es una conquista progresiva, el término de un largo y tortuoso camino de relación amorosa con la Palabra de Dios.
Jesús afirma que es libre quien observa su Palabra. Si consideráramos la Palabra como un seno materno, cuando entramos en ella nos dejamos alimentar y gestar por Dios. La Palabra de Jesús nutre y hace crecer como el vientre de una madre. En ella crece nuestra libertad. Leer y meditar la Palabra de Dios puede marcar el inicio de un cambio en nuestra vida.
Puede ser que, como los judíos, ni siquiera sepamos que no somos libres. El pecado nos esclaviza, nos ciega y nos engaña. Los interlocutores de Jesús creían que eran libres. Jesús los desengaña: "Yo les aseguro que todo el que peca es un esclavo del pecado".
Para poder ser libres hay que "vivir en la casa de la verdad". La verdad para la Biblia no es información imparcial. La Verdad es una Persona, no una idea abstracta. Es Dios mismo. El que vive en Dios vive en la Verdad. Y Dios es amor. Por eso, la verdad es el amor de Dios revelado en Jesucristo, un amor vivido y sufrido. La verdad es acción, es seguimiento de Cristo.
La primera lectura nos ofrece una espléndida imagen del fruto de la verdad que nos hace libres en los tres jóvenes que son arrojados al horno ardiente; porque, en tierra de exilio, se niegan a adorar las divinidades babilónicas. En el infierno de las llamas insoportables permanecen ilesos, incluso protegidos por "un frescor como de brisa y de rocío". El fuego del odio no puede alcanzarlos porque en ellos arde ya la llama de una intensa relación con Dios. Los jóvenes le dicen al rey Nabucodonosor: "El Dios a quien servimos puede librarnos del horno encendido y nos librará de tus manos". En el momento en que su vida es puesta a prueba por una hostilidad extrema, los tres jóvenes llegan a una profunda libertad interior. La conmoción de Nabucodonosor fue tan grande que se vio obligado a bendecir a Dios: "Bendito sea el Dios de Sedrak, Mesak y Abednegó, que ha enviado a su ángel para librar a sus siervos, que confiaron en él".
Juan: 8, 31-42
En aquel tiempo, Jesús dijo a los que habían creído en él: "Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderamente
discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres".
Ellos replicaron: "Somos hijos de Abraham y nunca hemos sido esclavos de
nadie. ¿Cómo dices tú: 'Serán libres'?".
Jesús les contestó: "Yo les aseguro que todo el que peca es un esclavo del
pecado y el esclavo no se queda en la casa para siempre; el hijo sí se queda
para siempre. Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres. Ya sé que
son hijos de Abraham; sin embargo, tratan de matarme, porque no aceptan mis
palabras. Yo hablo de lo que he visto en casa de mi Padre: ustedes hacen lo que
han oído en casa de su padre".
Ellos le respondieron: "Nuestro padre es Abraham". Jesús les dijo:
"Si fueran hijos de Abraham, harían las obras de Abraham. Pero tratan de
matarme a mí, porque les he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo
Abraham. Ustedes hacen las obras de su padre". Le respondieron:
"Nosotros no somos hijos de prostitución. No tenemos más padre que a
Dios".
Jesús les dijo entonces: "Si Dios fuera su Padre me amarían a mí, porque
yo salí de Dios y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino enviado por
él"
V Martes Tiempo Ordinario
Un camino de salida
Cuando la vida se vuelve agobiante, parecido a caminar por un desierto, es fácil que empecemos a lamentarnos y a murmurar contra Dios, como le sucedió al pueblo de Israel: "¿Para qué nos sacaste de Egipto? ¿Para qué muriéramos en el desierto? No tenemos pan ni agua y ya estamos hastiados de esta miserable comida!". La murmuración es una forma sutil de resignación. Nace de una visión muy limitada de la realidad. El pueblo no ve el bien que ha recibido a lo largo de su camino. Se concentra en lo que le falta. Tiene nostalgia del Egipto opresor más que esperanza en la libertad y la Tierra Prometida.
El Señor no se cansa de ofrecer su ayuda. Lo hace poniendo su vida delante de nosotros y por nosotros: "Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta". La cruz, prefigurado en estas palabras de Jesús, es la manifestación de una salvación más grande que cambiar simplemente las circunstancias de nuestra vida. Nos muestra un modo de vida en el que se aprende a entrar en la lógica de Dios, a confiar en Él. Hay que aprender a levantar la mirada hacia el cielo. El Señor le dijo a Moisés: "Haz una serpiente como ésas y levántala en un palo. El que haya sido mordido por las serpientes y mire la que tú hagas, vivirá". Moisés hizo una serpiente de bronce y la levantó en un palo. Los que la miraban vivían.
Esto que sucedió en el desierto, sucede también en nuestro corazón. Los sentimientos y pensamientos malos son un veneno para el alma. La Palabra de Dios indica cómo hacer frente al intoxicación interior, nos da como antídoto mirar más alto, llevar la mirada a un horizonte más amplio que aquel que nos produce miedo y la amenaza de muerte.
Levantando la mirada y dirigiéndola al Crucificado podemos comprender que también nuestra vida es un continuo paso de este mundo al Padre. Mirando a Jesús levantado en la cruz sabremos cuál es la medida del amor sin medida de Dios. Y, quizás, finalmente, creeremos, nos rendiremos, nos convertiremos, viviremos la alegría de la Pascua.
El Señor nos invita a no escapar, a no enmascarar el veneno y el dolor que llevamos dentro; a reconocer las raíces de nuestra decepción y malestar. Paradójicamente, lo malo pude ayudarnos a bajarle a nuestras pretensiones y a estar en contacto con la realidad. Quizá en nuestro veneno encontraremos la curación. Quizá el dolor nos puede ayudar a entender quiénes somos realmente.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 8, 21-30
Jesús dijo a los judíos: "Yo me voy y ustedes me buscarán,
pero morirán en su pecado. A donde yo voy, ustedes no pueden venir".
Dijeron entonces los judíos: "¿Estará pensando en suicidarse y por eso nos
dice: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'?". Pero Jesús añadió:
"Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba; ustedes son de este
mundo, yo no soy de este mundo. Se lo acabo de decir: morirán en sus pecados,
porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados".
Los judíos le preguntaron: "Entonces ¿quién eres tú?". Jesús les
respondió: "Precisamente eso que les estoy diciendo. Mucho es lo que tengo
que decir de ustedes y mucho que condenar. El que me ha enviado es veraz y lo
que yo le he oído decir a él es lo que digo al mundo". Ellos no
comprendieron que hablaba del Padre.
Jesús prosiguió: "Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces
conocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta; lo que el Padre me
enseñó, eso digo. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque
yo hago siempre lo que a él le agrada". Después de decir estas palabras,
muchos creyeron en él.
V Lunes de Cuaresma
Volver a la verdad
Cada año, la Cuaresma nos presenta la historia de Susana, un drama que causa conmoción. Dos ancianos, jueces del pueblo, acusan falsamente a Susana de acostarse con un joven. Proyectan sobre otros lo que ellos querían hacer abusando de su poder, pero no pudieron hacerlo.
El escenario no es nada extraño. En nuestros días abundan noticias de violencia contra las mujeres, corrupción, injusticia, manipulación, abuso de poder de líderes que tiene el oficio de cuidar de los demás, de velar por el bien común. Los malvados aprovechan su poder —que debe ser ejercido para promover la verdad y la justicia— en favor de sus intereses perversos. El relato contiene una enseñanza consoladora: al final, los injustos son víctimas de su propia maldad. Dios escucha el grito del inocente. La muerte que los malvados habían tramado para Susana los alcanzó a ellos.
Quizás inconscientemente nos hacemos cómplices de un sistema injusto, cómplices de la cultura de la mentira. La Palabra de Dios nos invita a reaccionar y volver a la verdad. Nos proporciona elementos para actuar.
En el evangelio, Jesús dice: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de la vida". La luz de Cristo no es un reflector sobre nuestra vida para exponerla y avergonzarla. Es una luz que nace de nuestra relación y unión con él, e ilumina la conciencia. Es una luz que cura y libera.
El drama de Susana nos muestra lo que hay en el fondo del sistema perverso que causa tanto sufrimiento: cultivar la apariencia, sin curar las heridas de corazón. El antídoto contra la apariencia y la violencia es cultivar una relación íntima como la que Jesús vive con su Padre. En esta relación podemos tomar contacto con la verdad de nosotros mismos y la verdad de los demás de manera compasiva.
San Gregorio de Niza decía que la verdad no la encuentran los que miran con los ojos del cuerpo, sino aquellos que la buscan con el corazón. Por eso, san Agustín invita: "Vuelve a entrar en tu corazón. ¿Adónde quieres ir lejos de ti mismo? Vuelve a entras desde tu vagabundeo que te ha llevado fuera del camino; vuelve al Señor. Él está listo. Entra en tu corazón, tú que te has hecho ajeno a ti mismo, a fuerza de vagabundear fuera: ¡no te conoces a ti mismo, y buscas a quien te ha creado!… Entra en el corazón: examina ahí lo que quizás percibes de Dios, porque ahí se encuentra la imagen de Dios; en el interior del hombre habita Cristo".
El tiempo de Cuaresma sigue siendo una oportunidad para entra en nosotros mismos, aunque nos sea fácil. Y hacerlo no sólo como un ejercicio de autoconocimiento, sino con el deseo de encotrarnos con el Cristo interior. Entremos en nosotros mismos iluminados por aquel que es "la luz del mundo".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 8, 12-20
Jesús dijo a los fariseos: "Yo soy la
luz del mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de
la vida". Los fariseos le dijeron a Jesús: "Tú das testimonio de
ti mismo; tu testimonio no es válido". Jesús les respondió: "Aunque
yo mismo dé testimonio en mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde
vengo y a dónde voy; en cambio, ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy.
Ustedes juzgan por las apariencias. Yo no juzgo a nadie; pero si alguna vez
juzgo, mi juicio es válido, porque yo no estoy solo: el Padre, que me ha
enviado, está conmigo. Y en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de
dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo y también el Padre, que
me ha enviado, da testimonio sobre mí".
Entonces le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?". Jesús les contestó:
"Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí,
conocerían también a mi Padre".
Estas palabras las pronunció junto al cepo de las limosnas, cuando enseñaba en
el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.
V Domingo de Cuaresma
La miseria frente a la misericordia
Es más fácil condenar lo que está mal en los demás, que mirar el mal que hay dentro de nosotros. Lo exterior nos parece más fácil de manejar y controlar. Por eso tendemos a buscar el mal en los demás, más que en nosotros, pensando que así ponemos orden en nuestro interior. Nos engañamos.
Sucedió con los escribas y fariseos que llevan a una mujer acusada de adulterio ante Jesús. En realidad, el acusado en este proceso es el mismo Jesús o tal vez la misericordia de Dios. Los justicieros no pueden aceptar el perdón sin límites predicado por Cristo. ¿Qué hacer? Lo que se puede hacer con los escribas y fariseos de todos los tiempos es cambiarles el juego, encontrar la manera de forzarlos a mirar dentro de ellos. Eso es exactamente lo que hizo Jesús. Los pone en contacto con esa parte oscura que todos llevamos dentro y que no queremos ver.
La adúltera es una mujer sin nombre. Para los escribas y los fariseos no es una persona: es su pecado; más bien es una cosa que se toma, se lleva y se pone en cualquier lado, donde les conviene. Se puede incluso destruir. Los fariseos de todos los tiempos ponen a Dios en contra del hombre y convierten la religión en asesina.
La mujer fue sorprendida en una relación adúltera y arrastrada, solamente ella, sin el compañero. Es exhibida ante todos, incluso delante de Jesús, como culpable de cara a la Ley de Moisés. La adúltera se siente avergonzada, perdida en su soledad, sin redención posible. Está condenada a muerte. El camino de salida puede comenzar si alguien se pone a su lado y le hace sentir su cercanía. Eso hace Jesús. Se pone a su nivel. La alcanza en la situación de desprecio y humillación en que se encuentra. La mujer estaba de pie en medio de los acusadores; pero Jesús se inclina, se agacha, se coloca debajo de todos, incluso de la mujer. Era una manera de decirle: "No estás sola. Aquí estoy para ti".
Cuando todos a su alrededor gritan, Jesús invita a una pausa, al silencio, a no mirar un código penal sino el misterio de la persona. Derriba todo el antiguo ordenamiento legal con unas cuantas palabras tan verdaderas que nadie puede contestar: "'Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra". Todos soltaron las piedras y se fueron.
Después de que se fueron los acusadores, Jesús se levanta y se pone frente a la mujer, cara a cara. San Agustín dirá: "La miseria frente de la misericordia". Le ofrece una mirada diferente a la de los acusadores. Ella puede sostener esta mirada. Le ofrece también una palabra a la que puede responder y un rostro en el cual puede mirarse de una manera nueve. La mujer encuentra su verdadero rostro en el rostro de Cristo. "'¿Nadie te ha condenado?'. Ella le contestó: 'Nadie, Señor'".
Una vez más, el Señor sorprende nuestro corazón fariseo. No pide a la mujer que confiese su pecado, ni le pregunta si se arrepiente, ni siquiera le pone una penitencia, que haga algo para expiar el pecado. No le pide cuentas de su pasado: la lanza hacia el futuro, a la vida, de cara al sol. No le pregunta de dónde viene, le interesa a dónde va: "Vete y ya no vuelvas a pecar". Vete. Ve hacia una vida nueve, hacia tu nuevo corazón, y da el perdón que recibiste a quien te encuentres.
Cristo abre las puertas de nuestras prisiones y nos pone en camino hacia la luz. Sabe bien que sólo hombres y mujeres amados y perdonados pueden sembrar amor y perdón a su alrededor.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 8, 1-11
Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer
se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él,
sentado entre ellos, les enseñaba.
Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en
adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha
sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a
estas mujeres. ¿Tú que dices?".
Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se
agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su
pregunta, se incorporó y les dijo: ''Aquel de ustedes que no tenga pecado, que
le tire la primera piedra". Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el
suelo.
Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras
otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la
mujer, que estaba de pie, junto a él. Entonces Jesús se enderezó y le preguntó:
"Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?".
Ella le contestó: "Nadie, Señor". Y Jesús le dijo: "Tampoco yo
te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".
IV Viernes de Cuaresma
Como de incógnito
Cada vez más, Jesús se acerca a su pasión y muerte. El evangelio de hoy lo dice con una anotación: "Cuando los parientes de Jesús habían llegado ya a Jerusalén para la fiesta, llegó también él, pero sin que la gente se diera cuenta, como de incógnito". La discreción con la que Jesús llega a Jerusalén puede ser malinterpretada como debilidad.
Es sorprendente —quizás incluso desconcertante— la imagen de un Dios hecho hombre que se esconde cuando intentan matarlo, que no se manifiesta libremente. Sin embargo, el evangelista señala luego que Jesús habla libremente: "Miren cómo habla libremente y no le dicen nada". A pesar de la creciente adversidad hacia él, Jesús continúa enseñando en el templo con toda libertad.
El que se deja llevar por el Viento de Dios, el Espíritu Santo, sabe que su manera de actuar puede parecer contradictoria. Quién ve las cosas desde afuera no capta lo que hay dentro. ¿Por qué Jesús actúa de esa manera? Ha hecho un discernimiento para conocer y hacer la voluntad del Padre y se da cuenta de que, como dice el evangelista Juan, "nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora". Cristo se cuida para poder entregarse en el momento oportuno. El amor no improvisa. Se prepara. En la pasión y en la cruz Jesús se entrega y revela el rostro de un Dios que no se esconde bajo la armadura de su omnipotencia, sino se expone hasta el fondo en la desnudez de un amor dado sin condiciones y sin escapatorias.
Jesús sabe controlar los tiempos. Maneja con libertad y responsabilidad su vida. Tiene una misión y la va realizando paso a paso. No deja que otros decidan por él. Cuando llega el momento de la pasión, él se entrega. Habría que ver si nosotros somos marionetas movidas por los deseos y urgencias de otros, por ejemplo de la publicidad, las mentiras que circulan por todas partes, la manipulación de líderes narcisistas. Cristo nos invita a ser responsables de nuestra vida, a fijar las prioridades y urgencias. Una prioridad debería ser nuestra relación con el Señor.
El Señor viene "como de incógnito" a habitar en nuestro corazón. Viene "como de incógnito" para liberarnos de las ideas e imágenes distorsionadas que nos hemos hecho de él. Dios no es como quisiéramos que fuera, como lo hemos imaginado. Es como tiene que ser. No sabemos bien de dónde viene ni a dónde irá. Lo que sabemos es que ahora está en nuestro más profundo centro interior y en él todo está vivo y vibrante. Abramos los ojos de la fe para reconocer su Presencia en nuestra vida, incluso cuando se manifiesta en formas que no esperamos.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 7, 1-2. 10. 25-30
Jesús recorría Galilea, pues no quería andar por
Judea, porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba ya la fiesta de los
judíos, llamada de los Campamentos.
Cuando los parientes de Jesús habían llegado ya a Jerusalén para la fiesta,
llegó también él, pero sin que la gente se diera cuenta, como de incógnito.
Algunos, que eran de Jerusalén, se decían: "¿No es éste al que quieren
matar? Miren cómo habla libremente y no le dicen nada.
¿Será que los jefes se han convencido de que es el Mesías? Pero nosotros
sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de
dónde viene".
Jesús, por su parte, mientras enseñaba en el templo, exclamó: "Conque me
conocen a mí y saben de dónde vengo... Pues bien, yo no vengo por mi cuenta,
sino enviado por el que es veraz; y a él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo
conozco, porque procedo de él y él me ha enviado".
Trataron entonces de capturarlo, pero nadie le pudo echar mano, porque todavía
no había llegado su hora.
IV Jueves de Cuaresma
Gloria y vanagloria
Jesús dirige un reproche a sus oyentes. El reproche va dirigido particularmente a los que detentan el poder, roles de prestigio y buscan la gloria, no la Gloria de Dios, sino su propia gloria. Señala la razón de su incredulidad: "¿Cómo va a ser posible que crean ustedes, que aspiran a recibir gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que sólo viene de Dios?". Cuando nos perdemos en los callejones sin salida de la ambición y de la vanagloria también perdemos la fe en Dios, aunque digamos que somos creyentes.
En la primera lectura Moisés se niega a recibir la gloria de manera personal, separada del pueblo. El Señor le dice: "Veo que éste es un pueblo de cabeza dura. Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos. De ti, en cambio, haré un gran pueblo". Dios quiere exterminar al pueblo y engrandecer a Moisés, hacer de él un gran pueblo. Pero Moisés no quiere excluir al pueblo, a su pueblo. Intercede por él: "¿Por qué ha de encenderse tu ira, Señor, contra este pueblo?". La gloria de Moisés consiste en interceder por su pueblo. Nosotros somos afortunados de tener a Cristo que se hace uno con nosotros e intercede por nosotros.
Las palabras claves del discurso de Jesús son "testimonio" y "gloria". Jesús es el testigo de Dios, es decir, Aquel que hace visible a su Padre porque es uno con Él. Como Jesús y el Padre son uno, el testimonio es recíproco. El Padre es testigo de Jesús porque lo hace visible al mundo. Jesús es la obra de Dios. Y Jesús, por su parte, traduce su testimonio en obras. Las obras son las que revelan la acción de Dios. En este sentido las obras que Jesús realiza dan gloria a Dios.
¿Qué significa dar testimonio de Dios? ¿Darle gloria? Significa actuar como Dios actúa, a través de acciones concretas de bien, de amor, de misericordia. De esta manera le damos gloria, es decir, lo hacemos visible.
El Salmo responsorial dirá que Dios mismos es la gloria del pueblo: "Cambiaron al Dios que era su gloria por la imagen de un buey que come pasto". El pueblo se había hecho un becerro de oro y lo adoraba. No soportó la ausencia de Dios. Los ídolos son la encarnación de nuestro delirio de omnipotencia, del deseo de manipular la divinidad. Pero Dios no es un algoritmo que responde a nuestras demandas como la inteligencia artificial.
Sería ingenuo pensar que el episodio del becerro de oro no se refiere también a la dificultad que todos tenemos cuando atravesamos el desierto de la vida y parece que Dios está lejos.
Hoy reflexionemos sobre estas dos palabras: "testimonio" y "gloria". ¿Qué lugar ocupan en nuestra vida?
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 5, 31-47
Jesús dijo a los judíos: "Si yo diera testimonio de mí, mi testimonio no tendría valor; otro es el que da testimonio de mí y yo bien sé que ese testimonio que da de mí es válido. Ustedes enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes quisieron alegrarse un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre. El Padre, que me envió, ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no habita en ustedes, porque no le creen al que él ha enviado. Ustedes estudian las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues bien, ellas son las que dan testimonio de mí. ¡Y ustedes no quieren venir a mí para tener vida! Yo no busco la gloria que viene de los hombres; es que los conozco y sé que el amor de Dios no está en ellos. Yo he venido en nombre de mi Padre y ustedes no me han recibido. Si otro viniera en nombre propio, a ese sí lo recibirían. ¿Cómo va a ser posible que crean ustedes, que aspiran a recibir gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que sólo viene de Dios? No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre; ya hay alguien que los acusa: Moisés, en quien ustedes tienen su esperanza. Si creyeran en Moisés, me creerían a mí, porque él escribió acerca de mí. Pero, si no dan fe a sus escritos, ¿cómo darán fe a mis palabras?".
VI Miércoles de Cuaresma
La intimidad con Dios
Las palabras del profeta Isaías, que escuchamos en la primera lectura, indican la dirección de la conversión: "Digan a los prisioneros: 'Salgan', y a los que están en tinieblas: 'Vengan a la luz'". Estamos llamados a vivir este éxodo, este parto interior que nos permite vivir más plenamente aquella vida que ninguna crisis, ninguna enfermedad, ningún sufrimiento pueden quitar.
El profeta nos recuerda que nuestra vida es un milagro de confianza y cuidado amoroso: "¿Puede acaso una madre olvidarse de su criatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas?". Estamos ante una imagen materna de Dios. Dios aparece como una madre amorosa.
En el evangelio, Jesús habla largamente de Dios como "Padre", "mi Padre". La relación de intimidad entre Jesús y el Padre es el motivo de su enfrentamiento con los escribas, fariseos y doctores de la Ley. No pueden soportar esa intensidad de la relación de Jesús con Dios que relativiza radicalmente su pretensión de controlar y ser los garantes de la relación con el Altísimo.
En nuestro camino cuaresmal, estamos llamados a hacer un examen de conciencia sobre nuestra relación con el Padre de nuestro Señor Jesucristo. La intimidad con Él —amada y cultivada— es el fundamento estable de nuestra vida. Esta conciencia de un amor invencible le dio al Señor Jesús la fuerza para soportar el rechazo, la humillación y la muerte.
Jesús dice que el Hijo no hace nada por sí mismo, sino sólo lo que ve hacer al Padre. El Hijo sintoniza con el Padre. Para nosotros puede ser sintonizar, conectar con nuestro propio centro, donde vive Dios. Desde este punto de vista, las palabras de Jesús sobre los "muertos que oirán la voz" se refiere a despertarse interiormente. Los "muertos" son aquellos que viven desconectados de sí mismos, incapaces de escuchar esa voz silenciosa que llama a la vida plena.
El anuncio de Jesús "viene la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la hayan oído vivirán" no se refiere, en primer lugar, a los muertos, ni a la resurrección final. Se refiere a nosotros. Somos llamados a una confianza en la vida que no es posible sin una renovada confianza en un Amor que nos precede, nos acompaña, nos espera. Entonces podemos hacer nuestro el regocijo del profeta Isaías: "Griten de alegría, cielos; regocíjate, tierra; rompan a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y tiene misericordia de los desamparados".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 5,17-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos (que lo perseguían por hacer
curaciones en sábado): "Mi Padre trabaja siempre y yo también
trabajo". Por eso los judíos buscaban con mayor empeño darle muerte, ya
que no sólo violaba el sábado, sino que llamaba Padre suyo a Dios, igualándose
así con Dios.
Entonces Jesús les habló en estos términos: "Yo les aseguro: El Hijo no
puede hacer nada por su cuenta y sólo hace lo que le ve
hacer al Padre; lo que hace el Padre también lo hace el Hijo. El Padre ama
al Hijo y le manifiesta todo lo que hace; le manifestará obras todavía mayores
que éstas, para asombro de ustedes. Así como el Padre resucita a los muertos y
les da la vida, así también el Hijo da la vida a quien él quiere dársela. El
Padre no juzga a nadie, porque todo juicio se lo ha dado al Hijo, para que
todos honren al Hijo, como honran al Padre.
El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre. Yo les aseguro que, quien
escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna y no será
condenado en el juicio, porque ya pasó de la muerte a la vida.
Les aseguro que viene la hora, y ya está aquí, en que
los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la hayan oído vivirán.
Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, también le ha dado al Hijo
tener la vida en sí mismo; y le ha dado el poder de juzgar, porque es el Hijo
del hombre. No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que
yacen en la tumba oirán mi voz y resucitarán: los que hicieron el bien para la
vida; los que hicieron el mal, para la condenación. Yo nada puedo hacer por mí
mismo. Según lo que oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió".
IV Martes de Cuaresma
Torrente de Gracia
El profeta Ezequiel contempla la obra de Dios en la imagen de un torrente de agua exuberante y desbordante que sale del templo. Sus propiedades terapéuticas provocan una imparable cascada de gracia que devuelve la vida a todo. En el torrente hay peces en abundancia. Sus aguas fecundan los árboles que crecen en sus orillas, dan frutos cada mes y sus hojas son medicinales. Toda la flora y la fauna vuelven a la vida en contacto con su fuerza vital. Esta imagen de la abundancia narra la gratuidad y la eficacia de la acción sanadora de Dios, capaz de penetrar en las regiones más áridas y desiertas de nuestra vida y de la historia.
La descripción de este singular fenómeno se sitúa en el tiempo de Cuaresma que estamos celebrando como un bálsamo de esperanza para nuestras heridas interiores. Existen aspectos de nuestra vida que quizás esperan redención desde hace mucho tiempo, como el hombre del cual habla el relato del evangelio de hoy.
Jesús va a un lugar frecuentado por los marginados de la sociedad y los excluidos del templo. Están esperando ser curados. El Señor se fija en un hombre enfermo desde hacía treinta y ocho años. El enfermo se queja de que no tiene a nadie que lo meta en la piscina cuando se agita el agua. En sus palabras se lee el dolor de la soledad. A pesar de que son muchos los enfermo en ese lugar, la soledad afecta a todos. Es la enfermedad común. Los enfermos no se ayudan unos a otros. Cada uno vive para sí mismo, compitiendo para bajar a la piscina en el momento oportuno.
El Señor lleva a este hombre que "no tiene a nadie" a cambiar su mirada, a desplazar su atención de las circunstancias externas desfavorables y centrarla en sus circunstancias internas, más escondidas y mucho más determinantes: "¿Quieres curarte?". El hombre es prisionero de la resignación, esclavo del victimismo que viene a visitarnos en el sufrimiento.
El primer paso para sanar es la disponibilidad de tomar la vida en nuestras manos y aceptar que la salvación de Dios se realiza en el difícil y maravilloso juego de la confianza y de la relación cotidianas con Cristo. Jesús le dice al enfermo: "Levántate, toma tu camilla y anda". La palabra de Jesús tiene un efecto terapéutico. El hombre logra levantarse solo, tomar su camilla y caminar. Como era sábado y en sábado estaba prohibido llevar cargas, la camilla será causa de conflictos con las autoridades religiosas. Pero la camilla se ha convertido para aquel hombre en un trofeo y la palabra de Jesús se ha convertido en la ley a seguir.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 5, 1-16
Era un día de fiesta para los judíos, cuando Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas, una piscina llamada Betesdá, en hebreo, con cinco pórticos, bajo los cuales yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos que esperaban la agitación del agua. Porque el ángel del Señor descendía de vez en cuando a la piscina, agitaba el agua y, el primero que entraba en la piscina, después de que el agua se agitaba, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviera. Entre ellos estaba un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Al verlo ahí tendido y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo en tal estado,
Jesús le dijo: "¿Quieres curarte?". Le
respondió el enfermo: "Señor, no tengo a nadie que
me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando logro llegar, ya otro
ha bajado antes que yo". Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y
anda". Al momento el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a
andar.
Aquel día era sábado. Por eso los judíos le dijeron al que había sido curado:
"No te es lícito cargar tu camilla". Pero él contestó: "El que
me curó me dijo: 'Toma tu camilla y anda'". Ellos le preguntaron:
"¿Quién es el que te dijo: 'Toma tu camilla y anda'?". Pero el que
había sido curado no lo sabía, porque Jesús había desaparecido entre la
muchedumbre. Más tarde lo encontró Jesús en el templo y le dijo: "Mira, ya
quedaste sano. No peques más, no sea que te vaya a suceder algo peor".
Aquel hombre fue y les contó a los judíos que el que lo había curado era Jesús.
Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.
IV Lunes de Cuaresma
Aferrados a la esperanza
A un pueblo profundamente desanimado y herido por la dramática experiencia del exilio en Babilonia, el profeta Isaías dirige una palabra de esperanza. Lo invita a fijar la mirada no tanto sobre el pasado, sino sobre el futuro en el cual Dios puede ejercer nuevamente su fuerza renovadora y creadora: "Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; ya no recordaré lo pasado, lo olvidaré de corazón".
Mirar hacia atrás y caer en la nostalgia es la manera con la cual la inseguridad logra dominarnos. Pero, apartar la atención de las cosas vividas y guardadas en la memoria, requiere un cierto combate interior. Por eso, Isaías levanta su voz poderosa y creadora de sueños para encender una luz en las tinieblas del exilio en el que se encuentra sumido el pueblo. A pesar de la evidencia desfavorable, el Señor está vivo y es capaz de cumplir sus designios de bien sobre un pueblo de cabeza dura. De esta esperanza, el profeta está convencido: "Ya no habrá niños que vivan pocos días, ni viejos que no colmen sus años".
No siempre es fácil nutrir optimismo de cara al futuro y creer que la vida, en su nacimiento y en su declinación, sigue siendo un don que Dios desea garantizar para siempre. Sin embargo, no hay otro camino que recorrer, sino el de una obstinada confianza en un Dios que puede cambiar las cosas. Generalmente buscamos pruebas para poder confiar. Sin embargo, la fe nos permite ver más allá, intuir algo inesperado que cambia todo.
El "funcionario real" del que habla del evangelio de hoy acepta regresar a su casa y confiar en la curación de su hijo sin haberlo visto. No tenía ninguna prueba. Tenía solamente la Palabra de Jesús. Cree sin necesidad de signos ni de prodigios. Su fe nos desafía en estos tiempos ávidos de sensacionalismo. Representa un modelo de fe sólida y silenciosa. Aunque está envuelto por la oscuridad de su aflicción, confía. Escucha la voz del Señor y se pone en camino. Va acompañado de una sola palabra: "Vete, tu hijo ya está sano". La fe es la disponibilidad a caminar sin saber exactamente cuándo los cielos serán capaces de ofrecernos novedades y cuando la tierra será tan fecunda como para hacer germinar frutos de alegría para saborear y compartir.
Creer es aceptar que la realidad —el pasado y el futuro— no es el lugar donde se consuma el trágico fracaso de nuestros sueños, sino el espacio de libertad donde Dios quiere participar en la fiesta de nuestra vida con su gracia terapéutica y salvadora.
En nuestro mundo de noticias falsas y de palabras engañosas que pretenden sustituir la realidad por la mentira, sigue presente una Palabra que se hace verdadera en la medida en que quien la escucha cree en ella y la hace suya. Esta Palabra cura, da vida.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan 4, 43-54
Jesús salió de Samaria y se fue a Galilea. Jesús mismo había declarado que a ningún profeta se le honra en su propia patria. Cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que él había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían estado allí.
Volvió entonces a Cana de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Al oír éste que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le dijo: "Si no ven ustedes señales y prodigios, no creen". Pero el funcionario del rey insistió: "Señor, ven antes de que mi muchachito muera". Jesús le contestó: "Vete, tu hijo ya está sano".
Aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando iba llegando, sus criados le salieron al encuentro para decirle que su hijo ya estaba sano. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Le contestaron: "Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre". El padre reconoció que a esa misma hora Jesús le había dicho: 'Tu hijo ya está sano', y creyó con todos los de su casa. Esta fue la segunda señal milagrosa que hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.
IV Domingo de Cuaresma
Entrar en la fiesta
Todos nos perdemos. Jesús narra la parábola del padre misericordioso para aquellos que no se dan cuenta de estar perdidos. El hijo mayor se ha perdido, pero no lo sabe. Se ha quedado en la casa del padre, pero el corazón lo tiene en otra parte. En el fondo, también quería irse. Sin embargo, se siente obligado a quedarse para ganarse el aprecio de su padre. Por esta razón, la rabia se acumula y crece hasta que explota: "¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos!".
No tenemos problemas para darnos cuenta de que el hijo menor es un pecador. Se aleja de la casa del padre, se va a "un país lejano" y ahí vive de manera depravada, disoluta, sin reglas morales. El gran problema es el hermano mayor. Este hermano es quien más nos debería preocupar e inquietar. Cuando le dice a su padre: ¡nunca he desobedecido una orden tuya! descubrimos que es el ejemplo de las personas con una moralidad muy alta, que cumplen las normas morales a la perfección. Sí, cumple las leyes morales, ¡pero están lejos de Dios… y de los demás!
El hijo mayor permaneció en casa, estaba físicamente con el padre, pero afectivamente estaba lejos de él. Obedecía a su padre no para estar en la misma sintonía con él, para ser como él, para aprender de él, compartir su alegría. Lo obedecía para ufanarse de su propia perfección moral. Moralmente era bueno; pero, en el fondo, era un ególatra, un pecador, aunque se sintiera santo. Jesús enseña que el pecado no es sólo la infracción de las reglas, como sucedió con el hijo menor.
Los hijos mayores suelen ser intolerantes. Dividen el mundo en buenos y malos. Ellos se colocan entre los buenos y desprecian a los malos. Muy probablemente se confiesan con frecuencia, quizá cada semana. Sin embargo, la confesión es para acallar la consciencia, no para volverse a Dios y a los demás. El hijo libertino se volvió al padre, volvió a su casa, participó de su amor y su alegría. Entró en la fiesta. Se perdió, pero se reencontró a sí mismo y reencontró a su padre. En lugar de seguir el camino ciego del cumplimiento moral siguió el camino del autodescubrimiento (más difícil) y finalmente triunfó. Encontró la luz.
El hijo mayor vivía encerrado en su autosuficiencia moral. El padre salió también de la casa para ir por él y no lo reprendió, ni trivializó sus sentimientos. Simplemente le ofreció su amor y le pidió que volviera no solo con él, sino también con su hermano, de manera nueva, más consciente y realista. Pero no quiso entrar en la casa, en la fiesta. Se autoexcluyó. Siguió atrincherado en su calidad moral. Incluso quiso dar lecciones de moralidad a su padre: "Viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo". El pecado del hijo mayor es más sutil, más difícil de detectar y, por eso, más peligroso y pernicioso.
Los hijos menores son como a los niños egoístas que sólo se ven a sí mismo, sus necesidades. Sin embargo, tarde o temprano tienen que enfrentarse con su hambre de amor. Se dan cuenta, sobre todo, cuando se encuentran solos y perdidos. Creen que no merecen amor, que nadie ama de manera gratuita. Por eso, le dice a su padre: "recíbeme como uno de tus trabajadores". La parábola revela la dificultad de reconocer y acoger el amor de Dios. Los dos hijos, por caminos diferentes, luchan para aceptar su condición de hijos y, por tanto, de hermanos.
La parábola no dice si el hijo mayor entró a la fiesta. Permanece abierta, como la puerta de la casa del Padre. Nosotros decidimos.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 15, 1-3. 11-32
Se acercaban a Jesús los publícanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: "Este recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de la herencia que me toca'. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: '¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores'. Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre.
Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo'. Pero el padre les dijo a sus criados: '¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado'. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: 'Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo'. El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: '¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo'.
El padre repuso: 'Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado' ".
III Viernes Cuaresma
El núcleo de la conversión
En la Cuaresma se habla mucho de conversión y de prácticas de penitencia. Las lecturas de hoy nos dicen cuál es el núcleo al que hay que convertirnos, volvernos, y la finalidad de las penitencias.
El profeta Oseas cuenta, en la primera lectura, que el pueblo había buscado protección, seguridad, salvación en sus ejércitos, en sus ídolos y en una alianza con el poderoso imperio de Asiria. Al final, termina decepcionado: "Ya no nos salvará Asiria, ya no confiaremos en nuestro ejército, ni volveremos a llamar 'dios nuestro' a las obras de nuestras manos". Entonces se vuelve a su Dios y empieza a florecer: "Mi pueblo florecerá como el lirio, hundirá profundamente sus raíces, como el álamo, y sus renuevos se propagarán".
La fuente y la causa de esta fecundidad está en ese Dios que se convierte a nosotros, que se vuelve hacia nosotros, que se inclina sobre nosotros como un médico. Hoy podemos oír de nuevo su voz que, con el tono sereno y tranquilizador de quien está acostumbrado a curar las heridas y enfermedades, susurra el bálsamo de una palabra capaz de descender a las profundidades del corazón sin miedo ni violencia, curar y despertar la esperanza: "Yo perdonaré sus infidelidades, dice el Señor; los amaré, aunque no lo merezcan".
En el Evangelio un escriba dialoga con Jesús sobre los mandamientos. Cristo no propone sacrificios, renuncias o complejas prácticas religiosas, sino amar, amar a Dios, amarse a uno mimo, amar a las personas, pero también como dice san Francisco en su Cántico de las Creaturas, amar a "la Hermana madre tierra y todas sus criaturas", el agua, el sol, el fuego, las nubes, las plantas, los animales. El amor vale más que todas las ofrendas y sacrificios. Cristo invita a cambiar de perspectiva, a transformar la forma en que vivimos la fe, a pasar de centrarnos en el sacrificio a centrarnos en el amor. Acertar en este tema es acertar en la vida.
Si partimos de aquí —del amor— todo cambia. La oración ya no es un peso sino un encuentro, el compromiso cristiano ya no es fatiga sino don, la obediencia a la voluntad de Dios ya no es una imposición sino el camino hacia la verdadera libertad. Cuando entendemos que somos amados sin merecerlo, la vida cristiana ya no es una serie de obligaciones sino una respuesta espontánea al amor con el que somos amados. En este amor está la verdadera alegría, la que nos acerca al Reino de Dios.
Antoine de Saint-Exupéry decía: "Amar es saber que no te cambia el tiempo, ni las tempestades ni mis inviernos. Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta. La manera de devolver tanto amor, es abrir el corazón y dejarse amar". 'Ya entendí', dijo la rosa. 'No lo entiendas, vívelo', dijo el Principito".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 12, 28b-34
Uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?" Jesús le respondió: "El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos".
El escriba replicó: "Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios".
Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: "No estás lejos del Reino de Dios". Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
III Jueves de Cuaresma
Hablar y escuchar con el corazón
Parece imposible que nosotros, que vivimos en un tiempo centrado en la comunicación, habituados a dar y recibir diariamente todo tipo de información, podamos tener un problema de comunicación. Chateamos todos los días, publicamos fotos, recuerdos, emoticones, navegamos por las redes sociales. Vivimos en medio de un flujo continuo de emociones, de historias, de experiencias. Recibimos mucha información, pero, ¿estamos mejor comunicados?
Los expertos señalan que existe un nivel muy superficial en la interacción con el otro. Somos incapaces de construir una relación profunda con el otro. En la era de la informática y de la comunicación se nos ha colado el "demonio" de la desinformación y la incomunicación.
Esto puede pasar en la fe, en la relación con el Señor. La relación con Él pude ser, como sucede en este tiempo de tantas posibilidades de comunicaciones y de tanta desinformación, superficial y confusa.
En el evangelio de hoy Jesús realiza un exorcismo. Expulsa un demonio mudo. El mal bloquea la comunicación de este hombre, le impide hablar. Ante la liberación obrada por Cristo, surgen diferentes interpretaciones. Algunos se maravillaban. Otros pedían un signo que viniera directamente del cielo. Otros pensaban que Jesús podía expulsar demonios por un poder que provenía de los demonios. Estamos ante un problema de escucha y de interpretaciones deformadas.
En la primera lectura el Señor dice a través del profeta Jeremías: "Esta es la orden que di a mi pueblo: 'Escuchen mi voz… caminen siempre por el camino que yo les mostraré, para que les vaya bien'". Sin embargo, el pueblo no escuchó. "Este es el pueblo que no escuchó la voz del Señor, su Dios, ni aceptó la corrección", palabras de gran actualidad.
La escucha no es algo pasivo o estático. Es dinámica, creativa. Es lo que sugiere la imagen del camino usada por Jeremías. La escucha nos pone en camino, en movimiento. En el salmo responsorial decíamos: "Señor, que no seamos sordos a tu voz". Esto le pedimos al Señor de todo corazón.
En el fondo, el problema no está en el oído, sino en el corazón. Decía el salmo responsorial: "No endurezcan su corazón". Tenemos que escuchar no sólo con los oídos, sino con el corazón, abrir los oídos del corazón. Escuchar es entrar en el aposento secreto del propio corazón y luego ponerse en camino para afrontar las situaciones que la vida nos presenta desde aquello que hemos escuchado.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 11, 14-23
En aquel tiempo, Jesús expulsó a un demonio, que era mudo. Apenas salió el demonio, habló el mudo y la multitud quedó maravillada. Pero algunos decían: "Este expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios". Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa.
Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo: "Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Satanás. Entonces, ¿con el poder de quién los arrojan los hijos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero si yo arrojo a los demonios por el poder de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el Reino de Dios.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama".
III Miércoles de Cuaresma
La plenitud de la ley
Al ver el comportamiento de Jesús, tan escandalosamente libre ante la ley, se podía pensar que había venido a abolirla, a destruirla. También se podía pensar que había venido a traer una nueva religión. Sus enemigos lo acusaban de abaratar la religión, de ser demasiado permisivo, de predicar la moral del "todo se vale", sobre todo, por su actitud con los que eran excluidos del acceso a Dios y a las cosas de Dios.
Cristo quiere desarticular estos malentendidos. Aclara que no es el fundador de una nueva religión. Ha venido a llevar a cabo el proyecto de Dios y a perfeccionar el pacto de amor entre el Creador y sus creaturas: "No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud". El problema no eran la Ley y las enseñanzas de los profetas sino la manera de practicarlas. Además de multiplicar las leyes, los judíos terminaron por esclavizarse a la letra del texto haciendo a un lado la intención para la cual habían sido dadas.
Por eso, muchas veces Jesús se opuso a las interpretaciones oficiales de la Ley. Hizo frente a la costumbre que prohibía relacionarse con ciertas categorías de personas como samaritanos, publicanos, extranjeros, leprosos. El evangelio está lleno de controversias de Jesús con los escribas y fariseos, muy aferrados a la letra de la Ley. Cristo luchaba contra todo formalismo, contra toda estrechez de miras.
Dios le había dado al pueblo de Israel la Ley y la enseñanza de los Profetas para hacer posible su libertad, para mantener libre el corazón del egocentrismo. ¿Es liberador mentir en los negocios, llevar una doble vida, desear lo del prójimo, envidiar hasta extremos violentos, ser groseros, ofender, entretenerse con la pornografía, robar y defraudar? Pensar que uno puede ser libre sin un camino, un método, un orden que haga posible la libertad es una ilusión. Es como querer jugar al futbol sin ninguna regla.
Sin embargo, con el tiempo Israel hizo uso de la Ley y de los Profetas de una manera que, en lugar de generar libertad, generaba opresión. Por eso, Jesús viene a restablecer el cumplimiento de la Ley y de los Profetas para que recuperen el potencial liberador contenido en ellos. Viene a "darles plenitud", es decir, llevarlos a su raíz profunda, al corazón.
Vivir los mandamientos de Dios desde esta perspectiva es entrar en un lugar sagrado; beber de una fuente vivificante y profunda; ser "sabios y prudentes", como dice la primera lectura; experimentar la cercanía de Dios; entrar en la Tierra Prometida o, en palabras de Jesús, entrar en el reino de los cielos.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 5, 17-19
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos".
La Anunciación del Señor
Trasformar el temor en alegría
La escenografía de la Anunciación es escasa, esencial; pero suficiente para inspirar la imaginación y la creatividad de escritores, poetas, músicos, pintores, escultores, directores de cine a lo largo de dos milenios.
La Anunciación es el punto culminante de la historia. Viene a dar a la humanidad lo que no puede darse a sí misma. En la Anunciación la historia se ilumina con otro Sol, se vuelve a centrar en la verdadera piedra angular. Dios crea de nuevo, reconstruye su proyecto original pervertido por Adán, Eva y su descendencia.
El anuncio del ángel trae consigo algo nuevo que hace temblar de temor y asombro, pero también de alegría. Toca las cuerdas más profundas del corazón humano: el deseo de felicidad. La alegría precede a cualquier respuesta humana. Donde hay temor — que es padre del engaño y de la violencia— se multiplica la alegría: "Alégrate… No temas". El miedo se disipa. Brilla la vida: "María, vas a concebir y a dar a luz un hijo". Dios está contigo, te abraza. Cualquier otro abrazo es sólo un signo, sólo nostalgia del abrazo de Dios. No temas si Dios, el Altísimo, se esconde en un pequeño embrión humano. No temas los nuevos caminos de Dios, tan lejos del espectáculo, de las luces, de los palacios, de las ceremonias solemnes del templo.
La Anunciación sucede en la trama ordinaria de la vida humana, en una casa pobre, en una tierra dominada por el imperio del momento. La elegida es una joven pueblerina, sin ascendencia de nobleza. La joven se autoproclama "esclava del Señor". Dice "sí", "aquí estoy". Pero antes se llena de estupor, se turba, interroga: "¿Cómo podrá ser esto posible?". María no sabía cómo podría llegar a ser madre, pero confió totalmente. El Verbo de Dios se encarna en el cuerpo de una mujer que espera, desea, sostiene, prepara en sí misma un espacio para que Dios vaya tejiendo su Palabra en su vientre, y en la desnudez y el llanto de un recién nacido. Dios visita la tierra para que el desierto vuelva a florecer y el hombre viejo se encuentre con el Hombre nuevo.
El anuncio de la alegría necesita ser acogido, necesita del "aquí estoy" de María. Nos llama a pasar del temor a la confianza en un Amor más grande, a reconocer cuánta gracia y bondad nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida. Dejémonos encontrar. Escuchemos el canto de la Anunciación: "Alégrate". Escuchar es el primer paso para entrar en una relación auténtica con las creaturas y con Dios.
Permitamos al Señor bendecirnos y ser portadores de su bendición. Nuestro amén se convierte en el aquí y ahora de Dios. Con nuestro sí seguimos engendrando a Cristo, haciéndolo presente en la historia.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 1, 26-38
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.
Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin".
María le dijo entonces al ángel: "¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?" El ángel le contestó: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios". María contestó: "Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho". Y el ángel se retiró de su presencia.
III Lunes de Cuaresma
Un paso adelante
No pocas veces desconcierta y turbar la manera como Dios responde a nuestras necesidades y expectativas. Lo muestran las lecturas de hoy.
Los habitantes de Nazaret no aceptan a Jesús como un profeta enviado por Dios. Además, se toman la libertad de dar rienda suelta a su ira: "Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta una barranca del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo". La indignación se puede trasformar en una energía incontrolable que pretende eliminar a quien es percibido diferente o amenaza nuestros esquemas de comprensión, nuestros equilibrios alcanzados. El pueblo de Israel había sido llamado a ser un signo de Dios, pero había reducido su vocación a mantener una religiosidad externa y formal.
La primera lectura narra que Naamán, un poderoso general del ejército sirio, era leproso. Supo por una jovencita cautiva que había en Israel un profeta que podía curarlo. Entonces emprende un largo viaje. Cuando el profeta Eliseo le dice: "Ve y báñate siete veces en el río Jordán, y tu carne quedará limpia", Naamán se desilusiona por la simplicidad del camino de curación. Se alejó indignado. En su tierra había ríos magníficos, ¿no podía bañarse en uno de ellos y quedar limpio?
Después de esta reacción indignada, comienza para Naamán un camino interior que pasa por la escucha del consejo de sus sirvientes. Finalmente abre el corazón. Cambia. Se convence de hacer lo que el profeta le indica. La curación a través del gesto banal de sumergirse en el Jordán, le permite retomar su camino de manera diferente.
El mensaje de las dos lecturas va dirigido a aquellos pliegues de nuestro corazón que menosprecian lo que no se pliega a nuestras expectativas. No es maldad. Es más bien la actitud de no saber acoger la novedad de Dios, su Palabra; porque desenmascara nuestra hipocresía o nuestra religiosidad anclada en formas y rito o nuestra imagen idolátrica de Dios. Esta actitud está hoy muy difundida. Jesús no se desanima. Sabe seguir adelante, continuar anunciando el Evangelio.
Como Jesús, no hay que dejarnos bloquear por la ira de quienes atacan cuando sienten amenazadas estructuras obsoletas. Dar un paso adelante. Estar a la altura de los tiempos no significa seguir las modas del pensamiento dominante sino seguir el Evangelio que es siempre nuevo, seguir a Cristo cuyas huellas están impresas no en los escalones de la gloria humana sino en la humanidad impregnada de lágrimas y sangre.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 4, 24-30
En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: "Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria".
Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta una barranca del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí.
III Domingo de Cuaresma
La gracia en la desgracia
Escuchamos noticias trágicas: unos hombres asesinados por Pilato; otros que murieron aplastados por el derrumbe de la torre de Siloé. Desgracias y matanzas. Así fue y así sigue siendo. El evangelio nos cuestiona sobre la manera cómo interpretamos los acontecimientos que vivimos. Ellos hablan. Es necesario asumirlos e interpretarlos para que no se pierdan en el sinsentido, para que nos ayuden a reorientar nuestra vida.
En la mirada de Jesús, esos acontecimientos trágicos encierran una invitación a la conversión: "Si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante". La conversión puede tener un sentido negativo; pero en las palabras de Cristo quiere decir renovarnos, estar en camino. La conversión nos saca de los caminos de muerte y oscuridad para que caminemos por campos de luz, donde el cielo es más azul y el aire más limpio.
La advertencia de Cristo no es una amenaza. En el fondo, es una súplica. Es Dios que suplica: conviértanse, cambien la dirección, dondequiera que estén: en la familia, en el trabajo, en la diversión, en la política mentirosa, en la economía que mata, en la naturaleza contaminada y destruida. Ya no somos nosotros los que nos dirigimos a Dios: es Dios el que se dirige a nosotros y nos pide: ¡vuélvanse humanos!
Algunos dirán que Dios manda calamidades para que nos convirtamos. Esto es una blasfemia. La torre de Siloé se derrumbó por la torpeza o quizá la corrupción del constructor; el asesinato de los galileos fue obra de la crueldad del imperio romano, el imperio de ese tiempo. El escritor italiano David María Turoldo decía: "Equivocarse sobre Dios es un drama. Es lo peor que nos puede pasar, porque entonces nos equivocamos sobre el mundo, sobre la historia, sobre el hombre, sobre nosotros mismos. Equivocamos la vida". Dios estaba allí, en el día de la matanza de los galileos en el templo; estaba en los que murieron aplastado por la torre. Estaba allí sufriendo la violencia, estaba para responder desde ahí con el aleluya pascual.
Oramos mucho por la paz y cada vez estamos peor. El problema no es Dios. Somos nosotros. Tenemos que empezar por construir la paz en el pensamiento, en el sentimiento, en las acciones, en las palabras. Lo podemos hacer a partir de un corazón pacificado porque ha descubierto que es amado incondicionalmente.
La parábola de la higuera que no da fruto ilustra el comportamiento de Dios. Su manera de comportarse es muy diferente a la lógica que sólo apunta a la eficiencia, a la lógica que es rápida e implacable en juzgar. La lógica de Dios es la única capaz de dar nueva vida. Teilhard de Chardin exhortaba: "¡Confía sobre todo en el trabajo lento de Dios! Somos por naturaleza impacientes por concluir todo sin demora. Nos gustaría saltarnos las etapas intermedias".
El final de la parábola permanece abierto. No dice cuál será el futuro de la higuera. No dice si será cortada o no. Pero sí habla de la paciencia de Dios, de su confianza en nosotros. Tú puedes dar frutos de bondad, difundir la dulzura de los frutos de la higuera. El Dios campesino deja el hacha y se aferra a una esperanza, a un "quizás". Podemos oler la esperanza en la parábola.
La parábola nos invita a encontrar la gracia en la desgracia. Esto nos ayuda a permanecer firmes en un mudo caótico o cuando estamos en el torbellino del dolor, y nos permite dar frutos de justicia y de misericordia en todo tiempo.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 13, 1-9
En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: "¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos?
Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante".
Entonces les dijo esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: 'Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?' El viñador le contestó: 'Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré' ".
II Viernes de Cuaresma
Los desechados que salvan
En la primera lectura comienza la historia de José, el hijo de Jacob: "Jacob amaba a José más que a todos sus demás hijos, porque lo había engendrado en la ancianidad". Es ingenuo pensar que el amor siempre despierta amor. Ordinariamente, la envidia explota en quien se siente defraudado por no ser amado de la misma manera que el otro. La envidia puede despertar en nosotros una indignación que se transforma en odio y violencia. Sucede cuando el corazón no está pacificado y curado de sus heridas.
Los hermanos de José no ven con buenos ojos el amor de Jacob a José. No pueden controlar los celos y conspiran contra él, iniciando así una de las más tristes y sublimes historias de fraternidad en toda la Biblia. Para llevar a los jefes religiosos del pueblo a la conciencia de no ser ajenos a los sentimientos de los hermanos de José, el Señor Jesús narra la parábola de los viñadores homicidas.
Quizás, pasando apresuradamente por estas historias, podemos sentirnos lejos de esa manera tan brutal de expresar la envidia y el rencor que también habitan en nosotros. Nos cuesta admitir que, cada vez que nos sentimos menos amados de lo que quisiéramos y, sobre todo, de lo que son los demás, surge en nuestro corazón la intención de eliminar cualquier incómoda comparación que revive el recuerdo de nuestra inferioridad. No es fácil entender que precisamente las heridas que nos hacen sentir con derecho a sufrir o hacer sufrir a los demás, en realidad, son la oportunidad para descubrir el rostro del Padre del cielo y su misericordia.
Es estupendo que Dios hace brillar ante nuestra mirada, a menudo distraída, no un amor que nos haga sentir favoritos y únicos, sino un amor tan libre que no se detiene ante el rechazo, ni el nuestro ni el de los demás. Semejante amor, gratuito y obstinado, es la única cosa capaz de curar nuestro corazón de la mordedura de la envidia y de la tentación de violencia.
La parábola de los viñadores asesinos revela que la historia de amor entre Dios y su pueblo parece ser una historia de fracasos. Sin embargo, Dios salva desde los descartados, los desechados. Si continuamos leyendo la historia de José, el hijo de Jacob, nos daremos cuenta de que Dios salvó a sus hermanos del hambre precisamente a través de José, rechazado por ellos. Dios nos salva en su Hijo desechado: "La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable". En Cristo, la lógica del fracaso se rompe. La historia de fracasos termina con la victoria del amor: la cruz de Jesús. No debemos olvidar este camino, aunque sea un camino difícil.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 21, 33-43. 45-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: "Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego la alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.
Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: 'A mi hijo lo respetarán'. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: 'Este es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia'. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron. Ahora díganme: Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?" Ellos le respondieron: "Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo".
Entonces Jesús les dijo: "¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable? Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos". Al oír estas palabras, los sumos sacerdotes y los fariseos comprendieron que Jesús las decía por ellos y quisieron aprehenderlo, pero tuvieron miedo a la multitud, pues era tenido por un profeta.
II Jueves de Cuaresma
Cruzar el abismo
La parábola del rico y del pobre interpela nuestra conciencia, toca nuestra vida cotidiana y nos proyecta hacia nuestro futuro último y definitivo.
Muchos pensarían que aquel "hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día" era afortunado o incluso bendecido. Pero la parábola ofrece más datos de él. Golpea —hasta herir— la puerta de su casa implacablemente cerrada al pobre Lázaro, un mendigo, vestido de llagas, abandonado por todos, excepto por los perros que le lamían las heridas y le disputaba las migajas de pan. ¿Es este el mundo soñado por Dios para sus hijos? La puerta cerrada es el signo del corazón cerrado y endurecido del rico. En su lujosa casa no hay lugar para Dios ni para el menesteroso. Sus ojos están oscurecidos para no ver más allá de su bienestar.
La parábola es válida no sólo para las relaciones individuales, sino también para las relaciones entre países. El Papa Benedicto XVI afirma: "Esta parábola se presta también a una lectura en clave social". Y luego continúa: "Sigue siendo memorable lo que dijo hace precisamente cuarenta años el Papa Pablo VI: 'Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos'". La indiferencia continúa. Hay países opulentos que cierran la puerta a los necesitados de otros países que acuden a ellos buscando ayuda.
Sin embargo, la historia que narra la parábola no se detiene aquí. La vida continúa más allá de la muerte. Y es entonces cuando se revela con toda claridad, sin engaños, las consecuencias de nuestras actitudes, de nuestro estilo de vida, algo que el rico insensible no puedo o no quiso ver. Descubre demasiado tarde que su indiferencia había creado una distancia abismal y pide un milagro. Simone Weil decía que "el primer milagro es darnos cuenta de que el otro existe".
En el fondo, la parábola anuncia algo hermoso y consolador: la distancia entre nosotros y los demás, que un día podría convertirse en abismo infranqueable, es ahora una distancia transitable. Nada es definitivo todavía. La finalidad de la parábola es precisamente esta: ahora que puedes abre la puerta de tu corazón a los necesitados. Es un engaño mortal atrincherarnos en nuestras seguridades y en nuestro bienestar. Cuando empezamos a pensar que este modo de vivir —de vivir en una tumba— es normal, caminamos directos al abismo.
Antes de que llegue el día de la resurrección, este tiempo es el tiempo de la resurrección del corazón, para recorrer las distancias transitables entre nosotros y quien espera encontrar la luz de nuestro rostro.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.
Entonces gritó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas'. Pero Abraham le contestó: 'Hijo, recuerda que en tu en vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá'.
El rico insistió: 'Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos'. Abraham le dijo: 'Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen'. Pero el rico replicó: 'No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán'. Abraham repuso: 'Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto'".
San José, Esposo de la Virgen María
El hombre que sabía soñar
En la anunciación a José según Mateo, un ángel sin nombre le ayuda a pasar del miedo de tener que renunciar a su sueño de amor con María, a la alegría de un sueño de amor más grande. A José se le da la oportunidad de escribir su nombre en el plan de amor entre Dios y la humanidad. Está muy lejos de los reflectores, pero su historia es absolutamente única. No hay efectos especiales en su vida: él es especial.
La anunciación de José sucede de noche. La noche no es solo un dato cronológico. Es algo más: es una experiencia de oscuridad. Como humanidad atravesamos por una noche. Podemos aprender de José a enfrentarla con firmeza.
José se enfrenta a una situación difícil: el embarazo de su prometida, una vergüenza moral y social para ella y, en el fondo, también para él. José es invitado a recibir a María y al niño que está esperando cuando las dificultades dominan el panorama, cuando la duda, la incertidumbre, la confusión parecen ser los únicos compañeros de viaje.
Podía haberse quejado, enojado, huir. Sin embargo, permanece allí, en lo que le sucede, aunque no entiende, pero al final se revela como parte de la historia de salvación. En la noche, José emerge como padre de Jesús. Abre espacio en su corazón para el niño extraño. En efecto, ¿quién es el padre sino el que guarda, protege y abre el camino? Prefiere a María a una posible descendencia propia. Antepone el amor. "Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor". No hay otra forma de realizar los sueños que despertarse y poner en práctica lo que se ha soñado.
Mirando a José entendemos que, ante una dificultad, un dolor, un acontecimiento inesperado, es bueno reflexionar, pensar, analizar. Sin embargo, se necesita una clave de lectura más grande. Esa clave de lectura es un don del Espíritu Santo. Los sueños de José son parte de su vida espiritual. Con sus razonamientos llegó a una solución humanamente correcta, pero equivocada. Entonces Dios interviene y le abre la perspectiva. En la oración, nuestros razonamientos se ensanchan. Cada vez que José tenga que vivir situaciones similares actuará de la misma manera.
Recibir a Jesús como su hijo y a María, no solo como su esposa amada, sino como una realización mucho más grande que su pequeño amor, fue una verdadera transfiguración. San José nos muestra que nuestros sueños pueden transfigurarse por un Amor más grande que nos precede y nos acompaña.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 1, 16. 18-21. 24
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo.
José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto. Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: "José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados".
Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
II Martes de Cuaresma
La grandeza según Jesucristo
Es muy molesto escuchar a un predicador moralista que impone leyes rígidas, pero sólo a los demás, y cree que cuanto más severo es con ellos, más cerca de Dios está. Quien se sienta en la cátedra para enseñar debe primero tomar un baño de humildad, reconocer sus faltas y la dificultad de traducir en obras lo que predica. No basta saber lo que es correcto. Es necesario ponerlo en práctica. Pero en el paso de la que decimos a lo que hacemos todos fallamos, sobre todo si pretendemos apoyarnos en nuestras fuerzas y ocultamos a los demás —y a nosotros mismos— la dificultad de ser coherentes.
Jesús nos invita a no limitarnos a juzgar a los predicadores incoherentes, sino también acoger y atesorar la buena doctrina que predican, a pesar de su mala conducta, y a examinarnos para verificar si lo que condenamos en ellos no está presente también en nosotros. La incoherencia nos afecta a todos y nos hermana a todos. Pero también todos somos hijos de un Dios que es Padre y discípulos del Maestro de Maestros que es Cristo. Solo Jesús es totalmente coherente y la fuente de la verdadera sabiduría, el modelo por excelencia en el cual inspirar nuestra vida.
Cristo afirma: "El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". Desconcierta eso de "humillarse" para ser enaltecido. En español "humillar" significa desprecio, burla, degradación, vileza, deshonra, entre otras cosas. En cambio, el término "humildad" se refriere a reconocer las propias limitaciones, reconocer que somos humus (tierra) y actuar en consecuencia. Por el contexto de este evangelio, parece que Jesús se refiere más bien a ser humildes que a humillarse. Antes de decir "el que se humilla será enaltecido", había desenmascarado a los escribas y fariseos, su soberbia, su afán de ostentar títulos para sentirse superiores a los demás, su búsqueda de admiración y reconocimiento.
Jesús enseña una manera de ser grandes, muy diferente a la de los escribas, fariseos y de los poderosos de este mundo. Aquel que, como dice san Pablo, "siendo rico se hizo pobre para enriquecernos", se abaja, se pone a nuestro nivel. Podemos humillarnos y ser los mismos soberbios de siempre. En cambio, el humilde deja a un lado su altivez y se muestra amigo de todos, especialmente de cuantos lo necesitan. Servir, compartir, confraterniza son comportamientos que nos ennoblecen y nos hacen verdaderamente grandes.
Cristo nos invita a ocupar nuestro verdadero lugar. Humillarse no es degradarnos, envilecernos sino aceptar que somos pequeños. Paradójicamente, en la pequeñez, vivida de cara a Dios y a los demás, se encuentra la verdadera grandeza.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 23, 1-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame 'maestros'.
Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen 'maestros', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen 'padre', porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar 'guías', porque el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".
II Lunes de Cuaresma
Vergüenza y misericordia
El profeta Daniel, narra la primera lectura, después de reconocer su pecado y el pecado del pueblo, dice: "Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la vergüenza en el rostro".
Cuando hacemos el mal no estamos cometiendo simplemente un error. Estamos traicionando nuestra más profunda identidad de criaturas esculpidas a imagen y semejanza de Dios. El sentimiento de vergüenza cuando pecamos no es un legado cultural o una cuestión moral. Es más bien el signo de que ha habido una ruptura con el Creador, como sucedió con el primer hombre y la primera mujer. Después de pecar, Adán y Eva se cubrieron su desnudez porque tenían verguenza. Cuando tenemos la conciencia tapada no podemos captar este sentimiento.
La vergüenza es como una táctica discreta mediante la cual Dios nos conduce al deseo de conversión. El Señor no necesita humillarnos. Nos conduce a una experiencia de salvación cuando reconocemos que nuestro camino se ha desviado, que nuestro rostro ha perdido su paz y su luz. La toma de consciencia se da en la oración. De hecho, el texto de Daniel es una oración. La oración se convierte en una terapia cuando nos permite, por un lado, dar nombre a nuestras debilidades y mirarlas a la cara sin miedo y con lucidez; por otro lado, nos ayuda a no encerrarnos en nosotros mismos.
En el evangelio, la misericordia es la terapia para salir del cortocircuito de la vergüenza y de los laberintos del conformismo: "Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso". Cristo nos invita ser misericordiosos como su Padre. Sabe que somos capaces de ser misericordiosos porque Él mismo nos hace capaces. Damos lo que hemos recibido gratuitamente: la misericordia de Dios. El Señor devuelve la luz a nuestro rostro renunciando a ser un juez implacable, dándonos y confiándonos la terapia del perdón, un ingrediente del amor.
Nuestro camino cuaresmal continúa con la toma de conciencia de nuestros límites, conectada a la conciencia del misterio divino que nos habita. Si vaciamos ante Dios el saco de basura que llevamos en el corazón, el Altísimo lo llenará de un amor desbordante que colmará nuestro vacío y nos permitirá hacernos canales de bondad y perdón.
El poeta austriaco Peter Rosegger escribió: "Lo que sembré con ira / creció en una noche / exuberante / pero la lluvia lo destruyó. Lo que sembré con amor / germinó lentamente / tardó en madurar / pero en bendita abundancia".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 6, 36-38
Jesús dijo a sus discípulos: "Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos".
II Domingo de Cuaresma
Del desconcierto a la esperanza
Hay días en los que me gustaría dejar de escuchar noticias, dejar de seguir la letanía de los peligros que nos amenazan. Me preocupa la dirección que está tomando el mundo. Nubes sombrías se amontonan en el horizonte: las guerras declaradas o ignoradas, las voces estridentes, las ambiciones expansionistas de los poderosos de este mundo, la crueldad y violencia extrema de los grupos criminales. Y como pastor, como pensador cristiano, como buscador de Dios me pregunto: ¿Qué hacer? La liturgia de hoy ilumina, sacude, provoca, alimenta, juzga, acaricia, empuja, anima.
La primera lectura cuenta que "Dios sacó a Abram de su casa y le dijo: 'Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes'". Es como si nos dijera: sal de esa visión del mundo perversa y mentirosa. Pon la mirada en el cielo para hacer lo que parece imposible. Mira de otra manera, mira desde otro punto de vista. No desde la lógica del más armado, el más violento, el más inmoral; no desde la estrechez del presente. Mira desde la perspectiva del Grande, del Infinito, del Eterno. Mira las estrellas y su misterio.
Este domingo nos recuerda que necesitamos urgentemente una transfiguración, una trasformación, un cambio radical. Mirar las cosas desde arriba para superar la tentación de la desesperación. Mirar las cosas desde arriba no para huir de la realidad, sino para transfigurarnos y transfigurarla. San Lucas nos decía que "mientras Jesús oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes". Hacer oración transforma. Contemplar cambia el corazón. Nos convertirnos en lo que contemplamos. Nos volvemos como Aquel a quien oramos y contemplamos. Pedro, Santiago y Juan fueron involucrados en la trasfiguración del Señor: "Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él". Delante de los discípulos doblados por el cansancio, Cristo se trasfigura y transfigura su cansancio. Y se sigue transfigurando ante los cansados de la vida.
En el momento de la trasfiguración todo parece claro, posible y lleno de esperanza. Jesús quería que esta imagen permaneciera viva en los tres discípulos —y en nosotros— para los días en que su rostro, en lugar de estar lleno de luz, estará lleno de sangre, como en la cruz, como sucede hoy en la interminable violencia del mundo, en las interminables cruces donde Cristo está todavía crucificado en sus hermanos.
La trasfiguración no está exenta de oscuridad e incertidumbre. "Se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: 'Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo'". Si bien es cierto que la nube oculta y causa temor, también es cierto que a través de ella es posible escuchar la voz del Padre que tranquiliza.
Atravesamos tiempos inciertos. Buscamos seguridad y estabilidad. En la oscuridad de las nubes que nos envuelven, el momento presente puede convertirse en el lugar de la transfiguración, en el lugar donde Dios intimida con nosotros y nos muestra su verdadero rostro. La luz que emana de su rostro transfigurado ilumina el camino.
Levantemos la cabeza, miremos las estrellas del cielo, miremos la luz del Tabor. Y, desde aquí, volvamos a nuestro corazón y a la vida cotidiana. Pidamos al Señor que nos ayude a mirar el mundo más allá de las sombras de las cosas y de los acontecimientos, a creer que, a pesar de que parezca lo contrario, el hilo central de la historia está firme entre sus manos.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 9, 28b-36
Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: "Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías", sin saber lo que decía.
No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: "Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo". Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo.
Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
I Viernes de Cuaresma
Ir a lo profundo
A las dificultades de la vida cotidiana, a veces se añade la sospecha de que Dios, en lugar de aligerar nuestro viaje, nos sobrecarga con parámetros demasiado altos y exigentes: "No es justo el proceder del Señor", decía el profeta Ezequiel en la primera lectura. El Señor no se cansa de dialogar con esta sospecha que puede anidarse en lo profundo de nuestro corazón. Nuevamente Ezequiel: "¿Conque es injusto mi proceder? ¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto?".
El profeta presenta un Dios que no se complace de vernos fatigados y oprimidos. Sólo desea que abracemos nuestra vida y la hagamos crecer. Sin embargo, no es tan ingenuo —como podemos ser nosotros— de creer que alguien puede llegar a ser realmente él mismo si no aprende a mantener la distancia adecuada con aquello que lo disminuye, lo oprime, lo daña. Por eso, afirma: "Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida". Dios no castiga. Es el mal, el pecado que hacemos lo que nos destruye.
Ahondando en esta cuestión, Jesús nos pide verificar cómo puede ser percibido por el otro nuestro modo de actuar: "Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano". Para dar este paso es necesario sentir la mirada del Padre, que siempre acoge y corrige con infinita ternura, sin ningún juicio de condena, con la voluntad de acompañarnos hasta el final en el camino de la vida.
Jesús va también a lo profundo, a la raíz de los mandamientos. El mandamiento "no matarás" no solo tiene la finalidad de prohibir el asesinato, sino también educar y sanar la conciencia. La rabia generada por los conflictos o por alguna injusticia, impulsa a reaccionar con agresividad, primero la agresividad del pensamiento y luego la agresividad de las palabras y los gestos ofensivos.
Los conflictos no se cubren con prácticas religiosas. La oración no es el lugar para esconderlos bajo el manto de la misericordia, sino para desnudarnos ante Dios, para ir al corazón y curar las heridas que dejan los conflictos. La liturgia, el encuentro con el Señor, es un lugar para descubrir las heridas. No es válido presentarse ante el Señor como víctimas inocentes de la maldad de los demás. Hay que asumir la responsabilidad de sanar las heridas del conflicto. La ofrenda agradable a Dios es el sacrificio que hacemos para restablecer las relaciones con los demás, ponernos a su lado en el común itinerario de purificación.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 5, 20-26
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.
Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.
Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda.
Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de ahí hasta que hayas pagado el último centavo".
I Jueves de Cuaresma
El arma contra el mal
La primera lectura nos prepara para el evangelio. Nos cuenta la historia de Ester, una muchacha judía, huérfana de padre y madre, criada por su tío Mardoqueo, que se convirtió en reina. Sabe lo que es estar sola en este mundo. Había aprendido a habitar su soledad en la oración, en la relación con Dios.
Llegó a ser reina por su gran belleza que sedujo al rey Asuero, un rey pagano. Pero si vemos la historia en clave religiosa descubriremos que la Providencia divina hizo que Ester se convirtiera en reina para salvar a su pueblo en un momento sumamente difícil. El pueblo de Israel se enfrentaba a un genocidio orquestado por el malvado general Aman. Este desalmado había concebido un plan para destruir al pueblo judío y quedarse con sus bienes.
Ester, al enterarse del complot, entró en crisis. Es consciente de que, exponiéndose demasiado en la defensa de su pueblo, ella misma podría ser repudiada o asesinada. Por su condición de reina podía haber estado exenta del exterminio de su pueblo. Pero decide involucrarse. Agobiada por una angustia mortal, se refugia en el Señor. La oración es su gran arma contra el mal. Al final, el malvado general Amán sufre la suerte que había planeado para Israel. Las situaciones límite a las que nos enfrentamos, miden nuestra capacidad de vivir nuestra pequeñez, nuestra impotencia y afrontarla.
El evangelio también nos habla de oración. La mirada de Jesús sobre nosotros es positiva. Sabe que somos malos, pero ve también lo mejor que tenemos. Lo valora y lo pone en alto: "ustedes saben dar cosas buenas a sus hijos". Es como si nos dijera: vean lo mejor que hay en ustedes y, a partir de eso, imaginen el rostro de Dios.
Cristo invita: "Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá". Podemos caer en un conformismo que bloquea el crecimiento espiritual. Pedir, buscar y tocar a la puerta son verbos de esperanza. Interpretan la vida como un camino continuo de búsqueda, descubrimiento y encuentro con el otro, no apegado a lo que se tiene y se es, abierto a la novedad.
No siempre sabemos pedir a Dios lo que realmente necesitamos. A menudo confundimos la alegría con el placer y la paz con la satisfacción. Cuando tengamos la impresión de que el Señor no nos concede lo que le pedimos, recordemos que ya nos ha dado el bien supremo y esencial: su propio Espíritu.
La Madre Teresa de Calcuta decía: "El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 7, 7-12
Jesús dijo a sus discípulos: "Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca, se le abre.
¿Hay acaso entre ustedes alguno que le dé una piedra a su hijo, si éste le pide pan? Y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Si ustedes, a pesar de ser malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuanto mayor razón el Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan.
Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas".
I Miércoles de Cuaresma
Signos del amor de Dios
Nínive, de la cual habla la primera lectura, era una ciudad importante, cruce de caminos y rutas comerciales. Sus habitantes se habían apartados de Dios. Vivían volcados en el bienestar que les ofrecía su alto nivel de vida. El mal que había en ella era tan grande como la misma ciudad. Dios se compadece de Nínive y envía al profeta Jonás.
El anuncio de Jonás es breve y claro: "Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada". Lo que hace Jonás es simplemente abrirles los ojos a los ninivitas. El mal es tan grande que, si no cambian, si no se convierten, terminará por volverse irreversible y destruirlos.
Las palabras de Jonás fueron para los ninivitas un signo que desencadenó el ellos un gran proceso de cambio. La Palabra les abrió los ojos: "Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor". En ese momento penitencial colectivo participó todo lo creado: grandes y pequeños, hombres y animales. Cuando el rey supo lo que hacía su pueblo, dejó el orgullo atrás. Se bajó de su trono que lo hacía sentirse grande, poderoso, casi divino. Se quitó el manto, se cubrió de saco y se sentó sobre la ceniza. Para convertirnos hay que bajarnos de nuestro pedestal. De unas simples y breves palabras pronunciadas sin ganas, brotó una gran conversión.
Contra los pronósticos del profeta, la ciudad se convirtió. Sin embargo, Jonás no se alegra; al contrario, se entristece porque le hubiera gustado que la ciudad fuera arrasada. El dios de Jonás era el dios de la venganza. Sólo con mucho esfuerzo, aceptó ser profeta de "un Dios clemente y compasivo lento para la ira y rico en misericordia". Se convirtió al Dios misericordioso recorriendo un camino inicialmente temido por él. El viaje de Jonás fue también un viaje interior.
En el Evangelio de hoy, Jesús, como Jonás, dirige unas duras palabras a la gente: "La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás". Parece muy duro que Cristo llame "perversa" a la gente por pedir una señal. En realidad, no es por la señal que pide, sino por reducirlo a una especie de mago a su servicio. Las palabras de Jesús son también una invitación a reflexionar sobre cuáles son las señales, los puntos de referencia que orientan nuestra vida.
Si volvemos al pasado nos daremos cuenta de que hemos recibido muchas bendiciones de Dios: la vida, su misericordia, su perdón, los amigos, la familia… Por eso, como Jonás, podemos ser un signo del amor misericordioso de Dios.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 11, 29-32
En aquel tiempo, la multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste comenzó a decirles: "La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás.
Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.
Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo, la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás".
I Martes de Cuaresma
Volver a casa
El tiempo de Cuaresma nos invita a revisar nuestro estilo de vida y nuestra fe. Uno de los pilares centrales es la oración diaria, la que parte de la vida y encuentra aliento para volver a la vida. La oración es también una de las tres columnas del compromiso cuaresmal, junto con el ayuno y la caridad hacia los necesitados. Las lecturas de hoy nos invitan a detenernos en la oración.
El Evangelio nos ofrece la oración del Padrenuestro. No es una fórmula sino una postura del corazón. Rezar es volver a casa, a la casa paterna, al abrazo del Padre. Orar es como respirar. Respiramos para vivir y vivimos para respirar. El Padrenuestro es como respirar al unísono con Dios, seguir el ritmo de su respiración, alimentarnos de su aliento de vida.
Jesús nos invita a no hablar mucho. No necesitamos muchas palabras, bellos discursos, largos ritos para ser reconocidos y acogidos por Dios. Dirigirnos al Padre con pocas palabras no significa abaratar nuestra relación con Él, sino aprender a permanecer ante el misterio de su voluntad, esperando que se convierta también en la nuestra.
A través de la oración somos introducidos en la intimidad con el Padre. Él no se limita a escuchar nuestras oraciones. Nos atrae a su corazón para conformarnos a su estilo de misericordia, de acogida, de perdón. Nuestro corazón se abre en la oración para recibir el pan de la devoción y del perdón, sin los cuales la vida corre el riesgo ser menos gozosa de lo que es posible y deseable.
La enseñanza de Jesús sobre la oración nos invita a verificar, ante todo, no cómo o qué rezamos sino qué imagen de Dios llevamos en el corazón y, por tanto, con qué Dios nos relacionamos. El dios de los paganos es la proyección del propio yo, deseoso de halagos y privilegios. Podemos creer que Dios es como nosotros, que se complace con las personas que se presentan con elogios y con regalos. De aquí la exhortación de Jesús a aprender a orar y abandonar ideas y expresiones de religiosidad que son ajenas a la fe cristiana.
La oración de Jesús nos educa para cambiar el modo de acercarnos a Dios. Es diferente porque no somos siervos que tienen que convencer al amo de darles lo que les corresponde, sino hijas/os que abren las manos y el corazón para recibir lo que el Padre ya sabe que necesitan. En fin, la oración cristiana no es una llave para abrir el cofre del tesoro de Dios o la manera de convencerlo de ser bondadoso con nosotros. Es la que abre nuestro corazón de hijos/as para recibir la Gracia necesaria para vivir y amar.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 6, 7-15
Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando ustedes hagan oración no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar, serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas".
I Lunes de Cuaresma
El sacramento del hermano
Una de las preguntas más cruciales y decisivas es esta: ¿hacia dónde se dirige nuestra vida?, ¿qué sucede después de esta vida?, ¿cuál es nuestro destino final? El Evangelio de hoy nos ilumina.
Jesús nos ofrece una lectura de la historia a partir del final. Todo lo resume en estas palabras: "Cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron". Cristo se identifica con los más insignificantes. La identificación de Cristo con los necesitados nos desafía a descubrir el misterio del otro. Vemos los rostros de los que tenemos al lado, y muchas veces estos rostros no nos recuerdan a Dios. Sólo vemos su mal carácter y sus errores o su belleza y sus virtudes; pero no se nos ocurre pensar que detrás de cada uno de ellos se esconde Dios, un Dios que tiene hambre, que siente sed, que hace suya la vulnerabilidad del ser humano y pide ser reconocido y acogido.
Y este reconocimiento no es nada fácil. Ni los benditos ni los malditos se dieron cuenta de que con su actitud hacia los más insignificantes hicieron el bien —o no lo hicieron— a Dios. Es Jesús quien les descubre que el bien hecho a cualquiera de sus hermanos, sobre todo los más pequeños, es un bien hecho a él.
No hay mucho espacio para las interpretaciones. El evangelio es tan claro que llega a ser incómodo. Cristo nos dice que Dios está presente, aunque no lo veamos, en el que está a nuestro lado. Tomar en serio las palabras de Cristo y tomar en serio a las personas que tenemos cerca, acogerlas como son, perdonarlas, es la manera a través de la cual podemos hacerle algo a Dios mismo.
La verdadera vida no se mide sólo por lo que hemos hecho por nosotros mismos, sino sobre todo por los demás. Y esto no sólo es válido en el juicio final, sino también en la vida cotidiana. Cuando nos encerramos en nuestro egoísmo o nuestra indiferencia, experimentamos una forma de muerte interior. El corazón se vuelve árido y seco, incapaz de ver y acoger la belleza y las necesidades que nos rodean. El Evangelio no trata sólo de las cosas últimas, del más allá. Nos recuerda que lo que seremos en el más allá depende de cómo hemos vivido.
En la Eucaristía, con los ojos de la fe, no nos cuesta mucho descubrir a Cristo presente en el sacramento del pan y del vino. Nos cuesta más descubrirlo en el sacramento del hermano/a. El Cristo a quien hemos escuchado y recibido en la misa, es el mismo a quien debemos honrar en las personas con las que nos encontramos cada día.
El Evangelio nos invita a ejercitarnos durante la Cuaresma en la difícil tarea de encontrar en la hermana/o el sacramento de Cristo.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 25, 31-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme'. Los justos le contestarán entonces: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?' Y el rey les dirá: 'Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron'.
Entonces dirá también a los de su izquierda: 'Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron'.
Entonces ellos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?' Y él les replicará: 'Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo'. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna".
I Domingo de Cuaresma
Volar alto
La vida nos pone continuamente a prueba. Todos los días nos enfrentamos a situaciones en las que tenemos que elegir. Las tentaciones son el pan de cada día. Pasamos por experiencias de sufrimiento y confrontación con el mal, por momentos en los que nuestra confianza en Dios es puesta en tela de juicio. La fe y la esperanza son puestas a prueba en un mundo que se ha vuelto más inestable, con noticias sombrías, inquietantes, incluso aterradoras.
También Jesús fue puesto a prueba, fue tentado. Sus tentaciones estaban a la altura de su misión: era el Mesías. Había expectativas ambiguas sobre el Mesías esperado. A través de sus respuestas a la tentación, Jesús muestra claramente que tipo de Mesías es. Un Mesías sin ningún afán de poder de este mundo. Solamente el poder de Dios que es el poder del amor para servir a los demás y no para servirse de los demás.
Las tentaciones no se pueden evitar, se atraviesan. De hecho, es el Espíritu el que conduce a Jesús al desierto para ser tentado. Si bien las tentaciones de Cristo estuvieron a la altura de su ser de Mesías, son también tentaciones que surgen en nuestra relación con nosotros mismos, con los demás y con Dios.
La primera tentación tiene que ver con nosotros mismo. No hay nada de malo en comer después de un largo ayuno. Y Jesús tiene el poder de convertir las piedras en pan. Si lo hiciera, nadie lo vería. Es la tentación de transformar las cosas para el propio beneficio, de hacer que la realidad se pliegue a los propios intereses y deseos, de alimentar y satisfacer el propio ego. Jesús rechaza la tentación de pensar ante todo en sí mismo. Y es una tentación persistente. Volverá cuando está agonizando en la cruz. Uno de los crucificados le dice: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo", es decir, ¡piensa primero en ti!
La segunda tentación quiere pervertir la relación con los demás. el Enemigo le propone a Jesús conquistar "los reinos de la tierra" aliándose con él, "arrodillándose ante él y adorándolo". Es la ilusión del poderoso que se vuelve abusivo y quiere expandir su reino. Sin embargo, cuanto más cree el poderoso que manda, más esclavo se vuelven de su ego. Es un engaño sutil y, por desgracia, muy presente en nuestro mundo. Nos puede suceder a nosotros: recurrir a ideología perversas con el pretexto de hacer algo bueno. Sin embargo, aliarse con el mal, nunca es bueno. Tarde o temprano pasa la factura.
La última de las tentaciones pone en juego la relación con Dios. Estamos tentados a ponerlo a prueba, sobre todo cuando sentimos su aparente ausencia. El Enemigo pide a Jesús que se tire del pináculo del Templo; porque, si es verdad que Dios lo ama, no lo dejará estrellarse contra el suelo.
¿Cómo se atraviesa la tentación? ¿Con un gran esfuerzo de voluntad? Ciertamente hay que implicar la voluntad, pero la estrategia de Jesús consiste, sobre todo, en alzar la apuesta diciéndose a sí mismo y diciéndole al Tentador que hay cosas que alimentan más que el pan material. A las palabras del Tentador, Cristo opone palabras más altas. Las encuentra en la Biblia. La estrategia ganadora de Jesús es oponer al Enemigo un bien mayor. Frente a los deseos rastreros, al volar bajo, propone horizontes infinitos, volar alto.
En este tiempo inestable, confuso y turbulento, es urgente recuperar nuestra alma para encontrar paz en el caos. Los cristianos no somos más buenos que los demás. Simplemente somos lo que no están solos en la tentación, los que no están abandonado, los que no necesitan las ilusiones y engaños del Enemigo. Somos aquellos que están a salvo porque sobre nuestras velas sopla siempre el Viento de Dios, el Espíritu Santo.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 4, 1-13
Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio.
No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se
convierta en pan". Jesús le contestó: "Está escrito: No sólo de pan
vive el hombre".
Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver
todos los reinos de la tierra y le dijo: "A mí me ha sido entregado todo el
poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será
tuyo, si te arrodillas y me adoras". Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás
al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás".
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras". Pero Jesús le respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de él, hasta que llegara la hora.
Viernes después de ceniza
Entrenarnos para ser libres
¿Cuántas veces comemos al día? Lo hacemos varias veces. Algunas veces quizás de manera automática. Tal vez ni siquiera lo necesitamos, y sin embargo comemos. Nos cuesta aceptar sentir un hueco en el estómago.
Las lecturas de hoy nos hablan precisamente del ayuno. El ayuno crea un vacío, la sensación de que algo nos falta. Por eso no es fácil ayunar. Preferimos estar llenos, saciados, que sentirnos necesitados, frágiles, con las manos abiertas para invocar. El ayuno puede ser la privación de comida o del celular, de información excesiva, de rumores... Una de las finalidades del ayuno es ayudar a descubrir y desenterrar un hambre más profunda: el hambre de justicia, de hacer el bien, el hambre de Dios.
Anselm Grün escribe: "El ayuno es un entrenamiento para la libertad interior… Me pone en contacto con mi dignidad. Vivo, en vez de ser vivido o arrastrado por las circunstancias". Ayunamos para volver a nosotros mismos y encontrar nuestra verdadera humanidad, encontrar al Señor, encontrar a los demás. El vacío es un espacio para encontrar y acoger al Señor y a los demás. Así lo expresan las lecturas de este día.
En la primera lectura, la mortificación de los apetitos es signo de algo más: "El ayuno que yo quiero de ti es éste, dice el Señor: Que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos; que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano".
En el evangelio, los discípulos de Juan Bautista preguntan a Jesús por qué sus discípulos no ayunan. Jesús responde con una pregunta: "Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos?". Hay que poner atención al porqué del ayuno. El ayuno no se agota en una práctica: está asociado a una relación. Los discípulos ayunarán cuando sientan la ausencia y el deseo de Jesús.
Aunque el ayuno cristiano mantiene su carácter penitencial, ayunar del Esposo es la ocasión para reconocer su presencia en los pobres y en los pequeños. Jesús se identifica con ellos. El ayuno tiene una dimensión espiritual y social. Es para purificar el egoísmo y crecer en compasión. Purifica nuestra mirada para reconocer en los pobres al Esposo ausente que, paradójicamente, está siempre presente de diversas maneras
Que en este tiempo de Cuaresma hagamos pequeños ayunos —cada uno sabe de qué ayunar— para escuchar la necesidad de algo más que el pan material.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 9, 14-15
Los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?" Jesús les respondió: "¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces sí ayunarán".
Jueves después de ceniza
Transfigurar el sufrimiento
En este tiempo —tan bello y tan dramático— elegir puede llegar a ser agobiante, sobre todo porque tenemos muchas posibilidades y a una mirada superficial le parecen muy similares. Somos semejantes al pueblo de Israel, del cual nos ha hablado la primera lectura, cuando el vértigo de la libertad crecía en proporción a la inmensidad del espacio que había que atravesar para llegar a la tierra prometida. Asociando la capacidad de elegir al deseo de vivir, Dios le dice: "Hoy pongo delante de ti la vida y el bien o la muerte y el mal… Elige la vida y vivirás, tú y tu descendencia".
Este jueves de Cuaresma nos invita a tomar consciencia de ser artífices de nuestro futuro y del mundo que habitamos. El discernimiento de las cosas y las personas con las que nos relacionamos es crucial. Desafortunadamente, el nivel de responsabilidad ante la llamada a la libertad es bajo. Hay demasiada libertad y muy poca responsabilidad.
La pregunta de Jesús, con la que concluye el Evangelio de hoy, es un valioso criterio de discernimiento: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo o se destruye?". El camino cuaresmal puede ser un intento gradual de responder a esta pregunta con lucidez y sinceridad.
El Evangelio nos plantea también el desafío de discernir el significado y sentido del sufrimiento, una realidad constante, desconcertante, agobiante. ¿Quién no ha sufrido? El discernimiento se impone una y otra vez. Cristo puede ayudarnos a discernir el sentido del sufrimiento. No nos ofrece una respuesta filosófica, sino existencial. Llegó a comprender que el sufrimiento no se puede eludir: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho". Esta comprensión fue inspirada por la vida, en la oración y en el encuentro diario con la Escritura, en la que buscaba la voluntad de Dios.
Jesús entendió que el deseo de Dios, su voluntad, es siempre el bien, la salvación, la gracia; pero no una gracia barata, sino una gracia que no exime de la confrontación y la lucha con el mal que está fuera y dentro de nosotros.
El sentido del sufrimiento lo encontramos siguiendo a Cristo: "Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga". Seguir a Jesús significa dejar de creernos la medida de todo, significa aprender a obedecer algo que nos saca de la oscuridad en la que caemos, sobre todo cuando nos encerramos en nuestros razonamientos y nuestras emociones. Tomar la propia cruz y seguir a Jesús significa tomar el sufrimiento inherente a la vida y afrontarlo como nos indica Jesús para transfigurarlo.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 9, 22-25
Jesús dijo a sus
discípulos: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado
por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la
muerte y que resucite al tercer día".
Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: "Si
alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de
cada día y me siga.
Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la
pierda por mi causa, ése la encontrará. En efecto, ¿de
qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo o se
destruye?''.
Miércoles de Ceniza
"Vuélvanse a mí de todo corazón"
Con el miércoles de Ceniza se abre el tiempo de Cuaresma. En el inicio de la Cuaresma no está nuestra iniciativa, sino el deseo de Dios de encontrar nuestro rostro, más allá de las máscaras que nos ponemos. Las máscaras son buenas para el carnaval, pero no funcionan delante del Señor. Lo que Dios quiere es la conversión. El profeta Joel lo dice en la primera lectura: "Vuélvanse a mí de todo corazón".
En la segunda lectura, san Pablo no pide que nos reconciliemos, sino que nos dejemos reconciliar: "En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios". El sujeto de la reconciliación no somos nosotros: es Dios mismo. Dejemos que Dios nos reconcilie, "no echar su gracia en saco roto". Sólo cuando nos dejamos reconciliar por Dios podemos ser ministros de la reconciliación, reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás,
Para Cristo, la conversión no es simplemente hacer obras buenas. Podemos orar, ayunar y dar limosna como lo hacen los hipócritas, para ser "alabados" y "vistos" por los demás. Por eso, no es suficiente hacer cosas buenas. Examinemos para qué las hacemos, por qué las hacemos. Lo que nos ubica en el camino de la conversión es orar, dar limosnas y ayunar "no para que nos vea la gente" sino para que nos vea el Padre del cielo que "está en lo secreto" y "ve en lo secreto". Las prácticas de piedad no son para lucirse y alimentar el ego o simplemente porque son una costumbre, sino para abrirse a Dios y los demás.
Seamos conscientes de que antes de nuestra conversión —de volvernos a Dios— está la conversión de Dios, es decir, Dios que se vuelve a nosotros, desciende, se abaja, se inclina sobre nuestro barro, nos reconcilia y nos salva: "Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo 'pecado' por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios".
La ceniza orienta la Cuaresma a la alegría de la Pascua. Nos recuerda que el fuego del amor de Dios es capaz de convertir en cenizas todos los pecados, disolver toda rigidez y vencer toda resistencia. Nos recuerda también que todos somos polvo. Débiles y poderosos, pacíficos y violentos, pobres y super ricos, humildes y arrogantes, desconocidos o famosos, campeones y estrellas del espectáculo. Esto no es para deprimirnos sino para despertarnos, para ubicarnos, para vivir con verdad y autenticidad, para saber distinguir lo que nos hace bien y lo que nos destruye, para animarnos a ser barro en las manos del Alfarero.
Quizá estamos demasiado tiempo en el celular, en frivolidades, en ocupaciones inútiles o dañosas. En esta Cuaresma aprovechemos el tiempo para hacer algo que haga bien a nuestra alma, como cultivar momentos de silencio para escuchar a Dios, leer un libro que alimente el espíritu, ayudar a los necesitados. Así podremos celebrar la fiesta de la Pascua mejor que el año anterior, no porque las condiciones exteriores sean mejores, sino por la renovación interior que hemos logrado.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 6, 1-6. 16-18
Jesús dijo a sus discípulos: "Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
VIII Martes Tiempo Ordinario
Cien veces más
Parece que Pedro intenta monetizar su relación con Cristo. Se hace portavoz no sólo de sus compañeros, sino de los discípulos de todos los tiempos cuando le dice a Jesús: "Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte". ¡Es tan humana la lógica mercantilista en la que queremos meter también a Dios! Quizás nosotros no tenemos valor para decir en voz alta lo que dijo Pedro.
Jesús no se escandaliza cuando nos vemos tan mediocres. Toma en serio lo que dice Pedro y lo lleva a un nivel más alto, más allá de la conciencia de la renuncia, para captar el sentido de la renuncia. Marina Marcolini escribió: "Con los ojos en el sol/ en cada amanecer yo sé / que renunciar por ti / es igual a florecer". Se renuncia a aquello que impide volar.
Lo que recibimos no es simplemente algo material. Ese ciento por uno es, sobre todo, Dios mismo. El Señor es nuestra recompensa. Ese ciento por uno es una conciencia nueva. Cien veces más en el gusto por la vida. El cristianismo no es el apego enfermizo al sacrificio, vivir mortificando la vida y pensando que por esa mortificación tendremos una mayor recompensa. Por pensar tanto en el más allá olvidamos el más acá. La vida eterna no tiene que ver sólo con el después, sino también con el ahora. Cuando san Bernardo comenta el evangelio de hoy dice: "No te remite al último día, cuando todo te será dado realmente y ya no en la esperanza; él habla del presente. Ciertamente, grande será nuestra alegría, infinita nuestra exultación, cuando comience la vida verdadera. Pero la esperanza de tal alegría no puede ser sin alegría".
No miremos lo que hemos dejado, sino lo que hemos encontrando. No negociemos con Dios haciendo la lista de nuestros buenos propósitos y de nuestras santas renuncias. Miremos cuánto hemos ganado siguiendo a Cristo.
Entremos en nuestra memoria y hagamos una lista de las alegrías que nos vienen por ser discípulos de Cristo. Recordarlas nos hace bien. A pesar de mis límites, fragilidades, debilidades, incongruencias, incoherencias puedo decir con verdad que he recibido cien veces más. En vida, en bien, en bondad, en luz, en paz, en verdad, en plenitud. Una vida llena de muchas cosas: de amor, de relaciones nuevas y significativas, de esperanza, de compasión, de ternura, de confianza, de experiencias que me han enriquecido, de momentos de profunda alegría y de momentos difíciles en los que el Señor no me ha dejado solo. He sentido su presencia en la oración, en el amor de los demás. Dios no pide que dejemos sin darnos mucho más a cambio.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 10, 28-31
En aquel tiempo, Pedro le dijo a Jesús: "Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte''. Jesús le respondió: "Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres e hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna. Y muchos que ahora son los primeros serán los últimos, y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros".
VIII Lunes Tiempo Ordinario
Lo que nos falta
Una sola y densa frase de la primera lectura nos ubica ante el abismo de luz y color de la infinita misericordia divina, en el cual se disuelve el pequeño abismo negro de nuestro pecado, normalmente fruto del olvido o de la sobreestimación de nosotros mismos: "¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que retornan a él!". La primera lectura nos consuela con la certeza de la infinita misericordia del Señor; pero también nos recuerda que la vida es una conversión continua: "Vuélvete al Altísimo y apártate de la injusticia y detesta con toda el alma la abominación".
Desde la primera lectura, quizás podemos comprender mejor cuál fue el error de joven que se acercó a Jesús con nobles intenciones y se alejó de él envuelto en la tristeza. Le faltó pedir misericordia en lugar de mostrar su rectitud, su vida intachable.
Aquel hombre había observado toda la ley desde su juventud. Sin embargo, siente que, si bien no le falta nada a su virtud, aún le falta algo a su vida. No sabe qué. Por eso va con Jesús para que le ayude a encontrar lo que le falta. Cristo lo ama conmovido por el deseo de ser mejor creyente. El Señor se da cuenta de que es un buen cumplidor de la Ley, pero sin el impulso para la vida eterna. La Palabra de Dios nos invita a entender sinceramente cuál es nuestra situación real, lo que nos falta, lo que deseamos.
El Salmo responsorial nos ayudan a dar un paso más. Nos revela que la alegría y la paz del corazón no pueden ser fruto de nuestros esfuerzos —aunque ciertamente necesarios— sino de la experiencia ardiente de una gracia recibida y acogida con toda el alma: "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado".
El pecado más grave es suponer que no necesitamos la misericordia. La propuesta de Jesús le revela al joven su miedo a amar y dejarse amar: "Anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme". A la invitación de Cristo el joven responde con una triste huida en lugar de un ardiente y apasionado abrazo. El amor no obliga, pero sabe transformarse en misericordia y absoluto respeto sin resentimiento: "Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo". Lo que Jesús nos pide no descansa en nuestras capacidades, sino en la confianza de que es Dios mismo quien nos hace capaces de lo que nos pide. Todo comienza y todo se vuelve posible en esta confianza.
A san Francisco de Asís se le atribuye esta frase: "Empieza por hacer lo que es necesario, luego lo que es posible; de repente te sorprenderás haciendo lo imposible".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 10, 17-27
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¿Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
VIII Domingo Tiempo Ordinario
Cultivar el corazón
La imagen del árbol y sus frutos, presentada tanto por la primera lectura como por el Evangelio, indica la estrecha relación entre el corazón, la palabra y la conducta.
La primera lectura dice: "El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona". Hablar manifiesta, tarde o temprano, lo que llevamos en el corazón. La palabra une corazón y boca, es decir, lo interior y lo exterior, lo invisible y lo visible, lo silencioso y lo audible. La palabra es también un puente entre nosotros y el otro. Hay palabras que dan vida y palabras que producen muerte y sufrimiento.
El autor de la primera lectura, el Sirácide, advierte de manera especial contra los mentirosos: "No siembres mentiras contra tu hermano ... Nunca recurras a la mentira: es un hábito que no trae ningún bien". La advertencia es muy actual en este tiempo de noticias falsas y de líderes políticos mentirosos. La mentira revela la falta de dignidad humana del mentiroso, su falta de respeto por los demás y el desprecio a la misma palabra. La palabra tiene poder sobre quien la pronuncia. La mentira se apodera del mentiroso y lo domina. Decía Dostoievski: "El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir la verdad dentro de sí mismo ni a su alrededor y, por lo tanto, pierde todo respeto por sí mismo y por los demás". La mentira llega a dominar a aquel que, mintiendo, pretende controlar la realidad, recrearla, manipular a los demás. Lo vuelve abusivo. Abusa de la palabra para abusar de las personas a las que habla. Jesús dice que es un ciego que guía a otro ciego. Quien se deja guiar por un ciego terminará por caer, junto con él, en el abismo.
Las palabras revelan la calidad del corazón y, si estamos atentos a ellas, revelan también la necesidad de cultivarlo. No nos sorprenderían nuestras acciones y sus consecuencias, si tuviéramos una mayor conciencia de lo que se está moviendo dentro de nosotros. Nuestro interior se parece a una habitación abarrotada de cosas buenas y malas. Cuando no la cuidamos, se desordena. Cultivar el corazón, es decir la propia humanidad, pasa por la toma de conciencia de los propios límites y de la propia negatividad, pero también de la gracia, de la bondad que llevamos.
Los padres del desierto enseñaron la sobriedad para ver mejor lo que hay en el corazón y cultivarlo. Uno de ellos, Hesiquio el Sinaíta, escribe: "La sobriedad es un centinela inmóvil y constante del espíritu, que está en la puerta del corazón para discernir diligentemente los pensamientos que se presentan y escuchar sus proyectos, espiar las maniobras de enemigo y reconocer la huella demoníaca que intenta, mediante la fantasía, alterar el espíritu. Esta actividad, llevada adelante con valentía, nos dará, si lo queremos, una experiencia muy sabia del combate espiritual".
Fácilmente nos volvemos ciegos cuando ya no vemos nuestro corazón. Y cuanto más ciegos somos a nuestro interior, tanto más ponemos atención a nuestro exterior y al comportamiento de los demás. Quien se centra en la vida de los demás, termina por no ver ya la propia. Quien se ocupa del propio corazón, no se obsesiona mirando las acciones de los demás. En esta mirada sobre nosotros o sobre los demás está la opción a la misericordia o al juicio condenatorio.
Vivimos en los llamados "tiempos oscuros" para la paz, la verdad, la bondad. En esto tiempos estamos llamados reavivar la luz de Cristo en nuestros ojos y ayudar a los demás a no cerrarlos frente al mal, las injusticias, la pobreza, y abrirlos a la verdad, a la paz, al amor.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 6, 39-45
Dice Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la paja que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la paja del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca»

VII Sábado Tiempo Ordinario
Dejarse abrazar por Cristo
Los discípulos de Jesús rechazan a los niños que son llevados al Maestro para ser bendecidos. Jesús tiene que intervenir. Se disgusta por la actitud de sus discípulos. No sabemos cuál fue el motivo de los discípulos para inhibir la espontaneidad de los pequeños. Quizás fue su actitud rígida y gruñona. Los discípulos de Jesús han olvidado que son llamados a facilitar el contacto con él, no ha bloquearlo. Ciertas formas de religiosidad no llegan a Dios. Se quedan en simples ritos.
El primer paso para entrar en el reino de Dios es ser conscientes de nuestra pequeñez. En la lógica del Reino, reconocerse pequeño es el punto de partida para llegar a ser grandes a los ojos de Dios. Sin embargo, a menudo nos olvidamos de lo pequeño que somos. Tenemos que localizar nuestra pequeñez y reconocerla. Allí encontraremos a Jesús.
Los niños no son más buenos que los adultos. Eso sí, son maestros en el arte de la confianza y del asombro. Saben vivir como "los lirios del campo y las aves del cielo". Saben jugar como los delfines, intrigados por lo que les atraerá, fácil a la sonrisa y al abrazo.
El pequeño es el necesitado. Cuando nos sintamos pequeños ante un problema, pequeños ante la cruz de una enfermedad, el cansancio de la vida, la soledad no nos desanimemos. Están cayendo las máscaras del autoengaño y la superficialidad, y está surgiendo nuestra radical fragilidad. Y precisamente en la fragilidad descubrimos cuánto nos cuida Dios.
La primera lectura nos ubica. Nos recuerda que "el Señor creó al ser humano de la tierra, y a ella lo hará volver de nuevo. Concedió a los humanos días contados y un tiempo fijo". Es fácil que en la prosperidad y el bienestar nos olvidemos de nuestra condición de creaturas, de lo pequeños que somos.
La consciencia de nuestra pequeñez nos acerca a Dios, como los niños pequeños se acercan a su padre y a su madre confiadamente. Cuando perdemos la consciencia de nuestra pequeñez nos alejamos de Dios y de los demás. Esto se refleja en nuestra conducta. La conducta muestra si realmente somos cristianos. La primera lectura dice que luego de crear al hombre y a la mujer el creador les dijo: "'Guárdense de toda iniquidad' y les dio a cada uno preceptos acerca del prójimo. La conducta humana está siempre ante Dios, no puede ocultarse a sus ojos".
Si llevamos en nuestro corazón la conciencia de ser hijos/as del Padre del cielo, podremos ser sensibles a esta exhortación, guardarnos de toda injustica y cuidar al prójimo, especialmente al más pequeño, al más vulnerable. Toda forma de injusticia e insensibilidad nacen de un sentido de autosuficiencia que se convierte fácilmente en una actitud de superioridad y arrogancia que se aprovecha de los débiles. Esas actitudes bloquean la entrada al reino de Dios.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 10, 13-16
En aquel tiempo, le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
VII Viernes Tiempo Ordinario
Volver al principio
Las reflexiones sobre la amistad del Sirácide, que escuchamos en la primera lectura, y la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio son como un pequeño manual de amor. Nos dan pistas para vivir la afectividad.
El Sirácida viene a perturbar una manera ingenua de concebir la amistad y el amor. Sus recomendaciones nacen y encuentran confirmación en la experiencia. Invita a andar con prudencia: "Cuando hagas una nueva amistad, vete con tiento; no te le confíes tan fácilmente". Aunque el principio de la gradualidad sea conocido y razonable, puede estar ausente en la manera como gestionamos las relaciones afectivas. Nos lanzamos de manera impulsiva, inmadura, para luego saborear la amargura de la decepción cuando nos vemos obligados a reconocer que no habíamos encontrado ningún "tesoro".
La necesidad de poner a prueba la calidad de las relaciones de amor es todavía más fuerte cuando se trata del amor entre un hombre y una mujer. Ayer, como hoy, surge una duda en los esposos: ¿es realmente posible llevar el amor hasta el final, o, en un cierto punto, no es más lógico "repudiar a su esposa/o"? Cristo no pone la atención sobre los motivos que llevan a abandonar al compañero/a de vida. Invita a observa la cuestión desde un punto de vista privilegiado, "desde el principio de la creación", desde el sueño de Dios. Volver al principio para recordar lo que encendió el deseo y la esperanza de compartir la vida no sólo, como recuerda el Siracida, "cuando te va bien", sino también "en la hora de las penas". Y aunque ciertamente es un sueño difícil, es el único sueño capaz de satisfacer verdaderamente el corazón, incluso cuando está paralizado en la "dureza". Si el amor es verdadero no puede ser de otra manera: tiene que ser para siempre porque el Amor de Dios no fracasa, es para siempre.
El amor necesita prudencia en sus inicios, pero después no puede realizarse y subsistir sino a través de la imprudencia de una donación irrevocable. Alguien decía que la vida no es "tener en las manos", sino "entregarse en las manos". Tener en la mano es egoísmo, control, poder; entregarse en las manos es amor.
Es obvio que a veces la vida es imprevisible y nunca sabemos qué camino tomarán nuestros sueños; pero al menos desear "amar a alguien para siempre" debería ser propósito básico de todo cristiano, más allá de lo que luego suceda y tal vez obliga a tomar caminos diferentes de los que habíamos imaginado, incluso contra nuestra voluntad.
En un mundo donde las cosas rotas se tiran, no se arreglan; donde deciden las emociones y no la libertad; donde los platos de plástico son más cómodos que los de porcelana porque se pueden tirar sin tener que lavarlos, el Evangelio parece fuera de lugar.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 10, 1-12
Se fue Jesús al territorio de Judea y Transjordania, y de nuevo se le fue acercando la gente; él los estuvo enseñando, como era su costumbre. Se acercaron también unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: "¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?"
Él les respondió: "¿Qué les prescribió Moisés?" Ellos contestaron: "Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa". Jesús les dijo: "Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer.
Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre".
Ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: "Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio".
VII Jueves Tiempo Ordinario
Héroes en las pequeñas cosas
Cristo pide ser héroes en las pequeñas cosas, aquellas que están al alcance de nuestra mano: "Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua". En el pequeño gesto de dar un vaso de agua está contenida la grandeza de la sabiduría de Dios, que actúa a través de signos sencillos. Los gestos cotidianos de amor son gotas del océano de la Misericordia divina, fragmentos de luz del único Sol, pedacitos del Pan de Vida despedazado en la cruz, destellos de Sabiduría que, como sal, detiene el proceso de corrupción al que está sometida toda realidad humana, incluidas las relaciones humanas. La Palabra de Dios es como sal que preservar de la corrupción del mal. Nuestra vida está a salvo en el amor con que vivimos.
Además del amor por las cosas pequeñas, Cristo nos invita a realizar "cortes". Usa imágenes muy fuertes para enfatizar la importancia de eliminar todo lo que nos aleja de la vida verdadera. Nos invita, primero, a hacer un discernimiento y luego actuar con radical: "si tu mano, tu pie, tu ojo te es ocasión de pecado, córtatelo". Es evidente que no se trata de una invitación a la mutilación física, sino una llamada a eliminar lo que quita verdad, autenticidad, belleza, paz a nuestra vida. Preguntémonos: ¿Qué le quita la belleza a nuestra vida? Pueden ser malos hábitos, relaciones tóxicas o sentimientos como el rencor, la envidia o la indiferencia. Tal vez también el ansia de aparecer, el deseo de tener más y más, o la incapacidad de perdonar. En la primera lectura el Sirácida habla de la soberbia y del egocentrismo que coloca al propio yo por encima de toda ley, elevándose como la medida del bien y del mal. Cuando el corazón lleva estas cargas, no puede encontrar la verdadera felicidad.
El "cortar" que pide Cristo es algo radical, toca la raíz. Por eso, es necesario evangelizar lo profundo, es decir, dejar que el corazón se impregne de Evangelio y se vaya configurando según el corazón de Cristo. Si esto no sucede, el corte es solo una operación estética. Desde el punto de vista positivo podemos decir que no se trata de represión o de castración, sino de "poda", de poner nuestras manos, nuestros pies, nuestros ojos al servicio del Reino. Tener manos que saben dar, pies que van al encuentro del otro, ojos luminosos.
No se trata de renunciar a nuestra humanidad y debilidad, sino de experimentar, con la gracia de Dios, que estamos llamados a ser sal, a llevar el sabor de Cristo a las calles.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 9, 41-50
Jesús dijo a sus discípulos: "Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar. Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Todos serán salados con fuego. La sal es cosa buena; pero si pierde su sabor, ¿con qué se lo volverán a dar? Tengan sal en ustedes y tengan paz los unos con los otros".
VII Miércoles Tiempo Ordinario
Construir puentes
Los grupos tiende a "encerrarse", a crear muros divisorios. También los grupos religiosos, incluso los discípulos de Jesús. Cuando ven que un extraño al grupo combate el mal en nombre de Cristo, quieren detenerlo: "Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos".
Por un lado, parece evidente su preocupación de que el nombre del Señor no sea manipulado o deshonrado. Por otro lado, parece igualmente claro que el motivo de la prohibición es el hecho de que no pertenece al grupo de discípulos: "no es de los nuestros". Pero los monopolios no son buenos, ni en la economía, ni en la política, ni en lo religioso. Al parecer, a los discípulos de Jesús no les interesaba saber quién era aquel hombre, porqué recurría al nombre de Cristo para hacer el bien. Lo único que les importaba era que no pertenecía a su grupo.
La respuesta de Jesús es lo opuesto al pensamiento de sus discípulos: "Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor". Un principio que quita del corazón y la mente el miedo inútil y permite la apertura necesaria para caminar juntos con los que hacen el bien, con los que luchan contra los demonios modernos de la contaminación, la violencia, las noticias falsas, la corrupción, la economía que mata, la injusticia, la crueldad. En lugar de construir muros, el cristiano construye puentes. Es amigo de la vida. La primera lectura decía: "El que ama la sabiduría, ama la vida". Se necesita sabiduría para entender y hacer lo que pide Cristo.
Es natural querer delimitar lo que sentimos como "nuestro", pero Jesús nos enseña que la gracia de Dios no conoce límites. Ella actúa también donde nosotros no lo esperamos, a través de personas, situaciones y caminos diferentes a los nuestros. Para reconocer la gracia de Dios necesitamos una mirada humilde y abierta, capaz de ver el bien que se realiza a nuestro alrededor, aunque no sea fruto de nuestra acción. Esta actitud nos libera de la tentación de sentirnos portadores únicos de la verdad y nos impulsa a colaborar, con espíritu de comunión, en un proyecto más grande que nosotros. Nos libera de la actitud de querer proteger la imagen de Dios impidiendo que se realicen muchas cosas buenas que nosotros no podemos hacer.
No somos los discípulos, sino es el Señor Jesús el eje sobre el cual gira la comunidad. Cuando esto sucede, la comunidad no se estrecha, se ensancha. Tengamos cuidado de no hacer del "nosotros" el punto focal de referencia, colocando así a Cristo en segundo plano. Lo que debe preocuparnos no es tener el control sobre lo que hacen los demás, sino seguir a Cristo.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 9, 38-40
Juan le dijo a Jesús: "Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos". Pero Jesús le respondió: "No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor".
VII Martes Tiempo Ordinario
El más importante
La manera como un espíritu mudo e inmundo se manifiesta rara vez asume las formas de epilepsia, como en el joven del que hablaba ayer el evangelio. Ordinariamente, se traduce en la vergüenza que experimentamos cuando la voz del Señor nos señala el abismo existente entre sus pensamientos y los nuestros. Después de haber anunciado su inminente pasión, Jesús quiere comprobar si sus discípulos están entendiendo el camino al que han entrado libremente: "¿De qué discutían por el camino? Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante".
El silencio de los discípulos señala cuántas ambigüedades pueden estar en nosotros, aun dentro del sincero deseo de seguir las huellas del Señor. Mientras el camino del Maestro asume cada vez más claramente los rasgos de la cruz —consecuencias del amor— que lleva a la gloria de la resurrección, los discípulos andan en una longitud de onda diferente. Caen en la tentación de ambicionar y buscar la gloria y el poder de este mundo. El abrazo de Jesús al niño puede ser un fuego capaz de purificarnos para cambiar radicalmente nuestra manera de concebir la vida y las relaciones con los demás. Primeramente, cuando nos sintamos sin ningún apoyo y esperanza, recordemos que somos como aquel niño abrazado por Jesús. Y que sepamos acoger como Jesús. Acoger plasma el mundo como Dios lo soñó. Reaccionemos cuando la lógica mundana entra en nuestras comunidades cristianas y las intoxica.
No hay que escandalizarnos cuando, en nuestra aventura cristiana, descubrimos que todavía tenemos pasiones mezquinas y mundanas, ambiciones de grandeza y vanagloria. Pero tampoco dejemos de luchar con esa parte de nuestro corazón egoísta y engañosa. En el proyecto de Jesús no hay mayores ni menores, sino la experiencia común de una relación con Dios, fuente continua de compartir y de apertura a los demás, especialmente a los menos valorados.
Un creyente que vivió hace más de dos mil años había entendido el valor de la cruz. El fragmento del libro del Sirácide (Eclesiástico) que escuchamos en la primera lectura dice: "Hijo mío, si te propones servir al Señor, prepárate para la prueba; mantén firme el corazón y sé valiente; no te asustes en el momento de la adversidad. Pégate al Señor y nunca te desprendas de él, para que seas recompensado al fin de tus días. Acepta todo lo que te sobrevenga, y en los infortunios ten paciencia, pues el oro se purifica con el fuego y el hombre a quien Dios ama, en el crisol del sufrimiento". El texto habla por sí mismo. No necesita comentarios.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará". Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: "¿De qué discutían por el camino?". Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: "Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos".
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: "El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado".
VII Lunes Tiempo Ordinario
Sí puedo
La curación del epiléptico nació de la desesperación de su padre. Intentó en vano obtener ayuda de los discípulos de Jesús. Aunque Jesús los había enviado a expulsar demonios, no tuvieron éxito. No pudieron expulsarlo. Un clamoroso fracaso de los discípulos, mientras Jesús, en la montaña, se transfiguraba frente a tres de ellos.
En el fracaso de los discípulos de Jesús podemos encontrar muchos de nuestros propios fracasos. De hecho, cuántas veces experimentamos que no podemos cambiar ni una pizca de la realidad y las situaciones que encontramos.
Los discípulos, y nosotros con ellos, deben tener en cuenta que la fuerza del mal y sus consecuencias pueden remediarse y eliminase sólo a partir de una comunión profunda con el Señor y su espíritu: "Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno".
Sin embargo, no parece que el Señor haya hecho una oración para curar al joven. Pero no perdamos de vista que acababa de bajar del Monte Tabor donde se había transfigurado ante tres de sus discípulos más cercanos. Lo que hace Jesús es dialogar con el padre del enfermo. Quere saber desde cuando está así. Estaba enfermo desde la infancia. No nació así. En el diálogo, Cristo hace que el papá migre de la forma hipotética a la imperativa: "¿Qué quiere decir eso de 'si puedes'? Todo es posible para el que tiene fe". Del "si puedes" pasa al "creo y puedo". Entra en el dinamismo de confianza en la vida, en el amor, en Dios que derrota el mal. Como podemos ver, Jesús realiza dos curaciones: cura la incredulidad del padre, fortalece su fe, y libera a su hijo del espíritu inmundo.
La fe no comienza cuando todo es claro y las condiciones son firmes. Comienza cuando se reconoce la propia necesidad y la propia impotencia: "Creo, Señor; pero dame tú la fe que me falta". Ayúdame a curar mi incredulidad. El milagro consiste en que la debilidad no es un impedimento, sino una oportunidad para renovar nuestra pasión por el Señor y empezar de nuevo.
Al final del relato, Jesús explica, en privado, a los discípulos dónde está el problema de su impotencia para curar al enfermo: "Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno". El mal no se puede expulsar sin la oración. Paradójicamente, la fe es directamente proporcional a la conciencia de su debilidad y pobreza. De ahí la importancia y la necesidad de la oración. Si reflexionamos bien, ¿qué es la oración sino el reconocimiento de no tener las fuerzas necesarias para afrontar la vida y tener que sacarlas o, mejor dicho, implorarlas? La oración nos libera, nos devuelve la esperanza, nos acerca a Cristo y a su luz amorosa.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 9, 14-29
Cuando Jesús bajó del monte y llegó al sitio donde estaban sus discípulos, vio que mucha gente los rodeaba y que algunos escribas discutían con ellos. Cuando la gente vio a Jesús, se impresionó mucho y corrió a saludarlo. Él les preguntó: "¿De qué están discutiendo?" De entre la gente, uno le contestó: "Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que no lo deja hablar; cada vez que se apodera de él, lo tira al suelo y el muchacho echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Les he pedido a tus discípulos que lo expulsen, pero no han podido".
Jesús les contestó: "¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho". Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, se puso a retorcer al muchacho; lo derribó por tierra y lo revolcó, haciéndolo echar espumarajos. Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?" Contestó el padre: "Desde pequeño. Y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él. Por eso, si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos".
Jesús le replicó: "¿Qué quiere decir eso de 'si puedes'? Todo es posible para el que tiene fe". Entonces el padre del muchacho exclamó entre lágrimas: "Creo, Señor; pero dame tú la fe que me falta". Jesús, al ver que la gente acudía corriendo, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Sal de él y no vuelvas a entrar en él". Entre gritos y convulsiones violentas salió el espíritu. El muchacho se quedó como muerto, de modo que la mayoría decía que estaba muerto. Pero Jesús lo tomó de la mano, lo levantó y el muchacho se puso de pie.
Al entrar en una casa con sus discípulos, éstos le preguntaron a Jesús en privado: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?" Él les respondió: "Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno".
VII Domingo Tiempo Ordinario
Dar el primer paso
Como si no tuviéramos problemas, el Evangelio de hoy parece una tortura, un martirio. Nos desconcierta. Invita a amar a los enemigos, hacer el bien a quienes nos odian, bendecir a quienes nos maldicen y orar por aquellos que nos hacen el mal. Parece un cuento de hadas. Pide cosas imposibles. ¿Quién puede vivir así? Nadie puede vivir así con la sola fuerza de voluntad, ni siquiera el mejor entre nosotros. No es posible para un ser humano alimentar sentimientos de amor por un enemigo, por quienes nos hace el mal.
Sin embargo, el mandamiento del amor no es una tortura. Tampoco es una obligación ética. Es la consecuencia de acoger a Cristo y tener la vida que otorga el Espíritu de Dios. Este amor es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, Espíritu de Vida y de Amor. Es el resultado de una transformación interior que hace posible la gracia divina.
Cristo pide ser luz en las tinieblas, compasión en el odio, misericordia en la crueldad. Levantar al caído. Creer que la derrota y la violencia no son la última palabra. La vocación a la que hemos sido llamados es trasparentar a Dios que vive en nosotros, dándole forma en la vida cotidiana, difundiendo luz, inyectando antídotos contra el odio y la muerte. Si nos descubrirnos actuando así —es decir, dando a Dios— sabremos que somos, como dice Jesús, "hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos".
La primera lectura nos ha traído un ejemplo notable de amor al enemigo. Narra el momento en el cual David tuvo la posibilidad de matar al rey Saúl, su gran enemigo. El ejemplo de David, que perdona la vida de Saúl, manifiesta que la misericordia tiene su raíz y su fuente en la relación con el Señor. David no se aprovechó de la situación porque sabía que, en último término, es Dios quien gobierna la historia. El relato subraya la importancia de la relación con el Señor para no quedar atrapados en el momento presente. El presente no es eterno. Al final, las cosas terminaron mal para Saúl y David se convirtió en el rey.
Y así sigue sucediendo. El malvado termina mal, ya sea en esta vida o en la otra. En el fondo, la oración que pide Cristo por los que hacen el mal, nace de la misericordia, del deseo de que reaccionen a tiempo y no terminen en el abismo.
Lograr amar a los enemigos es fruto de un largo camino. Tal vez nos llevará toda la vida y a menudo nos parecerá imposible. Cristo pide da el primer paso. Un primer paso siempre es posible, a todos. Se empieza desde nuestra debilidad. De hecho, las parábolas de Jesús están llenas de comienzos, de retoños, de semillas que brotan y crecen lentamente. Lo importante es dar un primer paso. Los verbos: ama, da, perdona, bendice comienzan a pronunciarse en voz baja, en la penumbra, al ras del suelo, en el susurro de una voz que tiene los colores del amanecer. Con el tiempo, el esfuerzo y la gracia de Dios la voz se irá haciendo más firme y más fuerte.
Las palabras de Jesús "con la misma medida con que midan, serán medidos", nos dicen: Vuelve a tu corazón, acerca los labios a la fuente del corazón, trata a los demás como quieras que te traten. Todos necesitamos ser abrazados y perdonados. Todos deseamos a alguien que nos bendiga, la mano de un amigo. Esto que deseo se lo daré a los demás.
Aprovechemos las ocasiones que se nos presenten para crecer espiritualmente. La Eucaristía que estamos celebrando es un medio para conectarnos con la vida y el amor de Cristo, para realizar nuestra identificación con él.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 6, 27-38
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después.
Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos".
VI Viernes Tiempo Ordinario
Babel y la Cruz
La primera lectura nos trae la historia de la torre de Babel. Dice el relato que la Humanidad estaba unida, era "un solo pueblo y hablaban una sola lengua". Entonces concibe un proyecto faraónico. Movidos por la megalomanía, el ansia de grandeza, la soberbia y la arrogancia se dicen a sí mismos: "Construyamos una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo, para hacernos famosos". Sin embargo, el proyecto terminó en un fracaso. Terminaron confundidos, divididos y dispersos.
Muy diferente es el camino presentado por Jesús en el evangelio de hoy. En primer lugar, hace una pregunta demoledora a los megalómanos que quieren construir torres de Babel: "¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida?". En segundo lugar, dice que el cielo no se alcanza construyendo una torre, como pretendían los hombres arrogantes del relato de Babel. El reino de Dios desciende a la tierra: "Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el reino de Dios ha llegado ya con todo su poder".
En el descenso del reino de Dios, la cruz de Cristo tiene un rol muy importante. La cruz —no cualquier cruz, sino la cruz de Cristo— es al mismo tiempo la imagen del sufrimiento y la imagen del amor de Dios; la imagen de impotencia y la imagen del poder de la misericordia divina; la imagen del silencio y la imagen de la Palabra del Dios nacida del silencio. Es una invitación a vivir cada experiencia, incluida la del sufrimiento y de la impotencia, en la actitud de quien cree que el Amor misericordioso vence toda debilidad, todo condicionamiento, toda tentación de desesperación. La potencia de Dios y su gloria se han manifestado en la humillación del Hijo del hombre torturado hasta la muerte.
La cruz de Cristo habla de un Dios que parece oculto, pero no está ausente. Aunque actúa en la historia, se esconde detrás de los acontecimientos. Desde la cruz, la historia personal y comunitaria se lee como un lugar en cuyos pliegues hay una potencia, rica de energías renovadoras, transformadoras. Como permanece oculta a los ojos de mundo, requiere una mirada de fe para ser reconocida, acogida y valorada.
En fin, la cruz de Jesús es un "no" a la imagen de Dios entendido como poder despótico y vengativo y un "no" al proyecto de quienes ebrios de poder persiguieron a Jesús y lo siguen persiguiendo en miles de inocentes.
El filósofo francés Paul Ricoeur decía que "entrar en la dinámica de la fe es decidir hacer de Jesucristo el principio organizador de la propia vida, de su comprensión y de la relación con los demás".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 8, 34–9, 1
Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos y les dijo: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre, entre los santos ángeles". Y añadió: "Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el Reino de Dios ha llegado ya con todo su poder".
VI Jueves Tiempo Ordinario
La señal del arco iris
Me causa alegría contemplar un arco iris, la belleza de sus colores. Es un regalo sorpresivo que muy pocas veces puedo ver en donde vivo. Pero, además de ser un regalo, recuerda el pacto que Dios hace con la humanidad. En la primera lectura, el Señor le dice a Noé y a sus hijos: "Pondré mi arco iris en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra". La belleza del arco iris, después de la lluvia, evoca la belleza de la alianza con Dios. Curiosamente, el arco iris aparece después de que el cielo se oscureció por la lluvia o de la furia de la tormenta, como anunciando que todo terminará bien por muy oscuro que esté el panorama.
El salmo responsorial dice que "el Señor, desde su altura santa, ha mirado a la tierra desde el cielo, para oír los gemidos del cautivo y librar de la muerte al prisionero". El Señor no es indiferente a nuestros problemas. ¿Pero lo creemos? ¿Así es la imagen que tenemos de Dios? Quizá tengamos que purificar su imagen. Es lo que le sucedió a Pedro en el evangelio de hoy.
En el relato están representados dos modos de conocer a Cristo. El primero consiste en el conocimiento externo, caracterizado por las opiniones de los demás. Pero la pregunta decisiva es: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Lo importante no es el conocimiento externo, las opiniones de los demás, sino el conocimiento que nace de la experiencia personal de Cristo.
Pedro contestó que Jesús era el Mesías. Tenía razón, pero algo no funcionaba bien. Tuvo que purificar su imagen de Jesús como Mesías. Aceptar a Jesús como Mesías es aceptar también la manera que ha escogido para ser Mesías. Y escogió la debilidad de la cruz. Quisiéramos un Mesías poderoso. Sin embargo, nos salva a través de la debilidad de la cruz. El dolor y la dificultad son parte de la estructura de la vida. Con frecuencia, son también el camino que conduce a la vida verdadera y a la verdadera alegría. Esta es la lección que Pedro —y quizás también nosotros— debe aprender.
Ni siquiera en la cruz Jesús fue abandonado por el Padre, aunque él sentía que había sido abandonado. La resurrección fue la respuesta del Padre. Dios siempre es fiel a su alianza, aunque a veces nos parezca que no es así. El pacto con Dios no solo nos ofrece consuelo y esperanza, sino también nos invita a ser portadores de luz en tiempos de oscuridad, a ser puentes de reconciliación y a sembrar esperanza donde haya desesperanza.
No olvidemos que, tras la oscuridad y el furor de la tormenta, resurge la belleza del arco iris; es la señal de Dios para recordarnos que Él está con nosotros.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 8, 27-33
Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos le contestaron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas".
Entonces él les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Pedro le respondió: "Tú eres el Mesías". Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.
Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: "¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres".
VI Miércoles Tiempo Ordinario
Saber esperar
La primera lectura narra el final del diluvio universal. Se necesitó tiempo para que las aguas fueran bajando y la tierra se secara. Pero también se necesitó distancia para ver bien el espacio y poder reanudar la vida sin olvidar la lección que ha dejado, a veces a través de una manera muy dolorosa, como fue la prueba del diluvio: "Las aguas del diluvio habían ido bajando y ya se veían las cimas de los montes". El relato dice que Noé soltó una paloma para verificar si el suelo ya estaba seco. Después de dos intentos fallidos, vuelve a soltar la paloma: "Esperó otros siete días y soltó otra vez la paloma, la cual ya no regresó".
Noé es un hombre que tiene una relación correcta con el tiempo y el espacio. Por eso puede cruzar los tiempos más difíciles y comenzar de nuevo a habitar el espacio. El diluvio que inundó la tierra fue cediendo poco a poco. Lo seco emerge lentamente. Noé supo esperar todo el tiempo necesario y se dejó ayudar por los animales que había salvado en el arca, para comprender lo que estaba sucediendo a su alrededor y transformarlo en oración: "Entonces salió del arca y construyó un altar al Señor".
Es difícil aceptar los largos tiempos que la vida necesita para madurar. La Palabra de Dios nos ayuda a entrar en esta actitud haciéndonos contemplar la paciencia de Noé, en la que se refleja la misma paciencia divina. Noé supo llevar un largo tiempo de espera: la construcción del arca, el tiempo que duró el diluvio y el tiempo que tardó en secarse la tierra. No solo se necesita tiempo, sino también calma para ver y comprender "con toda claridad", como nos dice el evangelio de hoy.
A Jesús le llevó tiempo curar al ciego. Realiza la curación en dos tiempos. La iluminación no es un acontecimiento instantáneo. Es un proceso. Se realiza en medio de muchos suspiros y de pasos indecisos. Generalmente, los cambios que permanecen estables se dan gradualmente. Las cosas demasiado rápidas a veces terminan también rápidamente. Cristo empieza con un primer intento. El ciego comienza a ver, pero su mirada no es penetrante. Se trata de ver claramente. Luego de un segundo intento, el ciego "comenzó a ver perfectamente bien".
Para curar al ciego, Jesús lo tomó "de la mano y lo sacó del pueblo". Como el ciego, somos invitados a dejarnos tomar de la mano por Jesús, seguirlo dócilmente y permanecer a solas con él para que pueda sanarnos profundamente. Se necesita tiempo, se necesita espacio, se necesita paciencia y confianza para que podamos integrar en nuestra vida el don de la creación y de la salvación.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 8, 22-26
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida y enseguida le llevaron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara. Tomándolo de la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: "¿Ves algo?" El ciego, empezando a ver, le dijo: "Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan".
Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: "Vete a tu casa, y si pasas por el pueblo, no se lo digas a nadie".
VI Martes Tiempo Ordinario
La memoria del corazón
La travesía por el lago de Galilea emprendida por Jesús y sus discípulos se caracteriza por una crisis. Los discípulos van preocupados porque se olvidaron de llevar consigo panes. Todo esto mientras Jesús les advierte de la levadura de los fariseos y la levadura de Herodes.
Los discípulos reaccionan de manera desesperada ante la falta de panes porque carecen de la memoria del corazón que alimenta la esperanza. La falta de confianza es, en el fondo, falta de memoria. Cuando esto sucede, el enfoque de la vida es dictado por el hambre del estómago, es decir, por las necesidades materiales. Entonces, nos volvemos incapaces para captar el sentido de las cosas: "¿No recuerdan cuántos canastos de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil hombres?". Los discípulos no llevaban panes, pero llevaban al que multiplica los panes.
Recordar es mirar el pasado para recoger las señales que el amor de Dios ha dejado. Dios siempre deja señales de su paso en nuestra vida que se vuelven comprensibles a la luz de la fe y se convierten en señales de esperanza para seguir adelante en los momentos de dificultad. No es suficiente estar en la misma barca con Jesús para creer que hemos entendido con quién vamos, qué es lo que puede hacer.
La levadura de los fariseos —el formalismo, el legalismo, la hipocresía— y la levadura del rey Herodes, un hombre sediento de poder y sin escrúpulos, apoyado por la aristocracia de Jerusalén decidida a mantener sus privilegios a cualquier precio, han reemplazado a menudo la levadura del Evangelio. El cristianismo y el pensamiento cristiano son afectados, pervertidos, desvirtuados por la lógica del interés egoísta, de la confrontación, del poder. Esto sucede no sólo en los lideres políticos, sino también puede suceder en la Iglesia.
Se necesita un poco de levadura para hacer que fermente toda la masa. Existen personas poderosas y grupos pequeños de poder que pueden influir poderosamente en las sociedades y en el mudo, sembrando el bien o el mal, el odio o el amor, la inclusión o la exclusión. Cristo nos invita a tener precaución ante estas personas.
Pero no basta denunciar y rechazar la mala levadura. Nuestro compromiso en ser levadura evangélica. Oreste Benzi, un sacerdote italiano, fundador de la Asociación Comunidad Papa Juan XXIII que se dedica a salvar a mujeres de la prostitución, a ayudar a personas con capacidades diferentes, a drogadictos, a menores en dificultad, dijo: "Si cada uno de nosotros no libera el poder del amor que está dentro de él, ¡es culpable!".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 8, 14-21
En aquel tiempo, cuando los discípulos iban con Jesús en la barca, se dieron cuenta de que se les había olvidado llevar pan; sólo tenían uno. Jesús les hizo esta advertencia: "Fíjense bien y cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes". Entonces ellos comentaban entre sí: "Es que no tenemos panes".
Dándose cuenta de ello, Jesús les dijo: "¿Por qué están comentando que no trajeron panes? ¿Todavía no entienden ni acaban de comprender? ¿Tan embotada está su mente? ¿Para qué tienen ustedes ojos, si no ven, y oídos, si no oyen? ¿No recuerdan cuántos canastos de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil hombres?" Ellos le contestaron: "Doce". Y añadió: "¿Y cuántos canastos de sobras recogieron cuando repartí siete panes entre cuatro mil?" Le respondieron: "Siete". Entonces él dijo: "¿Y todavía no acaban de comprender?".
VII Lunes Tiempo Ordinario
"¿Dónde está tu hermano?"
Una de las películas más aclamadas de la historia del cine, 2001: Odisea de espacio, de Stanley Kubrik, estrenada en el año 1968, cuenta la historia de la humanidad, desde la prehistoria hasta la conquista de las galaxias. La película comienza con un gesto: un homínido usa un hueso como arma contra sus compañeros. No es difícil relacionar este gesto con la historia que narra la primera lectura en los albores de la humanidad: Caín se lanza contra su hermano Abel y lo mata.
Cuando el resentimiento comienza a brotar en el corazón de Caín, el Señor Dios interviene. Se pone en contacto con él para ayudarlo a ser consciente de su furia contra su hermano, controlar la energía contenida en la ira, orientarla y superar la tentación de asesinar a Abel: "Caín se enfureció y andaba resentido. El Señor le dijo entonces a Caín: '¿Por qué te enfureces tanto y andas resentido? Si hicieras el bien, te sentirías feliz; pero si haces el mal, el pecado estará a tu puerta, acechándote como fiera; pero tú debes dominarlo'". Pero "la fiera" terminó por dominar a Caín.
Cuando el Señor le pregunta al asesino: "¿Dónde está tu hermano?", Caín contesta: 'No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?'". Caín ha renunciado a ser hermano. Desafortunadamente, esta es la historia de todos los días.
El homicida expresa a Dios su temor de que cualquiera que lo encuentre lo mate. Entonces el Señor le pone una señal "para que, si alguien lo encontraba, no lo matara". En el fondo, el hermano/a es una señal, un signo, un sacramento de la presencia de Dios entre nosotros. Pero podemos ser incapaces de ver en el hermano/a un signo de Dios. Nos puede suceder lo mismo que a los fariseos: "Le pedían a Jesús una señal del cielo". El Señor había hecho muchos signos, como curar enfermos y dar de comer a una multitud hambrienta. Sin embargo, los fariseos asumen el papel de inquisidores. Pretenden juzgar y condenar a Cristo.
No sólo a los fariseos sino también a la multitud que le sigue le cuesta trabajo reconocer en Jesús la manifestación de Dios. Y quizás también a nosotros. Dios nos sigue dando muchos signos, su Palabra, el hermano, la comunidad, los sacramentos, pero a lo mejor queremos milagros espectaculares, apariciones.
Pero Cristo era y es la señal que Dios ofrece. Si Caín renunció a ser hermano y lo asesinó, Jesús se deja asesinar para salvar a sus hermanos. Cristo muerto y resucitado es el gran signo de Dios. Quizá nos falta capacidad para leer la vida a partir del signo permanente que es Jesucristo. Muchos signos corren el riesgo de permanecer insignificantes si no partimos de Jesucristo. Los signos de Jesús son manifestaciones de su cercanía, de su amor y de su salvación; son dones, incrustados en la trama de nuestra vida cotidiana.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 8, 11-13
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y se pusieron a discutir con él, y para ponerlo a prueba, le pedían una señal del cielo. Jesús suspiró profundamente y dijo: "¿Por qué esta gente busca una señal? Les aseguro que a esta gente no se le dará ninguna señal". Entonces los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.
VI Domingo Tiempo Ordinario
En el vacío florece la alegría
Anhelamos la felicidad. Los caminos para alcanzarla abundan. Este día sale al encuentro de nuestro anhelo de felicidad Dios mismo que, como sucede con frecuencia, nos sorprende. Dios es siempre mayor que nuestros esquemas.
Cristo presenta un programa que conduce a la felicidad. Parece inalcanzable. No es fácil entenderlo. Va en contra de la lógica. Si queremos entenderlo tenemos que cambiar de lógica: dejar la lógica aristotélica y adoptar la lógica paradójica de Dios. Esto implica cambiar la perspectiva, dar un giro de ciento ochenta grados.
Hubiéramos esperado que Jesús dijera: "Felices los pobres porque habrá una revolución en la cual los pobres serán los nuevos ricos". Pero no es así. El proyecto de Dios va más allá. Está de por medio su Reino de Dios que no está sólo en el más allá. El programa de Jesús es una manera nueva de ver la vida, una nueva arquitectura del mundo.
Si nos fijamos bien, las situaciones presentadas por Cristo se caracterizan por la carencia de algo. Muchos, por desgracia, interpretan esto pensando que Dios exalta la mala suerte y la desgracia. Piensan que el dolor complace a Dios. Pero es una lectura equivocada, una imagen deformada de Dios. En realidad, las bienaventuranzas nos dicen que el vacío de nuestra vida, nuestras carencias, son oportunidades para acoger a Dios.
Los hartos, los satisfechos no le dejan espacio. Su ego ocupa todo el espacio. El pobre del que habla Jesús es aquel que toma distancia de su ego. La felicidad no está en la pobreza, en padecer hambre, en llorar, en ser perseguidos, sino en ser alcanzados por Dios. Cuando aceptemos nuestro vacío y lo vivimos de cara a Dios, viene la alegría. La alegría no está en las carencias sino en echar raíces, fundamentar nuestra vida en el Señor, en su lógica, en su manera de ver.
Ahora bien, dar espacio a Dios no significa estar blindados contra el dolor y el sufrimiento, sino encontrar en ellos un sentido y dejarnos sorprender por la alegría, como lo muestran muchas personas a lo largo de la historia, entre ellas san Francisco de Asís
Las bienaventuranzas son amigas de la vida; porque no son un mandamiento, una orden que hay que cumplir, sino el corazón del anuncio de Jesús: la buena noticia de que Dios da vida a quien produce amor, da alegría a quien construye paz, consuela a los que sufren. Las bienaventuranzas son el inicio de la curación del corazón, para que el corazón sanado inicie la curación del mundo. El mundo no es de quien lo posee o lo compra, sino de quien lo hace mejor. Y no necesariamente aquellos que han acumulado mucho dinero lo hacen mejor. Muchas veces es todo lo contrario.
Los "ay de ustedes" no son una amenaza. Son lamentos fúnebres, el llanto por los muertos. Es el lamento de Cristo que llora por los ricos y hartos que no entienden el sentido de la vida. Son idólatras. Adoran el vacío. Son los amantes de la nada. Pero los ídolos son crueles, despiadados: terminan por devorar a sus adoradores.
Cristo enseña un camino para ser felices, diferente de aquellos caminos que ha producido divisiones, guerras, dolor, muerte a lo largo de la historia. Nos rescata del pesimismo en que podemos caer cuando contemplamos lo que no va bien a nuestro alrededor y dentro de nosotros. Las bienaventuranzas nos dicen que la felicidad que buscamos —a menudo de manera equivocada— ya está dentro de nosotros porque dentro de nosotros está Dios. Así de sencillo y así de complicado para un corazón complicado. Basta dejarle espacio al Señor y permitirle crecer.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 6, 17. 20-26
Jesús descendió del monte con sus discípulos y sus apóstoles y se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y de Jerusalén, como de la costa de Tiro y de Sidón.
Mirando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: "Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán. Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.
Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!".
V Viernes Tiempo Ordinario
¡Ábrete!
El hombre sanado por Jesús no era mudo, sino tartamudo. No podía hablar correctamente porque tenía una discapacidad auditiva. Era sordo. Por eso, cuando Jesús le abrió los oídos, "se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad". Es importante entender esto para percibir el mensaje dirigido a los que no tenemos una discapacidad auditiva.
El sordo tartamudo nos representa cuando —abrumados por las mil cosas que tenemos que hacer, rodeados de ruidos, de habladurías, de opiniones, aturdidos y desconfiados, asustados y estresados por los ritmos frenéticos de la vida, por las preocupaciones de un mundo confuso y violento— batallamos para escuchar los deseos profundos del corazón y para levantar la mirada. El sordo nos representa cuando somos incapaces de escuchar la voz de Dios, de los demás o de nuestra propia alma. Dice un dicho, "no hay peor sordo que el que no quiere oír".
Para curar a aquel hombre, Jesús lo aleja de la multitud. Quiere tener un encuentro personal con él, dedicarle el tiempo y la atención que sean necesarias. Hace gestos que expresan proximidad, contacto profundo: pone sus dedos en los oídos del sordo y le toca la lengua con su saliva. Luego de este tiempo de silencio resuena una sola palabra: ¡Effetà!, ¡Ábrete! No dice "ábranse tus oídos", sino "ábrete". Se dirige a toda su persona, a toda su vida, a todo su ser. Ábrete, como se abre la puerta al huésped, como se abren los brazos al amor. Ábrete a los demás y a Dios con tus heridas, por las cuales sale y entra la vida.
Si observamos atentamente nos daremos cuenta de algo muy significativo. La primera palabra que escuchó el sordo fue la palabra de Jesús, es decir, la palabra de Dios, una palabra creadora y libradora en la cual van unidos la palabra, el contenido y el efecto.
En la tradición oriental María es conocida con el curioso título de "la toda oídos". De hecho, la maternidad la vivió primero en el oído y luego en el vientre. Dice un antiguo Padre de la Iglesia, Efrén el Sirio, que ella fue fecundada por el oído. Escuchó la Palabra y dio a luz a Cristo. En la medida en que prestemos oídos a la Palabra hecha luz construiremos espacios de luz. Nacerán pensamientos y palabras creadoras de vida.
Leamos dentro de nosotros. ¿Cuánto tiempo dedicamos a escuchar la Palabra de Dios? ¿Cómo la escuchamos? Escuchemos a Cristo con el corazón. Podría ser el comienzo de una curación más profunda de lo que imaginamos.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 7, 31-37
En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: "¡Effetá!" (que quiere decir "¡Ábrete!"). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: "¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos".
V Jueves Tiempo Ordinario
La Migaja que salva
La imagen del Creador, que aparece en la primera lectura, es la de un Dios atento y solícito que se da cuenta de la soledad del hombre y toma medidas para resolverla. Sin embargo, no ofrece inmediatamente la compañía adecuada. El primer intento no acaba con la soledad del hombre: "el Señor Dios formó de la tierra todas las bestias delcampo y todos los pájaros del cielo y los llevó ante Adán". Pero el hombre se seguía sintiendo solo. Entonces, le da la mujer. Y ahora sí, el hombre se siente acompañado: "Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne".
En el evangelio de hoy, Jesús tampoco resuelve de manera inmediata la necesidad de la mujer sirio-fenicia. Dios no ha creado un mundo desprovisto de necesidades, de buscar, de pedir ayuda. No responde de inmediato a todas nuestras peticiones. Su sabiduría y su amor saben cuándo se debe prolongar el camino de la búsqueda y los tiempos de espera.
La mujer pagana sale de sí misma, de su mundo religioso y cultural, y pone toda su confianza en un extraño al que llama "Señor". Le confía la curación de su hija atormentada por un espíritu impuro que le roba la paz del cuerpo y el alma.
Jesús parece rechazarla. Pero la mujer no se desanima, no se rinde, no cuestiona la primacía de Israel, acepta su lugar bajo la mesa y, al igual que los perritos, espera que caigan las migajas de pan, los pedazos de amor que le da vida. Sin cambiar su identidad pagana, va más allá, dialoga, acoge lo nuevo, da valor a las migas, se contenta con las migajas de amor sin anhelar la comida que está sobre la mesa, porque sabe que incluso una sola de ellas la hará sentirse amada.
Esta mujer nos muestra que para Dios la primacía la tienen los que sufren. El sufrimiento está antes de cualquier otra razón o de cualquier religión. Cuando la religión se vincula a la pertenencia a un pueblo o a un grupo, termina por volverse racista. Sus adeptos se creen superiores y, por lo tanto, con el derecho de despreciar a los que no pertenecen a su religión. Y lo peor —como lo vemos ahora— Dios se convierte en la justificación para su afán desmedido de poder y control, y su desprecio a los débiles.
La Palabra de Jesús llega a todos y las migajas que cayeron al suelo son alimento que sacia a los humildes. En este relato, Jesús se presenta como la migaja que los hijos, es decir, el pueblo de Israel, ha tirado al suelo y salva a todos. Todos merecen un alimento de vida, que es Jesucristo.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 7, 24-30
En aquel tiempo, Jesús salió de Genesaret y se fue a la región donde se encuentra Tiro. Entró en una casa, pues no quería que nadie se enterara de que estaba ahí, pero no pudo pasar inadvertido. Una mujer, que tenía una niña poseída por un espíritu impuro, se enteró enseguida, fue a buscarlo y se postró a sus pies. Cuando aquella mujer, una siria de Fenicia y pagana, le rogaba a Jesús que le sacara el demonio a su hija, él le respondió: "Deja que coman primero los hijos. No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos". La mujer le replicó: "Sí, Señor; pero también es cierto que los perritos, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños".
Entonces Jesús le contestó: "Anda, vete; por eso que has dicho, el demonio ha salido ya de tu hija". Al llegar a su casa, la mujer encontró a su hija recostada en la cama, y ya el demonio había salido de ella.
V Miércoles Tiempo Ordinario
La religión de la interioridad
Sabemos bien lo importantes que son las cosas que comemos, pero también las que leemos, escuchamos y vemos. Todas estas cosas influyen positiva o negativamente en nuestra mente y nuestro cuerpo. Por eso les damos mucha importancia.
Sin embargo, Jesús nos lleva a una verdad aún más fundamental. Hay algo que influye más, algo a lo que debemos prestarle más atención: nuestro mundo interior. Cristo propone una religión de la interioridad que deshace los prejuicio sobre lo puro y lo impuro. El corazón es, en último término, el que hace puras o impuras las cosas, las ensucia o las ilumina. Dentro de nosotros hay de todo, pureza e impureza, veneno y luz, campos de buen grano y hierbas amargas. ¿Qué sacamos de él?
Los compromisos del día a día nos sumergen a menudo en una burbuja que nos aísla. Nuestro mundo se reduce a esa burbuja y terminamos haciendo de esa burbuja nuestra realidad. Incluso podemos olvidar el amor y otras cosas importantes de la vida. Nos comportamos según patrones ya establecidos, hábitos tan arraigados en nosotros que incluso perdemos la conciencia de ellos. Desarrollamos involuntariamente anteojos que nos hacen ver solo en una dirección.
Muchos comportamientos se vuelven normales: enojarse si las cosas no van como queramos; creer que otros están mal si sus comportamientos no están alineados con nuestros objetivos o comodidades; guardar rencor hacia los demás por razones triviales... Pero enojarse, ¿a quién le hace mal? Y las acciones que se originan de nuestro enojo, ¿qué nos traen de bueno?
Quizá pensamos que hay cosas que pueden ensuciarnos interiormente. Jesús aclara que si nos hacen daño es porque las usamos mal y no porque sean intrínsecamente malas. Por ejemplo, la medicina puede salvarnos la vida o envenenarnos, todo depende de la dosis y del uso que le damos. La sexualidad es un regalo de Dios, pero puede convertirse en una adicción. El vino alegra el corazón, pero puede convertirse en una patología. Las relaciones humanas nos hacen mucho bien, nos ayudan a vivir, pero a veces se convierten en una forma de idolatría. Del corazón puede salir el bien o el mal que realmente hace daño.
Cuando nos hacemos conscientes de esto, podemos iniciar el camino para ser más libres. Cristo nos invita a conectarnos con nuestro interior, con nuestras raíces, y desde ahí conectarnos con el mundo que vemos a nuestro alrededor. El escritor y poeta Gibrán Jalil Gibrán decía: "La belleza no está en la cara: es una luz en el corazón".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 7, 14-23
Jesús llamó de nuevo a la gente y les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro".
Cuando entró en una casa para alejarse de la muchedumbre, los discípulos le preguntaron qué quería decir aquella parábola. Él les dijo: "¿Ustedes también son incapaces de comprender? ¿No entienden que nada de lo que entra en el hombre desde afuera puede contaminarlo, porque no entra en su corazón, sino en el vientre y después, sale del cuerpo?". Con estas palabras declaraba limpios todos los alimentos.
Luego agregó: "Lo que sí mancha al hombre es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre".
V Martes Tiempo Ordinario
La vida como parámetro divino
Continuamos, en la primera lectura, con el relato de la creación. El escritor sagrado describe en el Creador una especie de ansiedad vital, una necesidad imperiosa de comunicar su vida, su vitalidad y contemplarla fuera de Él. El espacio y el tiempo creados por Dios son las coordenadas de una vida en continuo crecimiento, una vida que explota y se expande: "Dijo Dios: "Agítense las aguas con un hervidero de seres vivientes y revoloteen sobre la tierra las aves, bajo la bóveda del cielo… Sean fecundos y multiplíquense; llenen las aguas del mar; que las aves se multipliquen en la tierra".
El deseo del Creador se extiende al hombre y la mujer: "Dijo Dios: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza... Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen suya lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: 'Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todo ser viviente que se mueve sobre la tierra'". Somos imagen y semejanza del Creador.
La vida es el parámetro divino para medir nuestras decisiones, nuestros juicios y nuestras quejas. Los fariseos y los escribas se acercan a Jesús para quejarse porque sus discípulos no se comportan según la tradición de los antiguos. La respuesta de Jesús podría ser esta: "¿Y por qué ustedes no se comportan de acuerdo con su imagen y semejanza de Dios?". Es una pregunta dirigida a todos. Sólo en ese dinamismo en constante crecimiento que el Creador ha puesto en nuestro ser podremos evitar caer en la trampa denunciada por el Señor: "Así anulan la palabra de Dios con esa tradición que se han transmitido".
El imperativo más grande es crecer y aumentar los espacios de vida, en los que la prosperidad debe ser no sólo para nosotros sino para todos. La bendición contenida en este mandamiento es la alegría y el trabajo a los que estamos llamados. Sin embargo, podemos caer en el engaño de una existencia ritualista, donde se vuelve más importante observar las costumbres —incluso religiosas— que atreverse a vivir en una fidelidad creativa al mandamiento de acrecentar la vida: "¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí! Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres". El antídoto contra esta visión reducida de la vida y de la religión es recuperar la mirada de Dios sobre nosotros mismos y sobre la creación.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 7, 1-13
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron:
"¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras, y no siguen la tradición de nuestros mayores?" (Los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).
Jesús les contestó: "¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí! Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres".
Después añadió: "De veras son ustedes muy hábiles para violar el mandamiento de Dios y conservar su tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre. El que maldiga a su padre o a su madre, morirá. Pero ustedes dicen: 'Si uno dice a su padre o a su madre: Todo aquello con que yo te podría ayudar es corbán (es decir, ofrenda para el templo), ya no puede hacer nada por su padre o por su madre'. Así anulan la palabra de Dios con esa tradición que se han transmitido. Y hacen muchas cosas semejantes a ésta".
V Lunes Tiempo Ordinario
Armonía en el caos
Las lecturas de hoy nos sitúan ante la realidad que funda y fundamenta la vida del cosmos entero: el toque divino que crea y recrea continuamente. Todo proviene de ese toque.
El libro del Génesis narra la situación de la tierra antes de la creación: "La tierra era soledad y caos; y las tinieblas cubrían la faz del abismo". Soledad, caos, tinieblas. Por encima del caos estaba el Espíritu de la Vida, el Espíritu Creador: "El espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas". Dios creó este mundo inmenso y maravilloso del caos, puso orden en el caos.
A través de su Espíritu y de su Palabra, Dios crea. Una y otra vez el relato repite: "Dijo Dios…". Acoger al Espíritu Creador y la Palabra de Dios cada día en nuestra existencia recrea nuestra vida, el impulso de vida, las ganas de vivir. El diálogo con esta Palabra nos anima y nos mantiene en la misma Vida de Dios.
Desde Dios todo es bueno: "Y vio Dios que era bueno". Detrás de estas palabras, se percibe una experiencia de alegría. Cuando contemplamos y acogemos la creación con los ojos de Dios sentimos alegría. Pero la creación no está sólo detrás de nosotros como un regalo, sino también está continuamente ante nosotros como una tarea. Todos los días, Dios sigue creando y nos invita crear junto con Él. Nuestra vida y nuestro ser brotan cada segundo de su Vida y de su Ser. Estamos llamados a renovar cada día el contacto con el Creador. Cuando lo perdemos volvemos al caos.
En el Evangelio de hoy, la gente "le rogaba a Jesús que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados". Cuando caemos en la enfermedad y en el caos anhelamos el toque de Dios.
Estamos viviendo un tiempo de caos y confusión. Vivimos la que es, tal vez, la mayor crisis de la historia humana, porque nunca antes la Humanidad había tenido los medios para autodestruirse. Sin la vuelta del Espíritu, corremos el riesgo de que la crisis deje de ser una oportunidad de acrisolamiento y degenere en una tragedia sin retorno. Por eso invocamos: "Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la Tierra".
Estamos comenzando una semana más de trabajo. Acerquemos al Señor, a su Palabra. Dediquemos un momento a estar a su lado. Que nuestros miedos, heridas, enfermedades del cuerpo y del alma, preocupaciones toquen la punta del manto de Cristo. Que encontremos en él el valor y la fuerza para enfrentar las dificultades. Que cuando somos probados por el mal y el sufrimiento el toque de Cristo nos haga experimentar la alegría de su salvación.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 6, 53-56
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos terminaron la travesía del lago y tocaron tierra en Genesaret. Apenas bajaron de la barca, la gente los reconoció y de toda aquella región acudían a él, a cualquier parte donde sabían que se encontraba, y le llevaban en camillas a los enfermos.
A dondequiera que llegaba, en los poblados, ciudades o caseríos, la gente le ponía a sus enfermos en la calle y le rogaba que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados.
V Domingo Tiempo Ordinario
Partir de nuevo
Todo comenzó con una noche de pesca frustrada, redes vacías, fatiga inútil. Jesús ve unos pescadores lavando las redes; pero también ve en sus rostros toda la decepción, la desilusión, la tristeza del mundo. El Señor se sitúa frente al ser humano en crisis. Para un pescador no haber pescado nada es un fracaso profesional, una crisis de identidad. La crisis es una llamada a renovarse, a recomenzar fundamentándose en la Palabra del Señor, en su promesa.
Cristo decide involucrarse. Usa toda su sabiduría y delicadeza para afrontar la situación. Le pide a Simón Pedro una pequeña cortesía, a la que, por amabilidad y hospitalidad, no le puede decir que no. Le pide su barca vacía. Y enseña desde ahí a la multitud.
Cuando Jesús termina de hablar, Pedro está listo para recuperar su barca. Sin embargo, Jesús continúa el proceso de acercamiento. Esta vez exagera con una propuesta atrevida: le pide que regrese al lugar de su fracaso, en medio del lago, para intentar pescar nuevamente. Es una propuesta atrevida no solo porque no se va a pescar a plena luz del día, sino también porque Jesús es el hijo de un carpintero y Pedro un pescador experimentado.
Simón decide confiar. Por lo visto, cuando Jesús habló a la multitud desde la barca, tocó el corazón de Simón. Es por eso que acepta correr el riesgo de hacer el ridículo. Deja la superficie del lago, es decir de las cosas, y va "mar adentro", a lo profundo. La confianza de Pedro es recompensada con creces. La pesca sobrepasa sus expectativas.
Pero, de pronto, la cercanía de Jesús lo abruma: "¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!". Se siente indigno, como cuentan Isaías en la primera lectura y san Pablo en la segunda lectura su experiencia de indignidad. Cuando experimentamos la cercanía de Dios, sentimos nuestra insuficiencia. El momento de la cercanía del Señor coincide con la conciencia de nuestro pecado y la gran distancia entre Él y nosotros. Conocer nuestros límites es la mejor condición para acercarse a Dios y a los demás.
Jesús tranquiliza a Pedro. Lo invita a ser pescador de hombres, es decir, seguir con su profesión de pescador, pero ahora de otra manera. Cuando Jesús llama, no destruye lo que somos: simplemente quiere llevarnos a una plenitud. Y para eso hay que dejar, no quedarnos atorados: "dejándolo todo, lo siguieron".
Hay momentos en la vida en los que nos sentimos perdidos. Pueden ser los momentos en que experimentamos el fracaso, la humillación, la impotencia. Pueden ser las situaciones en las que nuestra imagen está a punto de desmoronarse, porque ya no responde al modelo que teníamos en mente. Quisiéramos escondernos, desaparecer. Cristo nos pide que estemos allí, volver con él a ese fracaso para aprender a leerlo de otra manera.
A menudo, Dios nos alcanza cuando nuestra barca está vacía y el corazón hambriento de buenas noticias; cuando estamos cansados, tristes, vacíos; al final de nuestras noches más oscuras, cuando los fantasmas y las pesadillas han saqueado las reservas de esperanza que teníamos. Cristo se pone simplemente a nuestro lado y nos invita a cambiar la mirada sobre la realidad. Nos ofrece sus ojos como punto de observación.
El abismo entre Él —santo por excelencia— y nosotros pecadores no es infranqueable. A sus ojos estamos listos para convertirnos en testigos de su amor, tal como somos ahora, no como nos gustaría ser. El amor siempre nos hace partir de nuevo cuando nos habíamos detenido.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 5, 1-11
En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar". Simón replicó: "Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes". Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: "¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!" Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Entonces Jesús le dijo a Simón: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron.
IV Viernes Tiempo Ordinario
El teatro del mundo
La historia de hoy se desarrolla dentro del palacio del poderoso rey Herodes. La narración de san Marcos es muy parecida a una obra de teatro en la que el protagonista principal es el poder.
El rey oyó hablar de Jesús. Lo que le intriga es la fama de Cristo. No quiere saber por qué se ha vuelto famoso. Le interesa porque es famoso. Así es el teatro del mundo. Lo importante no es el contenido, lo importante es la fama.
El evangelista comienza la historia contando que Juan Bautista había cuestionado a Herodes por haberse casado con Herodías, la esposa de su hermano. Esto indignó a Herodías. Trama cómo vengarse de Juan. Sabe que tiene que vencer la resistencia de Herodes, porque el rey le tenía respeto a Juan y le gustaba escucharlo. Herodes es descrito como un hombre dividido entre la máscara del hombre de poder que encarcela a Juan y el rostro que no permanece indiferente ante sus palabras.
Llega el día preciso para que Herodías cumpla su venganza, dice Marcos. Es la fiesta del cumpleaños de Herodes. Los invitados son hombres de poder y lo ejercen con violencia si es necesario. Herodes está en la cumbre de su poder. Es el día de su cumpleaños. Los hombres más poderosos del reino están allí para rendirle homenaje. Como sucede a menudo entre los poderosos, en esta corte real no hay relaciones de amistad, sino intereses, relaciones de poder y clientelismo.
Sale a escena Salomé, empujada al escenario por su madre dispuesta a todo para realiza su plan contra el Bautista. Su belleza es un instrumento en las manos de Herodías. Salomé baila. Herodes queda embrujado por su danza. Ebrio de poder, exagera. Llega incluso a prometer a la joven la mitad de su reino. Cree que su poder no puede quedar dañado si prometer la mitad de su reino.
San Marcos saca de la escena a Salomé. Detrás de escena está su madre. Salomé es demasiado joven para entender lo que está pasando. Se vuelve hacia su madre para preguntarle qué hacer. Herodías no tiene dudas: quiere la muerte del bautista. Herodes se ve obligado a elegir entre su máscara de poder y su rostro humano. Y, por supuesto, elige mantener su papel en el teatro del mundo. No puede permitirse, frente a sus dignatarios, negar la palabra dada.
La muerte del Bautista no fue en vano. Decía Primo Mezzolari, un sacerdote italiano que se opuso al fascismo y al comunista: "La cabeza de Juan tenía más razón sobre la bandeja que cuando estaba pegada a su cuello".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 6, 14-29
Como la fama de Jesús se había extendido tanto, llegó a oídos del rey Herodes el rumor de que Juan el Bautista había resucitado y sus poderes actuaban en Jesús. Otros decían que era Elías; y otros, que era un profeta, comparable a los antiguos. Pero Herodes insistía: "Es Juan, a quien yo le corté la cabeza, y que ha resucitado".
Herodes había mandado apresar a Juan y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: "No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano". Por eso Herodes lo mandó encarcelar. Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida; pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.
La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: "Pídeme lo que quieras y yo te lo daré". Y le juró varias veces: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?" Su madre le contestó: "La cabeza de Juan el Bautista". Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: "Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista".
El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre. Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
IV Jueves Tiempo Ordinario
Enviados
Jesús envía a los Doce, y con ellos nos envía a nosotros. El objetivo de los enviados es comunicar buenas noticias, narrar el sueño de Dios, transformar el mundo en bendición. Son —somos— enviados a anunciar que algo nuevo está comenzando, que es posible un nuevo comienzo. Son enviados a exorcizar los mensajes o realidades desalentadoras, a través de una cercanía que brota del encuentro con Cristo. Somos enviados a narrar la mirada de Dios sobre el ser humano: una mirada benévola, acogedora; una mirada compasiva, de perdón, que rescata el anhelo de bien, que pone atención y resalta los tímidos brotes de esperanza que van apareciendo en el camino
San Marcos no se alarga en decir los contenidos de la predicación, sino en el modo. Describe el estilo del evangelizador. Las instrucciones de Jesús provocan en los discípulos de todos los tiempos una profunda y liberadora conversión. La evangelización es cuestión de testimonio, no de marketing. La vida del evangelizador es ya anuncio. Su testimonio hace creíble la palabra anunciada. El Evangelio es una forma de vida de la cual emana luz, fuerza y sanación.
Los Doce no son enviados como individuos, sino "de dos en dos". Lo primero es el testimonio de comunidad, la buena relación con aquellos que comparten nuestro viaje de fe. Se evangeliza desde la fraternidad. Sin relaciones de confianza el Evangelio no funciona y no es creíble. Lo que más teme el mal es la unión, la comunión. Por eso, lo primero que hace el mal es poner en crisis la comunión. Si vivimos en comunión, entonces tenemos poder "sobre los espíritus inmundos". Divididos somos vencidos, unidos somos vencedores.
La segunda indicación es llevar lo esencial. La ligereza de equipaje y una buena dosis de austeridad son necesarias para no oscurecer la fuerza y la belleza del anuncio. La austeridad hace posible la confianza en el Padre. Él es el punto de apoyo del enviado. También hace posible la libertad frente a los poderes y las ideologías dominantes. En una cultura en la que somos valorados por nuestra capacidad de gastar y consumir, la opción por llevar lo esencial es contracultural. Puede cuestionar y hacer pensar a las personas que nos conocen.
También hay que estar dispuestos a afrontar el fracaso. El fracaso no debe llevarnos a la decepción y el abandono. Lo que debemos hacer es "sacudirnos el polvo de los pies". Sacudirse el polvo de los pies no es un gesto de condena, sino más bien sacudirse el rencor, el enojo, el deseo de venganza que genera el rechazo. Aceptar que no todo depende de nosotros, que el terreno aún no está listo. Y continuar el viaje, llevar el anuncio a otros lugares.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 6, 7-13
Llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica.
Y les dijo: "Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar. Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para ellos".
Los discípulos se fueron a predicar el arrepentimiento. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.
San Felipe de Jesús
Dar la vida
En México celebramos hoy a san Felipe de Jesús, el protomártir y primer santo mexicano canonizado. Fue un niño muy travieso y un joven inestable hasta que finalmente fue conquistado por Cristo. Entró en la Orden Franciscana cuando trabajaba en Filipinas. Fue enviado a México para recibir la ordenación sacerdotal; pero una tormenta desvió el barco hacia Japón. Ahí le esperaba el martirio.
En el evangelio propuesto para este día, Jesús usa una expresión poco atractiva para nuestra cultura del bienestar: "Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga". Pero, ¿cuál es la cruz de la que Jesús habla?
Pueden ser nuestros problemas o personas molestas que viven con nosotros. Pero la cruz de la que habla Cristo somos, sobre todo, nosotros mismos, es decir, el peso de nuestra vida con todas sus dificultades, debilidades y fragilidades, con el peso de nuestra forma de pensar, quizás negativa, o de actuar, haciéndonos daño o haciendo daño a los demás.
Jesús nos propone tomar nuestra cruz, es decir, que nos aceptemos a nosotros mismos, que tomemos nuestra vida y se la entreguemos, que nos ofrezcamos a Dios tal como somos. Entonces veremos que nuestra existencia cambia, que esa cruz se convierte en un instrumento de salvación para nosotros y para los demás. Por el contrario, cuando no aceptamos nuestra vida tal como es, cuando nos rebelamos, nos rechazamos, no tenemos salida: estamos perdiendo la vida.
Existe una gran diferencia entre perder la vida y dar vida. Dar la vida implica libertad, donación, un destinatario. ¿Por quién, a quién damos la vida todos los días? En esta perspectiva, cuando damos la vida, incluso el dolor, el rechazo, la ausencia tienen un sentido, no son inútiles. Pensemos en san Felipe de Jesús que entregó libremente su vida a Cristo.
Como Felipe, perdamos la vida por Cristo y por nuestros hermanos para ganarla. ¿Qué ganamos? Ganamos la vida de Cristo que nunca se agota y transforma el dolor en alegría. Durante toda su vida, pero particularmente en la cruz, Jesús entregó su vida al Padre. Pero la recuperó con creces, transfigurada. El Padre lo rescató de la muerte, le dio una nueva vida que llamamos resurrección y lo hizo entrar en lo más hondo de su Gloria.
Que san Felipe de Jesús nos ayude a mirar nuestra vida cara a cara, tal cual es, con sus luces y sus sombras, con su gracia y su pecado, con sus fortalezas y debilidades y entregarla al Señor. Él la transfigurará.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 9, 23-26
Jesús le dijo a la multitud: "Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará. En efecto, ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo o se destruye?
Por otra parte, si alguien se avergüenza de mí y de mi doctrina, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga revestido de su gloria y de la del Padre y de la gloria de los santos ángeles".
IV Martes Tiempo Ordinario
Nuestra victoria
El relato de hoy ha sido articulado sobre un paralelismo. Marcos entrelaza la historia de dos mujeres que sufren.
Por un lado, está la historia de una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años. Es una mujer desconocida, desesperada por una enfermedad que la hace legalmente impura. Había sufrido mucho a manos de médicos interesados más en su dinero que en su salud. Se acerca furtivamente para "robar" una curación que cree posible. Se cura simplemente tocando el vestido de Jesús con fe. Jesús tiene necesidad de ver su rostro, mirarla a los ojos. La fe no es simplemente el encuentro entre nuestra desesperación y la gracia de Dios, sino el encuentro entre nosotros y Jesús. Un estudioso de la Biblia, E. Schweizer, escribe: "No ha sucedido nada importante en la vida hasta que no se llega a un contacto personal con Jesús".
Por otro lado, está la historia de una niña de doce años que apenas está floreciendo y ya está a punto de morir. Los doce años significaban la edad de la primera menstruación y la posibilidad de tener hijos. Al parecer, los padres habían engendrado a esta niña para una muerte prematura.
El padre de la adolescente es un personaje importante, jefe de la sinagoga, desesperado por el estado de su hija. Su hija agoniza. El tiempo apremia. Su fe es puesta a dura prueba cuando recibe la noticia de que la muerte había llegado antes que ellos. ¿Jesús perdió tiempo con la mujer que padecía flujo de sangre? El tiempo "perdido" fue, en realidad, un tiempo para sostener la fe de Jairo frente a la muerte. Al ser testigo de la curación de la mujer, estará más capacitado para esperar la salvación, no solo de la muerte, sino a través de la muerte.
Los dos milagros entrelazados nos revelan a un Jesús que no teme el tabú de la impureza legal, ni a la muerte. Insisten en la importancia de la fe, no como adhesión a dogmas, sino como confianza en la persona de Cristo. Orígenes, uno de los pensadores cristianos de los primeros siglos, escribió que la fe es como un ancla: no nos impide ser golpeados por las olas, sino que nos mantiene unidos a un punto seguro.
La medicina, la psicología, los consejos de amigos, incluso la religión con sus ritos, nos ayudan; pero hay necesidades y enfermedades profundas del alma, del corazón, que ninguna ciencia o ritual pueden curar. Se necesita un encuentro con Jesús, con su Palabra viva.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 5, 21-43
Cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: "Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva". Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.
Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.
Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les preguntó: "¿Quién ha tocado mi manto?" Sus discípulos le contestaron: "Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: "¿Quién me ha tocado?' "Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido.
Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad". Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: "Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?" Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe". No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: "¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida". Y se reían de él.
Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: "¡Talitá, kum!", que significa: "¡Óyeme, niña, levántate!" La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a camina. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.
IV Lunes Tiempo Ordinario
La liberación es posible
Estamos en territorio pagano, fuera de la tierra de Israel. Ahí le sale al encuentro a Jesús un hombre poseído por el mal. Es al ser humano en cuanto tal que Jesús se dirige. No sólo al hombre religioso, al creyente, sino a toda persona golpeada por el poder del mal.
Jesús no le dirige a aquel hombre un discurso de fe. No lo invita a hacer ciertas prácticas religiosas. No trata de convertirlo. Simplemente se acerca a él. Y, cuando el Señor se acerca, el mal sale a la luz: "¿Qué quieres tú conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo?". El primer fruto de la acción de Jesús es que el mal sale de su escondite. Se ve obligado a manifestarse, a mostrar lo que es, a salir de los rincones ocultos desde los que poseía a aquel hombre. Salir a la luz es ya para él la primera derrota.
En la larga descripción que Marcos hace de este poseído liberado de Jesús, podemos rastrear algunas características del mal en nuestra vida. "Vivía en los sepulcros". La experiencia del mal es una experiencia de muerte. El corazón y la vida de este hombre están marcados por un sufrimiento y una rabia que lo obliga a vivir una vida inhumana.
"Se pasaba días y noches en los sepulcros o en el monte, gritando y golpeándose con piedras". Se hacía daño. Vivía solo. No era capaz de entablar relaciones humanas que le ayudaran a salir de su infierno. El encuentro con Jesús lo cura. Si el mal nos rompe y nos aplasta, la fe en Jesús nos unifica nuevamente.
El rechazo a Jesús de la Legión de demonios anticipa lo que los habitantes de la región pedirán al Señor: volver de donde vino porque era demasiado pronto para acoger hasta el fondo, y en plenitud, el don de una libertad hecha de múltiples y continuas liberaciones de las innumerables cadenas que nos esclavizan. Paradójicamente, la ventaja de aquel hombre que había perdido su dignidad era no tener nada más que perder. Veía en Jesús su última posibilidad para poder pasar, por fin, del infierno en que vivía a una vida sana.
Al final, la gente del lugar le pide a Jesús que se vaya. No le queda más que marcharse; pero después de haber dado una señal fuerte e inolvidable: ¡la liberación es posible! Nos toca a nosotros elegir abrirle las puertas para entrar en su dinámica de liberación y vida.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 5, 1-20
Después de atravesar el lago de Genesaret, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó Jesús, vino corriendo desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo, que vivía en los sepulcros. Ya ni con cadenas podían sujetarlo; a veces habían intentado sujetarlo con argollas y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba las argollas; nadie tenía fuerzas para dominarlo. Se pasaba días y noches en los sepulcros o en el monte, gritando y golpeándose con piedras.
Cuando aquel hombre vio de lejos a Jesús, se echó a correr, vino a postrarse ante él y gritó a voz en cuello: "¿Qué quieres tú conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Te ruego por Dios que no me atormentes". Dijo esto porque Jesús le había mandado al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre. Entonces le preguntó Jesús: "¿Cómo te llamas?" Le respondió: "Me llamo Legión, porque somos muchos". Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había allí una gran piara de cerdos, que andaban comiendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaban a Jesús: "Déjanos salir de aquí para meternos en esos cerdos". Y él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y todos los cerdos, unos dos mil, se precipitaron por el acantilado hacia el lago y se ahogaron. Los que cuidaban los cerdos salieron huyendo y contaron lo sucedido, en el pueblo y en el campo. La gente fue a ver lo que había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al antes endemoniado, ahora en su sano juicio, sentado y vestido. Entonces tuvieron miedo. Y los que habían visto todo, les contaron lo que le había ocurrido al endemoniado y lo de los cerdos. Ellos comenzaron a rogarle a Jesús que se marchara de su comarca.
Mientras Jesús se embarcaba, el endemoniado le suplicaba que lo admitiera en su compañía, pero él no se lo permitió y le dijo: "Vete a tu casa a vivir con tu familia y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo". Y aquel hombre se alejó de ahí y se puso a proclamar por la región de Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Y todos los que lo oían se admiraban.
La Presentación del Señor
La luz de la esperanza
No es fácil permanecer fiel a un sueño. Sobre todo, cuando pasa el tiempo y no se concretiza. Sobre todo, en este tiempo en que exigimos realizaciones inmediatas, en que nos cansamos muy pronto de esperar. A veces dudamos: tal vez me equivoqué, tal vez soy un ingenuo, un idealista.
Simeón y Ana eran dos personas mayores de edad que "aguardaban", esperaban, el consuelo de Dios desde hacía tiempo. Un día, estaban en la entrada del Templo de Jerusalén cuando finalmente llegó lo que tanto habían esperado. La mística y filósofa francesa Simone Weil dice: "las cosas más importantes no se buscan, se esperan". Está en consonancia con un conocido principio de espiritualidad: "cuando el discípulo está listo, aparece el maestro"
No es la jerarquía religiosa la que da la bienvenida al niño, sino dos enamorados de Dios. Los ojos de Simón y Ana están desgastados por la vejez, pero su corazón aún está encendido con la esperanza de ver al Salvador. Los dos ancianos abrazan a Dios. Son el pasado que sostiene en sus brazos el futuro del mundo. El encuentro se da antes del rito de la presentación, fuera del marco del culto, en el espacio del templo en el que las mujeres también podían estar. Después será acogido por ritos y tradiciones desarrolladas por el pueblo de Israel.
Sin embargo, Jesús no pertenece a una institución, no es de los clérigos. Es de la humanidad. Es el Dios que se encarna en una creatura —en la Creación— y se encuentra en todas partes, en la vida que termina y en la que empieza. Lo encuentran los sedientos, los soñadores, como Simeón; los que saben ver más allá, como Ana; los que se dejan fascinar por un recién nacido porque ven en él el germen de algo nuevo.
En el cuadro pintado por Rembrandt al final de sus días, Simeón aparece con el niño en los brazos, como un hombre que está más allá de actitudes de posesión y control de muchos hombres, incluso muchos hombres de Iglesia, convirtiéndolos en hombres de poder, no de fe; de abuso, no de cuidado.
Dice Simeón que Jesús es "luz para alumbrar a las naciones". Pero, ¿qué luz emana de este pequeño que sólo sabe llorar, dormir y comer? Es la luz de Dios que empieza como una pequeña luz y que irá creciendo a lo largo de la historia. Es la manifestación del bien que, aunque puede ser invisible, está creciendo en las venas del mundo.
De Ana se dice que era viuda, que perdió a su esposo después de siete años de matrimonio. Es el símbolo de una comunidad que ha perdido su punto de referencia, su punto de apoyo. Es el símbolo de las personas y las comunidades que, si bien viven situaciones de precariedad, pérdida, desorientación, son fieles al Evangelio, al bien, a la verdad, a Dios.
La salvación de Dios no es alguna obra o un hecho preciso. Es Dios mismo que ha venido a este mundo atormentado y murió rechazado y destrozado en una cruz. No se ha ido y no se irá. Para él nadie está perdido, siempre es posible empezar de nuevo. Está aquí como una mano que levanta, susurrando: ¡Levántate! Levántate, vive, resplandece, retoma la danza de la vida.
Podemos hacer nuestra una oración de san Agustín: "Señor mío, mi única esperanza, escúchame y haz que no deje de buscarte por cansancio, sino que siempre busque tu rostro con fervor".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 2, 22-40
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.
San Juan Bosco
El misterio de la vida que crece
Para explicar la lógica paradójica del reino de Dios —que se propone sin imponerse, que cambia sin suprimir la libertad— Jesús mira hacia abajo, hacia la tierra. Usa imágenes tomadas de la naturaleza. Estas imágenes bellas y consoladoras son muy apropiadas. Manifiestan, de manera silenciosa, una capacidad tenaz para crecer, cambiar, alcanzar la plenitud.
El Señor focaliza la atención sobre las expresiones "sin que él sepa cómo" y "por si sola". Con estas expresiones, Cristo descarta todo moralismo y voluntarismo. Madeleine Delbrêl, mística católica francesa, lo entendió muy bien: "Tal vez Dios esté cansado de devotos solemnes y austeros, de héroes éticos, de ermitaños piadosos y reflexivos. Tal vez quiera juglares como San Francisco de Asís, felices de vivir".
Muchos movimientos de la naturaleza son imperceptibles a nuestros ojos. Sin embargo, la naturaleza se mueve, se expande y se contrae, vive continuamente ritmos circulares de muerte y renacimiento. Encuentra en sí misma la fuerza para crecer. Así es la vida de Dios en nosotros: como una pequeña semilla destinada a florecer esplendorosamente. Su desarrollo no está en nuestras manos, ni siquiera en nuestras medidas.
Lamentablemente, podemos estar enfocados en resultados que no podemos producir, en objetivos que no podemos lograr, en una maduración que, a pesar de nuestros esfuerzos, retrasa su llegada. La clave está en acoger la semilla. Ella actúa en nosotros sin que nos demos cuenta de que actúa.
Cristo anuncia que no debemos preocuparnos por el crecimiento de la semilla de la vida de Dios en nosotros. Nos corresponde un trabajo más pequeño pero estimulante: poner buenas semillas en la tierra de nuestra alma, con constancia, cuidarlas confiando en la palabra y las promesas del Señor.
Las dos parábolas de hoy nos recuerdan dos cosas esenciales en la vida de fe: no estar angustiados por el crecimiento de la semilla de la Presencia de Dios en nosotros. Además, no alarmarnos por nuestra pequeñez y fragilidad. Cristo nos invita a entrar en su Reino asumiendo la lógica de una pequeña semilla que permanece serenamente pequeña, sin dejar de llevar en sí misma el poder de una vida que, paradójicamente, es todo su secreto.
En san Juan Bosco, el santo de hoy, podemos ver los resultados del crecimiento de la semilla del reino de Dios. Fue promotor social, educador, catequista, escritor fecundo, soñador, armonizó el trabajo con la oración. Sus frutos fueron y siguen siendo abundantes.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 4, 26-34
Jesús dijo a la multitud: "El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra; que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por si sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de cosecha".
Les dijo también: "¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra".
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
III Jueves Tiempo Ordinario
La vela encendida
Jesús habla de una vela, una imagen simple pero llena de significado. Una vela encendida destinada a iluminar es sugestiva y reconfortante. La luz de la vela es la vida del Señor, su palabra y su acción en nosotros. La vida de Cristo en nosotros es como una luz que, a pesar de las dificultades y obstáculos que encuentra, está destinada a brillar.
Sin embargo, Jesús habla de situaciones absurdas, como la de poner la vela encendida debajo de una olla (además de no iluminar corre el riego de apagarse) o debajo de una cama, con el riesgo de provocar un incendio. ¿Por qué habla Jesús de estas situaciones absurdas? Podemos preguntar: ¿quién haría cosas tan imprudentes? Si Cristo nos habla de ellas es precisamente porque podemos hacerlas. Y quizá lo hacemos de manera más frecuente de lo que pensamos. La luz de Cristo, la luz del Espíritu, la vida de Dios la tenemos, está encendida en nosotros. Pero a veces la tenemos abandonada en nuestra alma como en una bodega desierta y olvidada.
La luz fe no es para mantenerla escondida en la intimidad, en el secreto del corazón. Es para iluminar cada fragmento de la vida. A veces, por miedo a alardear, pecamos de discreción excesiva. No es lo que Cristo aconseja. El creyente es una persona brillante. Esto no lleva a la vanidad ni la arrogancia; porque sabemos que iluminamos con una luz prestada, con la luz de Cristo. No se trata de presumirla, sino de mostrarla. No se trata de creernos mejor que los demás, ni sentirnos autorizado para juzgar a los demás.
Dice Cristo que hay que poner la vela en el candelero. Esto puede significar dar espacio a lo realmente importante, dar prioridad a las cosas que nos acercan a Dios y a los demás. Puede ser dedicar más tiempo a las personas que amamos, cultivar la fe o simplemente detenernos para agradecer las pequeñas alegrías cotidianas. Cuando dejamos brillar estas luces, se convierten en una guía para nosotros y, sin darnos cuenta, también para los demás. Muestran cuál es el camino correcto y nos dan fuerza en los tiempos difíciles.
A veces percibimos la luz que llevamos dentro. Sentimos cómo el corazón se ilumina con la alegría, la esperanza, el amor. La luz la percibimos también en un momento de paz interior, en un gesto de bondad que recibimos, en una sonrisa que calienta el alma. Son las luces que Dios nos da. Hay que reconocerlas para agradecerlas, para no olvidarlas y que nos sigan iluminando cuando atravesamos por momentos de oscuridad.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 4, 21-25
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "¿Acaso se enciende una vela para meterla debajo de una olla o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Porque si algo está escondido, es para que se descubra; y si algo se ha ocultado, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga".
Siguió habiéndoles y les dijo: "Pongan atención a lo que están oyendo. La misma medida que utilicen para tratar a los demás, esa misma se usará para tratarlos a ustedes, y con creces. Al que tiene, se le dará; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará".
III Miércoles Tiempo Ordinario
El crecimiento espiritual
En la parábola del sembrador hay dos momentos: la entrega y la recepción de la semilla. Son dos momentos diferentes. La semilla de la Palabra no sólo se recibe, sino también tiene que ser acogida e interpretada. Admite diferentes interpretaciones. A lo largo de mi vida, la he interpretado desde diferentes perspectivas. Por ejemplo, desde la calidad de nuestra escucha. ¿Somos oyentes superficiales? ¿Nos entusiasmamos fácilmente y fácilmente nos desanimamos? ¿Retenemos la semilla, pero luego la desechamos a la primera preocupación que pasa por la cabeza? ¿La semilla da fruto en nosotros?
Esta vez la interpretó desde una perspectiva que no había percibido antes: desde el desarrollo espiritual. Los cuatro tipos de tierra pueden ser cuatro etapas del crecimiento espiritual o del desarrollo de nuestra vocación cristiana.
La semilla que cayó en el camino sería la primera etapa, cuando decidimos poner atención a nuestro crecimiento espiritual, cuando decidimos comenzar a seguir a Cristo en serio. El Tentador viene inmediatamente a detenernos. Nos distrae de nuestro objetivo. Pretende desanimarnos, confundirnos, frustrar el deseo del corazón. Hay que poner mucha atención a los inicios. Probablemente necesitamos que alguien nos acompañe espiritualmente.
Si seguimos en el camino, viene la alegría, el entusiasmo. Pero esta alegría también debe ser probada. Es la prueba del alma. Acogemos la semilla con alegría, la planta brota "enseguida", pero "enseguida" —es decir, muy fácilmente— también podemos desanimarnos y desistir. Como la planta no ha echado raíces profundas, entonces las tribulaciones, la inconstancia, las dificultades, las decepciones terminan por bloquearnos.
En la medida que seguimos avanzando surgen grandes preocupaciones. Por ejemplo, nos preguntamos si realmente avanzamos, si hay crecimiento espiritual. Quizá pensemos que hemos fracasado porque hay cosas que no hemos podido superar. Se impone un discernimiento para verificar si el fracaso no es, en realidad, algo mejor, un avance.
Una vez que se han superado las pruebas, la semilla empieza a dar fruto. Las proporciones son diferentes. En algunos es el treinta por ciento, en otros, el sesenta y en otros el cien por ciento. Lo importante es dar fruto, el gusto de vivir por/para Dios. Esta es nuestra mayor recompensa. Y es siempre igual para todos. Por eso, siempre hay que estar contentos, ver lo que tenemos, no lo que no tenemos, dar gracias y gozarnos con ello.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 4, 1-20
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago, y se reunió una muchedumbre tan grande, que Jesús tuvo que subir en una barca; ahí se sentó, mientras la gente estaba en tierra, junto a la orilla. Les estuvo enseñando muchas cosas con parábolas y les decía: "Escuchen. Salió el sembrador a sembrar. Cuando iba sembrando, unos granos cayeron en la vereda; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, donde apenas había tierra; como la tierra no era profunda, las plantas brotaron enseguida; pero cuando salió el sol, se quemaron, y por falta de raíz, se secaron. Otros granos cayeron entre espinas; las espinas crecieron, ahogaron las plantas y no las dejaron madurar. Finalmente, los otros granos cayeron en tierra buena; las plantas fueron brotando y creciendo y produjeron el treinta, el sesenta o el ciento por uno". Y añadió Jesús: "El que tenga oídos para oír, que oiga".
Cuando se quedaron solos, sus acompañantes y los Doce le preguntaron qué quería decir la parábola. Entonces Jesús les dijo: "A ustedes se les ha confiado el secreto del Reino de Dios; en cambio, a los que están fuera, todo les queda oscuro; así, por más que miren, no verán; por más que oigan, no entenderán; a menos que se arrepientan y sean perdonados".
Y les dijo a continuación: "Si no entienden esta parábola, ¿cómo van a comprender todas las demás? 'El sembrador' siembra la palabra. 'Los granos de la vereda' son aquellos en quienes se siembra la palabra, pero cuando la acaban de escuchar, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. 'Los que reciben la semilla en terreno pedregoso', son los que, al escuchar la palabra, de momento la reciben con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes, y en cuanto surge un problema o una contrariedad por causa de la palabra, se dan por vencidos. 'Los que reciben la semilla entre espinas' son los que escuchan la palabra; pero por las preocupaciones de esta vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás, que los invade, ahogan la palabra y la hacen estéril. Por fin, 'los que reciben la semilla en tierra buena' son aquellos que escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha: unos, de treinta; otros, de sesenta; y otros, de ciento por uno".
III Martes Tiempo Ordinario
La Familia de Cristo
Marcos señala cómo establecer un vínculo íntimo, familiar, con Cristo: "Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".
Los discípulos que lo escuchan cumplen la voluntad de Dios con muchas deficiencias. Por los evangelios sabemos que los amigos más cercanos del Maestro, los Doce, ciertamente no estaban a la altura de sus expectativas. Sin embargo, el Señor no duda en definir a quienes tienen el deseo de escucharlo como su familia más cercana; porque, como él, quieren poner en práctica la voluntad de Dios. De esto se desprenden al menos dos cosas interesantes e importantes.
La primera es que escuchar la Palabra de Dios es, de alguna manera, haber comenzado ya a hacer su voluntad. Esto no es poca cosa. El primer paso es estar con el Señor y escucharlo junto a los que también quieren estar con él y escucharlo. De la escucha nace la acogida que nos permite entrar en relación con Cristo y con los demás, incluso cuando esto pueda ser incómodo o fatigoso. La escucha no es algo pasivo, sino profundamente creativo. Abre posibilidades nuevas, nos invita a salir de nosotros mismos para encontrar a quien nos habla.
La segunda es que, tal vez, deberíamos tener una mirada más serena y realista sobre lo que Dios quiere de nosotros. Ciertamente, no quiere super hombres y mujeres. Básicamente nos pide la disponibilidad para dejarnos moldear confiadamente por él y hacer con alegría lo que quiere de nosotros.
En tiempos de Cristo, la familia era un núcleo cerrado, casi sagrado, con reglas rígidas y roles bien definidos. Cristo ofrece una perspectiva nueva, un modelo de familia nueva. Esta familia es la comunidad de quienes escuchan y tratan de vivir su Palabra. De esta manera se crea un vínculo más fuerte que el de la sangre. Muy probablemente muchos de nosotros hemos experimentado este vínculo.
Con frecuencia, nos definimos a través de los vínculos familiares o sociales: "hijo de", "amigo de", "colega de". Jesús nos llama a construir nuestra identidad sobre algo más profundo. No excluye la familia de sangre, la hace más extensa. San Juan Crisóstomo decía que el amor a Dios debe ser más fuerte que cualquier otro vínculo porque Dios es la Fuente de todos los vínculos.
Hoy recordamos a santo Tomás de Aquino, uno de los grandes santos que Dios ha dado a nuestra gran familia que se llama la Iglesia. Que santo Tomás nos ayude a vivir con alegría, como él, esta pertenencia: somos familia de Cristo.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 3, 31-35
En aquel tiempo, llegaron a donde estaba Jesús, su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: "Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan".
Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?" Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".
III Lunes Tiempo Ordinario
El hombre fuerte
La Palabra de Dios puede estremecer profundamente a quienes la escuchan y generar reacciones diferentes e inesperadas. Quizás pensemos que siempre hace brotar la flor de la conversión en quien la escucha; pero por el relato de hoy nos damos cuenta de que todo depende de cuán dispuesta esté realmente cada persona a acoger y escuchar.
Los evangelios narran diversas reacciones de diversos personajes ante la palabra y la acción de Cristo. Hoy nos narra la reacción de unos escribas venidos de la capital, de Jerusalén. Los escribas eran gente culta, los eruditos del pueblo de Israel, los estudiosos de las Escrituras. Sin embargo, están cerrados a la novedad de Dios. Acusan a Jesús de estar poseído por Satanás porque no respeta las reglas religiosas. Esto muestra, según ellos, que es el diablo y no Dios quien lo guía.
¿Cómo reacciona Jesús frente a esta acusación? No se defiende, no se justifica a sí mismo, no les presenta a algunos poseídos que había curado para testificar la verdad de sus obras. Ellos lo rechazan, pero él los llama a acercarse a él. Intenta convencerlos del valor de su misión. No se centra en él. No les dice: "Yo soy el hombre fuerte que expulsa a Satanás". Les habla en parábolas. Trata de hacerlos razonar.
Pero los escribas se cerraron obstinadamente a la verdad. Cuando esto sucede ni siquiera el Espíritu Santo es capaz de traspasar nuestra armadura para llevarnos al esplendor de Dios. La actitud de los escribas pone de relieve el carácter escandaloso y nuevo del mensaje de Cristo. Es incomprensible para quienes no están dispuestos a abrir la puerta de la mente y del corazón.
Satanás es el acusador, el padre de la mentira, el que divide. Por lo que vemos, los escribas le hacen el juego a Satanás. Podemos ver el mal donde no está y no ver el mal donde sí está. Parece absurdo, pero a veces es así. Esto es muy común en el mundo de hoy. Se hace pasar la mentira como verdad y la verdad como mentira, el mal como bien y el bien como mal.
Para no confundir el bien con el mal es muy importante invocar al Espíritu Santo. Lo necesitamos para percibir el mal como mal; no deslumbrarnos con lo que parece bueno, pero no lo es. Lo necesitamos para reconocer la verdad, el bien, la belleza que hay en el mundo y en nuestra vida.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 3, 22-30
Los escribas que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: "Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera".
Jesús llamó entonces a los escribas y les dijo en parábolas: "¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un reino está dividido en bandos opuestos no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno". Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo.
III Domingo Tiempo Ordinario
Una Palabra de esperanza
En este domingo dedicado a la Palabra de Dios, hemos escuchado el relato donde Jesús lee un pasaje del libro del profeta Isaías: "El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos". Isaías describe a la humanidad con cuatro adjetivos: pobre, prisionera, ciega, oprimida.
Luego de leer el pasaje de la Escritura, Jesús hace un comentario. No era difícil hacerlo. Bastaba memorizar uno de los comentarios hechos por algún erudito autorizado que circulaban por las sinagogas. Pero Jesús aplica el texto a sí mismo. Cerró el libro, pero abrió la vida. En ella se sumerge: "Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". Cristo viene a traer buenas noticias, alegría, liberación, luz a los ojos. No impone cargas: las quita; no trae preceptos: abre horizontes. La Palabra de Dios no es cosa del pasado. Esta viva. Cambia las cosas, orienta las decisiones.
A Jesús no le importa si los pobres o ciegos son justos o pecadores, si el leproso merece o no la curación, si la adúltera tiene derecho al perdón. La oscuridad, el dolor, el sufrimiento, la necesidad son suficientes para conmover el corazón de Dios. Jesús quiere que los prisioneros salgan de las mazmorras y bailen a la luz del sol.
Leer, interpretar y actualizar el texto de la Palabra de Dios es la tarea de la comunidad. Como comunidad y como individuos afrontamos el esfuerzo de escuchar la Palabra de Dios y abrir pozos de agua viva en la tierra de nuestra alma. Para lograr esto no se necesitan muchos requisitos. Basta abrir la mente y el corazón a la luz del Espíritu y mirar el momento presente. El Espíritu que inspiró al escritor sagrado es el mismo que está sobre nosotros para ayudarnos a entender y responder a la voz de Dios.
¿Estamos confundido en este tiempo que hace colapsar las certezas? ¿Asustado por el posible nuevo orden mundial? Volvamos a la Palabra de Dios. Entremos y permanezcamos en el hoy de la Palabra que ilumina nuestra vida. Este tiempo de conflictos mundiales, de ricos poderosos y arrogantes, de fronteras blindadas, de violencia, de desaliento creciente es también el tiempo de Dios. La Palabra nos ayuda a leer los eventos con la mirada de Dios. La Palabra vuela muy alto. La Palabra de Dios es siempre una palabra de esperanza. Anuncia un futuro mejor.
Se hizo viral el video con la predicación de la obispa anglicana Mariann Edgar Budd. Desde el púlpito de la Catedral de Washington, habló valientemente al recién elegido presidente Trump, recordándole la misericordia hacia los pobres y los extranjeros, tal como la Palabra de Dios recuerda continuamente. Por lo visto, esta mujer cree que el Evangelio no es letra muerta, sepultada en un pasado remoto o en un futuro situado en el más allá. Cree que el evangelio es para hoy. Cree en la actualidad siempre viva de la Palabra de Dios que pide opciones valientes y comprometidas.
Menos conocida es la declaración del arzobispo Timothy Broglio, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos. En nombre de todos los obispos declaró que las órdenes ejecutivas del nuevo presidente centradas en el tratamiento de los inmigrantes y refugiados, la ayuda exterior, la expansión de la pena de muerte y el medio ambiente "son profundamente preocupantes y tendrán consecuencias negativas".
Después de hablar en la sinagoga, Jesús será amenazado de muerte. También corremos el riesgo de ser acusados como Jesús. Recordemos que las personas y los eventos pasan, paro la Palabra de Dios nunca pasará.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de escribir la historia de las cosas que pasaron entre nosotros, tal y como nos las trasmitieron los que las vieron desde el principio y que ayudaron en la predicación, yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden, para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado. (Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región. Fue también a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: "Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
San Francisco de Sales
Estar con él
El breve relato del evangelio de hoy ofrece un resume de la vocación de todo cristiano.
En primer lugar, fuimos llamados, elegidos. La fe en Cristo es un don de Dios, no es fruto de nuestro esfuerzo. Dios se manifiesta brindándonos una experiencia de su Amor. Esto no significa que ya no tengamos dudas, crisis, incertidumbres. El mal actúa para convencernos de vez en cuando de que es pura ilusión, o que no la merecemos, o peor aún, que podemos prescindir de él.
En segundo lugar, llama para "estar con él". Aquellos a quienes llama no están preparados, educados, ni son ya discípulos. Se aprende a ser discípulo. ¿Dónde se preparan? ¿En una escuela de Jerusalén? Aprenderán a ser discípulos en la escuela de Jesús, viviendo y caminando con él. El Señor no pide nada excepcional. Básicamente pide estar con él. Estar con él para pensar, sentir, actuar como él. Estar con el Señor con nuestras imperfecciones y debilidades. Dejarnos trasformar por él. ¿Dónde estamos con él? Estamos con él en la oración. Estamos con él cuando meditamos y contemplamos largamente el Evangelio. Estamos con él cuando tratamos de vivir su Evangelio.
Del "estar con Jesús" brota la necesidad de compartir lo que no puede contener nuestro corazón. Evangelizamos no por un simple deber, sino por sobreabundancia. Y vamos a la misión capacitados con su poder sobre el mal. No se trata de ser exorcistas, sino de expulsar el mal haciendo el bien. ¿Cómo desarrolló san Francisco de Sales, el santo que hoy recordamos, esta misión?
Se lo conoce como el "santo de las pequeñas virtudes". Escribe: "A mí me gustan estas tres virtudes insignificantes: la dulzura de corazón, la pobreza de espíritu y la sencillez de la vida; y estos ejercicios pocos vistosos: visitar a los enfermos, servir a los pobres, consolar a los afligidos y, todo ello, sin darle importancia y haciéndolo en plena libertad".
Fue un maestro espiritual que acompañó a muchos laicos en su crecimiento espiritual. Sabía lo que cada uno necesitaba. Escribe: "La devoción (vida según el Espíritu) debe ser practicada en modo diverso por el príncipe, por el artesano, por el sirviente, por la viuda, por la mujer soltera y por la casada. Pero esto no basta; es necesario además conciliar la práctica de la devoción con las fuerzas, con las obligaciones y deberes de cada persona".
Puso la vida espiritual al alcance de todos. Su obra espiritual más importante es su Tratado del amor de Dios en la que intenta escribir una historia del amor de Dios. Que san Francisco de Sales nos ayude a ser discípulos de Cristo.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 3, 13-19
Jesús subió al monte, llamó a los que él quiso, y ellos lo siguieron. Constituyó a doce para que se quedaran con él, para mandarlos a predicar y para que tuvieran el poder de expulsar a los demonios.
Constituyó entonces a los Doce: a Simón, al cual le impuso el nombre de Pedro; después, a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, a quienes dio el nombre de Boanergues, es decir "hijos del trueno"; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y a Judas Iscariote, que después lo traicionó.
II Jueves Tiempo Ordinario
El Dios cercano
Hace unos días, una multitud se reunió en el metro de Nueva York en torno a un famoso cantante. La gente se agolpaba alrededor de él, con sus celulares en la mano, gritando, llorando. Algunas mujeres casi se desmayaban de la emoción. Todos intentaban tocar un pedazo de fama. La multitud siempre está buscando algo. ¿Pero qué?
En el evangelio de hoy, Jesús se encuentra en el centro de una multitud que lo aprieta, lo toca o intenta tocarlo. La gente lo persigue, arruinando su plan de retirarse con sus discípulos a un lugar solitario. No es sólo curiosidad: es necesidad. Esa multitud no busca espectáculo, sino vida. Ve en Jesús la esperanza para el dolor, la respuesta al vacío, el remedio para las heridas. Las multitudes siguen hoy con las mismas necesidades, buscando en los famosos lo que no pueden darles. También están las multitudes de migrantes que buscan una vida mejor en otros países y son rechazados sin compasión por sociedades que se dicen "cristianas".
El Señor pide a los discípulos que le consigan una barca, no para escapar, sino para quedarse. Si Cristo decide poner distancia entre él y la multitud no es para escapar. Una barca no es un refugio lejano, sino un lugar desde el cual se puede seguir ayudando. Este gesto del Señor nos recuerda que, sea cual sea nuestro compromiso, debemos medirnos, tener en cuenta nuestras fuerzas y límites, sin heroísmos que terminen por aplastarnos y rompernos.
Nosotros somos hoy la multitud que busca, pero también los discípulos. Como multitud, buscamos ayuda, respuestas. Como discípulos, construimos "barcas", espacios de diálogo donde los heridos no se son rechazado. No es fácil, porque nuestro mundo está lleno de muros y pocos puentes. Intentemos ser ese lugar donde los demás se sienten bienvenidos, no porque seamos perfectos y no tengamos heridas, sino porque sabemos lo que significa estar necesitado. Con sus obras, Cristo nos dice que Dios está cerca, que se preocupa de nosotros. Ahora nos toca a nosotros hacerlo. Con nuestra cercanía mostramos que Dios está cerca, que sigue actuando en la historia.
La vida nos golpea y puede dejarnos heridas, la incapacidad de amar y hacer el bien, la incapacidad de cambiar. El Señor puede parecer lejano. Nuestra imagen y nuestra relación con él tienen que renovarse y renacer. No olvidemos que seguimos a un Dios que murió en la cruz y que muriendo destruyó la muerte y nos dio nueva vida, que atravesó las tinieblas que la vida puede traer, no con una varita mágica que lo soluciona todo, sino como alguien que nos acompaña y nos ayuda a encontrar sentido incluso donde no lo vemos. La fe nos lleva a creer incluso cuando pasamos por la noche oscura.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 3, 7-12
Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido por una muchedumbre de galileos. Una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde él estaba.
Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo. En efecto, Jesús había curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se le echaban encima para tocarlo. Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se echaban a sus pies y gritaban: "Tú eres el Hijo de Dios". Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran.
II Miércoles Tiempo Ordinario
El sacerdocio de Cristo
La Carta a los Hebreos, que hemos venido escuchando desde hace varios días en la primera lectura, vuelve varias veces sobre el sacerdocio de Cristo. El autor quiere manifestar —sobre todo a aquellos cristianos que añoraban los ritos y las vestiduras ostentosas de los sacerdotes judíos— cómo es el sacerdocio de Cristo. Jesús es capaz de combinar las exigencias de la fidelidad a Dios con la capacidad de ver y responder al sufrimiento, una realidad que condiciona y lastra profundamente a la humanidad. Ejerce su sacerdocio para hacer la vida de todos más plena y más bella, más parecida a la vida misma de Dios.
La manera como Cristo sacerdote percibe el sufrimiento no es a la distancia, sino en una proximidad que se convierte en acciones concretas, incluso arriesgadas. La conclusión del evangelio no deja lugar a dudas. Luego de que Jesús alivia el sufrimiento del hombre de la mano paralizada, "los fariseos comenzaron a hacer planes con los del partido de Herodes para matar a Jesús". Los fariseos hacen planes con los herodianos no para hacer el bien ni para salvar una vida, sino para hacer el mal, para dañar a otro, para quitarle la vida a Jesús.
Cristo pregunta: "¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal?". La pregunta del Señor pide una respuesta concreta. Es una provocación para salir de los laberintos mentales e interrumpir el cortocircuito de la maldad. Pero los fariseos guardan silencio. En su silencio culpable muestran su distancia ante el sufrimiento humano. Esto es lo que indigna a Jesús. No tanto su interpretación restrictiva de la ley, sino su falta de compasión.
Con su pregunta, Jesús pone una vez más al descubierto nuestra religiosidad. Cuestiona la razón profunda de nuestro ser creyentes y, por tanto, de nuestro actuar religioso. Podemos alardear de ser cristianos, participar en ceremonias religiosas, pero tener un corazón endurecido, incapaz de conmoverse con el dolor ajeno. Es una hipocresía, una gran mentira, llamarse cristianos cuando se tiene el corazón endurecido.
Un criterio para verificar si somos cristianos —nosotros y los demás— es la compasión. Ser cristiano es tener la mirada que Jesús tiene, especialmente sobre los que sufren por cualquier motivo. Jesús pone al ser humano y a su dolor en el centro, sin imponer condiciones, sin quedarse atrapado en una devoción estéril.
La mano paralizada puede ser el símbolo de una mano cerrada, egoísta. La mano sana es una mano abierta, capaz de amar, de recibir y dar. Con frecuencia nos enfrentamos a esta alternativa: cerrar o abrir la mano.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 3, 1-6
En aquel tiempo, Jesús entró en la sinagoga, donde había un hombre que tenía tullida una mano. Los fariseos estaban espiando a Jesús para ver si curaba en sábado y poderlo acusar. Jesús le dijo al tullido: "Levántate y ponte allí en medio".
Después les preguntó: "¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?" Ellos se quedaron callados. Entonces, mirándolos con ira y con tristeza, porque no querían entender, le dijo al hombre: "Extiende tu mano". La extendió, y su mano quedó sana. Entonces se fueron los fariseos y comenzaron a hacer planes con los del partido de Herodes para matar a Jesús.
Santa Inés
Discernir el momento presente
Hay un pensamiento que se puede colar fácilmente en los pliegues de nuestro corazón: la sospecha de que Dios no se está portando de manera correcta con nosotros. Decía la primera lectura: "Dios no es injusto para olvidar los trabajos de ustedes y el amor que le han mostrado al servir a sus hermanos en la fe". Como los destinatarios de la carta a los Hebreos, podemos sentirnos un poco abandonados, a pesar de que intentamos vivir entregados a Dios y a los demás. Un antídoto contra esta sospecha de injusticia es el descanso sabático. De él nos habla el evangelio.
Los discípulos caminan por los campos y recogen espigas de trigo. Nada excepcional. La cuestión es que lo hacen en sábado, el día de descanso por excelencia. A los fariseos no les gusta: "¡No está permitido!". El gesto de recoger las espigas puede verse también como un símbolo. La vida ofrece dones y oportunidades para ser aprovechados con gratitud. Sin embargo, si permanecemos enjaulados en un régimen de control, seremos incapaces de afrontar la vida de esta manera.
El sábado representaba la alegría del descanso y el gozo de la vida que nuestra cultura asocia a la posesión de mucho dinero y mucho poder. El Señor Jesús, en cambio, afirma que el verdadero descanso está en Dios. Rehacerse física, psicológica y espiritualmente en el descanso de Dios no es sólo para una élite: es para todos.
El objetivo del sábado era participar en el descanso amoroso de Dios que no solo trabaja, sino también disfruta y se regocija por su creación. El evangelio nos muestra que es posible malinterpretar su significado, quedarse en una observancia formal. Lo que sucedió con el sábado puede suceder con todo. Cuando se pierde el significado de las cosas, se distorsionan. En lugar de participar y disfrutar del descanso de Dios, los fariseos terminaron sufriendo el descanso de Dios.
La fidelidad a la ley no consiste en una obediencia ciega, sino en un discernimiento maduro, capaz de captar lo que es justo en el momento presente. Seguir las reglas es importante, pero igualmente importante es reconocer cuándo es momento de ir más allá, de servir a la vida, a la justicia y a la misericordia.
Un ejemplo notable de discernimiento es la santa que hoy recordamos. Santa Inés era una jovencita que tenía unos 13 años cuando fue martirizada. Llama la atención que, a tan corta edad, haya tenido la capacidad y la fortaleza para saber que había llegado el momento de entregar la vida por Cristo a quien había consagrado su virginidad. Que santa Inés nos ayude a discernir lo que debemos hacer en el momento presente.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 2, 23-28
En sábado Jesús iba caminando entre los sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces
Los fariseos le preguntaron: "¿Por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido hacer en sábado?" Él les respondió: "¿No han leído acaso lo que hizo David una vez que tuvo necesidad y padecían hambre él y sus compañeros? Entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes sagrados, que sólo podían comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros".
Luego añadió Jesús: "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre también es dueño del sábado".
II Lunes Tiempo Ordinario
Ayunar del Novio
Jesucristo ha traído una novedad que cuando se mete en estructuras viejas terminan por romperse, como el vino nuevo rompe los odres viejos.
Una de ellas es la práctica del ayuno religioso. Es ridículo pensar que Dios puede sentirse halagado por nuestros ayunos o nuestros sacrificios. No son para agradar a Dios. El ayuno nos ayuda a ser libres ante necesidades que, aunque legítimas, pueden controlar nuestra vida. Quienes saben ayunar de alimento material pueden ser capaces de ayunar de cosas que crean dependencia o esclavitud interior. El ayuno ayuda a recuperar nuestra libertad. No es un simple gesto de mortificación. Mortificar significa dejar morir en nosotros todo lo que nos aprisiona. El ayuno cristiano no es sólo la privación algo. Lo verdaderamente importante es la transformación que se logra.
El Evangelio platea también la cuestión sobre "ayunar del novio". Jesús se presenta como novio que organiza la celebración de su boda, símbolo de la alianza de amor con su pueblo. No podemos ayunar de Cristo. Necesitamos su amor. De lo que debemos ayunar es de lo que impide la relación con él. Pero es un hecho que a veces ayunamos de Cristo: nos alejamos de él o sentimos que él se aleja de nosotros. Es bueno ayunar del Novio porque sentimos la necesidad de Dios incluso en el cuerpo. El ayuno material y el ayuno espiritual ayudan reavivar el deseo de la relación con Él. La práctica del ayuno no es una forma de adquirir méritos ante Dios ni de hacer alarde de la propia religiosidad. Con el ayuno se ejercita el deseo de prepararse al encuentro con la Persona amada.
El fragmento de la Carta a los Hebreos que escuchamos en la primera lectura, habla de otra novedad: el sacerdocio cristianos. No deja lugar a ilusiones ni a pretensiones clericales. En el cristianismo, el sacerdote no es —o no debería ser— una persona que pasa a formar parte de una casta privilegiada, donde el poder divino se administra permaneciendo, de algún modo, ajeno a las condiciones de fragilidad y sufrimiento que caracterizan el camino de todos los seres humanos: "Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. Por eso, así como debe ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo, debe ofrecerlos también por los suyos propios".
Las ilusiones y pretensiones no son sólo del clero, sino de cualquier cristiano. Estar con el Novio es la mejor manera de evitar caer en la trampa de la arrogancia y la ilusión farisaica de una perfección moral, de sentirse superiores, por encima de los demás.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 2, 18-22
En una ocasión en que los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos ayunaban, algunos de ellos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, y los tuyos no?" Jesús les contestó: "¿Cómo van a ayunar los invitados a una boda, mientras el novio está con ellos? Mientras está con ellos el novio, no pueden ayunar. Pero llegará el día en que el novio les será quitado y entonces sí ayunarán.
Nadie le pone un parche de tela nueva a un vestido viejo, porque el remiendo encoge y rompe la tela vieja y se hace peor la rotura. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino rompe los odres, se perdería el vino y se echarían a perder los odres. A vino nuevo, odres nuevos".
II Domingo Tiempo Ordinario
El Amor no se acaba
En Caná hay una gran fiesta. El patio de la casa está lleno de gente cantando y bailando. Están Jesús, su madre y los discípulos. En todo Israel resuena el grito de los moribundos, de los esclavos, de los leprosos. Jesús no interviene. Va a una fiesta. En lugar de secar las lágrimas, llena su copa de vino. Es de sobra conocido que Cristo no fue indiferente al sufrimiento. Es exactamente lo opuesto a una persona indiferente al dolor ajeno. Por eso, debe haber un mensaje muy importante en su primera señal.
El evangelista Juan no habla de un milagro. Quizás le preocupe que la gente corra detrás de Jesús como si fuera un mago. Las suyas son señales, flechas que indican una dirección. Si entendemos Caná, entendemos gran parte del Evangelio.
En cierto momento de la fiesta se acaba el vino, símbolo bíblico del amor. Así sucede con frecuencia en las relaciones humanas. El amor humano es pequeño, débil, frágil. ¡Cuántas veces nos falta, aunque sea una pizca de alegría, de pasión, de sabor para navegar en este frágil barco que es nuestro corazón! Quizás falten pequeños perdones, pequeñas tensiones que aclarar, pequeños gestos de cariño. Falta el buen vino.
El célebre sociólogo Zygmunt Bauman escribió que "casarse hoy es como subir a una balsa hecha de papel de azúcar". Se trata de una elección valiente, porque implica aceptar un riesgo. Casarse significa jugarse la vida confiando en la palabra de otro, de otro que puede cambiar, que puede traicionar, que puede morir o decidir irse. Incluso a veces la relación con Dios la llevamos arrastrando, de manera cansada, sin alegría.
¿Qué hacer? María lo sugiere: "Hagan lo que él les diga". Cuando los servidores hicieron lo que Jesús les dijo, las tinajas se llenarán de un vino mejor, como asegura el mayordomo: "Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora".
La ley termodinámica de la entropía establece que las cosas están sujetas a una decadencia progresiva, que los sistemas tienden a desordenarse. El Evangelio de Caná nos da una visión contraria. No importa qué amores hayan alimentado nuestra existencia, fecundos o estériles, estables o rotos, gloriosos o miserables, o quizás ambos a la vez.
Sean lo que sean, un día Jesús se hará cargo de ellos, o mejor dicho, ya se ha hecho cargo de ellos. Basta que pongamos ante él nuestras tinajas de piedra vacías, símbolo de nuestro corazón vacío y endurecido. Dios necesita nuestras tinajas para poder ofrecer el vino nuevo. No crea el vino de la nada. Transforma el agua en vino. Toma lo que hay y a partir de esto hace el cambio. El verdadero amor toma en serio las carencias del otro, porque en esa carencia se juega lo mejor y lo peor de la vida. De hecho, las faltas son los puntos donde se han realizado los grandes cambios de muchos santos y santas. Cristo toma en serio nuestras carencias y las transforma.
Para nuestra sorpresa —que veíamos como se apagaba el amor— él lo transformará en algo mejor. Creímos que habíamos probado el mejor vino, pensábamos que ya se había terminado. Pero no. Una vez más, Jesús repetirá el milagro de Caná, transfigurando nuestro amor. Ha guardado el mejor vino para más tarde. Ésta es la esperanza que ilumina cada vez el signo de Caná.
En su novela los Hermanos Karamazov, Dostoievski pone estas palabras en labios de uno de los personajes que escucha el evangelio de las bodas de Caná. "No el dolor, sino la alegría de los hombres, movió a Cristo, la primera vez que realizó un milagro: quiso cooperar en la alegría de los hombres... El que ama a los hombres, ama también su alegría". Nuestro destino no es la soledad ni el divorcio, sino "la alegría de las bodas eternas con Dios".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan 2, 1-11
Hubo una boda en Cana de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Este y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: "Ya no tienen vino". Jesús le contestó: "Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora". Pero ella dijo a los que servían: "Hagan lo que él les diga".
Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: "Llenen de agua esas tinajas". Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: "Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo".
Así lo hicieron, y en cuanto el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le dijo: "Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora".
Esto que Jesús hizo en Cana de Galilea fue la primera de sus señales milagrosas. Así mostró su gloria y sus discípulos creyeron en él.
San Antonio abad
Empezar de nuevo
Cuatro amigos levantan a un paralítico en una camilla. No se podía mover, ahora parece volar. Los amigos son fuertes, creativos, audaces. El paralítico encuentra en ellos la fuerza que le faltaba. Es como un bebé que no puede valerse por sí mismo, que no puede caminar para alimentarse. La curación del paralítico puede ser un ícono que atestigua la imposibilidad de acceder a la misericordia del Padre sin la solidaridad de los demás.
Con audacia, los amigos lo ponen delante de Jesús. Suscitan la admiración de Señor. En la mirada profunda de Cristo, este hombre aparece necesitado de una curación mucho más profunda que la simple liberación de la parálisis del cuerpo. Existe unidad de la mente y del cuerpo. Son un todo. Por eso, la curación física va acompañada de la curación espiritual.
El pecado paraliza, atrofia, nos hace incapaces de ir hacia delante, nos inmoviliza para hacer el bien, para construir con Cristo el Reino de los Cielos. Por eso, lo primero que hace Jesús es liberar al paralítico de sus pecados. Lo perdona sin mérito alguno, sin condiciones. Lo hace con sencillez, sin las complicaciones que a lo largo de los siglos se han ido introduciendo en la Iglesia.
El perdón cambia, pone en movimiento, pone a caminar la vida inmóvil. El paralítico toma la camilla y regresa a casa. La camilla que antes lo llevaba a él prisionero, ahora él la lleva victorioso como un trofeo. Ser perdonado nos permite empezar de nuevo, retomar el camino, tener otra oportunidad.
En el fragmento de la carta a los Hebreos que escuchamos en la primera lectura, se afirma que la crisis de fe puede ser una grave interrupción del fluir de la vida, especialmente cuando somos incapaces de permanecer sostenidos y conectados a la comunidad cristiana. En nuestra vida hay umbrales que sólo se pueden cruzar junto con los demás y únicamente a través de esa fuerza de regeneración que pone la esperanza no sólo en lo que podemos hacer nosotros, sino en lo que podemos recibir.
En una de sus poesías, el poeta peruano Manuel Scorza dice: "Levanta mi corazón del polvo, devuélvele la cara al desterrado, derriba el muro que nos separa de la dicha… ¡Basta que un Hombre sueñe… ¡Basta que uno solo murmure haber visto arco iris en las noches para que hasta el fango tenga los ojos relucientes!".
El relato del Evangelio termina diciendo que los testigos de la curación del paralítico "se quedaron atónitos y daban gloria a Dios". Que sepamos encantarnos con la gracia de Dios.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 2, 1-12
Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te quedan perdonados". Algunos escribas que estaban allí sentados comenzaron a pensar: "¿Por qué habla éste así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?"
Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: "¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados' o decirle: 'Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa?' Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados – le dijo al paralítico –: Yo te lo mando: Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa".
El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: "¡Nunca habíamos visto cosa igual!"
I Jueves Tiempo Ordinario
Vivir sanamente
Hay momentos de nuestro pasado y de nuestro presente que podemos definir como "impuros". Son las zonas de nuestras soledades patológicas, del mal que hemos elegido o sufrido, de las situaciones negativas que hemos vivido, del egoísmo que nos domina. Nos "ensuciamos" con pensamientos, sentimientos, palabras, acciones.
La lepra es una imagen de estas zonas, de ese pequeño infierno de oscuridad que intentamos ocultar a los demás, excepto quizás a Dios. Recordemos que, en tiempo de Cristo, los leprosos eran considerados impuros en su cuerpo y su alma. La lepra no sólo afectaba al cuerpo, sino que también robaba los afectos. Los leprosos perdían su familia, su trabajo, su dignidad, sus amigos, su vida social; pero, sobre todo, perdían a Dios, ya no era dignos de relacionarse con Él. Llevando su pesada carga, un leproso se acerca a Jesús "para suplicarle de rodillas: "¡Si tú quieres, puedes curarme!".
Jesús no permanece indiferente. Se compadece. Dice Dostoievski, en su novela El idiota: "La compasión es la ley principal y quizás la única ley de vida para todo el género humano". La compasión también cura al que se compadece. Conocí una historia muy bella. Se trata de un padre cuyo hijo nació deforme. Estaba desolado. No podía aceptarlo. Pero un día se dijo: "Ojalá pueda besarlo y tocarlo, quizá entonces podré aceptarlo plenamente".
Eso fue lo que hizo Cristo. El Señor Jesús toca al leproso en su impureza. Está más interesado en nosotros que en nuestras impurezas. De hecho, su amor nos toca antes de que realicemos obras y tengamos méritos. Somos amados antes de ser amables. Muchas veces pensamos que para acercarnos a Dios debemos purificarnos. No es así. Es todo lo contrario. Dios quiere que nos acerquemos a Él para poder purificarnos. No necesitamos convencer a Dios de que nos ame, sino convencernos de abrirnos a su amor. Cuando experimentando la gratuidad de su amor iniciamos el éxodo de la soledad y el miedo.
Curar el corazón es un proceso largo. Con frecuencia tenemos prisa. El leproso del Evangelio divulga inmediatamente su curación, en lugar de obedecer la severa orden de Jesús de no contarlo a nadie.
No basta sanar. Tan importante como sanar es aprender a vivir sanamente. El problema más grave no es la enfermedad de la piel ni del cuerpo, sino del corazón. Por eso, la primera lectura invita: "No endurezcan su corazón". Hoy miro mi corazón y veo si tengo el deseo de ser purificado, sanado.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 1, 40-45
Se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: "¡Si tú quieres, puedes curarme!". Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: "¡Sí quiero: sana!" Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: "No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés".
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
I Miércoles Tiempo Ordinario
Médico de cuerpos y almas
Jesús va a la casa de Simón y allí se encuentra con el sufrimiento de una mujer. ¡Cuánto sufrimiento se puede esconder en los hogares! Nuestra casa es a veces un lugar donde enfermamos, donde corremos el riesgo de vivir relaciones que impiden descubrir nuestro potencial, relaciones que bloquean, esclavizan. Ayer, un periódico que circula en la ciudad decía que la violencia familiar lidera la lista de delitos más denunciados en el estado de Nuevo León.
Muchas veces el sufrimiento que se vive en la casa no se refleja hacia afuera, no se pone en las calles, nadie lo conoce. Jesús se acerca a este sufrimiento. Se acercó a la suegra de Pedro porque le dijeron que estaba enferma. Fue una oración de intercesión. Le contamos al Señor el dolor de alguien. Con la presencia de Jesús, nuestros hogares pueden convertirse en lugares de curación.
Es cierto que no podemos entender realmente el sufrimiento de los otros sin haber experimentado su sufrimiento. Yo no puedo decirle a un esposo que ha perdido a su esposa: "Yo sé lo que estás sufriendo". Sin embargo, Jesús, dice la primera lectura, pude comprendernos porque se hizo uno de nosotros, y sufrió como nosotros y por nosotros.
El Señor no se limita a curar a la suegra de Pedro. Acuden a él muchos enfermos del cuerpo y del alma, personas afectadas por trastornos mentales y emocionales. Cura a todos. Se manifiesta como médico de cuerpos y almas. Se presenta como un referente de Vida y de salud. En esa misión implica a sus discípulos. Sin embargo, ellos no entienden bien las intenciones del Maestro. Como su popularidad es grande, se dejan llevar por la fama del Maestro más que por sus signos de Salvación.
La intención de los discípulos era permanecer en esa situación gratificante. Cristo decepciona sus expectativas. Tenía derecho a disfrutar por un tiempo de la popularidad que había adquirido haciendo tanto bien a tantas personas. Sin embargo, en la madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se retira a un lugar solitario para orar. En la oración, el Señor entiende que debe ir a otra parte.
La palabra y la actividad de Cristo nacen del silencio de la oración. De ese silencio y en ese silencio orante encuentra la energía y la orientación para andar y predicar. La primera actividad de Jesús, en un día normal, es madrugar para estar a solas con Dios, su Padre. Hay mucho trabajo, muchas personas que atender, pero él necesita estar a solas con el Padre. La oración es su respiración vital. Hoy más que nunca el mundo necesita palabras y acciones nacidas del silencio.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 1, 29-39
Al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.
Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era él.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: "Todos te andan buscando". Él les dijo: "Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido". Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios.
II Martes Tiempo Ordinario
¿Qué es el hombre?
Cuando Jesús entró en la sinagoga de Cafarnaúm, todo parecía normal… hasta que comenzó a hablar y enseñar. No fue sólo la forma en que habló, sino también lo que sucedió. Su palabra tocó fibras profundas y, ante ella, un hombre atormentado gritó: "¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret?". El mal oculto en su interior ya no pudo soportar la presencia de la Verdad. El mal, acostumbrado a vivir en la sombra y a permanecer escondido como las serpientes, no puede resistir a Cristo. Se siente amenazado por la presencia luminosa del Señor y tiene que, en contra de su voluntad, salir a la luz.
Estamos rodeados de miles de voces que nos hablan: las redes sociales, las noticias, las opiniones. Pero ¿cuántas de esas palabras realmente nos sacuden y nos liberan? Como aquel hombre de la sinagoga, llevamos dentro conflictos que nos limitan: miedo, traumas, complejos, orgullo, rencor, hábitos negativos. Cuando Jesús habla, algo cambia. Cambia no sólo con gestos sensacionales, como liberar al hombre que tenía un espíritu impuro, sino sobre todo con su invitación a ser auténticos, a reconocer que él puede liberarnos del peso que llevamos dentro.
El hombre de la sinagoga no sólo necesitaba liberación, sino también volver a la verdad: la verdad de sí mismo. En la primera lectura, el autor de la carta a los hebreos cita un salmo: "¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes, ese pobre ser humano, para que de él te preocupes?". Esta pegunta la llevamos en nuestros corazones, especialmente cuando nos enfrentamos a la ardua tarea de ser –o más bien llegar a ser– auténticamente humanos. El Señor Jesús responde a esta pregunta. No somos lo que el mundo dice, sino lo que somos a los ojos de Dios, como decía san Francisco. Es importante volver a la verdad, comprender nuestra verdad, nuestro propio misterio a la luz del Evangelio.
Durante toda la vida tenemos que lidiar con luchas internas, con el choque entre la palabra del Señor —que despierta lo mejor de nosotros mismo y nos abre a nuestra verdad— y las fuerzas que se oponen a este proceso. Con frecuencia, las relaciones entre las naciones y entre las personas son un campo de batalla: nos defendemos, construimos muros, buscamos alianzas para defendernos y atacar, para sentirnos fuertes. Pero, ¿qué pasaría si permitiéramos que Jesús entre en nuestras vidas como entró en la sinagoga de Cafarnaúm? ¿Qué cambiaría si permitimos que su Palabra nos muestre quiénes somos realmente?
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos 1, 21-28
Se hallaba Jesús en Cafarnaúm y el sábado fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: "¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Jesús le ordenó: "¡Cállate y sal de él!" El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban: "¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen". Y muy pronto se extendió su fama por toda Galilea.
I Lunes Tiempo Ordinario
El corazón palpitante de la vida
Dejamos atrás el tiempo de Navidad. Entramos, una vez más, en el tiempo litúrgico ordinario. Es un tiempo para asimilar e interiorizar el misterio de la encarnación del Verbo, el centro creador y creativo de la historia.
El Tiempo Ordinario comienza con una invitación a darse cuenta de una presencia extraordinaria —la de Dios— en la trama de lo cotidiano y, como consecuencia, convertirse a su lógica, formatear la memoria y nuestro modo de pensar y vivir según el reino de Dios: "Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio".
Todos los evangelios documentan lo difícil que es acoger esta cercanía de Dios. Narran las formas más variadas de rechazo. El apego obstinado al propio ego obstruye de manera sutil la aceptación del Evangelio. Sin embargo, los relatos evangélicos también atestiguan que es posible lanzarnos a la aventura del seguimiento de Cristo, acoger la invitación que llega en la cotidianidad: "Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: 'Síganme'".
Cristo entra en nuestra vida y nos llama. La historia de todo ser humano puede ser leída desde la llamada. Nadie decidió cuándo y cómo venir al mundo. Alguien nos llamó a la existencia. Y no fuimos llamados a una vida ya hecha sino por construir. La vida es una aventura. Cristo nos invita a dejarle espacio en la aventura de nuestra vida. Junto con él podemos construir algo más hermoso y más fuerte de lo que podemos hacer por nuestra propia cuenta.
La conversión que pide Cristo no significa hacer el gran cambio de vida, pensar que es necesario un cambio sensacional de identidad para convertirse en discípulos del Señor. La conversión al Evangelio consiste básicamente en hacer de la relación con Jesús el corazón vivo y palpitante de nuestra existencia, de nuestro pensar, de nuestro actuar.
Decía san Ireneo, uno de los pensadores cristianos de los primos siglos: "Seguir al Salvador significa participar de la salvación, así como seguir la luz significa estar rodeado de claridad. El que está en la luz no es ciertamente quien ilumina la luz y la hace brillar, sino que es la luz la que lo ilumina y lo hace luminoso. Él no da nada a la luz, sino que es de ella que recibe el beneficio del esplendor y todas las demás ventajas". Esta luz divina recibida como don se convierte para los discípulos en la clave para recorrer el camino de la vida y construir la historia.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Marcos: 1, 14-20
Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: "Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio". Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: "Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres". Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan hijos de Zebedeo, que estaban en una barca, remendando sus redes. Los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre con los trabajadores, se fueron con Jesús.